El pueblo salió a las calles masivamente, a pesar de las amenazas del régimen mafioso y de los gobernantes locales, con decretos de prohibición a la movilización, con los confinamientos por la pandemia y los toques de queda que fueron adelantados más temprano, poniendo en riesgo la vida de los trabajadores. Este 28 de abril fue fue como si hubiera sido el 23 de noviembre del 2019, es decir, la continuación de la indignación que se expresó ese año, y que el 2020 no fue más que la acumulación de más furia al evidenciar que la verdadera pandemia es este putrefacto sistema.
En especial se destacó nuevamente la juventud, quien aún hoy resiste luchando por mantener un Paro General Indefinido, los indígenas Misak madrugaron a tumbar la estatua de Sebastián de Belalcázar, un conquistador venerado por los poderosos pero odiado por el pueblo. En algunas regiones del país los obreros industriales hicieron esfuerzos ingentes para garantizar el paro de la producción, aún en contra de las direcciones de las centrales sindicales.
La jornada del 28 de abril y las que hoy continúan es una confirmación de la agudización de las contradicciones sociales, de la profunda indignación y rebeldía que el pueblo colombiano ha acumulado, tras soportar por cientos de años a unas clases dominantes burguesas y terratenientes asesinas, explotadoras, expoliadoras, lacayas y socias de los imperialistas. Fue una muestra de cómo todo madura para que se desaten mayores enfrentamientos cuyo desenlace depende de los comunistas, de cuanto avancen en la construcción del Partido para ponerse al frente de su dirección y llevarlos por el camino de la revolución.
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