A propósito de los artículos del periodista Daniel Emilio Mendoza
En Colombia el monopolio de los grandes medios de información se corresponde con el monopolio de la vida política y económica en la sociedad. Las riquezas de los enormes grupos parásitos capitalistas que gobiernan el país le han puesto mordaza a la prensa, de una forma tan terrible que es denunciado por las mismas fuentes de información de la burguesía. Los odiados capitalistas Luis C. Sarmiento, Carlos Ardila y Alejandro Santodomingo controlan el 57% de la televisión, radio e internet. En dichos medios se habla de todo cuanto conviene al poder y la concepción ideológica de los ricos. Desde allí se lleva el mensaje de que los poderosos merecen la dominación y los oprimidos y explotados son seres despreciables, sucios, infames y que no les corresponde más de lo que padecen en este infierno.
Artículo va y artículo viene, programas y más programas se hacen para infundir el temor de la dominación capitalista, justificar la represión del Estado y aceptar la intensificación de la dictadura de clase de los ricos contra el pueblo. Las noticias, que más parecen novelas, infunden el temor en todas las familias frente a la terrible descomposición social. Se acusa al lumpen de ser el enemigo y se muestra al Estado y su represión como la salvación.
En estos medios, especialmente en programas que se emiten los domingos en la noche (cuando las familias se reúnen alrededor del televisor), se da la idea de que en el pueblo abundan los abusadores, los violadores y ladrones, que el Estado es quien protege la población contra estos flagelos y que la clase gobernante es quien tiene en sus manos el control para extirpar los males de esta inmunda sociedad. Pero no se habla de los capitalistas, de los dueños del poder, de su concepción ideológica, de su corrupción, de su descomposición y del origen de sus riquezas.
Tomando las sentidas denuncias del periodista Daniel Emilio Mendoza, expulsado infamemente de la Casa Editorial El tiempo, propiedad de quizá el más rico zángano colombiano, Revolución Obrera aprovecha para reforzar la acusación a los centenarios enemigos capitalistas y a su sistema de hambre, superexplotación, miseria y opresión.
En el artículo «Uribe Noguera, el Club El Nogal y la sociopatía institucional», como en otros que le siguen, Mendoza denunció cómo el conocido pedófilo pertenece al círculo social dominante que discrimina a los oprimidos considerándolos seres despreciables, unos «guisos» (sirvientes); donde estos parásitos actúan como amos frente a los trabajadores y sus familias, a quienes tratan como objetos diseñados para servirles o para satisfacer sus más elementales deseos ─lo que se les pase por la mente, incluido violar y asesinar una niña indefensa como Yuliana Samboní.
Uribe Noguera es apenas una de las muchas personalidades de la burguesía que goza de sus actos contra los oprimidos. Es apenas un caso, pues como ya se ha denunciado por los mismos paramilitares, los altos mandos del ejército pedían muertos para cuadrar sus ascensos frente a los superiores y ganar condecoraciones, viajes y demás dádivas. En la época de La Violencia lo hacían los gobernantes exigiendo orejas de las víctimas a los jefes de la policía y el ejército como prueba del cumplimiento de la orden de desangrar el campo colombiano. La burguesía colombiana, a la que pertenece Uribe Noguera, pasa por encima de los oprimidos y explotados como un derecho adquirido. Es el poder político y económico de los capitalistas lo que les permite violar a las hijas de los trabajadores, desaparecer a los débiles, condenar a la drogadicción a millones de jóvenes, desplazar a por lo menos 7 millones de campesinos, matar cientos de miles de personas para mantener su inmundo estado de cosas… Por esto, si los trabajadores no quieren seguir soportando tal clase zángana, parásita y asesina, deben decidirse a conformar su propio partido político independiente y revolucionario que, siguiendo el Programa Socialista, encause todo el torrente de lucha de los oprimidos y lo conduzca por el camino de la lucha de clases, hacia la Huelga Política de Masas y por la Revolución, hasta derrocar todo el poder del capital, para instaurar sobre sus ruinas el Estado de Obreros y Campesinos, único capaz de someter por la fuerza de la Dictadura del Proletariado a quienes hoy tienen condenado al pueblo colombiano al asesinato, la desaparición, la hambruna y la miseria general.
Mientras el Estado capitalista siga en pie, se les asegurará libertades y derechos a los miembros de la clase dominante como a Uribe Noguera, los Moreno, los Uribe, los Sarmiento… Ni la constitución ni la ley burguesa se les aplica con efectividad a los miembros de la clase poseedora, porque la democracia popular en el reino del dinero no es más que una forma de encubrir la dictadura de la infame minoría explotadora sobre la inmensa mayoría trabajadora. Por ello los capitalistas podrán seguir en el país como en su feudo y tratando a los trabajadores y a sus hijos como sus siervos, a quienes se les niega cualquier tipo de derecho real. El pasado y el presente de Colombia como país capitalista oprimido es el de una sociedad sometida a una doble opresión y explotación: la del imperialismo y del capitalismo, que en una alianza de clases enemigas, someten al pueblo colombiano al peor de los suplicios en toda su historia.
En Colombia no hay ley para los ricos, ni mucho menos aplicación de su engañosa justicia para ellos y sus familias. La libertad de expresión no existe para quien acuse a los explotadores de sus crímenes, ni se puede apelar efectivamente a los «derechos fundamentales» ante ningún poder, ni mucho menos exigir la aplicación del código penal para los miembros de la clase dominante.
Los miembros de la clase burguesa son protegidos por este Estado opresor y corrupto, hecho a su imagen y semejanza; son intocables por el poder de su dinero y la institucionalidad no es más que su servil maquinaria. Por esto el Estado no es quien pueda imponerles linderos a los ociosos propietarios, cuyo poder les da derecho para hacer lo que les dé la gana con los trabajadores del campo y la ciudad, siendo este la fuente de donde emergen pedófilos como los curas pederastas, los Uribe Noguera y sus congéneres.
Por lo anterior es que si se quiere luchar contra esa clase y su dominación, no basta denunciar a sus clubes o directivos, ni despreciar parte de su ideología opresora; es necesario unirse a la lucha de la clase obrera, organizándose clandestinamente, ayudando al derrocamiento del poder político de los capitalistas mediante la revolución. La única manera de poner freno a una clase que no tiene límite en su genocidio y opresión contra el pueblo, es mediante la organización y rebelión de los trabajadores, pasando de la resistencia a la guerra popular hasta alcanzar el triunfo de la Revolución Socialista.
Tenemos no solo «una élite sociópata, sin linderos, rapaz, inhumana, perversa, una élite descompuesta por los millares de simbolismos que la hacen injusta, corrupta y desconsiderada…», como denuncia el periodista Mendoza sino toda una clase capitalista, que en Colombia está conformada por unos cuantos miles que monopolizan el capital y la tierra, los principales responsables de todos los crímenes sociales.
Los obreros y campesinos solo dejarán de ser tratados por la burguesía como los «guisos inferiores», las «bestias incultas, sin gusto» y los «animales cochinos»…, cuando sometan a esa clase parásita a las exigencias populares mediante la democracia de los obreros y campesinos armados, que confisque la gran propiedad de los explotadores, les condene sus crímenes ejemplarmente y les someta a tener que trabajar para comer.
Escritos como el presente jamás saldrán en las plataformas inmensas y reconocidas de la burguesía, no serán del alcance internacional que dan herramientas como las que tiene el poder del capital, pero con el trabajo independiente y revolucionario se lleva la conciencia socialista a los trabajadores, hasta convencerlos de la justeza de su lucha, de sus intereses y propósitos inmediatos y futuros. Por esto Revolución Obrera llama a los escritores honestos, a los que empujan los dedos del teclado con los más recónditos sentimiento populares, con el impulso que proporciona la sed de justicia, con el alma puesta en el porvenir de la humanidad, para que hablen a los trabajadores a través de las herramientas del proletariado revolucionario, inspirados por el Programa Socialista, y confiando en la clase más sana y con futuro que tiene la sociedad colombiana: la clase obrera.
Un medio como éste no está al servicio de la manipulación social, como sí lo están todos los grandes medios oficiales de la burguesía, quienes están abierta o solapadamente al servicio del poder. Desde aquí, sí se pueden difundir libremente las ideas y la información que sirve al pueblo para elevar su nivel de conciencia, liberarse de la «élite» podrida y lograr su emancipación definitiva.