En un acto sin precedentes en la historia republicana de Colombia, el presidente Petro realizó un Consejo de Ministros transmitido en vivo y en directo el martes 4 de febrero. Un evento que desató opiniones de todos los medios y los representantes políticos de las clases dominantes, así como de distintos dirigentes de la llamada izquierda o cercanos a la coalición de gobierno.
Algunos calificaron el evento como un reality show, otros como una “celada” de Petro y Benedetti, para “frenar una conspiración” de la izquierda en el Pacto Histórico, otros como un “consejo de guerra” y el propio presidente lo calificó como un “ataque caníbal”. Sin embargo, y aunque es posible que todos tengan algo de razón, esta es apenas la espuma de cuanto ocurrió, pero permite comprender mejor el carácter de clase y cómo funciona el putrefacto aparato estatal de los explotadores; no vamos a ocuparnos ahora de todas las aristas, de las que todos han hablado, sino a extraer las lecciones fundamentales que deja este episodio para los obreros, los campesinos y en general para el pueblo colombiano.
De todas las verdades que se dijeron en el Consejo de Ministros hay una fundamental, confesada por el propio presidente, quien afirmó que “no se han cumplido 146 de los 195 compromisos presidenciales que tiene con el pueblo”; es decir, que en dos años y medio de su gobierno apenas ha cumplido con el 25% de su plan. En otras palabras, el presidente manifestó su gran fracaso, aunque en la reunión responsabilizó a sus ministros evadiendo olímpicamente su responsabilidad como jefe de un gobierno que prometió el cambio.
En medio de las recriminaciones del presidente y las justificaciones de los ministros, salió a flote que todos ellos (presidente incluido) encuentran talanqueras que impiden la ejecución, dada la burocracia parásita, la tramitomanía, las trampas… de las instituciones estatales burguesas, con la cuales pretendían hacer el “cambio”.
Estos hechos hablan por sí mismos y demuestran que, simple y llanamente, el Estado actual en Colombia está al servicio exclusivo de los ricos holgazanes y, por su misma naturaleza, impide cualquier iniciativa que vaya a favor del pueblo, como lo habían advertido los comunistas desde antes de que Petro alcanzara la presidencia, y por eso han mantenido en alto la bandera de la necesidad de destruirlo desde sus cimientos para darle paso a un nuevo Estado de los obreros y campesinos.
Otra verdad que salió a la luz y dicha también por el propio presidente tiene que ver, tanto con la naturaleza del Estado, como a quién termina sirviendo el reformismo. En medio de las recriminaciones a los opositores de Sarabia y Benedetti; Petro justificó sus cargos alegando que sin los “sectores de la política tradicional” (léase burgueses y terratenientes proimperialistas), la izquierda no hubiera llegado al gobierno.
La historia enseña que cuando las clases dominantes explotadoras se encuentran en problemas y ven amenazado su poder, recurren al reformismo y a los reformistas para que estos les “saquen las castañas del fuego”. En el caso del presidente Petro, los “sectores de la política tradicional”, los ricos explotadores, le ayudaron y le permitieron llegar a la Casa de Nariño para apagar el levantamiento popular y garantizarles la “paz social” ante la embestida de la rebelión que amenazaba su poder y sus asquerosos privilegios. Sus banderas de “paz total” y “acuerdo nacional” buscaban el beneplácito de los explotadores para dejarlo llegar a la presidencia y se lo permitieron. Por eso ha mantenido a los Benedetti, Sarabia y demás jefes politiqueros de los partidos de la U, liberales, conservadores, verdes… en los ministerios y cargos importantes.
Y ahora, quien en varias ocasiones en la plaza pública ha despotricado de la oligarquía y de la élite parásita antiobrera y antipopular para conquistar el respaldo del pueblo a las tímidas reformas que propuso, resulta alegando que “si no se hace un sancocho [con ella] no se gana” y que “el sectarismo hace perder al proyecto popular”.
Por fortuna, este insulto a la inteligencia del pueblo, pero seguramente aplaudido por los burgueses ahítos, no hace mella en el pueblo rebelde y en la verdadera izquierda, quienes han aprendido a cocinar el verdadero sancocho en medio de la huelga, la minga y el combate, en los bloqueos, los puntos de resistencia y en las Asambleas Populares. Estas últimas, como expresión del verdadero Poder Popular, en contra de la cueva de ladrones que es el parlamento y las demás instituciones corruptas y podridas del Estado burgués; donde las promesas de cambio se convirtieron en discursos pomposos, frases y trámites inútiles.
No se puede tapar el sol con un dedo, y el hecho es que las causas que originaron el gran levantamiento popular del 2021 y las reivindicaciones exigidas, que Petro recogió y prometió en campaña, siguen vivas, se han agravado y en lo que le queda de su mandato no las va a cumplir. No es atrevido entonces, deducir que el gobierno de Petro solo ha servido para contener la rebelión popular y darles un respiro a los ricos explotadores; pero a la vez demostrando y enseñándole al pueblo, por experiencia propia, que el camino del reformismo y de pretender resolver sus problemas desde el Estado de los explotadores y apelando a los de arriba no le sirve. Solo su unidad, su organización y su lucha con independencia del Estado y los politiqueros le darán la victoria sobre sus enemigos.
No queda entonces otro camino que retomar las Asambleas Populares como expresión de la unidad del pueblo, como autoridad organizada y organizadora de la lucha, de preparar el próximo paro general y el levantamiento popular que arranque a los ricos, representados en el Estado, las reivindicaciones económicas, sociales y políticas inmediatas; la senda que contribuye a la vez a forjar el nuevo Poder Popular y a preparar las fuerzas y para destruir todo el viejo poder de los explotadores.