En medio de mis labores de trabajo, me enteré del feminicidio de Stefanny Barranco, asesinada por su expareja Iván José de la Rosa, el 29 de mayo en el centro comercial Santafé en Bogotá.
Otro caso que me toca directamente como mujer, como también el sufrimiento diario que padece el pueblo palestino, o la dura situación que viven los trabajadores en Colombia, hechos que ocasionan en mí una gran tristeza y que si me detuviera a pensarlos demasiado me volvería pedazos, impidiendo mantenerme firme en el trabajo que como mujer revolucionaria debo hacer, porque sé que es desde ahí donde puedo contribuir para que todas estas injusticias acaben de una vez y para siempre.
Pero parte de mi trabajo es escribir para aportar a que el pueblo eleve su conciencia de que la muerte de Stefanny, así como la de los más de 30.000 palestinos, y la guerra y miseria que se vive en nuestro país, hacen parte de un sistema absurdo que se basa en la propiedad privada de la riqueza social producida por la inmensa mayoría y es esa “bobadita” la que nos tiene como sociedad al borde de su destrucción.
Así que escribo estas líneas para señalar que el asesinato de Stefanny Barranco por parte de su excompañero, con el que tuvo dos hijos, con el que con seguridad lucharon juntos por sacar adelante su familia en medio de las adversidades económicas, motivo por el cual decidieron salir de Malambo Atlántico para conseguir un mejor futuro en Bogotá, fue causada por la base material de la opresión de la mujer: la propiedad privada.
Iván José de la Rosa, un trabajador de la seguridad privada, no soportó que su compañera tomara la decisión de separarse, por no estar dispuesta a aguantar más sus problemas con el alcohol. Por siglos las mujeres no han tenido la potestad de divorciarse, desde la iglesia hasta el Estado se lo han prohibido; ha sido con la lucha de las mujeres y del movimiento obrero, que se ha conquistado, en algunas partes del mundo, el derecho de las mujeres a separarse de su pareja; pero si bien existe ese derecho en lo formal y jurídico, socialmente las mujeres siguen siendo consideradas propiedad de los hombres, si no es del padre, del hermano mayor, o del compañero sentimental.
Ese derecho que los hombres creen tener sobre las mujeres, suscita que se presenten cada vez más feminicidios, en Colombia en el 2024 se han presentado cuatro por semana; a pesar de existir mayores condenas para los feminicidas las cifras no disminuyen, y por el contrario dichas medidas punitivas terminan siendo ineficaces, pues paradójicamente el hombre después de cometer el crimen se quita la vida y no hay a quien castigar.
Pero sí es posible contrarrestar este flagelo, pues a pesar de que entendemos que para terminar definitivamente con la violencia machista hay que acabar con la propiedad privada, y ello solo es posible con la revolución socialista, se pueden tomar medidas prácticas para que no haya ni una menos de nosotras, ni un asesino más entre los trabajadores.
Para empezar, es necesario que los colectivos de mujeres se fortalezcan, es muy importante que las mujeres se vinculen a la lucha. Que dichos colectivos amplíen su labor de educación, propaganda y movilización frente a las causas de la situación de la mujer, en todos los sectores de la sociedad, hombres, jóvenes, niños, viejos… todos necesitan entender la base material de la opresión a la mujer y la salida revolucionaria a esta situación.
Se requiere además que las organizaciones de mujeres y de los trabajadores, eduquen a sus bases para identificar y luchar contra las expresiones machistas, sobre todo las sutiles, pues son estas las que por no ser evidentes no se atacan, escalando hasta terminar en manifestaciones violentas.
Hace unas semanas escuché de un compañero una expresión que me llamó la atención: No tiene motivos para separarse de mí, dijo, cuando su compañera le expresó que no estaba dispuesta a continuar la relación, ante sus devaneos con otras mujeres. Cuando al compañero, se le dijo que su afirmación, expresaba la concepción de propiedad privada sobre su compañera y esa era la base de los feminicidios, este se ofendió, pues no se considera un feminicida y rechazó que se hiciera tal insinuación. Creo en la sinceridad del compañero, pero lo cierto es que su expresión refleja la idea de que la mujer no es libre para decidir separarse en cualquier momento, con o sin motivos. Y con seguridad muchos de los hombres que terminaron asesinando a su compañera tampoco se consideraban o eran feminicidas.
Menciono este caso para decir, que si el machismo sutil no se combate, si las compañeras no advierten dichas manifestaciones y no las frenan, si en las organizaciones políticas revolucionarias, sociales, o en nuestros hogares, permitimos que dichas expresiones machistas prosperen, estas pueden trascender al terrible desenlace en que terminó Stefanny Barranco.
Finalmente, no puede seguir siendo un asunto privado el maltrato a las mujeres y a los niños. Así como los animalistas llaman a intervenir ante el maltrato de las mascotas, así mismo y con mayor razón la sociedad debe intervenir ante cualquier maltrato, porque están muriendo nuestras hijas, madres, hermanas. Por eso, cuando veamos que una mujer está siendo violentada hay que hacer algo para frenar la agresión e impedir un posible feminicidio: gritar, llamar a los vecinos, a la policía, hacer bulla con pitos, con cacerolas, buscar que muchos sepan que se está golpeando a una mujer… la presión social es capaz de neutraliza al agresor, mientras llegan las autoridades.
Y más adelante, cuando existan colectivos de mujeres bien fortalecidos, habrá que realizar otras acciones, como las de los comités femeninos de recicladoras en la India: cuando se dan cuenta que un marido está golpeando a su esposa, se reúnen y le dan una paliza para educarlo; haciéndole saber, también por las malas, que las mujeres no se golpean.
A las compañeras que leen esta columna las invito a organizarse en comités femeninos, hay que darle cuerpo al Movimiento Femenino Revolucionario pronto.
Cc