A los 84 años de edad murió Colin Powell el 18 de octubre pasado, según dicen, a causa de complicaciones por COVID 19. De inmediato, todos los representantes del imperialismo yanqui, sus aliados y sirvientes de los países oprimidos derramaron lágrimas por su pérdida. También los competidores de los imperialistas yanquis en Europa derramaron lágrimas de cocodrilo.
Powell es presentado por los dirigentes del imperialismo yanqui como ejemplo de superación y liderazgo en el país de las maravillas, donde es posible alcanzar todos los sueños. No solo los miembros del Partido Republicano al que pertenecía sino demócratas como Obama y los Clinton, destacan las “proezas” de este buen burgués –entendiendo que burgués bueno, es burgués muerto:
Colin Powell fue un valiente soldado, un hábil comandante, un diplomático dedicado y un hombre bueno y decente. Hijo de inmigrantes, ascendió a los niveles más altos del servicio militar, civil y no gubernamental gracias a su inteligencia, su carácter y su capacidad para ver el panorama general y atender a los detalles más pequeños. Vivió la promesa de Estados Unidos y pasó toda una vida trabajando para ayudar a nuestro país, especialmente a nuestros jóvenes, a estar a la altura de sus propios ideales y de sus más nobles aspiraciones en casa y en todo el mundo. (Declaración de Bill y Hilari Clinton del 18 de octubre)
Sin embargo, las frases aduladoras al siniestro personaje y los lloriqueos lastimeros por su muerte, obedecen en realidad a que Powell fue un ejecutor implacable de los designios de la burguesía imperialista estadounidense; su historial genocida no deja duda alguna:
Participó como teniente en la guerra de agresión a Vietnam, donde se destacó por su trabajo en la matanza, que no impidió la desastrosa derrota yanqui, pero que el carnicero asimiló en la que más tarde sería adoptada como “Doctrina Powell”, según la cual, cuando Estados Unidos decide utilizar la fuerza militar, debe ser implacable y aplastante, además de tener objetivos políticos claros y un plan para retirar a las tropas del campo de batalla.
Durante su servicio bajo la Administración de Reagan, ya como general, fue encargado de encubrir las operaciones encubiertas del Consejo de Seguridad Nacional y la CIA cuando estalló el escándalo Irán-Contra, la venta secreta de armas a Irán para desviar ilegalmente fondos destinados a los grupos contrarrevolucionarios que pretendían derrocar al Gobierno de los sandinistas en Nicaragua.
En 1989 ascendió al rango de general de cuatro estrellas, convirtiéndose en el primer negro en presidir el Estado Mayor Conjunto durante el mandato de George Bush. Cargo desde el cual planeó y supervisó la invasión de Estados Unidos a Panamá en 1989 y posteriormente a Kuwait con el pretexto de expulsar al ejército iraquí al mando de Saddam Hussein en 1991 siendo condecorado por ello como héroe nacional.
Entre el 2001 y 2005 durante el gobierno George Bush hijo, ocupó el cargo de Secretario del Departamento de Estado, desde el cual justificó la invasión a Irak en 2003 con el pretexto de que el régimen de Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva que nunca se encontraron, quedando sí en evidencia que se trataba de destruir la infraestructura del país (fábricas, hospitales, vías importantes…) y conquistar para Estados Unidos un lugar en el mapa geopolítico de la región.
Powell pasará a la historia como el títere mentiroso que ante el Consejo de la Seguridad de la ONU se batió para justificar el genocidio del pueblo iraquí, pero cuyo fin no era otro que el interés de los imperialistas yanquis de apoderarse de las fuentes de petróleo en el Medio Oriente. Años después justificaría su actuación declarando que se trataba del “sentido del deber” y que “una vez el presidente toma una decisión, ella debe ser adoptada por el gabinete”.
Tal es en muy pocas palabras el historial de un criminal al servicio de los imperialistas que lloran su muerte, y tratan de presentarlo como un buen hombre, pero que no pasó de ser otro miserable agente de la explotación y la opresión sobre los pueblos, para quienes su muerte no tiene valor alguno.