La lectura es una tarea revolucionaria de primer orden

Foto de Varick Bizot en Unsplash

Si partimos de considerar la lectura como una trinchera de combate, debemos preguntarnos ¿por qué los colombianos -en general- leemos poco y cómo revertir este problema desde una estrategia cultural revolucionaria?

El bajo hábito lector en Colombia no es resultado de pereza individual, sino reflejo de un modelo social que margina el pensamiento crítico y privilegia el entretenimiento vacío. Romper estas barreras es una tarea política de primer orden. Una sociedad que no lee es una sociedad condenada a repetir sus cadenas. Colombia presenta, desde hace décadas, un bajo índice de lectura por habitante, grandes desigualdades de acceso al libro, precariedad en la infraestructura cultural y una educación formal que no forma lectores creadores y críticos, sino sujetos obedientes.

Desde la perspectiva de la lucha de clases, esta situación no puede analizarse solo como «déficit educativo» o «desinterés ciudadano». Se trata de una contradicción cultural estructural del modelo capitalista semicolonial, en el que las masas son mantenidas al margen de los medios de conocimiento, alienadas por la industria del entretenimiento y desprovistas de herramientas críticas para la transformación social; en el marco de la lucha ideológica del proletariado y los pueblos del mundo, reivindicamos la lectura como un arma de combate político. En tiempos donde el imperialismo refuerza su dominación no solo con ejércitos, sino con ideas, el acto de leer se convierte en resistencia, y el pensamiento revolucionario en terreno de batallas, mostrando que la lectura no es un refugio pasivo, sino, una trinchera de conciencia y acción.

Este artículo pretende exponer el estado actual de los hábitos lectores en Colombia, identifica las principales barreras (materiales e ideológicas) que lo impiden, y plantea una estrategia de lectura revolucionaria como parte de la lucha por la hegemonía cultural popular.

Diagnóstico actual de la lectura en Colombia

En Colombia, se dice que los indicadores de lectura han mejorado levemente, pero siguen siendo muy bajos en comparación con los mínimos requeridos para una ciudadanía activa y consciente, según la Encuesta Nacional de Lectura (ENLEC) 2017, realizada por el DANE el 51,7 % de la población de 5 años o más, leyó libros impresos en el último año. El promedio de libros leídos al año por lector fue de 5,1 libros (aunque el promedio general por habitante es más bajo). Las zonas rurales presentan un acceso mucho menor, solo el 37,3 % leyó algún libro, frente al 56,7 % en cabeceras municipales.

La lectura de libros está más concentrada en personas con educación media y superior. Por su parte, el estudio más reciente de la Cámara Colombiana del Libro e Investigación de Mercados (Invamer, 2023) indicó que el 72 % de los colombianos afirman tener algún hábito de lectura, aunque esta lectura incluye redes sociales y prensa digital. Solo el 45 % dice haber leído libros el año anterior, y el promedio es de 3,75 libros al año. El 66 % de quienes leen libros, leen entre 1 y 5 libros al año. Bogotá, Antioquia y el Eje Cafetero son las regiones con mayor porcentaje de lectores (hasta 88 %), mientras que en regiones como la Amazonía y la Orinoquía las tasas de lectura son considerablemente menores. Estas cifras reflejan no solo un bajo índice de lectura, sino también, una gran desigualdad geográfica, social y económica.

 ¿Por qué no leemos? Principales barreras

1. El libro como mercancía inaccesible. El alto costo del libro en Colombia es una barrera evidente. Con precios que oscilan entre $30 000 y $80 000 pesos, el libro se convierte en un bien de lujo para sectores populares. Las editoriales comerciales y las cadenas de distribución priorizan la ganancia, no la circulación del conocimiento. La Ley del Libro (Ley 98 de 1993) exime del IVA, pero no regula el acceso equitativo ni promueve una verdadera edición popular. Además, fuera de las capitales, no hay librerías, y los sistemas de distribución son escasos. La concentración editorial en Bogotá y Medellín produce un centralismo que margina a millones de lectores potenciales en la periferia.

2. Infraestructura cultural deficiente. Aunque el país cuenta con cerca de 1 500 bibliotecas públicas, muchas están mal dotadas, sin renovación bibliográfica, sin promotores de lectura ni programas comunitarios activos. Algunas bibliotecas están cerradas por falta de personal o presupuesto, en las zonas rurales o afectadas por la violencia carecen incluso de una biblioteca básica. El sistema de Bibliotecas Públicas Rurales Itinerantes ha sido desfinanciado en varias regiones.

3. Educación sin lectura crítica. El sistema educativo colombiano privilegia la enseñanza mecánica de lectura para pruebas estandarizadas (como SABER o ICFES), pero no promueve la lectura reflexiva. La lectura se enseña como «técnica» y no como método de análisis de la realidad, como señaló Paulo Freire, «la lectura del mundo precede a la lectura de la palabra: un pueblo que no lee críticamente el texto y el contexto está sujeto a la dominación». Esto lo confirma el ICFES 2023, donde el 55 % de estudiantes de grado 11 no alcanzaron niveles altos de comprensión lectora.

4. La superexplotación de la clase obrera. Es indudable que la gran mayoría de la población colombiana es superexplotada tanto en el campo como en la ciudad en largas e intensas jornadas de trabajo en fábricas, bancos, comercios, cultivos, minas, etc. El poco tiempo que les queda libre a los proletarios lo dedican a resolver otros asuntos de la subsistencia como la crianza de los hijos, el descanso para reponer energías, el tiempo que demoran en transportarse hacia y desde sus trabajos, entre otros. Luchar por rebajar la jornada e intensidad laboral, indudablemente hace parte de la lucha por tener más tiempo para la lectura y desarrollarse así intelectual y culturalmente.

5. El ocio burgués y la pantalla como forma de dominaciónEl uso de dispositivos móviles, redes sociales, videojuegos y plataformas de streaming -o de transmisiones en directo- ha desplazado el tiempo de lectura profunda. El consumo de contenidos rápidos y fragmentados dispersa la atención y genera dependencia al estímulo inmediato. Esto ha sido definido como «lectura líquida», donde el lector no retiene ni reflexiona.Esto responde a una lógica de dominación, la industria cultural, como describió Theodor Adorno, no busca educar, sino entretener para domesticar. Mientras las pantallas sean más accesibles que los libros, la batalla cultural está siendo ganada por el capital.

6. Falta de tradición crítica lectora. En los sectores populares la lectura ha sido históricamente un privilegio. La escuela no encuentra una forma de leer el mundo, no logra formar hábitos lectores sostenidos, y las familias no cuentan con capital cultural para transmitir el gusto por leer. En muchos barrios y veredas, el libro está ausente como objeto cotidiano. Además, los pocos libros que circulan suelen ser novelas de entretenimiento, literatura juvenil o autoayuda. La lectura de historia crítica, teoría social o pensamiento político es marginal. Esto es resultado del vaciamiento ideológico promovido por el aparato educativo del Estado y los medios privados.

7. Violencia y desplazamiento. El conflicto armado ha afectado profundamente el acceso a la cultura. Escuelas destruidas, familias desplazadas, territorios sin presencia estatal; todo esto impide la continuidad de procesos lectores. Como ejemplo de resistencia, proyectos como la Biblioteca Rodante de Arauca, liderado por docentes rurales en zona de conflicto, demuestran que sí es posible fomentar lectura crítica incluso en las peores condiciones. (El País, 2024)

¿El Qué hacer inmediato? Estrategia cultural desde abajo

La superación del analfabetismo crítico requiere una estrategia política integral. El acceso al libro y la lectura crítica no puede depender del mercado ni del asistencialismo estatal. Debe ser parte de la lucha por el poder cultural popular.

Proponemos:

1. Editoriales populares y distribución comunitaria. Crear editoriales independientes al servicio de las organizaciones sociales, con libros de bajo costo, impresión popular y distribución autogestionada. Reproducir materiales marxistas, historia del movimiento obrero, pedagogía crítica y literatura insurgente.

2. Bibliotecas populares y sedes lectoras.  Instalar bibliotecas en casas comunales, sindicatos, veredas, barrios populares. Incluir préstamos, talleres, círculos de lectura, archivo de prensa obrera y publicaciones políticas.

3. Clubes de lectura revolucionaria. Crear espacios de lectura colectiva, discusión de textos clásicos (Marx, Engels, Lenin, Mao, Stalin, Mariátegui, Krupskaya, Bretch…), textos actuales y experiencias locales. Usar la lectura como método de formación de cuadros.

4. Campañas de lectura en zonas excluidas. Impulsar brigadas de lectura, caravanas culturales, talleres en veredas, comunidades afro e indígenas, cárceles, y zonas marginadas

5. Edición y difusión digital popular. Emular experiencias como las de Santiago de Cali luego del estallido social de 2021. Aprovechar los medios digitales para distribuir clásicos de la literatura, contenido político revolucionario y en general, todo lo que pueda servir al desarrollo cultural e intelectual de las masas populares, promoviendo la lectura crítica y profunda en oposición al contenido ligero y rápido que se ofrece masivamente en las redes sociales.

6. Distribución Literaria. Publicar y circular libros en PDF, podcasts de lectura, revistas políticas, cápsulas de formación. Aprovechar el canal digital sin ceder a la lógica de fragmentación.

7. Exigir subsidios sin cooptación. Presionar al Estado para exención total del IVA en libros populares, subsidios a editoriales autogestionadas, dotación de bibliotecas barriales, distribución gratuita en zonas marginadas. Evitar que esos recursos sirvan para burocratizar o neutralizar el movimiento.

La lectura no es una actividad pasiva. Es un acto político. Un pueblo que no lee no cuestiona. Un pueblo que no cuestiona no lucha. La transformación del hábito lector en Colombia no será un acto espontáneo ni de voluntad individual, debe ser una tarea organizada en el marco de la guerra cultural contra el pensamiento de la clase dominante.

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