La Revolución Burguesa de Febrero de 1917
El 27 de julio de 1914 el zar ordena la movilización general contra su rival imperialista alemán, el 1 de agosto Alemania declara la guerra a Rusia; Rusia entra en la confrontación y los vientos de guerra recorren por toda Europa, los dos bandos imperialistas afilan sus cuchillos. La triple Entente (bando anglo-francés) y del cual Rusia hacia parte y la triple alianza (Bando Alemán) unido a otras potencias menores como el Imperio Austro-Húngaro, hacen estallar la primera guerra a escala mundial. Ya mucho tiempo de que estallase la guerra, los bolcheviques, encabezados por Lenin, la habían previsto como inevitable, y para tal fin, en los congresos internacionales socialistas, Lenin había formulado una línea revolucionaria de conducta que debían adoptar los socialistas cuando la guerra estallase. Lenin señalaba que la guerra era una salida inevitable del capitalismo; la rapiña por territorios extranjeros, la apropiación y el saqueo de las colonias, la conquista de nuevos mercados, habían provocado repetidas veces guerras de anexión de los Estados capitalistas. Para los países capitalistas, la guerra es un fenómeno tan natural y tan legítimo como la explotación de la clase obrera. Las guerras se hicieron todavía más inevitables a fines del siglo XIX y comienzos del XX, al pasar el capitalismo definitivamente, a la fase culminante y última de su desarrollo: el imperialismo. Bajo el imperialismo, adquirieron una importancia decisiva en la vida de los Estados capitalistas las potentes agrupaciones de los capitalistas (monopolios) y los bancos. El capital financiero se convirtió en el amo del capital y de los Estados capitalistas. Y el capital financiero exigía nuevos mercados, la anexión de nuevas colonias, nuevas bases para la exportación de capitales y nuevas fuentes de materias primas.
Aquella guerra la había preparado la burguesía imperialista, manteniendo sus preparativos en el más profundo secreto, para que no se enterasen los pueblos. Cuando la guerra estalló, todos los gobiernos imperialistas se esforzaron en demostrar que no eran ellos los que atacaban a los países vecinos, sino que eran víctimas de la agresión de éstos. La burguesía engañaba al pueblo, ocultando los verdaderos fines de la guerra, su carácter imperialista, anexionista. Todos los gobiernos imperialistas declararon que hacían la guerra en defensa de la patria. El hecho de que Rusia entrase en la guerra imperialista, al lado de la Entente (de Francia e Inglaterra) tenía su razón de ser. No hay que perder de vista que antes de 1914 las ramas más importantes de la industria rusa se hallaban en manos del capital extranjero, y principalmente del capital francés, inglés y belga, es decir, de los países de la Entente.
Para aquella guerra el zar tenía su principal sostén en los terratenientes feudales. Los grandes terratenientes de las centurias negras, unidos a los grandes capitalistas, eran los amos del país y de la Duma o parlamento. Estos elementos apoyaban en bloque la política interior y exterior del gobierno zarista. La burguesía imperialista rusa tenía puestas todas sus esperanzas en la autocracia zarista, en el puño de hierre que podía asegurarle la conquista de nuevos mercados y de nuevos territorios, y además aplastar el movimiento revolucionario de los obreros y los campesinos. El partido de la burguesía liberal —los kadetes— se hacía pasar por un partido de oposición, pero apoyaba sin reservas la política exterior del gobierno zarista. Los partidos pequeñoburgueses, socialrevolucionario y menchevique, encubriendo su conducta con la bandera del socialismo, ayudaron a la burguesía desde el primer momento de la guerra a engañar al pueblo, a ocultar el carácter imperialista y rapaz de la guerra. Predicaban la necesidad de defender a la «patria» burguesa contra los «bárbaros prusianos», apoyaban la política de la «paz interior», y de este modo ayudaban al gobierno del zar a hacer la guerra, exactamente lo mismo que los socialdemócratas alemanes ayudaban al gobierno del káiser a guerrear contra los «bárbaros rusos». El Partido bolchevique fue el único que permaneció fiel a la gran bandera del internacionalismo revolucionario, manteniéndose firme en las posiciones marxistas y luchando resueltamente contra la autocracia zarista, contra los capitalistas y terratenientes y contra la guerra imperialista. El Partido bolchevique mantuvo, desde los primeros días de la guerra, el punto de vista de que ésta no se había desencadenado para defender la patria, sino para apoderarse de territorios extranjeros, para saquear a otros pueblos en interés de los terratenientes y capitalistas y de que los obreros debían adoptar frente a ella una actitud de lucha decidida, ya para aquel entonces la clase obrera apoyaba al Partido bolchevique.
La Segunda Internacional, que albergaba en su seno a comunistas consecuentes y oportunistas de todo tipo entró en bancarrota al estallar la guerra. Aquella había denunciado la inevitabilidad de la guerra y su carácter, había decidido llamar a la clase obrera del mundo a luchar contra ésta, pero al estallar la guerra los oportunistas en su seno traicionaron a los trabajadores y se entregaron a la causa de los imperialistas. El 4 de agosto de 1914, la socialdemocracia alemana votó en el parlamento los créditos de guerra, votó en pro de la guerra imperialista. Y exactamente lo mismo hicieron, en su aplastante mayoría, los socialistas de Francia, de Inglaterra, de Bélgica y de los demás países. El Partido bolchevique fue el único que levantó desde el primer momento y sin vacilaciones la bandera de la lucha resuelta contra la guerra imperialista.
En las tesis sobre la guerra, redactadas por Lenin en el otoño de 1914, se indicaba que el derrumbamiento de la Segunda Internacional no obedecía a una casualidad. A la Segunda Internacional, decía Lenin, la han echado a pique los oportunistas, contra los cuales hacía ya mucho tiempo que venían poniendo en guardia los mejores representantes del proletariado revolucionario.
Los socialchovinistas —incluyendo entre ellos los mencheviques y socialrevolucionarios rusos— predicaban la paz de clases entre los obreros y la burguesía dentro del país y la guerra con otros pueblos en el exterior. Engañaban a las masas acerca de los verdaderos responsables de la guerra, haciéndoles creer que la burguesía de su propio país estaba libre de toda culpa. Muchos socialchovinistas pasaron a ser ministros de los gobiernos imperialistas de sus países. No menos peligrosa para la causa del proletariado era la posición de los socialchovinistas encubiertos, de los llamados centristas. Los centristas —Kautski, Trotski, Martov y otros— defendían y justificaban a los socialchovinistas declarados, encubriendo su traición con frases «izquierdistas» acerca de la lucha contra la guerra, frases dirigidas a engañar a la clase obrera. De hecho, los centristas apoyaban la guerra, pues no a otra cosa equivalía su propuesta de no votar contra los créditos de guerra, limitándose a abstenerse de esta votación. También ellos, ni más ni menos que los socialchovinistas, exigían que se renunciase a la lucha de clases mientras durase la guerra, para no estorbar a sus gobiernos imperialistas en la guerra. Ante los problemas más importantes de la guerra y del socialismo, el centrista Trotski se manifestaba siempre contra Lenin, contra el Partido bolchevique. Desde los primeros días de la guerra, Lenin comenzó a agrupar fuerzas para crear una nueva Internacional, la Tercera Internacional. La tarea de fundar la Tercera Internacional era sustituir a la Segunda que había quedado en quiebra.
A comienzos de septiembre de 1915 se reunió en Zimmerwald la primera Conferencia de los internacionalistas. Lenin decía que esta Conferencia había sido el «primer paso» en el desarrollo del movimiento internacional contra la guerra. Lenin formó en ella el grupo de la izquierda de Zimmerwald. Pero el único que, dentro de la izquierda zimmerwaldiana, mantuvo una posición certera y consecuente desde el principio hasta el fin contra la guerra fue el Partido bolchevique, con Lenin a la cabeza. La izquierda zimmerwaldiana editaba en alemán un periódico titulado «Vorbote» (El Precursor), donde se publicaron varios artículos de Lenin. Lenin aprovechaba cada oportunidad para desarrollar la lucha ideológica en contra de las ideas erróneas, criticaba los errores de los internacionalistas poco consecuentes dentro de las filas de los socialdemócratas de izquierda, tales como Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht, a la par que les ayudaba a adoptar una posición certera.
Los trabajos teóricos de Lenin durante la guerra tuvieron una importancia enorme para la clase obrera del mundo entero. En la primavera de 1916, escribió Lenin su obra titulada El imperialismo, fase superior del capitalismo. En este libro, Lenin pone de manifiesto que el imperialismo es la fase culminante del capitalismo, la fase en que éste se convierte de capitalismo «progresivo» en capitalismo parasitario, en descomposición; que el imperialismo es el capitalismo agonizante. Lo cual no quiere decir, naturalmente, que el capitalismo vaya a morir por sí solo, sin la revolución proletaria, que se vaya a pudrir por la raíz. Lenin enseñó siempre que no se puede derrotar al capitalismo sin la revolución de la clase obrera. Por eso, aun definiendo el imperialismo como el capitalismo agonizante, Lenin apunta al mismo tiempo, en esta obra, que el «imperialismo es el umbral de la revolución social del proletariado».
Para 1917, la guerra había entrado ya en el tercer año. Devoraba millones de vidas humanas, dejando un reguero de muertos, de heridos, de seres que perecían a consecuencia de las epidemias producidas por la guerra. La burguesía y los terratenientes se enriquecían con ella, mientras que los obreros y campesinos sufrían cada vez más miseria y más privaciones. La guerra destruía la economía nacional de Rusia. Cerca de 14 millones de trabajadores fuertes y sanos habían sido arrebatados a la producción por el ejército. Se paraban las fábricas y talleres. La siembra de cereales en los campos iba en descenso por falta de brazos. La población y los soldados en el frente pasaban hambre y andaban desnudos y descalzos. La guerra había devorado todos los recursos del país. En el frente de guerra el ejército zarista se batía cada vez más en retiradas, para entonces los Alemanes ya se habían apoderado de Polonia y de una parte de la región del Báltico.
El año 1917 comenzó con la huelga del 9 de enero. Durante esta huelga, se llevaron a cabo manifestaciones en Petrogrado, Moscú, Bakú y Nizhni-Nóvgorod; el 9 de enero abandonaron el trabajo cerca de la tercera parte de los obreros de Moscú. Una manifestación de 2.000 personas fue disuelta violentamente por la policía montada en la avenida Tverskaia. En Petrogrado, los soldados se unieron a los manifestantes en la calzada de Viborg. «La idea de la huelga general —informaba la policía de Petrogrado— va ganando nuevos adeptos de día en día y adquiriendo la misma popularidad que en 1905».
Los mencheviques y los socialrevolucionarios se esforzaban por encauzar el movimiento revolucionario incipiente dentro del marco conveniente para la burguesía liberal. Los mencheviques propusieron que el 14 de febrero, día de la apertura de la Duma, se organizase un desfile de obreros delante de ésta. Pero las masas obreras, marchando detrás de los bolcheviques, no desfilaron ante la Duma, sino en manifestación por las calles. En la mañana del 26 de febrero del calendario viejo, la huelga política y la manifestación comenzaron a convertirse en intentos de insurrección. Los obreros desarmaban a la policía y a los gendarmes para armarse ellos. Pero el choque armado con la policía terminó con una matanza de manifestantes en la plaza Snamenskaia. El general Jabalov, jefe de la región militar de Petrogrado, ordenó que los obreros se reintegrasen al trabajo el 28 de febrero, amenazando con enviar al frente a los que no acatasen esta orden. El 25 de febrero, el zar cursa al general Jabalov esta orden imperativa: «Exijo que mañana se ponga fin a los desórdenes en la capital». Pero ya no era posible «poner fin» a la revolución.
El 26 de febrero, la cuarta compañía del batallón de reserva del regimiento de Pavlovsk rompió el fuego, pero no contra los obreros, sino contra los destacamentos de guardias montados que habían comenzado a disparar contra los obreros. La lucha por ganarse a las tropas revestía el carácter más enérgico y tenaz, sobre todo por parte de las mujeres obreras, que se mezclaban entre los soldados, confraternizaban con ellos y les incitaban a ayudar al pueblo a derribar la autocracia zarista, tan odiada por él.
Los obreros y soldados levantados en armas empezaron a detener a los ministros y generales zaristas y a sacar de las cárceles a los revolucionarios. Los presos políticos, puestos en libertad, se unían a la lucha revolucionaria. En las calles había todavía tiroteos entre el pueblo y los guardias y gendarmes que habían emplazado sus ametralladoras en los tejados de las casas. Pero el rápido paso de las tropas al lado de los obreros decidió la suerte de la autocracia zarista. Cuando la noticia del triunfo de la revolución en Petrogrado llegó a otras ciudades y al frente, los obreros y los soldados comenzaron a derribar por todas partes a los representantes de la autoridad zarista. La revolución democrático-burguesa de Febrero había triunfado, dejando en el gobierno a los capitalistas, socios de las compañías imperialistas de Francia e Inglaterra.
Pero junto a este gobierno, decía Lenin, «ha surgido el esencial, no oficial, aún no desarrollado y relativamente débil gobierno obrero, que expresa los intereses del proletariado y de todo el sector pobre de la población urbana y rural. Este gobierno es el Soviet de diputados de obreros de Petrogrado, que procura establecer vínculos con los soldados y los campesinos, así como con los obreros agrícolas; más con estos últimos, por supuesto, que con los campesinos». (Lenin, Cartas desde lejos).
En la misma obra, resumiendo la experiencia de la revolución de febrero escribió: «La revolución ha sido obra del proletariado, que ha dado pruebas de heroísmo, ha derramado su sangre y ha arrastrado con él a las más extensas masas de los trabajadores y de la población más pobre…» destacando igualmente la valiosa experiencia pasada para el triunfo rápido y contundente de la revolución; a este respecto Lenin agrega: «Sin los tres años de formidables combates de clases y de energía revolucionaria desplegada por el proletariado ruso de 1905 a 1907, hubiera sido imposible una segunda revolución tan rápida, que ha cubierto su etapa inicial en unos cuantos días».
La revolución democrático-burguesa fue solo el primer paso que emprendieron los obreros rusos para lograr emanciparse del yugo capitalista, continuaría la lucha de clases, y los bolcheviques se pondrían a la cabeza de la revolución de octubre que entregaría las fabricas a los obreros, la tierra a los campesinos, el pan para los hambrientos y la paz para el pueblo. Ya Lenin en los primeros días de marzo de 1917 llamaba a prepararse para los días venideros:
¡Obreros! Ustedes han hecho prodigios de heroísmo proletario, el heroísmo del pueblo, en la guerra civil contra el zarismo. Ustedes deben hacer prodigios de organización del proletariado y de todo el pueblo para preparar el camino de la victoria en la segunda etapa de la revolución.»