La ilusión del reformismo y la necesidad de un cambio revolucionario

La ilusión del reformismo y la necesidad de un cambio revolucionario 1

El Estado es producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables.

(Lenin, El Estado y la Revolución)

El Estado no es un instrumento neutral que pueda ser utilizado por cualquier clase en su beneficio. Más bien, es un aparato diseñado para perpetuar la dominación de una clase sobre otra. En su obra El Estado y la Revolución, el camarada Lenin expuso con claridad que la idea de reformar el Estado burgués desde adentro, a través elecciones y la participación en sus instituciones, no es más que una ilusión que debilita al movimiento obrero y revolucionario.

Los dos años de gobierno de Gustavo Petro en Colombia han sido una prueba fehaciente de ello. Desde el momento en que asumió la presidencia, su administración ha sido saboteada constantemente por los grupos económicos que controlan el país y por los políticos de derecha que ocupan las alcaldías, las gobernaciones y el congreso. Los obstáculos que ha enfrentado Petro no son accidentales ni meramente fruto de la falta de poder político en las urnas; son el resultado inevitable de intentar operar dentro de un sistema diseñado por y para la clase dominante.

El poder económico sigue siendo el verdadero motor del Estado, y aunque se logren victorias parciales en las urnas, como sucedió con Petro, estas nunca serán suficientes para alterar las estructuras fundamentales de poder. ¿Por qué? Porque el Estado capitalista no está diseñado para ser transformado, sino para preservar el statu quo. Los políticos electos, por muy bien intencionados que estén, no tienen el control de los medios de producción ni de las instituciones que realmente determinan el rumbo del país.

El ejemplo de Petro muestra la inutilidad de las elecciones burguesas como un medio para la emancipación de las clases trabajadoras. Los sectores económicos han hecho todo lo posible para entorpecer cualquier reforma progresista, utilizando su poder para controlar las instituciones y sabotear los avances. Es la misma lógica que opera en todas las democracias burguesas: la democracia es tolerable para los capitalistas solo mientras no socave su hegemonía.

La clase obrera no puede aspirar simplemente a «ganar» el Estado burgués mediante el voto, sino destruirlo y reemplazarlo por la Dictadura del Proletariado que verdaderamente represente los intereses de la mayoría laboriosa. El aparato estatal, con su burocracia, sus fuerzas militares y sus tribunales, no puede ser reformado: debe ser derrocado. Solo cuando la clase trabajadora haya tomado el poder podrá comenzar la verdadera transformación social.

Dos años de gobierno reformista muestran que la manera de emancipar a la clase obrera no es votando, sino organizándose y movilizándose revolucionariamente. El proletariado debe construir su Partido Comunista Revolucionario y estar preparado para aplastar al viejo Estado, creando en su lugar un gobierno de obreros y campesinos que sirva a los intereses del pueblo trabajador; solo entonces podremos hablar de una verdadera emancipación.

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