El capitalismo imperialista es un sistema económico mundial que oprime a la mujer de forma brutal. Eso sin hablar de la forma en que superexplota a los millones de mujeres que tienen que vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir junto con sus familias. La opresión es brutal en los países demócrata burgueses, en los cuales se les brinda formalmente derechos pero realmente estos son violados a la hora en que las mujeres deciden reclamarlos. En los países que aún cuentan con rezagos feudales, la opresión de la mujer es aún más brutal ya que ésta es defendida y auspiciada por el Estado de forma abierta y descarada.
Un ejemplo en el que el Estado protege abiertamente a los opresores de las mujeres es Afganistán. Allí se violentan legalmente las mujeres que desde niñas son convertidas en esclavas de los hombres. Hay miles de casos de violencia brutal ejercida contra las mujeres, la cual es patrocinada y legalizada por el Estado:
A Zarina la obligaron a casarse con un hombre mucho mayor a los 13 años, el mismo que ejerció la violencia machista por «mirar a otros hombres»: «Estaba durmiendo cuando mi marido me despertó, empezó a pegarme y me ató a una silla… Entonces me cortó las orejas». Sahar Gul fue torturada, quemada y obligada a ejercer la prostitución por sus suegros en 2013 cuando tenía 13 años y era novia por obligación de un hombre mayor. A Sitara el marido le cortó los labios y las orejas supuestamente por cometer adulterio. El 19 de marzo de 2015 a Farkhunda la linchó un grupo de hombres, entre los que había varios policías, los cuales la acusaron falsamente de quemar el Corán. A Reza Gul en enero de este año su esposo le cortó la nariz después de acusarla de adulterio.
El común denominador es la impunidad de los victimarios, pues todos ellos están protegidos por una ley aprobada en 2014 por el parlamento afgano que impide la condena de personas acusadas de asesinato por honor, matrimonios forzosos con menores y violencia intrafamiliar. En este caso el Estado actúa como defensor abierto de los asesinos y violadores de mujeres. Hay tradiciones que se deben respetar, pero otras que indudablemente deben ser demolidas por medio de la fuerza como en los casos en que el Estado está ligado directamente al oscurantismo religioso, pues como se ha comprobado, en todas las religiones la mujer es un apéndice del hombre a quien debe servir y aguantar sumisamente la violencia que decida ejercer contra ella.
El proletariado rechaza este tipo de trato hacia la mujer y llama a demoler la vieja maquinaria estatal que es un azote contra las mujeres. Hombres y mujeres deben trabajar por la unidad, la organización y la lucha en contra del Estado que promueve el asesinato y la violencia brutal en contra de la mujer, tanto en países como Afganistán, pero también en los más «democráticos y progresistas» en los cuales la situación es más velada pero no dista mucho de esa realidad. Todas las mujeres saben lo engorroso que es poner una denuncia por maltrato o por violación en sociedades como la colombiana, en la cual las mujeres son las culpables de sus males para los funcionarios estatales que reciben las denuncias.
En las sociedades más «abiertas y democráticas» los derechos de la mujer son reconocidos por el Estado formalmente, solo en el papel, porque realmente son negados cuando se decide a denunciar a sus opresores después de ponerle cientos de trabas para recibirle una denuncia.
La lucha por el reconocimiento de los derechos de la mujer debe continuar y el Partido del proletariado debe promover y alentar dicha lucha en la cual deben involucrarse hombres y mujeres por igual, como parte de la lucha general del proletariado por destruir el viejo y caduco Estado burgués, y como parte de la lucha por la construcción del Socialismo, único sistema donde el Estado puede garantizar en los hechos, realmente que la mujer goce de los derechos que hoy le son negados bajo el capitalismo, como lo demostraron las sociedades rusa y china durante el tiempo en que el proletariado ejerció el poder. Mientras tanto las mujeres y los hombres que promueven la defensa de los derechos de la mujer deben organizarse en comités revolucionarios que actúen contundentemente a la hora de ayudar solidariamente a las mujeres, para desenmascarar y aleccionar a los opresores, para organizar ayuda inmediata a las mujeres que lo necesiten y, sobre todo, para atraer a los millones de mujeres a la lucha consciente por su liberación definitiva, solo realizable cuando sea abolida la propiedad privada y superadas las diferencias de clase.