Tomado de A Nova Democracia, 26 de mayo 2021, traducción de Revolución Obrera.
La implacable persecución, el asedio, el encarcelamiento, la tortura y el asesinato contra los campesinos del Campamento Manoel Ribeiro no han roto la resistencia de las masas en lucha. Por el contrario, esta heroica resistencia no solo ha superado el cerco militar, impidiendo la masacre deseada por la reacción, sino que también ha generado una amplia solidaridad nacional e internacional, con proporciones sin precedentes hasta ahora, como se desprende de la Petición Pública elaborada por el Centro Brasileño por la Solidaridad con los Pueblos (Cebraspo) y la Asociación Brasileña de Abogados del Pueblo (Abrapo). En otras palabras, la movilización independiente de las masas populares, en defensa de sus intereses concretos, se afirma a través de este contundente ejemplo como la única vía consecuente de luchar contra el gobierno militar genocida de Bolsonaro/generales, como siempre hemos dicho en nuestros editoriales.
El agravamiento de la pandemia no puede ser motivo para desmovilizar la lucha popular. Ahora bien, es precisamente esta calamitosa situación la que requiere la acción firme de los sindicatos, las asociaciones, las organizaciones comunitarias, los movimientos populares, las universidades, los intelectuales y todos aquellos que tienen un compromiso real con la suerte de nuestro país. Lo que está sucediendo, ahora mismo, en Colombia, sirve de ejemplo y, al mismo tiempo, de advertencia: la mecha de pólvora que ha atravesado Sudamérica, en particular desde 2019, no dejará de llegar a Brasil.
Quienes proponen el camino de la espera y los frentes institucionales sirven, de hecho, a la reacción. Por un lado, es la frustración y el resentimiento por las promesas incumplidas de la Nueva República lo que explica la adhesión de una parte aún considerable de la población a Bolsonaro. Por otro lado, la cobardía de la oposición parlamentaria al gobierno, expresada en el CPI, que hasta ahora ha servido más para movilizar las bases del Genocidio que para animar a la población a pronunciarse en su contra. El testimonio de Pazuello fue notable al respecto. Acusado confeso, el Carnicero mintió a su antojo, y fue tratado con deferencia por “Sus Excelencias”, quienes se arrodillaron ante la exigencia del Alto Mando del Ejército (solo ratificado por el juez Lewandowski del Tribunal Supremo) de que su hombre no fuera detenido ni desmoralizado. Tres días después, el mismo hombre habló sin máscara a un grupo verde-amarillo, en un acto de golpe de estado en Río de Janeiro. Ésta es la “consecuencia” de la derecha liberal tradicional, cuya naturaleza de clase siempre ha sido la de traicionar. Con esto cosechan una desmoralización total.
Se equivocan quienes piensan que las pretensiones de la extrema derecha de una “ruptura institucional” no están equivocadas en la sociedad. Vivimos en un equilibrio inestable: Bolsonaro, el Genocidio, no tiene la fuerza para llevar a cabo el golpe, pero tampoco la oposición parlamentaria tiene la fuerza para derrocarlo. Esta situación es evidentemente transitoria, frágil, cuya conclusión aún no se ha decidido. La potencial entrada al escenario de la protesta popular podría ser el factor que rompa este equilibrio. No se descarta la posibilidad de que Bolsonaro, en este caso, utilizando la movilización para precipitar un cuartelazo, enfrentando masas contra masas. Por eso es necesario desatar ahora, y por todos los medios, la más amplia campaña de agitación, propaganda y acción entre los millones de desempleados y hambrientos, para convocarlos con energía a luchar por la tierra, por el techo, por la comida, por la vacuna. Esta será la única fuerza capaz de frenar el avance del golpe militar en la marcha, o resistirlo si toma forma abierta. La historia del siglo XX, particularmente en América del Sur, atestigua que los «dispositivos militares», los «oficiales legalistas», los «acuerdos de liderazgo», etc., no pueden detener el fascismo. Esta fue la amarga experiencia de nuestros países, como en el Brasil de Jango o el Chile de Allende, máxima expresión del reformismo y de la “vía pacífica al socialismo” en ese entonces. Su trágico final fue el bombardeo del Palacio de La Moneda, luego de que la reacción tuviera certeza de que las masas habían sido desarmadas, bélica e ideológicamente. Repetir hoy este camino sería más que un error: sería un crimen.
Por eso, el pueblo brasileño debe acompañar, defender y difundir la heroica lucha campesina en el estado de Rondônia, que agita la bandera roja de la Revolución Agraria contra la acción conjunta de los gobiernos estatal y federal y todo su aparato de espionaje y muerte. La defensa de la Liga de los Campesinos Pobres, y del Campamento Manoel Ribeiro en particular, es la tarea prioritaria de todos los demócratas consecuentes en Brasil. Allí se expresa una firme decisión de que no negocia ni se inclina ante el chantaje y la agresión. Y ante el nuevo plan sanguinario del gobernador Marcos Rocha, con el refuerzo de las fuerzas federales enviadas por el genocida Bolsonaro, contra los acampados y en apoyo de los terratenientes, trasladando su parafernalia bélica y cerrando el asedio con cientos de efectivos, por unanimidad de su Asamblea Popular, los Cientos de campesinos, bajo la dirección de la LCP, operaron la retirada silenciosa en la noche, pasando incólume bajo las barbas de los servicios de «inteligencia» y comandos especiales que esperaban la orden del asalto, desapareciendo en la oscuridad. El asalto al campamento terminó en la insólita y patética escena de la guerra: la envalentonada soldadesca, armada hasta los dientes, frente a una bandera impasible izada con las inscripciones: «¡Volveremos más fuertes y mejor preparados!»
La resistencia campesina en la Amazonía es, de hecho, en estos días, el norte de la lucha de todo el pueblo brasileño.