El desastre de Ohio en los Estados Unidos ocurrido el 3 de febrero, ocasionado por el descarrilamiento de un tren de la empresa Norfolk Southern, es otro eslabón en la cadena de crímenes cometidos por el sistema capitalista en contra de la naturaleza y la humanidad, a pesar de los fallidos intentos por esconder la verdad, dos semanas después el mundo conoció la pesadilla que viven hoy los habitantes de East Palestine (OHIO) Estado Unidos.
La Norfolk Southern es una de las más grandes empresas ferroviarias de Estados Unidos, es la encargada de la prestación del servicio de transporte de carga, recorre 34.600 kilómetros de rutas en 22 estados, en el distrito de Columbia presta el servicio a todos los grandes puertos de contenedores ubicados en el este de los Estados Unidos, además tiene conexión desde Búfalo y Albany hacia Toronto y Montreal en Canadá.
El tren descarrilado en East Palestine, estaba compuesto de 150 vagones que transportaban cloruro de vinilo una sustancia altamente inflamable, toxica y explosiva, es la materia prima con la que se fabrican tubos de PVC y plásticos. El cloruro de vinilo al ser expuesto en concentraciones elevadas afecta el sistema nervioso central en los humanos, ocasiona cáncer de hígado, cerebro, pulmón y sangre.
Para evitar que el material tóxico fuera a parar en la superficie, la compañía realizó una “quema controlada”; al quemarse el cloruro de vinilo se descompone en dos gases: el cloruro de hidrógeno y fosgeno, este último fue utilizado como arma asfixiante durante la Primera Guerra Mundial para la eliminación física de los soldados en las trincheras, y esto fue lo que hicieron literalmente en Ohio, ¡un bombardeo a un pueblo con químicos para abrir la vía férrea! Según los expertos en 5, 10, 15 y 20 años aparecerán cientos de personas con cáncer, debido a la contaminación del agua que se prevé se presentó, a pesar de que la prensa oficial y el gobierno han tratado desmentir los daños ambientales presentados.
Luego del desastre los habitantes de East Palestine manifestaron sentir dolores de cabeza y oídos, erupción cutánea, náuseas, irritación de ojos, mareos, “el olor en el entorno es insoportable”, dicen los habitantes. Se teme un desastre ambiental irreparable; millares de peces muertos han sido contabilizados por la Agencia de Protección Ambiental EPA, los ambientalistas advierten de la contaminación química de las vías fluviales que desembocan en el río Ohio. Los efectos han causado malestar e indignación, por lo que la población instó a la patronal a dar un informe a viva voz sobre lo acontecido, pero la empresa criminal Norfolk Southern no compadeció para aclarar la situación, por el contrario, se negó a participar alegando sentir temor por su integridad física y de paso, eso sí, criminalizar a las víctimas.
El descarrilamiento en Ohio, hace parte de una serie de accidentes presentados en diferentes estados: en febrero de 2020 explotó en llamas un tren que transportaba crudo de Guernesey a Sascatchewan, en la siguiente semana se descarriló otro en Kentucky cargado de etanol el cual ardió en llamas. En los últimos 5 años han ocurrido ocho descarrilamientos en Pittsburgh. Las estadísticas oficiales informan que ocurren anualmente 1.700 descarrilamientos. Entre tanto los trabajadores agrupados en 12 sindicatos han denunciado estas condiciones desde el año 2014; en 2021 el Congreso se vio obligado a documentar los riesgos denunciados por los trabajadores, sin embargo, el gobierno de los Estados Unidos aún no adoptado medidas que mitiguen los accidentes.
En cuanto a la empresa Norfolk Southern se sabe que soborna a políticos para mantener en circulación la flota de trenes, cuya fabricación de los sistemas mecánicos data de 1860, otro tanto, la de ocultar los químicos tóxicos e inflamables que se transportan, la de obligar a sus empleados a trabajar enfermos, como también la de permitir las condiciones inseguras para laborar y el despido masivo de operarios.
Los monopolios ferroviarios estadounidenses extraen su mayor margen de ganancias más que cualquier otra industria explotadora de la mano de obra, más del 50 por ciento, porque el Estado les permite el descuido de la infraestructura y roban despiadadamente a los trabajadores ferroviarios, rehusándose a pagar horas extras y presionando para que solo haya un trabajador por tren. En 2017 redujo la quinta parte de los puestos de trabajo.
Para cometer estas bellaquerías contra los trabajadores, estos “modernos” capitalistas ladrones, chupasangre, cuentan con el apoyo de las burocracias sindicales, del Partido Demócrata y del Partido Republicano. Esto fue evidente cuando, a finales del año pasado, el presidente Joe Biden, con el apoyo de los congresistas demócratas, prohibió la huelga ferroviaria convocada por varios sindicatos y permitió la imposición de contratos favorables a la patronal; la burocracia sindical respaldó estas medidas como parte de su política de conciliación de clases. Esa es la cacareada democracia de la que tanto se ufana el imperialismo norteamericano, la misma que es fanfarroneada con mucho ahínco por los traficantes de la información y repetida por los Gobiernos lacayos.
El sistema capitalista se precipita a su propia destrucción, pues no le sirve a la sociedad ni a la naturaleza porque las degrada en todas las formas. Los trabajadores norte americanos deben trascender más allá de sus puestos de trabajo, fortaleciendo e independizando los comités obreros de base del Estado burgués, los politiqueros y la perniciosa política de conciliación de clase de la burocracia sindical, deben continuar en la lucha de la mano y al unísono con el pueblo americano; adelantando mítines, organizando y preparando la huelga general.
Junto a la clase obrera de los cinco continentes deben avanzar y rebelarse, es lo justo porque en este oprobioso sistema capitalista el proletariado mundial no tiene nada que perder, por el contrario, tiene en sus manos y en su fuerza un mundo por ganar y salvar.