Las calles de Puerto Príncipe en Haití muestran la durísima crisis social y política de este país centroamericano, donde la división de las clases dominantes ha tomado cuerpo tras la decisión del actual presidente Jovenel Moïse de no abandonar la presidencia, pues según él mismo, su mandato termina en 2022, mientras que sus opositores demandan que debe abandonar ya, pues su gobierno terminó el pasado 7 de febrero. Lo que se ha puesto en evidencia, es la intención de Moïse de extender su mandato, argumentando que durante el primer año de su gobierno de 5 años, estuvo un gobierno interino; pero además, tiene dentro de su plan inmediato impulsar una reforma constitucional que le permita extender aún más su período en la presidencia.
La oposición responsabiliza de esta situación, al apoyo que ha tenido el gobierno de Moïse, por parte de los Estados Unidos, pues es considerado un perro faldero de los gringos en Centroamérica; entre otras, fue uno de los que se pronunció a favor de una intervención militar directa de los yanquis en Venezuela. Desde el año pasado Moïse gobierna por decreto luego de haber destituido dos tercios del Senado, a toda la Cámara y a todos los alcaldes del país.
La crisis se ahonda todos los días; ya son cerca de 2 semanas de multitudinarias manifestaciones en las principales ciudades y que han llevado una intensificación de la represión policial contra la población; muertos, heridos y detenidos, es la constante que se vive en Haití, pues a la desesperada situación de miseria, desempleo y hambre en la población, se suma la crisis que ha exacerbado todas las contradicciones en toda la sociedad. La situación es que los de abajo ya no quieren seguir gobernados como hasta ahora, y los de arriba no son capaces de darle salida a la situación. El pueblo está realmente insubordinado, cada golpe que reciben de las fuerzas represivas, se vuelve combustible para la lucha popular, y eso muestra la enorme capacidad que anida en lo más profundo de los trabajadores.
Sin embargo, aunque en los hechos, las condiciones son magníficas para la revolución, no se ve en el inmediato futuro la posibilidad que desemboque en una crisis revolucionaria que barra desde sus cimientos a ese podrido y débil Estado reaccionario. Por un lado, porque el camino de la politiquería se fortalece, a tal punto que se refuerza por todos los medios como única solución, cambiando a Moïse realizando unas nuevas elecciones; camino del simple y rancio reformismo que sigue pensando que la solución está en los emplastos y remiendos a la moribunda democracia burguesa, pretendiendo destacar que lo que hay en Haití es un simple problema de gobernabilidad y legitimidad.
Y por otro lado, y el más importante, la ausencia de un Partido Político Revolucionario en Haití, que pueda canalizar toda esa disposición de las masas a la lucha, y unirla con la crisis política, para darle la estocada y mediante un levantamiento revolucionario de las masas, tumbar el poder de los ricos y establecer un gobierno de dictadura obrero-campesina basada en el armamento general del pueblo; esa sí, la solución de fondo a la situación tan dura que vive el pueblo de Haití.