Según estadísticas del informe de Oxfam, Latinoamérica y el Caribe contribuyen poco al calentamiento global. Esta aseveración se puede comprobar haciendo un contraste entre China y Colombia: en 2019, China —el país más contaminante en términos absolutos— emitió 11.819.358 megatoneladas de CO₂, con 8,32 toneladas por habitante; mientras tanto, Colombia emitió 81.483 megatoneladas de CO₂, con 1,63 toneladas por habitante. A pesar de esto, Latinoamérica y el Caribe es una de las regiones más vulnerables a los devastadores efectos del cambio climático: temperaturas extremas y eventos meteorológicos catastróficos golpean la región sin piedad, causando graves daños al pueblo en múltiples regiones, daños en la agricultura, incluso, al turismo.
Aparte de la desigualdad ambiental respecto a los países opresores y los países oprimidos, América Latina y el Caribe tienen su propia desigualdad ambiental: el 10 % de la población más rica es responsable de la emisión per cápita del 33 % de los gases y los compuestos de efecto invernadero, mientras que los pobres generan solo el 1,6 % de las emisiones totales. Y esto es apenas una pequeña consecuencia de algunas situaciones como que los Estados capitalistas permitan, según un informe de la OCDE, que solo el 27 % de las empresas latinoamericanas que cotizan en bolsa tengan una política de compensación vinculada al desempeño en sustentabilidad, un mecanismo burocrático y administrativo que en realidad no contribuye en nada a resarcir el daño ambiental; y eso que solo el 83 % de la capitalización bursátil (medida de valor económico que refleja la concentración de capital de las empresas que cotizan en la bolsa) publica algún informe anual de sustentabilidad —manejo del agua, calidad del aire, impacto en la biodiversidad, etc. —.
Pese a estas cifras, que muestran la desigualdad y responsabilidad del daño ambiental, según estimaciones del Banco Mundial, para el año 2030, el cambio climático generará un aumento de hasta 300 % en la pobreza extrema de América Latina y el Caribe. Por su parte, Oxfam estima que la crisis climática para ese mismo año provocará un incremento de 16,7 millones de personas en situación de pobreza y 9,6 millones en pobreza extrema.
Este impacto será sentido de manera extrema por los más pobres, cuyos medios de vida dependen de trabajos informales y al aire libre, expuestos a altas temperaturas y a la volatilidad de las precipitaciones. Además, el aumento de la temperatura, las inundaciones y la escasez de agua aumentarán las enfermedades transmitidas por el agua, afectando gravemente a hogares sin acceso adecuado a electricidad y saneamiento. Igualmente, los apagones y los caminos intransitables harán que muchos puestos de trabajo, escuelas y hospitales sean inaccesibles.
A la par, se prevé que habrá menor producción agropecuaria, alza de los precios de la canasta familiar y la consiguiente disminución en la ingesta nutricional; como ya se evidenció en 2021 con un aumento del 26 % en los precios mundiales de los alimentos debido a sequías. De allí que las organizaciones burguesas tipo Naciones Unidas nos tengan acostumbrados a informes sobre seguridad alimentaria y nutricional, como el que en 2020 señaló que 131,3 millones de personas en Latinoamérica no pudieron costear una dieta saludable.
Asimismo, no podemos olvidarnos que la migración interna y externa incrementada por desastres climáticos es una preocupación creciente. Ya en 2021, se registraron más de 1,6 millones de nuevos desplazamientos en toda América debido a inundaciones, sequias, tormentas, huracanes, desertificación, incendios forestales, aumento del nivel del mar.
Todo esto nos señala que ya es hora de exigir al Estado burgués que aumente significativamente el gasto público en acciones contra la crisis climática y proteja a las comunidades afectadas, principalmente los pueblos étnicos y las mujeres rurales.
Pero no nos equivoquemos: la aspiración ecologista de salvar la naturaleza sin tocar el poder del capital es puro reformismo burgués, porque repudia el desastre natural, pero no ataca su causa principal: el capitalismo imperialista.
Y es que el capitalismo imperialista es intrínsecamente incompatible con la sostenibilidad ambiental, ya que explota tanto la naturaleza como la fuerza de trabajo. Por ello, para salvar el planeta es imperativo acabar con el sistema que lo destruye: el capitalismo imperialista. No podemos transformar nuestra relación con la naturaleza sin antes transformar radicalmente nuestras relaciones sociales para que pasen de la explotación capitalista a la colaboración socialista.
El problema ambiental es, en última instancia, un problema del capitalismo, y su solución solo será posible mediante su abolición mediante la revolución y en la edificación de una sociedad socialista.