Marxismo-Leninismo-Maoísmo: La piedra angular de la revolución proletaria de nuestro tiempo

Marxismo-Leninismo-Maoísmo: La piedra angular de la revolución proletaria de nuestro tiempo 1

Publicamos un valioso artículo de los camaradas del Comité Comunista Maoísta de Brasil, una organización surgida de la lucha contra las posiciones subjetivistas e “izquierdistas” del Partido Comunista de Brasil. El artículo da cuenta de las divergencias, de la teoría y la práctica de quienes a nombre de las contribuciones universales del pensamiento Gonzalo pretenden convertir el marxismo revolucionario en una caricatura.

La preparación de la Conferencia Internacional Unificada de los Marxistas-Leninistas-Maoístas exige derrotar tanto el oportunismo de derecha o revisionismo, como el oportunismo de “izquierda” pues este último, a pesar de las frases rimbombantes sobre la revolución, solo es la cara anversa de la ideología y la política burguesa en el seno del movimiento obrero.
Revolución Obrera


Comité Comunista Maoísta

Crítica del subjetivismo en la dirección del P.C.B.

«Hay que subrayar que la ausencia de una actitud científica, es decir, la ausencia de la actitud marxista-leninista que une la teoría y la práctica, significa una falta o insuficiencia de espíritu de partido». (Presidente Mao, «Reformemos nuestro estudio», 1941).

«Un comunista debe preguntarse siempre las razones que hay detrás de cada cosa, utilizar su propia mente para pensar en todos los aspectos, ver si se corresponden o no con la realidad y si están verdaderamente bien fundamentados. En ningún caso un comunista debe seguir ciegamente a los demás ni fomentar la obediencia servil».

(Presidente Mao, «Rectificar el estilo de trabajo del Partido», 1942). «Las fórmulas dogmáticas, vacías y secas destruyen la iniciativa creativa, y no sólo eso, sino que [primero y sobre todo] destruyen el marxismo en sí. Un ‘marxismo dogmático’ no es marxismo; es antimarxismo». (Presidente Mao, «Charlas en el Foro de Yenán sobre Arte y Literatura», 1943).

APRENDER DEL PRESIDENTE MAO (Introducción)

Camaradas,

Como enseña el Presidente Mao Tse-tung, al analizar cualquier problema es crucial establecer una línea ideológico-política correcta, lo que sólo puede lograrse partiendo de la realidad objetiva. La precisión de esta línea, nacida de la vida y verificada por la vida, es la condición indispensable para superar todos los retos que impone la lucha de clases. Esta actitud flexible y no rígida, dialéctica y no mecanicista, es un principio del marxismo-leninismo-maoísmo. Como dijo Marx, la fidelidad a los principios no se juzga por lo que una organización, o sus dirigentes, dicen de sí mismos, sino por sus actos. Para el Presidente Mao, la capacidad de formular directrices correctas radicaba en la capacidad del partido de vincular la teoría con la práctica, la dirección con las masas, y de practicar la crítica y la autocrítica. La comprensión consolidada por el Presidente Mao en plena guerra revolucionaria, en los inmortales documentos «Contra el estilo de cliché del Partido», «Intervenciones en el foro de Yenán sobre Arte y Literatura», «Reformemos nuestro estudio», «Rectifiquemos el estilo de trabajo del Partido», y otras del mismo quilate, constituyeron un valioso desarrollo de la teoría marxista-leninista del partido comunista, una aplicación consecuente de la dialéctica materialista al campo de las relaciones dentro de la vanguardia y entre ésta y las amplias masas. El Presidente Mao nunca se apartó de estas formulaciones, basadas en la definición de la contradicción como única ley fundamental de la dialéctica; más bien, las amplió y profundizó durante el período de construcción socialista: esto es lo que le permitió criticar el revisionismo moderno y prever más concretamente la transición del socialismo al comunismo, a través de sucesivas revoluciones culturales proletarias.

Estas cuestiones -concepción materialista dialéctica del mundo, métodos de trabajo y estilo de dirección del Partido Comunista, y camino para la transición del capitalismo al comunismo- forman un todo indivisible dentro de este valioso desarrollo que marcó la transición a una nueva etapa del marxismo-leninismo, el maoísmo. Aislar el maoísmo del marxismo-leninismo, o aislar un solo aspecto de los amplios desarrollos del Presidente Mao en detrimento de los demás, no sería una aplicación creativa del mismo sino, por el contrario, una regresión.

Cuarenta y ocho años después de los dramáticos acontecimientos que culminaron con el triunfo del golpe contrarrevolucionario en China en 1976, que inauguró un complejo período de contrarrevolución (en declive pero aún operativa), el consejo del Presidente Mao sigue siendo de gran actualidad: una vez más, volver a Yenán. En este caso, «volver a Yenán» significa APRENDER DEL PRESIDENTE MAO, el punto más alto de unidad, universalmente válido para los comunistas de todo el mundo, en todos los países. Pero este «aprender del Presidente Mao» no significa repetir sus dichos como una profesión de fe, pues esto no sería aprender del Presidente Mao, sino destrozar todas sus enseñanzas.

Aprender del Presidente Mao significa, de acuerdo con Marx y Lenin, considerar el marxismo no como un dogma sino como una guía para la acción;
Aprender del Presidente Mao significa partir de la práctica como criterio de verdad;
Aprender del Presidente Mao significa comprender que la contradicción, y no la unanimidad, es la fuerza motriz del proceso mundial y, por tanto, también del proceso del Partido;
Aprender del Presidente Mao significa esforzarse a cada paso por vincular la teoría con la práctica, la dirección con las masas, y practicar continuamente la crítica y la autocrítica;
Aprender del Presidente Mao significa reconocer que ninguna línea correcta puede nacer o enriquecerse a menos que surja «de las masas»;
Aprender del Presidente Mao significa trazar siempre una línea clara entre revolución y contrarrevolución, distinguiendo las contradicciones entre el pueblo de las contradicciones entre nosotros y el enemigo;
Aprender del Presidente Mao significa afirmar la justeza de la rebelión, de la guerra popular, y que el imperialismo y todos los reaccionarios son tigres de papel;
Aprender del Presidente Mao significa defender que ir contra corriente es un principio marxista-leninista-maoísta.

¡APRENDAMOS DEL PRESIDENTE MAO!

PRIMERA SECCIÓN: PROBLEMAS DE IDEOLOGÍA Y REVOLUCIÓN PROLETARIA MUNDIAL

Capítulo 1: Universalidad y particularidad en el desarrollo de la ideología proletaria

En las últimas décadas se han producido avances que deben sistematizarse. Destacamos, en particular, la labor de destacados dirigentes como Charu Mazumdar y Kanhai Chatterjee en la India; Ibrahim Kaypakkaya en Turquía; José Maria Sison en Filipinas; y Abimael Guzmàn, Camarada Gonzalo, en Perú. Estos comunistas se atrevieron a levantar la bandera de la guerra popular, liderando procesos que duraron décadas y que siguen inspirando a sucesivas generaciones de revolucionarios proletarios en todo el mundo. También es esencial destacar el heroísmo de los maoístas nepalíes, cuyo legado nunca se borrará a pesar de la artera traición de Prachanda-Bhattarai y sus compinches. Todos ellos contribuyeron al arsenal del marxismo-leninismo-maoísmo, y la valoración de estas contribuciones debe ser sistematizada no sólo por sus respectivos partidos, sino también en el marco del Movimiento Comunista Internacional (MCI). Es crucial destacar, entre estos líderes históricos, el papel del camarada Gonzalo en la decidida defensa y sistematización del marxismo-leninismo-maoísmo como tercera etapa del marxismo-leninismo, no meramente como «pensamiento Mao Tse-tung».

Sin embargo, la fuente primaria del maoísmo, el fundamento para unificar a los comunistas dentro de un país determinado y entre diferentes organizaciones a escala internacional, es la obra del propio Presidente Mao, probada en el fuego de la guerra revolucionaria y la dirección del Estado socialista en la China Popular. Esta universalidad, que debe aplicarse consecuentemente (es decir, creativamente) a la realidad concreta, es la medida común que guía los esfuerzos de unidad de las organizaciones revolucionarias. En resumen, la fuente del maoísmo, no sólo primaria sino también principal, es la obra del Presidente Mao. El hecho de que debamos enfatizar esta afirmación casi tautológica indica el estado de cosas prevaleciente en parte del movimiento comunista, tanto a nivel mundial como, particularmente, aquí en Brasil.

Si bien es cierto que todas las revoluciones producen líderes, no es menos cierto que los procesos revolucionarios se desarrollan -como todo lo demás- de manera desigual, y que hay líderes y líderes. Comentando la correspondencia entre Marx y Engels, Lenin señaló su importancia específica, afirmando: «El editorial de Neue Zeit tiene toda la razón al decir que ‘es edificante conocer a hombres cuyo pensamiento y voluntad se forjaron bajo las condiciones de las grandes revoluciones'» . Del mismo modo que ni el más capaz de los partidos puede, por sí solo, «crear» una situación revolucionaria, el dirigente del partido más comprometido no puede, por pura voluntad o dedicación personal, pretender «desarrollar» el comunismo por sí mismo, porque ello depende del contexto histórico en el que actúa y de su capacidad para reflejarlo y trascenderlo. Se trata de un proceso histórico, rico, polifacético y… colectivo. Es cierto que en la Unión Soviética y en China, extendidas posteriormente al movimiento comunista internacional, las figuras de Lenin, Stalin y Mao llegaron a identificarse plenamente con el comunismo científico, pero ello ocurrió tras una innegable constatación histórica en la inigualable tarea de dirigir guerras victoriosas y revoluciones. Apresurar esta condición sin la debida verificación conlleva una serie de peligros, como la sustitución del centralismo democrático por la voluntad de un individuo; la unificación en torno a «dirigentes» -que a su vez deben estar sujetos al control y verificación de los órganos colectivos del Partido- en vez de principios; el restablecimiento de una especie de «teoría de los genios», tan vehementemente combatida en la Gran Revolución Cultural Proletaria (GRCP); y la propia imposibilidad práctica de unificar el MCI, que carece de un fundamento común con verificación inequívoca que sirva de medida para comparar las distintas interpretaciones sobre cuestiones concretas. Son cuestiones muy complejas que no pueden resolverse por decreto, ni de la noche a la mañana.

De lo anterior no se puede deducir que basta con lograr victorias políticas y militares para demostrar el carácter universalmente válido de una determinada aplicación. Esto sería mero pragmatismo. Tomemos, por ejemplo, el caso de la guerra de liberación del pueblo vietnamita. Aunque ha aportado numerosas lecciones al arsenal de la lucha revolucionaria (precisamente porque se inspira en las enseñanzas de la guerra popular prolongada del Partido Comunista de China, aplicadas creativamente a las realidades de Vietnam), esta «cantidad no se transformó en calidad». Es decir, debido a la influencia del revisionismo soviético y a las limitaciones de la dirección de Ho Chi Minh, persistieron una serie de malentendidos y errores en cuanto a la concepción del Partido, del Estado y del carácter de la revolución. La verificación es esencial; más que eso, es necesaria una verificación consecuente, guiada por o reflejada en un desarrollo teórico integral que, al tiempo que aborda los agudos problemas de la lucha de clases en un período dado, eleva la teoría-práctica revolucionaria en su conjunto. Se podría decir: pero esto es algo poco frecuente. Naturalmente, el marxismo es una ciencia, la ciencia más desarrollada que existe, ya que abarca como una unidad los ámbitos de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, y el desarrollo científico no es algo que pueda lograrse a costa de la liquidación. Trivializar la identificación de esta ciencia, que es también la cosmovisión del proletariado, con dirigentes concretos vulgariza en última instancia el carácter científico del marxismo-leninismo-maoísmo y el papel, tan insistentemente subrayado por el Presidente Mao, de la práctica y la investigación en el proceso del conocimiento.

Por lo tanto, las formulaciones del Partido Comunista de Brasil (P.C.B.) y del campo del que se ha convertido en heraldo en los últimos años, describiendo la ideología del proletariado internacional como «marxismo-leninismo-maoísmo, principalmente maoísmo – aportaciones de validez universal del Presidente Gonzalo», son erróneas. Como subrayan acertadamente los camaradas del Partido Comunista de la India (maoísta) en su crítica a la Liga Comunista Internacional (LCI), publicada en el número 2 de la revista «Lucha de Dos Líneas», tal terminología, «principalmente maoísmo», es«contraria a la comprensión de que la ideología proletaria es una entidad indivisible y que forma parte integrante de ella todo lo que se ha logrado hasta ahora universalmente mediante la práctica proletaria revolucionaria».

¿Por qué a Stalin nunca se le ocurrió hablar de «marxismo-leninismo, principalmente leninismo»? Por el contrario, definió el leninismo como el «marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria». Esto lo afirmó a principios de los años 20, cuando tanto la guerra imperialista como la Revolución de Octubre -la primera revolución proletaria victoriosa de la historia- eran una realidad.

Las formulaciones del P.C.B. van aún más lejos y, en la práctica, dan prioridad al camarada Gonzalo sobre el Presidente Mao a la hora de caracterizar el maoísmo. El hecho de que el P.C.B. asigna tres letras a las etapas del marxismo (mlm) y cinco letras a las aportaciones del «Presidente Gonzalo» (avupg) indica que, a todos los efectos, bajo el lema de «principalmente maoísmo», hay de hecho un prematuro secundario posicionamiento del papel del Presidente Mao. Aquí, «principalmente» equivale a «secundariamente». Esto también es evidente en el hecho de que se refieren al camarada Gonzalo, para todo el Movimiento Comunista Internacional, como «Presidente Gonzalo», cuando era presidente del PCP y jefe de la revolución peruana específicamente. A este respecto, los camaradas del PCI(M) tienen razón al afirmar que no es correcto hacer esto mientras se destaca el importante papel desempeñado por el camarada Gonzalo. Esto no es derechismo por parte de los camaradas indios; es atenerse a los criterios definidos en el propio marco del socialismo científico, con los que el propio Gonzalo estaría de acuerdo, pues siempre subrayó que, para él, «en esencia, el Pensamiento Gonzalo no es sino la aplicación del marxismo-leninismo- maoísmo a nuestra realidad concreta». («Entrevista con El Diario, 1988»).

Capítulo 2: ¿Optimismo histórico o frase revolucionaria?

En la intervención conmemorativa del 130 aniversario del nacimiento del Presidente Mao, el Frente Revolucionario de Defensa de los Derechos del Pueblo (cuyas declaraciones parecen alinearse ideológicamente con las formulaciones del P.C.B.) definió al mlm-avupg como «el marxismo del presente, de la era de las guerras populares y de la guerra popular global». Como puede verse, emplea la estructura establecida por el camarada Stalin al definir el leninismo como una nueva etapa del marxismo para caracterizar las «aportaciones de validez universal del Presidente Gonzalo». La propia definición aportada por el Presidente Gonzalo del maoísmo como tercera, nueva y superior etapa del marxismo-leninismo-maoísmo queda, de hecho, «superada» por la formulación anterior; al fin y al cabo, ¿qué quedaría de lo «superior» si ya no fuera suficiente para caracterizar la situación histórica general? Esta definición se reitera en varios otros documentos, y es evidente que en todos ellos, típicamente, se mencionan mucho más los trabajos del camarada Gonzalo que los del Presidente Mao. Teniendo en cuenta todo esto, sería más honesto, desde la perspectiva del Frente Revolucionario, defender las «aportaciones» como una nueva «etapa», ya que es ahí a donde conduce verdaderamente su planteamiento de la ideología del proletariado internacional.

Los camaradas deberían reflexionar sobre estas consideraciones, hechas en tono fraternal por los camaradas del PCI (M), acerca de la relación de universalidad y particularidad dentro de la formulación de «aportes de validez universal del Presidente Gonzalo». Incluso las críticas que en un principio puedan parecer injustas deben ser tenidas en cuenta y no desechadas de plano, sobre todo cuando proceden de fuerzas con una importante tradición revolucionaria. De hecho, la precipitación en calificar cualquier divergencia, externa o interna, como «línea derechista» es nefasta y, lejos de ser inédita, ha sido siempre uno de los rasgos más negativos del estilo de dirección de los líderes revisionistas.

En cuanto al fondo de la cuestión, si es que puede hablarse de separación entre mérito y método en este caso, revisemos la caracterización defendida por la intervención del Frente Revolucionario: «A su vez, el maoísmo, aportes de validez universal del Presidente Gonzalo, es el marxismo de la era de las guerras populares y de la guerra popular global«. ¿No queda meridianamente claro que sólo sustituyendo el análisis concreto de la situación concreta -esencia viva del marxismo- por un subjetivismo acérrimo se puede aceptar como válida semejante definición? No, definitivamente, ¡la «guerra popular global» no es el rasgo distintivo de nuestra época! Al contrario, esta época se caracteriza por el predominio de una contrarrevolución prolongada, con una intensificación de la agresión contra los pueblos oprimidos, una exacerbación de la explotación del proletariado tanto en los países imperialistas como en el Tercer Mundo, y el agravamiento de las tensiones interimperialistas que apunta hacia una nueva guerra mundial. En la superestructura, esto se expresa en la reactivación del fascismo, la continua influencia de las religiones y supersticiones sobre las masas, y la exacerbación del chovinismo y el racismo. Subestimar esta situación sería un error y, en última instancia, una traición, ya que dejaría a las masas desarmadas para enfrentarse a la furia vengativa de la reacción y a su tendencia intrínseca (inherente al imperialismo) hacia la reacción y la violencia generalizadas.

Estas condiciones, sin duda, crean un terreno fértil para las acciones de los revolucionarios y, en última instancia, sólo acercan el momento (desde una perspectiva histórica) en que los pueblos del mundo apretarán la soga al cuello de los imperialistas. También han desencadenado explosiones de masas en diversas partes del globo, así como indomables guerras de resistencia en el Tercer Mundo, entre las que destacan la Gloriosa Resistencia Palestina. Sin embargo, se trata de cuestiones distintas porque la iniciativa de masas por sí sola no es suficiente; necesita encontrar una dirección comunista que practique lo que Lenin denominó la «fusión» del movimiento obrero con la conciencia socialista. Esta perspectiva debe inspirar todos nuestros esfuerzos y sirve como garantía de que, por pequeño que sea un proceso, puede crecer y triunfar si se arma con una línea correcta, proporcionando amplias razones para fomentar nuestro optimismo materialista. No obstante, posibilidad no equivale a eficacia: para que la primera se transforme en la segunda, juega un papel decisivo la política, entendida como la capacidad de los comunistas para orientarse en cada momento, aplicando creativamente los principios generales a los giros bruscos y, en muchos aspectos, imprevisibles de la lucha de clases, así como su acierto a la hora de conectar con las masas. Al final, un camino difícil es más corto y menos doloroso que uno equivocado; de ahí que sea preferible una verdad amarga a su sustitución por la retórica revolucionaria, que el gran Lenin definió así: «Los eslóganes son magníficos, atractivos, embriagadores, pero carecen de fundamento: tal es la esencia de la fraseología revolucionaria”. (V.I. Lenin, «Sobre la frase revolucionaria», 1918.).

Durante la guerra antijaponesa, el Presidente Mao también combatió tanto la teoría de la subyugación nacional como la teoría de la victoria rápida, que conducían, aunque por caminos aparentemente diferentes, al mismo callejón sin salida.

Capítulo. 3: Historia y política, estrategia y táctica

En el plano internacional, la definición de que nuestra ideología debe calificarse de «mlm-avupg» se basa, como se ha visto, en la idea de que vivimos en la era de la «guerra popular mundial» y de la «ofensiva estratégica de la revolución proletaria mundial». La ofensiva estratégica se define en la citada Intervención del Frente Revolucionario con motivo del l30 aniversario del Presidente Mao:

«La definición de la Ofensiva Estratégica de la Revolución Proletaria Mundial (OERPM)expresaba, por un lado, en su base objetiva, la condición de profundización de la crisis general de descomposición del imperialismo, y por otro, en la esfera subjetiva, principalmente el ILA [Inicio de la Lucha Armada] en el Perú, el comienzo de la poderosa oleada de la RPM [Revolución Proletaria Mundial] que, con los Partidos Comunistas Militarizados, barrerá al imperialismo y a toda la reacción de la faz de la tierra». (Énfasis nuestro).

Ciertamente, no es sólo un mal estilo de escritura lo que explica el uso de tiempos diferentes para describir el mismo fenómeno: se habla de la OERPM como de un hecho concluido («expresaba»), cuya evidencia es una situación potencial («barrerá»). Se trata de una concepción errónea de la acción subjetiva, que confunde historia y política, estrategia y táctica. En cuanto a la base objetiva antes mencionada, desde Lenin, el imperialismo ha sido caracterizado como la etapa superior y final del capitalismo, parasitario, en descomposición y moribundo. El Movimiento Comunista Internacional siempre ha subrayado que la Revolución de Octubre inauguró una era compleja de guerras y revoluciones, que sin duda culminará con la victoria del socialismo. Se trata de una condición estructural del imperialismo, no de una situación específica ocurrida en 1980 o en 2020 — porque, a esta definición, dicha intervención aún añade que estamos viviendo un «nuevo período de revoluciones», que afirma sin explicar en ningún momento, excepto para decir que se caracterizó entre 2019-2022.

¿Será, según los compañeros, que la pandemia del Covid-19 fue una especie de octubre del siglo XXI?

Sin duda, la crisis general del capitalismo en su fase imperialista es la base sobre la que actúan los comunistas. Agita todas las contradicciones fundamentales de la época y lanza a las masas al torbellino de la lucha de clases. Pero esto no significa que la situación política en el mundo y en cada país no experimente cambios, ni que el triunfo de la revolución pueda predecirse para mañana. El propio Presidente Mao habló de la necesidad de diferenciar los períodos de desarrollo o estancamiento de las situaciones revolucionarias y de que aplicar tácticas idénticas a momentos diferentes sería desastroso para los revolucionarios. En el mismo lugar, dice: «Para que el Poder Rojo exista durante mucho tiempo y se desarrolle, además de las condiciones antes mencionadas, se requiere otra condición importante: la organización del Partido Comunista debe ser fuerte y su política correcta». (Presidente Mao, «Por qué puede existir el poder rojo en China», Volumen I).

Aquí, «política» es la palabra clave. No era el método de Marx, Lenin ni Mao derivar directamente las tácticas revolucionarias de principios abstractos, sino partir de la situación concreta. Fue Lenin quien, citando a Marx, subrayó un pasaje en el que éste afirmaba que «en los grandes procesos históricos, veinte años equivalen a un día, aunque luego haya días que concentren en ellos veinte años». (V.I. Lenin, «Karl Marx (Breve reseña biográfica con una exposición del marxismo)», 1914). Aquí se hace una distinción entre el tiempo histórico y el tiempo político, entre los períodos preparatorios y el ataque directo. Lenin también enfatizó, con respecto al establecimiento de consignas, que: «Toda consigna específica debe derivarse de la totalidad de las peculiaridades de una situación política dada (V.I. Lenin, “Sobre las consignas”, 1917), lo que no tiene nada en común con la mera repetición de principios generales para «resolver» los problemas de la revolución». En «Cartas sobre la táctica», también de 1917, Lenin distinguía objetivamente, y exigía la misma distinción, entre posibilidad y realidad: «Respondo: esto es totalmente posible. Pero un marxista, al considerar el momento, no debe partir de lo posible sino de lo real».

Sustituir la realidad por la posibilidad y, a partir de las posibilidades, derivar toda una línea de acción para el MCI (Movimiento Comunista Internacional) y en cada país, es una demostración de subjetivismo y un alejamiento de la orientación de los clásicos de que el análisis concreto de la situación concreta es el alma viva del marxismo. Otro punto importante es que esta confusión entre principios y consignas, estrategia y táctica, lleva a tratar la acción revolucionaria y la transición a formas superiores de lucha de clases como mera continuidad de la rutina, en un gradualismo que no ha sido capaz de cumplir sus propias definiciones. Tal subjetivismo se basa, en efecto, en la idea de guerra popular -tan perfecta y precisa en cada detalle, como todo lo que habita en el reino de las ideas-, patrón por el que se miden incluso las posiciones de los partidos comunistas que la adoptan.

Respecto a la definición del camarada Gonzalo de que, a partir de 1980, se inauguró la «ofensiva estratégica de la revolución proletaria mundial», creemos que no ha demostrado ser correcta, ni internacionalmente ni siquiera en el Perú. Aunque mañana estallara una revolución triunfante -lo que, lamentablemente, no parece eminente-, la separarían cuarenta y cuatro años de aquella formulación. Décadas que, de hecho, marcaron un resurgimiento de la contrarrevolución a escala mundial, el más complejo jamás enfrentado por el movimiento comunista en su historia, como ocurrió tras la pérdida del poder de la dictadura del proletariado en la República Popular China.

Tal definición, que extiende el concepto de guerra popular del Presidente Mao en China a una visión de todo el mundo contemporáneo, también yerra al sustituir la contradicción como fuerza motriz del desarrollo -y la contradicción es polar-, a saber, la díada revolución-contrarrevolución, en la que un aspecto puede convertirse en su opuesto, e incluso los que han perdido pueden recuperar lo arrebatado, durante un largo periodo en el que quedará sin resolver «quién derrotará a quién», por una tríada (del tipo tesis-antítesis-síntesis) que trata el desarrollo histórico como un sistema cerrado. Incluso la más larga de las guerras, comparada con la Historia, es un acontecimiento limitado tanto en el espacio como en el tiempo, con un principio y un final definidos, razón por la cual puede concebirse en términos de etapas identificables más o menos fijas. No ocurre nada parecido con el proceso histórico en general. Como nos enseñaron Marx y Engels, el comunismo, lejos de ser un fin, sólo marcará el comienzo de la verdadera historia humana, razón por la cual trasplantar un esquema bélico a su análisis en su conjunto es teóricamente erróneo y políticamente ineficaz, como lo es cualquier forma de trasplante, tan favorecida por el materialismo mecanicista.

La actitud hacia las décadas pasadas, y hacia la propia revolución peruana, es el mejor ejemplo de cómo las formulaciones del Frente Revolucionario están impregnadas de subjetivismo. En la misma intervención por el 130 aniversario del Presidente Mao, se dice:

«Por lo tanto, la OERPM brillantemente dirigido por el Presidente Gonzalo es en el que nos insertamos y desarrollamos. Como nos enseñó nuestro fundador, el Gran Karl Marx, una revolución, si es auténtica, engendra una poderosa contrarrevolución. La guerra popular en el Perú, al convertirse en el centro del RPM en la apertura de su etapa OERPM, atrajo hacia sí, en un momento en que el proletariado internacional reagrupaba sus fuerzas para preparar su contraofensiva tras la derrota de la GRCP y la restauración capitalista en China, una contrarrevolución particular y sin precedentes. Como también se dijo tras la derrota de la Comuna de París: la revolución ha muerto, ¡viva la revolución!». (Énfasis nuestro).

Ya hemos abordado la primera parte de la afirmación. Aquí subrayamos la extrema vulgaridad con que se trata el método de Marx, seguido por Lenin y Mao, reduciendo los acontecimientos políticos a meros arrebatos retóricos. Como es bien sabido, Marx no se limitó a declarar, tras la derrota de la Comuna, «¡Viva la revolución!». En una serie de obras, especialmente en «La guerra civil en Francia», llevó a cabo un brillante análisis político, quizá sin parangón hasta hoy, de los acontecimientos de la Comuna, de forma rica, detallada y concreta. Lo que distinguió a Marx y al método materialista dialéctico que fundó de los socialistas utópicos no fue el llamamiento a «viva la revolución» -ya que, después de todo, a pesar de sus errores conceptuales, anarquistas y blanquistas lucharon heroicamente en la Comuna-, sino más bien su increíble capacidad de abstracción teórica, combinada con una aguda perspicacia política, lograda mediante la aplicación coherente de la ley de la contradicción en la interpretación de fenómenos concretos. Sabemos que en «La guerra civil en Francia» Marx criticó meticulosamente los errores de los comuneros, como su fracaso en marchar sobre Versalles y no expropiar el Banco Nacional, y que Lenin estudió sus notas con intenso interés entre febrero y octubre de 1917, dando como resultado otra obra de gran agudeza y creatividad política, lejos de doctrinarismos, como su «El Estado y la revolución». En estos ejemplos, la teoría sirve para explicar la vida; no la vida para justificar la teoría.

El Movimiento Comunista Internacional, y en particular los camaradas peruanos que luchan por reorganizar el PCP (Partido Comunista del Perú), deben estudiar la experiencia de la guerra popular según el ejemplo de los clásicos. El Presidente Mao dijo que «el método analítico es el método dialéctico», y que «cuando decimos análisis, queremos decir analizar las contradicciones de las cosas» («Discurso en la Conferencia Nacional del Partido Comunista Chino sobre la labor de propaganda», 1957, Tomo V). También dijo que «debemos aprender con espíritu analítico y crítico, y no a ciegas, no copiarlo todo ni aplicarlo mecánicamente» («Sobre las diez relaciones principales»). Esto vale incluso para el estudio del propio Marx: «Lo que debemos estudiar es lo que pertenece al dominio de las verdades universales, y este estudio debe combinarse con la realidad china. Si introdujéramos cada frase, aunque fuera de Marx, entraríamos en una tremenda confusión» (Ibid). Prohibir la necesidad de cualquier análisis concreto de la revolución peruana y de las formulaciones del camarada Gonzalo; calificar de derechismo todo lo que no sea la defensa del bloque al 100%, situando exclusivamente en la correlación de fuerzas externas y la acción policial interna los duros golpes sufridos por este proceso, es violar los principios básicos del marxismo-leninismo maoísmo en el examen de los problemas.

Es importante subrayar, para que no haya dudas -aunque los ataques más vehementes sean inevitables- que la reducción del marxismo-leninismo-maoísmo a la repetición de verdades generales correctas a priori, sin la exigencia de aplicación y verificación en la práctica concreta, nunca fue defendida por el camarada Gonzalo, que, por el contrario, siempre buscó apoyar sus posiciones en fundamentos rigurosos. En varias ocasiones, y en particular durante el III Pleno del Comité Central (1992), combatió la tendencia a la mera repetición. Quienes actúan así, extrayendo del conjunto de formulaciones del camarada Gonzalo sólo las frases sintéticas, reduciendo el desarrollo del marxismo-leninismo-maoísmo tal como él lo propugnaba casi a un mero conjunto de consignas, se distancian y desacreditan su obra y la rica experiencia de la guerra popular en el Perú.

Capítulo. 4: Previsiones y perspectivas

Con este mismo espíritu analítico, debemos abordar la declaración del Presidente Mao de «50 a 100 años» utilizada por el P.C.B. y el grupo reunido en torno a él, como una de las validaciones del llamado OERPM. El Presidente Mao dijo:

«Los próximos 50 a 100 años más o menos, a partir de hoy, serán una gran época de cambios radicales en el sistema social del mundo, una época que sacudirá la tierra, una época con la que ningún período histórico anterior puede compararse. Viviendo en una época así, debemos estar preparados para librar una gran lucha, cuyas formas tendrán muchas características diferentes de las de épocas pasadas«. (De un discurso en una Reunión de Siete Mil Cuadros del PCCh, 1962). (Énfasis nuestro).

En primer lugar, hay que subrayar que esta cita no implica en absoluto que el Presidente Mao previera la muerte del imperialismo y el triunfo del comunismo en un plazo de cinco a diez décadas, la mitad de las cuales ya han transcurrido. Este nunca fue el método de Marx, Lenin o el propio Mao. Él dijo «más o menos» y subrayó el hecho de que, en el futuro, los comunistas deben estar preparados para librar una gran lucha, cuyas formas, subrayamos, «tendrán muchas características diferentes de las de épocas pasadas». En efecto, este prolongado período de contrarrevolución que se ha sucedido desde la restauración en China ha planteado (y sigue planteando) nuevos y muy complejos retos a los revolucionarios de todos los frentes, lo que exige asimilar críticamente su experiencia histórica anterior y comprender lo que de común y distinto tiene la época actual. En esto, el Presidente Mao estaba en lo cierto. Su afirmación, lejos de ser dogmática, es, como todo en sus escritos, profundamente antidogmática.

En segundo lugar, en cuanto a las condiciones en las que el Presidente Mao formuló esa perspectiva (y el método histórico marxista exige que toda formulación se sitúe en su contexto específico), creemos que es correcta la valoración que hacen los camaradas del PCI (M): «La valoración de que la revolución mundial triunfará en los próximos 50 a 100 años es una valoración subjetiva y va en contra de la realidad objetiva. No ha habido ningún país socialista en el mundo desde 1976. Cuando Mao dijo que podría lograrse en 50 o 100 años, estaba en lo cierto en las condiciones concretas de entonces. Lo dijo en el contexto del debilitamiento del imperialismo. El establecimiento de Estados socialistas, los partidos comunistas eran fuertes en varios países, Asia, África y América Latina eran los centros de tormenta con luchas de liberación nacional y revoluciones de nueva democracia, y las luchas proletarias estaban en curso en los países capitalistas-imperialistas». (Énfasis nuestro).

En realidad, Mao proyectó una perspectiva a largo plazo, que -como cualquier otra- sólo podía basarse en la correlación de fuerzas que existía en aquel momento. Sería erróneo tomarla como una fecha marcada en un calendario o una directriz operativa, por la sencilla razón de que el marxismo no es astrología, sino una ciencia abierta a la evolución de la vida. Lo que debemos captar de los clásicos, como dice el Presidente Mao, es su posición, su punto de vista y su método. Incluso ellos hicieron algunas predicciones erróneas porque, después de todo, no eran superhumanos que existieran fuera del tiempo. Lo que les distingue no es la infalibilidad, sino el hecho de que se equivocaban muy poco -incluso se podría decir que raramente, en comparación con la mayoría de la gente- y corregían sus errores rápidamente. Fue con este enfoque que Lenin juzgó algunas predicciones incumplidas de Marx y Engels:

«Sí, Marx y Engels se equivocaron a menudo y con frecuencia al determinar la proximidad de la revolución… Pero tales errores de estos gigantes del pensamiento revolucionario, que trataron de elevar y elevaron al proletariado del mundo entero por encima del nivel de las tareas mezquinas, cotidianas y triviales, son mil veces más nobles, grandiosos e históricamente valiosos y verdaderos que la vulgar sabiduría del liberalismo oficial…» (V.I. Lenin, «Prefacio a la correspondencia con Sorge y otros», 1907).

Sin duda, la perspectiva (histórica) del Presidente Mao, como la de Marx y Engels a la que se refirió Lenin, está muy por encima de la bajeza del liberalismo -y de sus acólitos oportunistas- que proclama la eternidad del capitalismo, aunque algunas de sus predicciones (políticas) no se hayan desarrollado como imaginaban. En este sentido, es ciertamente correcto. Sin embargo, esto no debe confundirse con la actitud de tratar los textos marxistas clásicos como recetas. Al igual que Lenin se refirió a los errores de Marx y Engels, el Presidente Mao mencionó ocasionalmente los errores del camarada Stalin. Si no se observan estos criterios, no quedaría nada de la advertencia de Marx de que un auténtico partido revolucionario se distingue por su capacidad de autocrítica.

Siguiendo con este tema, debemos rechazar el énfasis que los camaradas del P.C.B. ponen en la oposición «optimismo vs. pesimismo» para abordar los complejos problemas de la revolución proletaria mundial y sus previsiones y perspectivas. Este nunca ha sido el planteamiento de los clásicos del marxismo. Ellos siempre opusieron el materialismo al idealismo, la dialéctica a la metafísica, el marxismo al revisionismo. Lucharon con igual intensidad contra los que pretendían renunciar a las grandes luchas y contra los que actuaban con aventurerismo. El optimismo general, desvinculado de la política de clases, es una cuestión subjetiva, no necesariamente ligada a una cosmovisión científica: los religiosos que creen en el inminente retorno del mesías pueden ser profundamente optimistas y capaces de grandes hazañas en la defensa de su ideología. Así, por ejemplo, el análisis de Mao sobre el carácter prolongado de la guerra revolucionaria en China parecía más acertado que el de quienes defendían «con optimismo» la posibilidad de una victoria rápida. Los anarquistas también piensan que es posible abolir las clases sociales al día siguiente del triunfo de la revolución, y no podemos más que reírnos de tal «optimismo». Como podemos ver, simplemente no es posible medir una posición basándose en criterios tan subjetivos. Hacer hincapié en este terreno despolitiza la lucha ideológica en el seno del partido y del MCI, y se aparta de la afirmación del Presidente Mao de que «no tener un punto de vista político correcto es como no tener alma».

El núcleo de la lucha ideológica debe ser, por tanto, la política, la base firme sobre la que se pueden poner a prueba las ideas. Para un materialista consecuente, ¿qué puede haber más alentador y estimulante que la conversión de ideas correctas en prácticas concretas? Por el contrario, la divergencia persistente entre la realidad y la representación sólo fomentará, más allá de la repetición ciega, el escepticismo.

SEGUNDA SECCIÓN: PARTIDO COMUNISTA Y REVOLUCIÓN EN BRASIL

Capítulo. 5: Reconstitución, pensamiento guía y guerra popular

Como sabemos, fue el camarada Gonzalo quien formuló la idea de que toda revolución genera un Pensamiento Guía, que sustenta el Liderazgo. Partiendo de la definición del PCCh en 1945 de que se guiaba por «el marxismo-leninismo y las ideas de Mao Tsetung» -cuestión que debería ser objeto de futuros estudios para determinar qué identifica y qué separa la formulación original de los camaradas chinos de su teorización por los camaradas peruanos-, el Presidente del PCP afirmó en su intervención en el Primer Congreso, celebrado en 1988, ocho años después del inicio de la guerra popular:

«Sólo con el proceso de la Fracción Roja del PCP, a fines de la década de 1970, este importante desarrollo ideológico del maoísmo, a saber, los conceptos de pensamiento rector y dirección, fue plenamente comprendido, aplicado con decisión y desarrollado por el Presidente Gonzalo, iniciando y dirigiendo la guerra popular en el Perú. La plena comprensión de este tema y su completa definición fue producto de esta guerra y fue presentada al mundo en el Primer Congreso del PCP (1988).» (Énfasis nuestro).

En otras palabras, la propia ortodoxia de la corriente que defiende «principalmente el maoísmo con aportaciones universalmente válidas del Presidente Gonzalo» predica la inseparabilidad del pensamiento orientador y la guerra popular: el primero como producto de la segunda, la segunda como confirmación del primero. El camarada Gonzalo, en la entrevista concedida a «El Diario» reitera: «Esto antes se llamaba pensamiento orientador; y si hoy el Partido en el Congreso sancionó el pensamiento gonzalo, es porque se produjo un salto en este pensamiento orientador,precisamente en el desarrollo de la guerra popular«. (Énfasis nuestro).

Para el camarada Gonzalo son cuestiones inseparables: Reconstitución y Guerra Popular; Guerra Popular y pensamiento rector nombrado. El inicio de la GPP (Guerra Popular Prolongada) es lo que confirma y sella la reconstitución del Partido; la guerra popular es lo que confirma y sella, al nombrarla, el pensamiento rector del Partido y de la Revolución. ¿No es evidente que un planteamiento teórico y práctico distinto, que, por ejemplo, considerara estos tres aspectos de manera inconexa, sería una revisión de la propia concepción proclamada como el «marxismo de nuestro tiempo»? ¿No es evidente que la sustitución de la confirmación de dicho «pensamiento rector» en el curso de la guerra revolucionaria por cualquier vaga referencia a la «intervención en la lucha de clases» sería distinta y opuesta a las formulaciones del propio camarada Gonzalo? ¿Cómo ha abordado el P.C.B.-FV estas cuestiones en sus documentos a lo largo de los años? ¿Ha habido cambios de principios en sus planteamientos en sus escritos? En caso afirmativo, ¿han sido debidamente explicados y justificados? ¿No es un signo inequívoco de subjetivismo pretender haber resuelto ya, antes incluso de empezar, todas las etapas futuras de la lucha de clases en todos los aspectos, y ver en tales «profecías» la confirmación misma de lo que aún no ha ocurrido? ¿Cómo pueden los camaradas del P.C.B. responder a estas preguntas, no ante sus críticos, sino ante sus propios miembros?

Capítulo. 6: Guerra y política

En el documento de 2014 «Guerra popular y revolución», el entonces P.C.B.-FV afirma:

«Así, la guerra popular no es sólo la teoría o la doctrina militar integral y armónica del proletariado, es más que eso; es la política y la concepción del poder proletario».

A este respecto, destacamos brevemente:

  1. Al decir que maoísmo = guerra popular, la cosmovisión marxista-leninista-maoísta se reduce a una forma específica de lucha (la guerra es la forma suprema de lucha entre clases o naciones, ni más ni menos que esto). Esto viola la relación entre guerra y política.
  2. Reduce las contribuciones del Presidente Mao a la filosofía marxista, la economía política marxista y el socialismo científico a sólo una parte del socialismo científico (concretamente, la concepción de la Guerra Popular).
  3. Consecuencia: Al reducir la totalidad de la obra del Presidente Mao a la Guerra Popular, se rompe la unidad del marxismo-leninismo-maoísmo, reduciéndolo a una línea militar.
  4. Pone al ejército en el centro del poder político en lugar de a las organizaciones de masas. Tal concepción viola la relación correcta entre el ejército y el pueblo. Como siempre reiteró el Presidente Mao, el papel de las fuerzas armadas es apoyar, sostener y defender el poder popular. En China, concretamente, este nuevo poder se ejercía en las bases de apoyo; del mismo modo, en la Unión Soviética, el papel del Ejército Rojo era servir al gobierno soviético, como subrayó Lenin en repetidas ocasiones, como organización estatal de la alianza obrero-campesina.
  5. Se socava el papel del Partido Comunista, que a su vez se reduce de ser el «destacamento de vanguardia del proletariado» el «cerebro de la clase» a una organización militar, con graves implicaciones organizativas para las relaciones internas y externas, el centralismo democrático y la lucha de dos líneas.
  6. Demuestra incoherencia, ya que este desarrollo se presenta sin una base objetiva que lo sustente, salvo en el terreno de las ideas. Esto es profundamente incoherente con la lógica interna de su propia argumentación. – Sea como fuere, las armas no son el antídoto contra las ideas incorrectas.

Ni el Presidente Mao ni el camarada Gonzalo plantearon nunca las cosas en esos términos. En la sección titulada «Guerra y política» de Sobre la guerra prolongada (1940), el Presidente Mao dice:

“‘La guerra es la continuación de la política’. En este sentido, la guerra es política, y es en sí misma una acción política. Nunca ha habido una guerra, desde la antigüedad, que no tuviera un carácter político (…) En resumen, la guerra no puede separarse de la política ni siquiera un instante de la política. Toda tendencia entre los militares antijaponeses a menospreciar la política, aislando la guerra de ella y abogando por la idea de que la guerra es algo absoluto, es errónea y debe ser corregida”.

El punto central aquí es: toda guerra es política en el sentido de que posee un carácter político. Clausewitz ya subrayó esto, y fue en este sentido que sus ideas fueron incorporadas, criticadas y superadas por el marxismo. Aislar la guerra de la política, verla como algo absoluto -es decir, como un fin en sí mismo- es una tendencia errónea. Pero, para no dejar ninguna ambigüedad, el Presidente Mao continúa, poco después:

«Pero la guerra tiene sus propias peculiaridades; en este sentido, no es equivalente a la política en general. La guerra es la continuación de la política por otros medios». Cuando la política alcanza una determinada fase de su desarrollo, más allá de la cual ya no puede avanzar por los medios habituales, estalla la guerra para eliminar el obstáculo en el camino. (…) Cuando se elimine el obstáculo y se alcance el objetivo político, la guerra terminará. Mientras no se elimine completamente el obstáculo, la guerra debe continuar hasta que se alcance el objetivo». (Énfasis nuestro).

Como puede comprenderse, la guerra como fenómeno específico no es equivalente a la política en general -y, naturalmente, en un sentido lógico y dialéctico, esto significa también que la política no es equivalente a la guerra en general. La guerra es un medio para alcanzar un fin concreto, no el fin en sí mismo. De ahí el error, con implicaciones potencialmente graves, de hablar de la guerra como «concepción y política del poder del proletariado».

Cuando el documento dice que la guerra popular no es «sólo» la doctrina militar integral del proletariado -es asombroso que esto se considere insuficiente- contradice al propio camarada Gonzalo. En su intervención en el Primer Congreso del CPP en 1988, en el apartado titulado «Guerra Popular», afirma:

«La teoría militar del proletariado internacional. Esto está claro, y lo reconocen incluso los estrategas reaccionarios. (…) ¿Cómo se resume en dos palabras la teoría militar del proletariado? Guerra popular, creo yo. (…) Cada clase en la historia genera su propia forma de hacer la guerra; la burguesía generó la suya, y sin generarla no habría podido triunfar. Napoleón, en este sentido, hizo bastante». (Énfasis nuestro).

Ahí está: es el propio camarada Gonzalo quien define la guerra popular como la «teoría militar del proletariado» y la enfatiza como la forma de hacer la guerra del proletariado, al igual que la burguesía, en su momento, produjo su propia forma de guerra. En resumen: sin guerra popular, la revolución no puede triunfar; sin embargo, la revolución es algo mucho más amplio que la guerra popular, ya que es el fin al que se subordina la guerra como medio. Por eso sorprende que se intente desacreditar las críticas a esa tesis «innovadora» calificándolas de «derechismo», «avakianismo», etc., a no ser que se sostenga que el propio camarada Gonzalo sería considerado como tal. Este es el método infalible de los fariseos: no responder a los argumentos, sino descalificar a los críticos, dejando a la gente demasiado intimidada para reflexionar.

Capítulo. 7: El carácter del partido y el centralismo democrático

Si se toma el fenómeno militar como un fin en sí mismo, es natural que la forma superior de organización de la clase obrera no sea el Partido, sino el ejército. El proceso del P.C.B., sin embargo, no lo hace a la manera del revisionismo armado latinoamericano, colocando abiertamente a la organización militar en el centro. Formalmente, se afirma que el Partido es el centro. Sin embargo, es el propio Partido el que se reduce a una organización militar.

En primer lugar, veamos los aspectos más generales de la cuestión. En la intervención con motivo del 130 aniversario del Presidente Mao, se afirma:

«La Comintern sólo pudo cumplir su papel de Estado Mayor del proletariado internacional y desarrollar la revolución cuando fue capaz de aplastar decisivamente al revisionismo, tanto teórica como prácticamente, a lo largo de los años 30, convirtiéndose en una verdadera máquina de guerra para la revolución proletaria mundial en la derrota del fascismo».

Aquí hay dos problemas. El primero es la defensa a ultranza de la experiencia de la Comintern, haciendo caso omiso de la apreciación general del Presidente Mao de que era necesario distinguir entre los aspectos positivos y negativos de su experiencia, así como de la dirección del camarada Stalin. A este respecto, el Presidente Mao dijo – Presidente Mao, «Sobre las diez relaciones principales«, 1956:

«En el pasado, cuando los dogmáticos dirigidos por Wang Ming estaban en la dirección, nuestro Partido cometió errores en este sentido al asimilar el lado negativo del estilo de trabajo de Stalin. Socialmente, rechazaron a las fuerzas intermedias, y dentro del Partido, no permitieron que otros corrigieran sus errores sin dejar de hacer la revolución».

Aquí, el Presidente Mao conecta la lucha interna contra las desviaciones dogmáticas en el PCCh con aspectos negativos de la dirección de la Comintern en los años 30. Esto es lo que dijo al referirse, en «Sobre la cuestión de Stalin», a ciertos «malos consejos» dados por el camarada Stalin. Esta valoración -que el camarada Stalin fue un gran marxista leninista, con un 70% de aciertos y un 30% de errores concentrados en el manejo de la dialéctica y su aplicación a la vida social y del Partido- se ha convertido en una valoración clásica dentro del marxismo-leninismo-maoísmo y fue aceptada por el camarada Gonzalo. En este sentido, es un error considerar al Presidente Mao como un mero continuador de la obra del camarada Stalin.

A partir de aquí, llegamos al segundo punto: en la lucha contra el dogmatismo en el PCC, el Presidente Mao hizo avanzar la teoría del Partido Comunista, aplicando la ley de la contradicción para establecer correctamente la relación entre democracia y centralismo, y la lucha de dos líneas. Como sabemos, desarrolló estos conceptos durante la lucha a vida o muerte contra el dogmatismo en el PCC, dogmatismo que casi condujo a la liquidación del Ejército Rojo y del propio Partido. Esta lucha duró muchos años y culminó en la campaña de rectificación de los años cuarenta. De hecho, los temas de la democracia y el centralismo, la relación entre dirigentes y dirigidos y la lucha de dos líneas en el seno del Partido ocuparon sus reflexiones hasta el final de su vida. En el pensamiento del Presidente Mao, el desarrollo de la dialéctica es inseparable de la lucha contra el formalismo dentro del Partido. En el contexto específico de los años 30, éste fue el objetivo principal de sus «flechas». Resumiendo esta experiencia, los camaradas del PCI (M) afirman correctamente:

«Desde el momento en que Mao asumió la dirección del PCCh, hizo todo lo posible por desarrollar el Partido siguiendo líneas verdaderamente leninistas. Debido a la dominación de líneas incorrectas anteriores, en particular la tercera línea oportunista ‘izquierdista’ de Wang Ming, hubo varias desviaciones en el funcionamiento del Partido. Debido al entendimiento sectario, no había normas de funcionamiento del centralismo democrático, sino un enfoque completamente equivocado de la lucha de dos líneas. Se tomaban decisiones sin consultar, sin la participación de los cuadros del Partido, y se manipulaban las sesiones de los plenos y otras reuniones. La lucha de dos líneas no se llevó a cabo abiertamente, y muchos representantes de otros puntos de vista fueron acosados y castigados. Debido al dogmatismo, no se aplicaba la línea de masas. Mao hizo todo lo posible por corregir estas desviaciones y también por construir foros y organismos adecuados. En el proceso, Mao también aclaró y desarrolló muchos conceptos organizativos. También trató de corregir los malentendidos que habían crecido dentro del movimiento comunista internacional y dentro del PCUS bajo la dirección de Stalin». (PCI (M), Curso Básico de Marxismo-Leninismo-Maoísmo, traducido al español por el blog Cultura Proletaria).

Es importante subrayar que el énfasis del Presidente Mao en la lucha contra el revisionismo como el principal peligro en los años 50 y 60, históricamente hablando, no excluye la necesidad de luchar contra el dogmatismo, el sectarismo y otras desviaciones, y que éstas pueden ser el principal enemigo en un contexto específico dado. Tampoco hay que considerar el dogmatismo como una especie de mal menor, como si errara al «salvaguardar» los principios, mientras que los revisionistas «violan» los principios. Este sería un punto de vista totalmente ajeno al materialismo dialéctico. Como afirma acertadamente el Presidente Mao, el «marxismo» dogmático es antimarxismo. Véase en Obras Escogidas, Volumen I, de las Ediciones en Lenguas Extranjeras de 1971, la nota 6 al texto «Cuestiones estratégicas de la guerra revolucionaria en China», donde se afirma el grave daño causado a la revolución por la línea oportunista de izquierda de Wang Ming: «Esta errónea línea ‘izquierdista’ dominó el Partido durante un período particularmente largo (cuatro años), causando gravísimos daños al Partido y a la revolución. Sus desastrosas consecuencias fueron: se perdió aproximadamente el 90% de los miembros del Partido Comunista de China, las fuerzas del Ejército Rojo y el territorio de las bases del Ejército Rojo; decenas de millones de personas en las bases revolucionarias fueron sometidas a la brutal represión del Kuomintang, y se retrasó el progreso de la revolución china». Este es el carácter «menos peligroso» del dogmatismo… Hablando de la noción de ortodoxia en el marxismo, que no tiene nada que ver con tratarlo como un «artículo de fe», Lenin dijo a finales del siglo XIX:

«No creamos que la ortodoxia permite la aceptación de cualquier cosa como artículo de fe, que la ortodoxia excluye la aplicación crítica y el desarrollo continuo, que permite que las cuestiones históricas queden oscurecidas por esquemas abstractos. Si hay discípulos ortodoxos que caen en estos pecados verdaderamente graves, la culpa recae exclusivamente sobre ellos, y no sobre la ortodoxia, que se caracteriza por cualidades diametralmente opuestas» (V.I. Lenin, «El desarrollo del capitalismo en Rusia«, 1898).

Sobre la base social de este dogmatismo, como manifestación de la «mezcla» de elementos pequeñoburgueses y proletarios en el seno del Partido, Lenin, después de Octubre, dijo:

«La fraseología revolucionaria es más a menudo una enfermedad de los partidos revolucionarios en circunstancias en que estos partidos establecen, directa o indirectamente, la conexión, la unión y la mezcla de elementos proletarios y pequeñoburgueses» (Lenin, «Sobre la frase revolucionaria«, 1918).

El Presidente Mao, en la lucha decisiva contra el dogmatismo dentro del PCCh, también hizo hincapié en su carácter de clase:

«Si no se frena y corrige el fanatismo de los revolucionarios pequeñoburgueses y su visión unilateral de las cosas, puede generar fácilmente subjetivismo y sectarismo, una de cuyas expresiones es el estilo cliché extranjero o estilo cliché del Partido». (Mao, «Contra el estilo cliché del Partido», 1943).

La cuestión de la base social es, por tanto, inequívoca. Aunque los dogmáticos a menudo hablan en voz alta del proletariado y practican un estrecho exclusivismo tanto dentro como fuera del Partido, sus miembros típicos son elementos intelectualizados de la pequeña burguesía, con conexiones limitadas con las masas. Cuando interactúan con las masas, o con los jóvenes militantes del movimiento revolucionario, suele ser sólo para dar órdenes y dominarlas.

«En efecto», dice el Presidente Mao, es fácil para los dogmáticos presentarse como marxistas, asombrar, someter y poner bajo su influencia a cuadros de origen obrero y campesino, que no pueden discernir fácilmente su verdadera naturaleza. Asimismo, pueden asombrar y someter a la juventud ingenua e inexperta» (Mao, «Rectificar el estilo de trabajo en el Partido», 1942). Y este autoritarismo estrecho se justifica, por supuesto, ¡con respetables referencias a la «disciplina proletaria»!

Donde prevalece el dogmatismo, no puede haber aplicación de una línea de masas correcta, ni puede observarse adecuadamente la relación entre dirigentes y dirigidos dentro del Partido. De hecho, el dogmatismo fomenta todo tipo de desviaciones económicas y empíricas, e incluso la corrupción y el liberalismo en las relaciones, ya que es completamente incapaz de comprender o procesar lo que ocurre a nivel de base. Mientras se repitan el ABC y el 123 de la política oficial, se tolera todo lo demás, porque los dogmáticos sólo se fijan en los aspectos superficiales de las cosas. Dogmatismo y empirismo son como las dos caras de una misma moneda: «Si superamos el dogmatismo, los camaradas con experiencia práctica encontrarán buenos maestros que les ayuden a elevar los conocimientos adquiridos a través de la experiencia al nivel de la teoría, evitando así errores de naturaleza empírica». (Mao, ídem).

En cuanto a la relación entre centralismo y democracia, el Presidente Mao siempre los trató como inseparables, con el centralismo como directriz y la democracia como fundamento. Dijo al respecto «Sin democracia, no puede haber un centralismo correcto, porque las opiniones divergentes y la falta de un entendimiento unificado hacen imposible establecer el centralismo». ¿Qué significa centralismo? Ante todo, es una centralización de ideas correctas a partir de la cual podemos lograr la unidad de comprensión, la unidad en la política, en los planes, en el mando y en la acción. Esto se llama unidad centralizada. Si la gente aún no comprende los problemas, si no ha expresado sus opiniones o desahogado sus frustraciones contenidas, ¿cómo puede establecerse la unidad centralizada? Sin democracia, no hay manera de sintetizar correctamente la experiencia». (Mao, Intervención en una Conferencia ampliada del PCCh sobre el trabajo, 1962).

También se opuso a sustituir los foros por la voluntad exclusiva del primer secretario:

«Nuestro centralismo se basa en la democracia; el centralismo proletario se basa en una amplia democracia. Los comités del Partido a todos los niveles son organismos que ejercen una dirección centralizada. Pero la dirección de los comités del Partido es una dirección colectiva. (…) Las decisiones no pueden tomarse arbitrariamente por la sola voluntad del primer secretario. (…) En los comités del Partido, el centralismo democrático es el único método que debe emplearse. La relación entre el primer secretario y los demás secretarios y miembros del comité debe regirse por el principio de la subordinación de la minoría a la mayoría. Por ejemplo, en el Comité Permanente y en el Buró Político del Comité Central, sucede a menudo que me someto a los demás cuando desaprueban mis opiniones, sean o no correctas, puesto que son la mayoría». (Ibid).

Como es evidente, cuando el Presidente Mao se opone a la sustitución de los comités del Partido y los órganos de trabajo afines por la «voluntad exclusiva del primer secretario», se refiere atodos los niveles, desde la dirección hasta las bases, y se refiere a sí mismo dentro del Comité Permanente y el Buró Político del Comité Central. No se trata de meros «oyentes», cuyo papel es refrendar lo que diga el gran líder, ni las sesiones de los diversos comités del Partido son meros organismos de ejecución de las órdenes emitidas por otros pequeños dirigentes. Un ambiente así sería completamente tóxico, en el que la lucha ideológica activa se vería desalentada, cuando no totalmente bloqueada. Por el contrario, como pequeña sociedad, prototipo de la sociedad comunista por la que luchamos, el Partido Comunista debe ser simultáneamente un organismo de investigación, formulación, deliberación, ejecución y verificación. Debe unirse para el combate mediante la democracia interna, desatando todo el entusiasmo y la capacidad revolucionaria de sus cuadros, militantes y amplias masas. Esto no socava la capacidad de combate del Partido; al contrario, sin un entorno así, se hace imposible.

En contraste con el Presidente Mao, el mencionado documento «Guerra Popular y Revolución» defiende la «construcción concéntrica» de Partido, ejército y frente en los siguientes términos:

«Esto implica que el Partido Comunista, como encarnación de la ideología científica del proletariado aplicada a las condiciones concretas de un país determinado y de su revolución, dirige todo, encarnando la centralización de la dirección revolucionaria, como dirección del Partido y de la revolución, en medio de las luchas del conflicto de clases y de la lucha de dos líneas por forjar y fortalecer la izquierda y la hegemonía proletaria a lo largo del proceso.» (Énfasis nuestro).

¿Qué ocurre con el Comité Central del Partido Comunista, así como con sus demás órganos colectivos, si la dirección se sitúa por encima de ellos? ¿Qué ocurre con la concepción proletaria del centralismo democrático si se sustituye el principio de dirección colectiva por el principio de dirección personal?

En el documento «Lenin y el Partido Comunista Militarizado», publicado en 2018, el entonces P.C.B.-FV ilustra su concepción de un partido militarizado de la siguiente manera:

No hay otra interpretación posible de esta imagen: en el centro del Partido Comunista no está el Comité Central (y por encima de él, naturalmente, el Congreso) como máxima autoridad del Partido, sino un individuo, la Dirección. Ahora bien, ¿qué hay de nuevo en esto, comparado con las viejas prácticas de los partidos revisionistas? ¿Acaso no fue la lealtad ciega al líder lo que hizo que los cuadros y dirigentes históricos se plegaran a los dictados de un Jruschov o un Hua Guofeng, cuando en tales casos el deber imperativo de los comunistas era oponerse a tales dirigentes? ¿Alguien en su sano juicio afirmaría que ese seguidismo pernicioso, que se dio en esos partidos, no podría volver a repetirse en el futuro? Y qué decir de la traición del «Presidente» Prachanda en Nepal, con todas sus formulaciones sobre el «Camino de Prachanda» -cuya incuestionable autoridad desempeñó un papel importante en el fin de la guerra popular debido a su postura capituladora-, ¿no es también una cruda advertencia contra tal concepción?

Los camaradas del PCI (M) tienen razón -y ciertamente tienen amplia experiencia de las posibilidades y desviaciones que pueden surgir en las relaciones internas del Partido y en sus relaciones con las masas en un escenario de guerra- cuando señalan, en su crítica a la LCI:

«Sin una dirección centralizada basada en la democracia, es imposible rectificar las líneas políticas erróneas y otros errores. Si los cuadros de los distintos niveles inferiores no participan en la aplicación creativa de las decisiones del Comité Central/de los comités superiores a las condiciones concretas del movimiento y en la toma de decisiones más allá de las cuestiones de su dominio, no entenderán esas decisiones… Su entusiasmo disminuye a medida que aumenta el número de los alejados de las decisiones. No pueden aplicarlas eficazmente. Carecen de la fuerza necesaria para movilizar a la gente de su base para luchar. Por esta misma razón, nos oponemos al culto a la personalidad, al mando y al favoritismo».

Desgraciadamente, en ningún documento los camaradas del P.C.B. aclaran las implicaciones de sus concepciones teóricas para el funcionamiento orgánico del Partido Comunista y el ejercicio del centralismo democrático en su seno. Lo que podemos deducir, basándonos en la experiencia histórica, es que si esas concepciones prevalecen, inevitablemente generarán autoritarismo en la dirección y pasividad en las bases. La gente se siente intimidada para criticar al primer secretario -a todos los niveles-, porque es lógico pensar que alrededor del «gran líder» hay todo un sistema de líderes medianos y pequeños -que concentran un poder excesivo-. En tal situación, se hace imposible reunir ideas correctas o practicar verdaderamente la crítica y la autocrítica. Desprovistas de carácter ideológico-político, la crítica y la autocrítica se convierten en meros plebiscitos para refrendar resoluciones indiscutibles dictadas desde arriba. En un ambiente así, ajeno a las concepciones del maoísmo, ocurrirá una de dos cosas: o la gente permanecerá callada, pasiva ante los problemas, o cuchicheará en los pasillos. Aparentando ser «monolítico» -concepción que, como sabemos, defendían los seguidores de Enver Hoxha-, un partido así carece en realidad de verdadera unidad.

Capítulo 8: La táctica de la revolución brasileña

Ese estilo subjetivista en el estudio, sectario en las relaciones internas y externas y tópico en la propaganda no podía dejar de manifestarse en el tratamiento de las cuestiones internas del país.

En el análisis de la historia de Brasil, sólo muy recientemente el P.C.B. destacó el papel de la esclavitud en nuestra formación socioeconómica; incluso entonces, la subordinó a las relaciones feudales, lo que ignora el hecho de que durante todo el período colonial, que se extendió al primer y segundo reinados, la clase dominante estaba formada por terratenientes y esclavistas. Con la caída de la esclavitud, cayó también la monarquía. Incluso el desarrollo del capitalismo, concentrado en Río y São Paulo, si bien tuvo como fuente exógena las exportaciones de capital angloamericano, encontró su base endógena de acumulación en el café, cosechado principalmente por manos negras. El papel del sistema de plantaciones y de la esclavitud americana -incluyendo específicamente la brasileña- en el desarrollo capitalista fue reconocido y ampliamente estudiado por Marx, quien tempranamente afirmó que «la esclavitud es una categoría económica de la mayor importancia» – K. Marx, «La pobreza de la filosofía», 1846.

Es evidente que, sobre todo en el interior del país, en regiones no directamente vinculadas a la economía agraria de exportación, existían otros modos de producción, en particular el sistema feudal, practicado, por ejemplo, en las misiones jesuíticas (que, como era de esperar, siempre mantuvieron tensas relaciones con el gobierno colonial hasta que fueron disueltas por el Marqués de Pombal). Sin entender estas cuestiones, es imposible estudiar la especificidad de la colonización portuguesa en América del Sur, de la que heredamos, entre otras cosas, un territorio de tamaño continental, fuertemente centralizado. Si uno se limita a copiar lo que el camarada Gonzalo dijo sobre el capitalismo burocrático en Perú, no puede entender correctamente la formación del proletariado brasileño (predominantemente negro); las profundas desigualdades regionales en un país de dimensiones continentales; el peso relativamente mayor de las grandes ciudades del litoral, en comparación con otros países del Tercer Mundo (en Perú, por ejemplo, sólo existía Lima como metrópoli); o sus repercusiones en la superestructura, como el racismo y sus manifestaciones en diferentes aspectos de la vida brasileña, las favelas hacinadas y las cárceles superpobladas, pero también la samba y otras expresiones culturales genuinas de nuestro pueblo. Naturalmente, esta situación se reflejó en los debates dentro del pensamiento nacional brasileño, fuertemente influenciado por los comunistas, que tienen una gran tradición teórica sobre el asunto, destacándose Nelson Werneck Sodré. Presentamos esto brevemente porque en breve publicaremos un documento que fue utilizado en la lucha interna para sustentar estas posiciones, documento que fue impedido de circular entre los militantes, el cual, más allá de su mérito intrínseco, constituye una prueba documental, fáctica e indiscutible del bloqueo a la lucha de dos líneas dentro de las organizaciones revolucionarias impuesto por la dirección del P.C.B.. De hecho, éste fue sólo un episodio entre muchos otros. Como ha ocurrido a menudo en la historia, los «paladines» de la «disciplina» son los primeros en violarla cada vez que sus perjudiciales intereses de grupo parecen amenazados. «Pero esto es sólo una cuestión histórica», dirá alguien. A lo que respondemos, en primer lugar, que hacer una valoración sistemática de la historia del propio país forma parte inseparable de la necesidad, más predicada que comprendida, de «aplicar verdades universales a la realidad concreta»; y en segundo lugar, que si semejante comportamiento deshonesto se observa en temas erróneamente considerados de «poca importancia», ¡qué se puede esperar ante divergencias de línea política!

El subjetivismo, que consiste en la mera transposición de afirmaciones y formulaciones generales sin la debida conexión con la situación actual, también se manifiesta en la táctica política. En este terreno, vemos claramente lo que ya hemos destacado del Presidente Mao: que el dogmatismo y el empirismo van de la mano. En efecto, la táctica del P.C.B. oscila entre el economicismo y el doctrinarismo. No existe una lucha política abierta en torno al marxismo-leninismo-maoísmo entre las masas, incluida la intelectualidad. Incluso en las universidades, la atención se centra en las luchas económicas y reivindicativas, con la noción errónea de que todo lo relacionado con el marxismo debe abordarse sólo clandestinamente. Esto ignora la situación concreta y el hecho de que un partido revolucionario debe combinar el trabajo abierto y secreto, legal e ilegal, basado en las costumbres sociales. Como resultado, grandes segmentos de la juventud radicalizada son arrastrados por la propaganda «marxista» de los revisionistas.

Esta concepción semiclandestina hace que los discursos y escritos ideológicos sean áridos, casi incomprensibles salvo para los iniciados. Independientemente de la audiencia, se dicen las mismas cosas en los mismos términos. La politización se entiende prácticamente como mera radicalización de la lucha económica. La formación política de las bases del movimiento es insuficiente, ya que sólo se les abordan temas generales, raramente vinculados a la situación del país. Incluso esto es a menudo una mera formalidad, con las campañas internacionales convirtiéndose en un ejercicio rutinario de reunir a un puñado de activistas para una sesión de fotos, sin ninguna utilidad real para el avance de la conciencia política o la de la base circundante. Durante años, la consigna de boicotear las elecciones enarbolada por los camaradas del Frente Revolucionario (doctrinario perteneciente al mismo campo teórico que criticamos aquí) ha sido: «¡No a las elecciones! Sí a la guerra popular!» – copiando una consigna enarbolada por el CPP en un momento en que la guerra popular había alcanzado un equilibrio estratégico. Oponerse al actual sistema político con la idea de la guerra popular es un error y una forma completamente ajena de expresar una auténtica línea de masas. Tal planteamiento no puede sensibilizar a las amplias masas trabajadoras. Generalmente, sólo un sector de elementos pequeñoburgueses intelectualizados puede ser polarizado por tal propaganda. En cuanto a las formas de lucha, no hay una diferenciación adecuada entre la ciudad y el campo.

Esta flagrante desconexión de la realidad histórica y política nacional coexiste con prácticas autoproclamatorias completamente estériles, que no tienen ninguna correspondencia con la realidad. En el proceso político nacional, existe un extraño movimiento para exagerar el papel positivo del Movimiento Revolucionario 8 de Octubre. Es evidente que el proceso político sigue un camino concreto y que la escisión de 1995, aunque tardía, fue un paso adelante. Sin embargo, es necesario comprender a qué legado hay que renunciar. Afirmar que el derechista MR-8, en la década de 1990, era una de las fracciones del Partido Comunista sería tan exacto como que alguien rompiera hoy con el PCdoB y hiciera la misma afirmación sobre esta organización. En cuanto a su naturaleza, el MR-8, desde mediados de la década de 1980, era una organización ultraoportunista, una fracción de derecha de la socialdemocracia en Brasil, que incluso sustituía el rojo del socialismo por el verde y amarillo de la bandera oficial en sus manifestaciones públicas. Su entrada y larga permanencia en el PMDB, donde apoyó a sucesivos gobiernos reaccionarios (por mencionar sólo al gobierno federal, José Sarney e Itamar Franco; y en Río, notablemente, hizo campaña con la derecha oligárquica contra Brizola en 1982), así como la alianza en el movimiento obrero con los sindicalistas pro-militares, facilitó enormemente el trabajo de las corrientes pro-trotskistas dentro del PT para lograr la hegemonía en los movimientos obrero y popular. Como miembro del PMDB, el MR-8 mantuvo la referencia de las masas a los políticos reaccionarios, y fue cómplice del gran acuerdo de capitulación y traición nacional sellado entre los militares y los jefes de ese partido, que condujo a la nueva república. La presencia de comunistas en su seno durante mucho tiempo no hizo sino dar cierta credibilidad a su nefasta política. La defensa formal del camarada Stalin por parte de su dirección, presentada como «positiva» por la dirección del P.C.B., fue en realidad una calumnia contra él, al ser esgrimida por una organización socialdemócrata, a menos que se considere positiva la defensa de Lenin por los revisionistas contemporáneos o la del presidente Mao por los seguidores de Teng. De hecho, el peso del legado de casi veinte años de participación en esta organización revisionista sobre la formación política de la dirección del P.C.B. y su estilo de trabajo es una de las cuestiones delicadas a la hora de evaluar esta fracción específica del movimiento comunista brasileño.

La evaluación hecha en numerosos documentos por la dirección del P.C.B., afirmando que «derrotó» al oportunismo del PT en Brasil, también es subjetiva. Está claro que la entonces Fracción Roja desempeñó un papel positivo en el desenmascaramiento del PT, junto a otras organizaciones populares. Entre esto, se destaca el papel de la juventud reunida a su alrededor durante las protestas de junio de 2013. Sin embargo, a nivel nacional, la oportunidad presentada por la lucha de masas no fue aprovechada para aumentar significativamente el número de ocupaciones de tierras en el campo, ni para aumentar el volumen y el nivel de las acciones revolucionarias en las ciudades. En cuanto a la «derrota del PT» -en realidad, su salida temporal del gobierno-, este resultado se vio influido no sólo por las protestas populares, sino también por las divisiones dentro de las clases dominantes, expresadas en la ruptura en el Congreso (PT contra Eduardo Cunha) y la operación Lava Jato. Desde la perspectiva de la política oficial, el PT fue sustituido por gobiernos aún más derechistas, y el descontento popular con el sistema político fue captado por fuerzas proto o incluso totalmente fascistas reunidas en torno a Bolsonaro. Esto no es más que un hecho histórico. De hecho, incluso en 2018, en el apogeo del sentimiento anti-PT, Lula lideró las encuestas y logró llevar a su candidato a la segunda vuelta desde la cárcel; en 2022 fue elegido, visto como una salvaguardia contra el fascismo. Por lo tanto, la proclamada «derrota del PT» ni siquiera es objetivamente correcta. Con este triunfalismo insensato, se perdió una gran oportunidad de aumentar la influencia de los revolucionarios en el movimiento popular, desperdiciando años de la más aguda crisis económica y política de Brasil en las últimas décadas (2013-2023, particularmente 2013-2018). Esta ceguera doctrinaria se manifestó en tácticas erráticas: en 2015 y 2016 hubo una directiva para intervenir tanto en manifestaciones a favor como en contra de la impugnación. Más tarde, con la febril preparación de un golpe en 2022, el P.C.B. volvió a retrasar la toma de posición, alimentando una política de tratar el golpe como un hecho consumado (lo que traicionaría el deber de los comunistas de movilizar activamente a las masas contra el fascismo) o de subestimar el alcance de la movilización de masas golpista, como si, en la lucha de clases y en la sociedad en general, todo dependiera únicamente de la voluntad de los generales -una visión muy parcial y errónea de la relación entre las fuerzas armadas, las clases y el Estado. En el campo, aunque nunca cesó la heroica (y en gran parte espontánea) lucha de las masas contra el latifundio, ni el derramamiento de sangre de sus dirigentes, no hubo una salida organizada ni un camino claro para la lucha por la tierra, suficiente para hacer tambalear la hegemonía de las organizaciones reformistas en el campo, como el MST.

En cuanto a la situación política actual, es de destacar que la defensa al 100% que el P.C.B. ofrece de la Internacional Comunista en términos históricos, y de su VII Congreso en particular, coexiste con una clara infravaloración de lo que el camarada Gonzalo en los años 90 ya denominó «reactivación del fascismo» y «nuevo fascismo» cuando la política de frente único antifascista fue crucial en la práctica de los partidos comunistas en los años 30. Esa política era, de hecho, totalmente correcta. Por eso hay un importante error conceptual cuando los documentos del P.C.B. se refieren a la alianza entre sectores de las clases dominantes que apoyaron a los primeros gobiernos del PT como «frente popular», lo que se parece mucho al uso trotskista del término.

Del mismo modo que se subestima el peligro del fascismo en el país, las formulaciones del P.C.B. restan completamente importancia a la cuestión de la preparación de una nueva guerra imperialista en la escena internacional y a la influencia que el chovinismo, el racismo y el militarismo burgués pueden seguir ejerciendo sobre las masas. Estas formulaciones se centran unilateralmente en el rechazo de la guerra por parte de la opinión pública, olvidando que la ideología colonialista-burguesa tiene profundas raíces, especialmente en los países imperialistas, no sólo entre sus círculos dirigentes sino también en el seno de las clases medias y la aristocracia obrera. De hecho, el enfoque adoptado por los camaradas del P.C.B. y del campo organizado en torno a él parece no haber aprendido nada de la experiencia de los comunistas durante el periodo de entreguerras. Si sustituyéramos el término «naciones» por «partidos», la afirmación de Marx se les aplicaría perfectamente: «Una peculiaridad de las naciones con un desarrollo ‘histórico’… es que olvidan constantemente su propia historia» – K. Marx, «Contribución a la crítica de la economía política».

«¡Que rivalicen las escuelas de pensamiento!» (Conclusión)

«Los marxistas no deben temer la crítica, venga de donde venga. Al contrario, deben templarse, desarrollarse y ampliar sus posiciones precisamente en el fuego de la crítica y en la tormenta de la lucha

(Presidente Mao, «Sobre el manejo correcto de las contradicciones en el seno del pueblo», 1956).

El subjetivismo de la cosmovisión de la dirección del P.C.B. se expresa a través de un estilo dogmático de estudio, un estilo sectario en las relaciones internas y externas, y un estilo cliché al escribir y exponer sus posiciones, hablando sólo a los conversos. En nombre de la defensa de lo que define como «marxismo-leninismo-maoísmo, principalmente el maoísmo y las aportaciones universalmente válidas del Presidente Gonzalo» este subjetivismo rompe la unidad lógico-histórica de la ideología del proletariado internacional. El marxismo leninismo maoísmo es una ciencia, y como tal, es incompatible con un tratamiento estereotipado y doctrinario. La defensa de sus principios frente a los revisionistas no puede servir de coartada para convertirlo en un mero tema de agenda, pues ello redundaría en la misma liquidación de su capacidad para orientar la acción revolucionaria en nuestro tiempo.

Si uno examina de cerca los documentos firmados por el P.C.B., dirigidos al MCI, se da cuenta de que detrás de una masa de citas, a menudo sin comentarios suficientes, no hay ningún argumento teóricamente riguroso o lógicamente cohesivo. Los problemas teóricos tampoco están relacionados con cuestiones contemporáneas: el documento «Lenin y el Partido Comunista Militarizado» nunca logra vincular esta extraña concepción del partido con la del fundador del partido bolchevique, ni explica a los lectores las implicaciones organizativas, por ejemplo, para el centralismo democrático y la lucha de dos líneas dentro del partido, al identificar el «destacamento de vanguardia del proletariado», el «cerebro de la clase», con una estructura estrictamente militar. Sospechamos que si lo hiciera, alarmaría incluso a los partidarios más leales por cómo revisa y retrocede en el desarrollo de la teoría del Partido Comunista por el Presidente Mao. Del mismo modo, el documento en defensa de la Internacional Comunista y su VII Congreso, aunque correcto en su defensa de ambos en general, no toma la experiencia de la IC y la dirección del camarada Stalin de forma analítica, como hizo el Presidente Mao, ni relaciona la posición de frente único antifascista adoptada en ese congreso con la lucha contra el «nuevo fascismo» en la actualidad. Este tipo de defensa de la IC y del camarada Stalin, en sí misma, difiere poco o nada de la que hacen los dogmático-revisionistas de la variedad hoxhista.

Cuando se intenta aplicar un concepto al mundo contemporáneo, como en el documento «Guerra Popular y Revolución», la falta de rigor teórico en su argumentación se hace evidente, llevando a una flagrante tergiversación del maoísmo e incluso del propio camarada Gonzalo. Gonzalo nunca definió la guerra popular como la «política y concepción del poder proletario», sino como la «teoría militar integral del proletariado». Si se reflexiona sobre la diferencia entre estas dos definiciones, así como sobre sus implicaciones para el Partido, el ejército y las organizaciones de masas, se pone de manifiesto el abismo que las separa. Aplicada de este modo, la primera visión, que reduce el fenómeno político a su aspecto militar, diferiría poco de la posición de Trotsky, rechazada por Lenin y Stalin, respecto a la relación entre el partido y la clase obrera en su conjunto durante los primeros años del poder soviético. Como es sabido, Trotsky exigía la «militarización» de la producción en general y de los sindicatos en particular. Contra esta concepción burguesa del centralismo absoluto, Lenin defendió la brillante tesis de que los sindicatos -y por extensión, creemos que esto se aplica a todas las organizaciones de masas- debían ser «escuelas de comunismo». En su artículo «Nuestras divergencias», publicado en Pravdael 19 de enero de 1921, el camarada Stalin resumió la esencia de estas divergencias, que eran agudas en el seno del Comité Central: «Un grupo de funcionarios del Partido, encabezado por Trotski, embriagado por los éxitos de los métodos militares en el ejército, suponía que era posible y necesario trasplantar estos métodos a las filas obreras, a los sindicatos, para lograr éxitos análogos en el fortalecimiento de los sindicatos y la reactivación de la industria. Pero este grupo olvida que el ejército y la clase obrera son dos medios distintos, y que un método adecuado para el ejército puede ser inadecuado y perjudicial para la clase obrera y sus sindicatos«. (Énfasis nuestro).

Si trasplantar los métodos militares para tratar con la clase obrera en general sería erróneo, imaginemos lo incorrecto que sería aplicarlos al destacamento de vanguardia, el Partido. No es casualidad que, en «Sobre los métodos de trabajo de los comités del Partido» (1949), el Presidente Mao afirmara:

«Está claro que la relación entre el secretario y los miembros del comité se basa en el principio de que la minoría debe obedecer a la mayoría y, por tanto, difiere de la relación entre un jefe de pelotón y sus soldados. Todo lo que dijimos fue a modo de analogía».

A menos que se opte por no entenderlo, es evidente que, al igual que Lenin y Stalin, el Presidente Mao distingue claramente entre el ejército y el partido. Las necesidades impuestas por la lucha de clases -como la clandestinidad y el carácter conspirativo- no confunden la propia naturaleza (esencia, contenido) del Partido Comunista. Tanto es así que, cuando las circunstancias cambian y la sociedad pasa de capitalista a socialista, el Partido Comunista perdura, mientras que la clandestinidad desaparece.

En resumen, a los clásicos nunca se les ocurrió que la guerra fuera algo más que un medio al servicio de un fin político, y que las formas organizativas del ejército no debían trasplantarse mecánicamente al partido y al movimiento de masas.

Es inevitable que, en ausencia de un ambiente de lucha ideológico-política abierta y organizada; donde el principio de dirección colectiva y responsabilidad individual es sustituido por la voluntad absoluta del primer secretario; donde la divergencia no sólo es intolerable sino elevada a un principio que debe ser «aplastado», no puede florecer ningún «marxismo vivo, que exude frescura y vigor» (Mao); en otras palabras, no puede florecer ningún marxismo en absoluto. En un entorno así, el centralismo democrático no se convierte más que en una expresión vacía, utilizada para suprimir «respetablemente» la lucha de dos líneas. Desprovista de carácter político, esta lucha sólo se tolera en torno a cuestiones secundarias o, peor aún, en torno a problemas personales, para calibrar hasta qué punto el «individuo» es capaz de «someterse al colectivo», una oposición congelada e idealista entre ambos que no tiene ningún parecido con la dialéctica marxista; Por el contrario, vulgariza el marxismo hasta el punto de considerarlo un «dogma religioso»:

«E incluso ahora, todavía hay bastantes individuos que ven frases aisladas extraídas de obras marxista-leninistas como una panacea, creyendo que basta con adquirirlas para curar fácilmente todas las dolencias. Tales personas demuestran una ignorancia infantil, razón por la cual debemos iluminarlas. Son precisamente estos ignorantes los que consideran el marxismo-leninismo como un dogma religioso. Debemos decirles claramente: ‘Vuestro dogma no sirve para nada'». (Presidente Mao, «Rectificar el estilo de trabajo en el Partido», 1942). La gente está entrenada (o mal educada) para suprimir cualquier espíritu analítico y pensamiento crítico. Como resultado, la orientación dada por el Presidente Mao -que se debe prestar atención a los cuadros, a sus necesidades materiales y espirituales, y no sólo cuando cometen errores- es desatendida. De ahí que sólo quepa esperar todo tipo de abusos, autoritarismo y brutalidad en el trato con los camaradas. La «dirección» se presenta no sólo como equivalente al Comité Central -o incluso superior en importancia-, sino como la encarnación de la propia ideología. Aunque esto no se afirma explícitamente (porque admitirlo sería negar el marxismo), se sitúa, en efecto, por encima del centralismo democrático y de cualquier forma de crítica. Esto no sólo no es una innovación, sino que es una vuelta a una situación muy antigua, que el movimiento comunista parecía haber superado ya.

¿Significa esto que todo lo relacionado con el proceso conocido como reconstitución del P.C.B. fue negativo? No, porque decirlo tampoco sería una actitud analítica. La divulgación del maoísmo y de la obra del camarada Gonzalo; la defensa del concepto de guerra popular y de la violencia revolucionaria; el rechazo del cretinismo parlamentario; la defensa de la centralidad de la cuestión agrario-campesina en la Revolución de Nueva Democracia en Brasil fueron aspectos importantes que reunieron un núcleo de revolucionarios sinceros y capaces en torno al proceso. Los sacrificios realizados en la defensa de estas posiciones fueron bien empleados. La dedicación ejemplar de los cuadros y masas que dieron su vida en este camino no pertenece a una sola fracción, sino a los comunistas brasileños e internacionales, y a ellos, dedicamos la gloria eterna.

Incluso el fuerte subjetivismo de tipo dogmático y sectario tiene una explicación histórica: era natural que en una época de fuerte contrarrevolución mundial, los revolucionarios se aferraran a los aspectos externos del marxismo como tabla de salvación, aunque su aplicación a la realidad concreta no estuviera bien resuelta. Durante la infancia de una organización, esto no sólo es perdonable sino, hasta cierto punto, inevitable. El problema es que no hay niños de treinta años. Lo que empezó como desviaciones e insuficiencia en la aplicación acabó convirtiéndose en una concepción «integral»; las desviaciones no sólo no se corrigieron, sino que se erigieron en principios. Desde el momento en que este conjunto de desviaciones se eleva a «cacareos» -en contra de la formulación del propio camarada Gonzalo, respecto a la interdependencia entre Reconstitución, Guerra Popular y Pensamiento Orientador- se alcanza un punto de no retorno. A partir de entonces, es deber de los revolucionarios entablar una lucha ideológico-política pública, dentro de los límites que permitan las cuestiones de seguridad, no sólo para salvar lo que pueda salvarse de este proceso, sino para demarcar lo que es verdaderamente marxismo-leninismo-maoísmo para las nuevas generaciones de revolucionarios. En términos de perspectiva, este es el principal aspecto que justifica el esfuerzo de la ruptura, independientemente de su resultado inmediato. Como nos enseña Marx, «los comunistas no se rebajan a ocultar sus principios».

La tarea que tenemos ante nosotros sigue siendo la misma: levantar al «combatiente heroico», el Partido Comunista, para cumplir las tareas de la Revolución de Nueva Democracia ininterrumpida que conduce al socialismo. Tal Partido, como subrayó el Presidente Mao, debe fundarse sobre «la teoría revolucionaria marxista-leninista y un estilo revolucionario marxista-leninista» (Presidente Mao, «Fuerzas revolucionarias del mundo, uníos y luchad contra la agresión imperialista», 1948). Teoría y estilo, línea y métodos, son inseparables, y quienes se desvían de los principios en estos ámbitos son responsables de la liquidación del Partido. En efecto, la sustitución del centralismo democrático por el despotismo del primer secretario, la sustitución de la lucha de dos líneas por la política burguesa de «aplastamiento» y descrédito de la disidencia, y la sustitución de la línea de masas por una actitud estrecha y de puertas cerradas -practicada por lo que se asemeja a una línea resabiada de Wang Ming- sólo pueden conducir a la liquidación del Partido. Siguiendo un camino diametralmente opuesto a éste, el proletariado y su vanguardia, a la cabeza de todos los oprimidos, firmemente unidos en torno a principios correctos, pueden superar y superarán, sin sombra de duda, todos los desafíos, de los que el virulento grito que surge e inevitablemente surgirá del pantano no es más que una perturbación pasajera.

Camarada Vítor
Comité Comunista Maoísta

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