El reciente golpe militar en Myanmar (antigua Birmania), no es un fenómeno extraño en ese país del Sudeste Asiático, con más 50 millones de habitantes y aproximadamente 100 grupos étnicos. Tampoco es extraño que hayan arrestado y puesto en prisión a Aung San Suu Kyi, la actual presidente, ni que los gobiernos de los países poderosos inmediatamente se hayan pronunciado para “condenar” la acción y hacer llamados a “respetar la democracia”. No es nada extraño ni nuevo que esto esté pasando en Myanmar.
Y…. ¡Eso es lo peor! ¡que no sea extraño!; y se haya vuelto costumbre que los militares hagan lo que les venga en gana, se hayan atornillado en el poder de este país desde hace más de 50 Años y que los tales caminos hacia la democratización sean solo palabrería pueril y ridícula, pues la realidad es que en los años que supuestamente hubo elecciones libres y gobiernos democráticos, eso no pasó de ser una vulgar tragicomedia de la prostituida democracia de los ricos, pues allí los militares jamás dejaron de controlar todas las esferas del poder, determinando tras bambalinas absolutamente toda la política y convirtiendo a los supuestos adalides de la paz democrática como la señora Aung San, premio nobel de paz, en vulgares marionetas de los militares que los usan para ponerle un rostro falso a la más brutal dictadura militar que ha pesado como una mole de concreto en el pueblo de Myanmar.
No en vano, el ejército de ese país ha sido denunciado como una fuerza asesina en contra de las minorías, contra las que ha lanzado campañas asesinas de exterminio como las del 2017 en contra de la comunidad Rohingya, a quienes mataron por miles y obligaron al desplazamiento hacia Bangladesh de más de 700 mil. Curiosamente, estando como presidente la señora premio nobel de paz y quien se encargaba en ese entonces de comparecer ante la corte de la Haya para defender al ejército que hoy la destituye y enjuicia. En ese entonces, la señora nobel de paz, actuando como escudera de los asesinos, declaraba que lo que sucedía era un «conflicto interno armado desencadenado por ataques contra puestos de la policía» y que se estaban combatiendo “amenazas extremistas en el Estado de Rakhine”
También se ha vuelto costumbre que esa señora siga haciendo parte de ese circo maquiavélico, que siempre montan los que se dedican a embellecer la dictadura de los ricos con sueños ilusos de que se puede transitar por los caminos pacíficos de la democracia burguesa para mejorar la vida de las masas; como dice el adagio popular, de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Y el infierno de la dictadura militar en Myanmar está adobado y encubierto por los cánticos de los pacifistas que siguen pensando, que con los votos se derrotan las armas y las metrallas de los asesinos defensores de la explotación y opresión de los trabajadores.
Allí en Myanmar, se disputan, como en todo el mundo, los dos caminos; mientras los pacifistas piden al gobierno militar de facto, que se respeten las leyes y se libere a sus dirigentes, el pueblo se ha lanzado a las calles a desafiar el poder militar con la fuerza de la población, con cacerolazos, movilizaciones y tomas. Ya van más de 150 detenidos, entre ellos la señora Aung San quien se encuentra en arresto domiciliario y Win Htein, dirigente de 80 años y miembro de la Liga Nacional por la Democracia, uno de los más cercanos a Aung San, a quienes se les mantiene detenidos con cargos amañados y rebuscados como es la costumbre de las dictaduras militares.
Aunque la fuerza política encabezada por la nobel de paz ha abanderado públicamente el clamor por la democracia en contra de la dictadura militar, la realidad es que nunca ha roto su nexo y al final dependencia de los militares, y ese cordón umbilical le ha costado que siempre haya dependido de la aprobación de los militares para cualquier medida que haya promovido en su gobierno; y hoy, con el golpe militar, queda suficientemente clara esa realidad, pues al final, en política, quien tiene el poder de las armas, tiene el poder, y ese nunca ha estado en manos, ni del pueblo ni del Partido de Aung San Suu Kyi.
El camino de la democracia para los trabajadores no puede ser otro que el de la Guerra Popular, donde sean las propias masas armadas las que gobiernen sin intermediarios, y donde el poder de las armas deje de ser exclusivo de una parte de la sociedad y esté absolutamente en manos de las masas organizadas. Mientras tanto, las masas seguirán siendo dominadas, las clases dominantes seguirán gobernando y mandando, y lo harán a través de juntas militares o con careta democráticas como lo vivió Myanmar por unos cuantos años.