Desde que comenzó el confinamiento obligatorio por el COVID 19 aumentaron, según las cifras oficiales en un 91%, los maltratos intrafamiliares contra mujeres y niños principalmente y el Estado, como respuesta destinó una línea para denunciar: “La línea gratuita 155 (…) está disponible las 24 horas del día para que mujeres en todo el país se sientan respaldadas y tengan a dónde acudir en caso de sufrir agresiones.”, dice la propaganda oficial.
Estado moribundo y putrefacto que con la emergencia del COVID 19 sólo beneficia a sus amigos bancarios dándole aire a sus finanzas, mas no le ha importado ni le importará el obrero, el campesino, la pequeña burguesía arruinada, los desempleados, los damnificados con la pandemia que son la inmensa mayoría del pueblo que hoy están en bancarrota porque no pueden salir a la calle a conseguirse su sustento diario o a abrir sus pequeños y medianos negocios. ¿Y qué decir de los abuelos, niños y mujeres, todos confinados en las casas y sin alimentación? ¡Eso es una bomba de tiempo!
Los gobernantes sólo dan pañitos de agua tibia para la guerra contra el COVID 19, mientras el pueblo se muere de hambre en sus casas, a la vez que se incrementa la violencia en los hogares contra mujeres y niños por la carencia de alimentos y falta de trabajo, por la ausencia de recreación, por el estrés psicológico que implica el encierro pero principalmente por el machismo histórico que le hace creer a los hombres que las mujeres con las que convive –mamá, abuela, esposa e hijas- son de su propiedad, comportándose como un burgués en la casa, lo que implica que se les recarga todas las labores domésticas y la crianza de los niños en ellas, a pesar de que muchas están teletrabajando en medio del confinamiento obligatorio.
El capitalismo ha sometido a la clase obrera –y en especial a mujeres y niños- a las más terribles condiciones de podredumbre, descargando sobre sus hombros toda su crisis capitalista de sobreproducción, al poner a la inmensa mayoría de las familias del pueblo, a aguantar física hambre en un confinamiento sin las mínimas garantías de salud, alimentación, renta básica, conectividad o recreación. A esto se suma que el Estado de los ricos no establece unas reales medidas para detener la propagación del virus, como se encuentran plasmadas en la Plataforma para enfrentar el Covid-19.
Todo este incremento de la violencia contra las mujeres y niños se hubiera podido evitar si el Estado criminal no hubiera expuesto a Colombia al virus. Y lo expuso porque, en cabeza del régimen uribista, no adoptó medidas a tiempo muy sencillas de tomar en otro tipo de Estado que no esté al servicio de la ganancia, como cerrar aeropuertos internacionales o centros y fábricas de producción no esenciales donde se concentran miles de obreros. Puesto que las necesidades del pueblo, por ejemplo la salud, no están al mando como política bajo el capitalismo, sino la ganancia de un puñado de parásitos, el Estado de los monopolios somete al pueblo no solo a un confinamiento sin las condiciones adecuadas para permanecer unos dos o tres meses sin salir a la calle y no exponerse al contagio, sino que establece medidas hipócritas e inservibles para supuestamente detener y denunciar la violencia contra mujeres y niños, como su tal línea de atención.
La violencia contra la mujer y los niños es un problema social y su solución también lo será, pues erradicar dicha violencia implica abolir las diferencias de clase, y eso solo se dará bajo el comunismo científico. Sin embargo, hoy es necesario establecer canales de comunicación populares donde las mujeres se sientan seguras de denunciar a sus amigos o familiares sobre la violencia a la cual están siendo sometidas, tales como el uso de grupos de mensajería o en redes sociales “camuflados” con otros temas, que no pongan en preaviso a los opresores usando frases como por ejemplo “solicito un domicilio en tal dirección”, entre otras que surjan de la iniciativa de las masas. Los vecinos y transeúntes deben ser solidarios ante el grito desesperado de una mujer en peligro, tratando de neutralizar al opresor tocando las cacerolas por las ventanas, y gritando que están agrediendo a una mujer o a un niño, llamar a la línea 155, y tratar de razonar con el agresor haciéndole ver que sus frustraciones no son responsabilidad de su familia sino de un sistema que convierte a los trabajadores en bestias.
Es hora de verter la ira, el desespero y el odio que el pueblo ha acumulado, contra los responsables de sus tragedias; es hora de encausar la violencia contra el sistema.