Julio Roberto Gómez, presidente de la Confederación General del Trabajo (CGT), acorde a su política traidora y conciliadora con los enemigos de clase del proletariado, tachó de “salvajes” y de “mentes torcidas de criminales” a los manifestantes que se enfrentaron a la policía y que rayaron algunas paredes y puertas de una iglesia ubicada en la Plaza de Bolívar el pasado 25 de abril en medio del Paro Nacional en Bogotá. Este amigo de la burguesía, encarna la dirección política del movimiento sindical que hoy concierta y concilia los intereses de los obreros con sus enemigos de clase: banqueros, industriales, comerciantes y terratenientes.
No es raro que Julio Roberto asuma este tipo de posiciones policivas en contra de los jóvenes que deciden enfrentar violentamente a los perros guardianes del capital. Es común que desde la democracia liberal, es decir, los defensores del capitalismo que sólo persiguen reformarlo, hagan este tipo de condenas contra la juventud beligerante. Basta recordar que Clara López en mayo del 2009, para ese momento secretaria de gobierno de Bogotá, condenó a los jóvenes que se enfrentaron a la policía y que afectaron fachadas de bancos y negocios comerciales tachándolos de vándalos.
En esta sociedad, donde las contradicciones sociales se agudizan a diario, son normales los choques entre los representantes de los desposeídos y los guardianes del orden burgués. Precisamente el papel de los apagafuegos como Julio Roberto Gómez, es el de aplazar las luchas, como por ejemplo sucedió el 13 de diciembre de 2018 cuando reemplazaron el paro programado por un desfile en la carrera séptima por orientación de los jefes de las centrales sindicales y de los partidos políticos de la pequeña burguesía. La tal “paz social” tan pregonada por los jefes sindicales consiste en evitar los choques entre clases sociales, en no afectarles las ganancias de los capitalistas con paros o manifestaciones contundentes, en desarmar la organización y unidad de los obreros y campesinos, en “desfilar” pasivamente un día por las calles de las principales ciudades: en ser los mejores amigos de la burguesía y sus aliados. Sin embargo, la furia de las masas no se contiene “por decreto” o por la decisión amañada de un puñado de jefes sindicales y políticos que actúan en contubernio con las clases dominantes y las fuerzas represivas del Estado.
Si los “Julio Roberto Gómez” del movimiento sindical cumplen su papel de apagafuegos, ya es hora de que los obreros conscientes de la necesidad de organizar y unir a la clase obrera para la lucha, actúen con audacia y empeño en el propósito de reestructurar el movimiento sindical, lo cual consiste en que los dirigentes obreros trabajen para unir por la base las luchas que están dispersas, eduquen en la necesidad de organizar y generalizar las huelgas en los principales sectores de la producción y en clarificar que el Estado de los ricos amortigua los choques entre las clases sociales cuyas contradicciones son irreconciliables y que por lo tanto no son posibles de resolverlas por medios pacíficos. Pero sobretodo, el movimiento sindical debe aislar la política de concertación entre clases que hoy lo dirige actuando con independencia política, ideológica y organizativa, dejando sin campo de acción a personajes despreciables como Julio Roberto Gómez, quienes en la práctica son aliados y representantes de la burguesía dentro del movimiento obrero.