En los 100 Años de la Revolución de Octubre (XI)

En los 100 Años de la Revolución de Octubre (XI) 1

De la reconstrucción de la economía nacional del país de los soviets

Había que recuperar el país de los soviets de 4 años de guerra imperialista y tres años de guerra civil, la situación era preocupante: la agricultura, la industria y el trasporte se encontraban completamente destrozados y había que reconstruirlos. Por ejemplo, en 1920, la producción global de la agricultura, comparada con la de antes de la guerra, era solamente de la mitad. Y teniendo en cuenta que se comparaba con la producción del tiempo del zarismo, atrasado e insuficiente. Pero aun más desastrosa era la situación de la industria. La producción de la gran industria, en 1920, era casi siete veces menor que la de antes de la guerra. Las fábricas, en su mayoría, estaban paradas y los pozos mineros derrumbados e inundados. La metalurgia se encontraba en una situación especialmente difícil. Durante todo el año 1921, la fundición de hierro no pasó de 116.300 toneladas, lo que representaba, aproximadamente, el 3 por 100 de la producción de hierro fundido de antes de la guerra. Había una gran escasez de combustible. El transporte estaba deshecho. Las reservas de metal y de artículos manufacturados, con que contaba el país, estaban casi totalmente agotadas. Escaseaban de un modo alarmante los artículos de primera necesidad: el pan, las grasas, la carne, el calzado, las prendas de vestir, las cerillas, la sal, el petróleo, el jabón.

El comunismo de guerra había cumplido con sus objetivos en la guerra civil y ahora que esta llegaba a su fin era necesario actualizar los planes y realizar cambios urgentes, ya que se esparcía el descontento por todo el país. Todo el sistema del comunismo de guerra llegó a chocar, como decía Lenin, con los intereses de los campesinos, y acabada la guerra estos comenzaban a exigir cambios. El descontento empezaba también a repercutir también en la clase obrera, los obreros se veían obligados a hacer toda clase de oficios para subsistir. Comenzaba a vacilar el fundamento de clase de la dictadura del proletariado; la clase obrera se iba diseminando, parte de los obreros emigraba a la aldea, dejaban de ser obreros, perdían su condición de clase. El hambre y el cansancio engendraban el descontento de una parte de los obreros.
Aquel inconformismo fue aprovechado por el enemigo, que utilizando aquella circunstancia procuraba aprovecharse del descontento de los campesinos. Estallaron sublevaciones de kulaks, organizadas por los guardias blancos y los socialrevolucionarios en Siberia, Ucrania, la provincia de Tambov (la rebelión de Antonov). Empezaron a moverse los elementos contrarrevolucionarios de todas las calañas: mencheviques, socialrevolucionarios, anarquistas, guardias blancos y nacionalistas burgueses. El enemigo cambió los métodos tácticos de lucha contra el Poder Soviético. Comenzó a disfrazarse con los colores soviéticos y su consigna ya no era el viejo grito fracasado de «¡Abajo los Soviets!», sino el nuevo grito de «¡Por los Soviets, pero sin comunistas!». El enemigo uso aquella nueva táctica en la sublevación contrarrevolucionaria de Cronstadt, que estalló en marzo de 1921, una semana antes de comenzar el X Congreso del Partido.

En el X congreso del partido se tuvo que decidir la suerte del país, allí se adoptaron las medidas necesarias para prevenir la catástrofe. Para la mayoría leninista dentro del partido era evidente que no había ya razón para mantener en pie el severo régimen del comunismo de guerra, impuesto por las circunstancias de la guerra y del bloqueo. Para ello era necesario sustituir este sistema por el del impuesto en especie, para dar al campesino la posibilidad de emplear como mejor le pareciese una gran parte del sobrante de su producción; esta medida permitiría levantar la agricultura, aumentar la producción de cereales y los cultivos técnicos necesarios para el desarrollo de la industria, activar la circulación de mercancías dentro del país, mejorar el abastecimiento de las ciudades y sentar una nueva base económica para la alianza entre los obreros y los campesinos. A la vez los leninistas también se daban cuenta de que la reanimación de la industria constituía una tarea de primerísimo orden, pero entendía que no era posible lograr esto sin interesar en ello a la clase obrera y a sus sindicatos, que para ganar a los obreros para esta causa era necesario convencerles de que el desastre económico era un enemigo tan peligroso para el pueblo como la intervención armada y el bloqueo, y de que el Partido y los sindicatos conseguirían, incuestionablemente, salir victoriosos en este empeño, siempre y cuando no actuasen sobre la clase obrera por medio de órdenes militares, siguiendo los métodos aplicados en el frente, donde era realmente necesario proceder de ese modo, sino por medio de la persuasión, por medio del convencimiento. Ante aquel entendimiento de la realidad se levantaban todos los oportunistas que pregonaban otros análisis errados y desviados.

Por ejemplo, en el tema sindical los trotskistas eran defensores de la coacción escueta, del mando tajante, seguidores de la línea militar en las estructuras sindicales. Allí donde se apoderaban de la dirección sindical, los trotskistas, con su política, no hacían más que provocar en los sindicatos conflictos y escisiones, alejaban a las masas del partido y las enemistaban con él. En auxilio de Trotski, intervinieron también otros grupos contrarios al Partido: la «oposición obrera» (Shliapnikov, Medveiev, Kolontai y otros), los «centralistas democráticos» (Sapronov, Drobnis, Boguslavski, Osinski, V. Smirnov, etc.) y los «comunistas de izquierda» (Bujarin y Preobrazhenski). Aquella discusión tenía, en realidad, una importancia que trascendía con mucho del marco del problema sindical. Como más tarde había de señalar la resolución del Pleno del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia (17 de enero de 1925), de hecho la polémica giraba «en torno a la actitud que debía seguirse con los campesinos que se rebelaban contra el comunismo de guerra, en torno a la actitud que debía seguirse con la masa de obreros sin partido, y en general, en torno al método con que el Partido debía abordar a las masas, en un periodo en que la guerra civil se había terminado ya» («Resoluciones del P.C. (b) de la U.R.S.S.», parte I, pág. 65). Para su lucha contra Lenin y el Partido, Trotski fue ayudado por Bujarin. Fue éste quien, en unión con Preobrazhenski, Serebriakov y Sokolnikov, creó un grupo «de tope». Este grupo defendía y encubría a los fraccionalistas más perniciosos: a los trotskistas. Lenin calificó la conducta de Bujarin como «el colmo de la descomposición ideológica». Poco después, los bujarinistas se unieron abiertamente con los trotskistas en contra de Lenin.

Lenin y los leninistas dirigían sus tiros contra los trotskistas, en los que veían la fuerza cardinal de los grupos antibolcheviques. Acusaban a los trotskistas de confundir los sindicatos con organizaciones de tipo militar, haciéndoles ver que no era posible trasplantar a los sindicatos los métodos propios de aquellas organizaciones. Frente a la plataforma de los grupos de oposición, Lenin y los leninistas formularon la suya propia. En ésta se sostenía que los sindicatos eran una escuela de gobierno, una escuela de administración económica y una escuela de comunismo. Los sindicatos debían organizar toda su labor sobre la base del método de la persuasión. Sólo así podrían poner en pie a todos los obreros para la lucha contra el desastre económico y conseguirían interesarlos por la obra de edificación socialista de la Economía nacional.

El 8 de marzo de 1921, inauguró sus tareas el X Congreso del Partido. Asistieron a él 694 delegados con voz y voto, representando a 732.521 afiliados y 296 delegados con voz, pero sin voto. En aquel evento el partido se alineó a las tesis leninistas y asestó un duro golpe a los fraccionalistas. En materia de unidad se adoptó una medida redactada por Lenin donde se condenaba severamente a los fraccionalistas, inclusive se les castigaba con la expulsión del partido. En materia económica el X Congreso tomó el importantísimo acuerdo de pasar del sistema de la contingentación al del impuesto en especie, de pasar a la nueva política económica («NEP»). Es decir, todo lo que excediese del impuesto se dejaba a la libre y plena disposición del campesino, a quien se concedía libertad de vender estos productos. Al principio, la libertad de venta se traduciría ―decía Lenin en su informe― en una cierta reanimación del capitalismo dentro del país. Será necesario consentir el comercio privado y autorizar a los particulares dedicados a la industria la apertura de pequeñas empresas. Pero no había por qué tener miedo a esto. Lenin entendía que una cierta libertad de circulación de mercancías estimularía el interés económico del campesino, incrementaría la productividad de su trabajo y elevaría rápidamente el rendimiento de la agricultura; que sobre esta base se restauraría la industria del Estado y se desalojaría al capital privado; que, después de acumular fuerzas y recursos, se podría crear una potente industria, base económica para el socialismo, y luego pasar resueltamente a la ofensiva, para destruir los restos del capitalismo dentro del país.

Los trotskistas y otros elementos de la oposición entendían que la NEP era, exclusivamente, una retirada. Esta interpretación favorecía sus intereses, ya que la línea que ellos seguían era la de restaurar el capitalismo. Pero ésta era una interpretación de la NEP profundamente perniciosa y antileninista. En efecto: un año después de implantarse la NEP, en el XI Congreso del Partido, Lenin declaraba que el repliegue había terminado y lanzaba esta consigna: «Preparación de la ofensiva contra el capital privado» (Lenin, t. XXVII, pág. 213, ed. rusa). Sin embargo aquella indisciplina y resistencia política favorecía al enemigo y era contraria al partido leninista, era necesaria la depuración. La depuración se llevó a cabo en asambleas públicas, con intervención de los sin partido. Lenin aconsejaba que se depure concienzudamente el Partido «…de los granujas, de los elementos burocratizados, de las gentes poco honradas, de comunistas vacilantes y de mencheviques que, aunque hubiesen revocado su «fachada», en espíritu seguían siendo mencheviques» (Lenin, t. XXVII, pág. 13, ed. rusa). Como consecuencia de esta depuración, fueron expulsadas del Partido, en conjunto, 170.000 personas, o sea cerca del 25 por 100 del total de afiliados. Esta depuración fortaleció considerablemente al Partido, mejoró su contextura social, reforzó la confianza de las masas en el Partido e hizo que aumentase su autoridad. La cohesión y el grado de disciplina del Partido crecieron.

Los primeros años de lucha por la restauración de la Economía nacional se tradujeron en éxitos considerables. Hacia 1924, se advertían los progresos en todas las ramas de la Economía. La superficie sembrada aumentó considerablemente a partir de 1921; la Economía campesina se iba fortaleciendo cada vez más. La industria socialista crecía y se desarrollaba. Se registraba un aumento numérico considerable de la clase obrera. Los salarios se elevaban. Los obreros y los campesinos comenzaban a vivir mejor, pero aun persistían males que no evitaban que el país callera en el desastre económico, hacia fines de 1923 se registró cerca de un millón de obreros parados; el lento desarrollo de la Economía nacional no permitía absorber y liquidar el paro forzoso. El comercio se desarrollaba con intermitencias, por razón de los precios extraordinariamente elevados de los artículos industriales, precios que imponían al país los especuladores emboscados en las organizaciones comerciales soviéticas. Hacia el otoño de 1923, se agudizaron algo las dificultades económicas, a consecuencia de las infracciones cometidas contra la política soviética de precios por los organismos industriales y comerciales. Para agravar la situación el trotskista Piatakov, que ocupaba entonces un puesto en el Consejo Supremo de Economía Nacional, trazó a los militantes de las organizaciones económicas la norma criminal de extraer mayores ganancias de la venta de los artículos industriales, elevando desmesuradamente los precios, con el pretexto de fomentar la industria. En realidad, esta consigna, propia de un especulador, sólo podía conducir a un resultado: reducir la base de la producción industrial y socavar la industria. Sin embargo el Comité Central del Partido señaló el camino para superar todas estas dificultades y deficiencias. Se tomaron medidas para acabar con la crisis del mercado. Se introdujo una rebaja en los precios de los artículos de consumo popular. Se acordó implantar una reforma monetaria, adoptando un patrón firme y estable: el chervonez. Se normalizó el pago de los salarios. Y se esbozaron las medidas convenientes para desarrollar el comercio por medio de los organismos soviéticos y cooperativos, desalojando de él a todo género de mercaderes y especuladores.

Como vemos los leninistas le salían al paso a los problemas con trazos geniales en el mapa de batalla, pero los trotskistas procedían de otro modo. Aprovechándose de la ausencia de Lenin, a quien su grave enfermedad tenía alejado del frente de batalla, iniciaron una nueva agresión contra el Partido y contra su dirección. Decidieron que había llegado el momento indicado para derrotar al Partido y derribar su dirección. En su lucha contra el Partido, se aprovechaban de todo: de la derrota sufrida por la revolución en Alemania y en Bulgaria en el otoño de 1923, de las dificultades económicas existentes dentro del país y de la enfermedad de Lenin. En ese momento fue cuando Trotski desencadenó su ataque contra el Partido bolchevique. Agrupando en torno suyo a todos los elementos antileninistas del Partido, amañó una plataforma oposicionista, plataforma que iba dirigida contra el Partido, contra su dirección y contra su política. A esta plataforma se le dio el nombre de «declaración de los 46 oposicionistas». En la lucha contra el Partido leninista, se unieron todos los grupos de la oposición: los trotskistas, los «centralistas democráticos», los restos de los «comunistas de izquierda» y de la «oposición obrera». En su declaración, estos elementos profetizaban una terrible crisis económica y el hundimiento del Poder Soviético y exigían, como única solución, la libertad de existencia de fracciones y grupos.

Era una lucha encaminada al restablecimiento de las fracciones, que habían sido prohibidas por el X Congreso del Partido, a propuesta de Lenin. Los trotskistas no planteaban ningún problema concreto en torno al desarrollo de la industria o de la agricultura, al perfeccionamiento del régimen de circulación de mercancías dentro del país o al mejoramiento de la situación de los trabajadores. Esto, además, no les interesaba. Lo único que les interesaba era aprovecharse de la ausencia de Lenin para restablecer las fracciones dentro del Partido y socavar de este modo sus cimientos, minar su Comité Central. Inmediatamente después de la plataforma de los 46, se publicó una carta de Trotski, en la que cubría de lodo a los cuadros del Partido y dirigía toda una serie de nuevas calumnias contra éste. El Partido fue retado por los trotskistas a una contienda y éste la aceptó.

En enero de 1924, se reunió la XIII Conferencia del Partido. En ella, pronunció un informe el camarada Stalin, haciendo el balance de la discusión sostenida en el Partido. La Conferencia condenó a la oposición trotskista, declarando que se trataba de una desviación pequeñoburguesa del marxismo. Los acuerdos de esta Conferencia fueron refrendados posteriormente por el XIII Congreso del Partido y por el V Congreso de la Internacional Comunista. El proletariado comunista internacional apoyaba al Partido bolchevique en su lucha contra el trotskismo.

Pero los trotskistas no cesaron en su trabajo de zapa. En el otoño de 1924, Trotski publicó un artículo titulado «Las enseñanzas de Octubre», en el que intentaba suplantar el leninismo por el trotskismo. Este artículo era todo él una calumnia contra el Partido bolchevique y contra su jefe, Lenin. Todos los enemigos del comunismo y del País Soviético se aferraron a este librejo calumnioso. El Partido rechazó con indignación estas calumnias de Trotski contra la historia heroica del bolchevismo. El camarada Stalin desenmascaró la tentativa de Trotski de suplantar el leninismo por el trotskismo, señalando, en sus intervenciones, que «la misión del Partido consiste en enterrar el trotskismo, como corriente ideológica». En la obra de aplastamiento ideológico del trotskismo y de defensa del leninismo, tuvo una importancia extraordinaria el trabajo teórico del camarada Stalin «Sobre los fundamentos del leninismo» de 1924. Esta obra es una exposición magistral muy seria del leninismo, esta obra orientó y orienta aun a los auténticos bolcheviques en el mundo. Pero los éxitos de la política leninista del Partido se vieron golpeados por la enorme pérdida que sufrieron los trabajadores el 21 de enero de 1924, con la muerte de Lenin, éste murió en Gorki, cerca de Moscú. Pero a pesar de aquella pérdida irreparable la restauración de la Economía nacional tocaba a su fin. Pero el país de los Soviets, el país en que se construía el socialismo, no podía darse por satisfecho con la restauración simple y pura de la Economía, con alcanzar simplemente el nivel de antes de la guerra. Este nivel era el de un país atrasado. Había que seguir avanzando. La larga tregua conquistada por el Estado Soviético garantizaba la posibilidad de proseguir la obra de edificación. Era hora de pasar de un país desarrollado agrícolamente, a industrializarlo y atacar los vestigios del capitalismo en el campo.

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