Desde el 7 de febrero las calles de Haití son un campo de batalla donde se enfrenta la pobreza extrema de la población contra el despilfarro, la corrupción y la malversación de fondos.
Nuevamente la copa se rebosó para el pueblo haitiano; este país centroamericano de cerca de 10 millones de habitantes, no deja de sufrir los embates de sus gobiernos corruptos quienes caen como buitres sobre la desgracia de la población. Roban a manos llenas los fondos y estrangulan la economía para empeorar las ya de por sí condiciones miserables de la población. Haití es en su lamentable panorama una concentración de la podredumbre y anacronismo del imperialismo que ha encadenado toda la economía del planeta como si fuera una enorme fábrica, donde Haití es el botadero de sus desechos.
La olla podrida del Estado haitiano se destapó al hacerse pública la denuncia contra varios altos funcionarios, entre ellos el presidente Jovenel Moïse, a quienes se acusa de haber robado más de 4 billones de dólares de los fondos públicos. A esta acusación se agregó un listado de chanchullos orquestados desde la presidencia para saquear los fondos públicos dejando en evidencia que esta es una práctica común; nada diferente de lo que se ve en Colombia y en todos los demás Estados podridos que sostienen la economía de este sistema mundial.
La economía de Haití está destruida; en la cadena de producción, el imperialismo y las clases socias y lacayas de ese país la condenaron a estar entre los 30 países en peores condiciones económicas y sociales; más del 80% de la población vive en la extrema pobreza, en lo que llaman “la agricultura de subsistencia”; el desempleo está por encima del 70% y el acceso a la salud, con un servicio pésimo, cubre apenas un 20%. Sus suelos están destruidos gracias a una explotación excesiva y sin planificación alguna, los inversionistas extranjeros y locales han devastado las tierras con la tala forestal desaforada, erosionando una gran parte del territorio de la isla, mientras la otra la han vuelto inservible sobre la base de una agricultura que no conserva el suelo hacia el futuro, a lo cual se suma la condena a producir estrictamente para la exportación dejando de lado las necesidades de la población.
Las medidas económicas de supuesto salvamento trazadas por los organismos internacionales, en realidad han estrangulado al país sobre la base de préstamos a muy altos intereses que lo tienen literalmente con la soga del capital financiero atada al cuello. No queremos gente de “países de mierda”, “El Salvador y Haití son agujeros de mierda”, “todos tienen sida”, “que vuelvan a sus cabañas en África”, fueron algunos de los comentarios del asesino y reaccionario Donald Trump, el año pasado al referirse al pueblo haitiano, y esa es la idea exacta que tiene el imperialismo, no solo del pueblo de Haití, sino en general de las masas trabajadoras que son para el capitalismo, simple carne para triturar y extraerle toda la utilidad posible y desecharla cuando a su juicio ya no produce ganancia.
La grave situación de la población se agudizó además por las consecuencias del sismo de 5,9 sufrido a finales de septiembre de 2018. Los muertos fueron cerca de 20, pero más de un millón y medio quedaron literalmente en la calle; a simple vista se puede adjudicar esta tragedia humanitaria a un hecho fortuito de la naturaleza; pero con solo un poco de observación, salta a la vista que la tragedia de los haitianos no es por cuenta de la naturaleza, sino por unas políticas de Estado que tienen a la población en condición de vulnerabilidad ante estos hechos, para los que se debe estar preparados en cualquier parte del mundo, y con mayor razón en las zonas donde los movimientos sísmicos son frecuentes. Igual caso y de mayor magnitud, fueron las consecuencias del sismo de 2010 cuando se reportaron ¡316 mil muertos, más de 350 mil heridos y cerca de 2 millones de personas sin hogar! ¿Culpa de la naturaleza? ¡No! culpa de este podrido sistema al que le importa un comino la situación de la población y solo le interesa mantenerla mientras le produzca ganancia.
Pero las masas llevan en su seno el germen de la revolución; incluso en condiciones tan miserables y sometidas como a las que las ha llevado este podrido sistema capitalista de mierda en Haití, un pueblo que hoy es ejemplo de valentía, de arrojo y decisión para alzarse en rebelión contra su gobierno y todas sus políticas de explotación y opresión. Para los obreros y campesinos de todo el planeta, el pueblo de Haití vale un potosí, es un destacamento que, como el ave fénix, renace de las cenizas del agujero de mierda que es el capitalismo y levanta sus puños para barrer con su furia toda la podrida política que hoy lo gobierna.
Tumbar al presidente es su consigna, y aunque esa no es la solución definitiva, sí es una gran batalla que se debe apoyar desde todos los rincones de la tierra; mucho más cuando el proletariado revolucionario en Haití puede pasar a la ofensiva aprovechando el descontento general frente a un gobierno “elegido” con el 18% de la gente en capacidad de votar; 591 mil fueron los votos obtenidos por este cipayo apoyado por los gringos y reconocido por los demás gobiernos como nuevo presidente desde febrero de 2017. Para la gente es clara la caricatura de democracia, o más bien la muestra cruda de la dictadura de los ricos. Las masas en Haití son antielectoreras por conciencia o por instinto y esa condición es magnífica para tumbar, no solo el presidente como claman las masas, si todo el viejo aparato estatal y avanzar en la revolución.
Este gran movimiento de masas que sacude Haití, es terreno fértil para allanar el camino hacia la creación de un Partido comunista revolucionario; el faro que alumbre la conciencia de las masas y encause toda esa rebeldía por la senda de la revolución proletaria; el capitalismo es un sistema anacrónico, son las masas las que deben tomar las riendas de la dirección de un nuevo Estado donde el bienestar y sus necesidades, sean las que tracen las decisiones en todos los órdenes de la sociedad. La Revolución proletaria está más vigente y necesaria que nunca.