Ucrania se desangra en medio de la disputa imperialista

Ucrania se desangra en medio de la disputa imperialista 1

Fue el 24 de febrero del 2022 cuando las fuerzas militares comandadas por Vladimir Putin ─quien ha regentado el Estado ruso desde el año 1999─ invadieron de manera abierta el territorio ucraniano. Con esa orden escalaron el plan iniciado en el año 2014, cuando se apoderaron de la península de Crimea y promovieron la separación de las regiones de Donetsk y Lugansk de Ucrania. Así, dieron un paso clave en su objetivo de ponerle freno al plan de sus oponentes encabezados por los Estados Unidos y secundados por la Unión Europea, a través de la expansión de la OTAN.

Putin tomó la decisión de avanzar en su plan de apuntalar el poder ruso sobre territorio ucraniano, precisamente porque ese país es una de las más importantes fronteras del territorio, un escudo fundamental contra la expansión de la OTAN y uno de los más poderosos e importantes países de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que luego de su disolución formal en 1991 quedó en una relación de poder económico bajo la égida del Kremlin.

A casi un año de la invasión rusa a Ucrania, en lugar de verse una solución pronta, la situación tiende a empeorar, con el peligro inminente de que sea el detonante de una Tercera Guerra Mundial.

El imperialismo ruso ha decidido enfrentar con sus fuerzas asesinas a la alianza imperialista entre la Unión Europea y los Estados Unidos; alianza que ha tenido como uno de sus objetivos la ampliación de la OTAN hasta las fronteras de Rusia, un contrincante importante en la disputa entre países imperialistas.

A la expansión de la OTAN contribuyó la desintegración de la URSS: cuando formalmente se desintegró, todos los países quedaron como jugosa presa para los Estados Unidos, principalmente; mientras Rusia maniobraba en lo económico, lo político y lo militar para conservarlos dentro de su órbita de dominación. Estonia, Letonia y Lituania, países que formaron parte de la URSS, se unieron a la OTAN en el 2004, con el agravante para Rusia de que los dos primeros comparten fronteras con el país de Putin. Ucrania es sin duda un diamante en ese plan, una joya que el Kremlin no está dispuesto a ceder y por eso llegará hasta las últimas consecuencias.

Lo que preocupa al mundo entero es que, hoy por hoy, la guerra no tiene apariencia de tener una solución pronta. Desde las dos orillas los contendores anuncian la decisión de no ceder y, por el contrario, destinar más recursos económicos y vidas humanas para la guerra. El Kremlin ha cedido terreno aparentemente conquistado, como el avance hacia Kiev donde logró acciones militares importantes y destructivas, a cambio se ha fortalecido en la región sur, con el objetivo de resguardar la península de Crimea y las regiones de Donetsk y Lugansk.

Hoy, la guerra se ha ensañado sobre Soledar, considerada una localidad clave para el control hegemónico sobre toda la región del Donbás; Soledar tiene la mayor mina de sal de Ucrania y una ciudad subterránea que está dentro de los objetivos de guerra de Rusia. Las cifras son escalofriantes: la pequeña ciudad casi destruida en su totalidad; decenas de cadáveres en las calles, la población de cerca de 73 000 habitantes, reducida a 15 000; la desolación es impresionante y solo se escuchan ráfagas, bombas, destrucción y todo lo que puede engendrar una guerra de rapiña imperialista. Los rusos y los ucranianos ponen muertos todos los días, civiles masacrados y soldados entregando sus vidas por una causa que no le pertenece a su pueblo; y la orden de los dos bandos es: ¡más carne para el asador, no retroceder!

El Gobierno ucraniano seguirá recibiendo la “ayuda” militar de los Estados Unidos y la Unión Europea; el más reciente armamento para Ucrania provendrá de Francia, Alemania y Estados Unidos, quienes comandan el frente de combate contra Rusia. Los yanquis han decidido invertir en lo inmediato 3000 millones de dólares entre carros blindados, municiones, misiles tierra-aire y cañones; Francia confirma el envío de tanques ligeros, mientras que Alemania ya informó que enviará vehículos blindados de transporte de tropas y misiles patriot. En ese sentido, cadenas de noticias informan:

“Estados Unidos encabeza esta lista con más de 100.000 millones de dólares, seguido de Reino Unido con 4100 y Alemania con 2300. Otros países como Finlandia se preparan para el envío de su undécimo paquete de ayuda militar por valor de casi 30 millones de euros, mientras Bulgaria y otros países europeos ya hicieron lo propio con la donación de armamento al ejército ucraniano. En este sentido, Marruecos ha sido el primer país africano en prestar ayuda militar”.

La disputa entre potencias imperialistas ha venido intensificándose y, sobre todo, tomando la forma de enfrentamientos militares de gran magnitud. Las contradicciones económicas, que están en la base más profunda y esencial, son las que mueven al mundo capitalista, es por ello que los países imperialistas luchan frenéticamente disputándose los mercados y el control de las grandes ramas de la producción; una carrera desenfrenada por imponerse unos a otros, destronar a los más grandes y, si es posible, aniquilarlos para lograr un nuevo reparto del mundo.

Pero todos saben que esa disputa económica y esos enfrentamientos militares tarde o temprano se manifestarán en guerras extremamente destructivas y con consecuencias que pueden llegar a ser incontrolables, a tal punto que pueden amenazar la existencia de la vida humana en el planeta.

Palestina, Afganistán, Irak, Siria y muchos otros territorios de guerra son escenarios reales y dantescos de esos enfrentamientos, aparentemente internos y nacionales, pero en realidad “juegos de guerra” de los imperialistas. Ucrania es hoy el más reciente estallido de otra de esas confrontaciones que incrementan el riesgo de una Tercera Guerra Mundial.

Lo que está en juego en Ucrania no son los intereses del pueblo, no es una guerra revolucionaria, sino un campo de batalla entre fuerzas imperialistas que no se atreven aún a destruir sus propios territorios, sino a usar a otros países para medir su poderío destructor. Los pueblos del mundo no pueden apoyar ninguno de los bandos, pues para la solución revolucionaria de esta guerra solo existe un principio: o la revolución impide la guerra, o la guerra desata la revolución.

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