Este 8 de marzo llega en medio de la agudización de la lucha de clases en todo el mundo y los preparativos de una nueva guerra imperialista. Eventos que en esta conmemoración histórica, evocan a las 129 obreras incineradas en 1908 por el patrón, en la fábrica de textiles Cotton y el levantamiento de las 20 mil en 1909 en Estados Unidos.
En la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas (comunistas) realizada en 1910 en Copenhague, a proposición de la dirigente internacional del movimiento obrero Clara Zetkin, fue aprobado el Día Internacional de la Mujer; las gigantescas manifestaciones de las mujeres contra la guerra imperialista en Rusia en 1917, junto con las anteriores gestas de heroínas reafirmaron la fuerza decisiva de la mujer en los cambios revolucionarios de la sociedad y sirvieron para instituir el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer.
Mujeres que por su condición de doblemente explotadas y oprimidas, demostraron al mundo burgués su cualidad de doblemente revolucionarias, convirtiendo sus aspiraciones en un gran movimiento en todo el mundo. Desde entonces, junto a ellas van sus compañeros hombres, hermanados por la explotación y la opresión, conscientes de que no será posible liberarse del capital sin la emancipación de las mujeres y viceversa: la liberación de la mujer solo será posible con la emancipación de la clase obrera.
La burguesía, empeñada en engañar a los pueblos del mundo y desviar el carácter revolucionario y proletario de ese día, ha pretendido convertirlo en un día de fiesta y flores, e infestar a los movimientos de mujeres luchadoras con su ideología dañina reduciendo la opresión y discriminación de la mujer a un problema de género exclusivamente, enajenando la conciencia y poniéndole ese velo para ocultar la lucha de clases y la causa más profunda de la milenaria opresión de la mujer: la propiedad privada. Busca que las mujeres olviden las raíces de su día y la unión inseparable de su lucha por sacudirse sus cadenas y la lucha por la emancipación de los trabajadores, que es, en última instancia, la lucha por liberación de la humanidad de toda forma de opresión y explotación sobre la tierra.
El feminismo burgués y pequeñoburgués que hoy predomina en el movimiento femenino, al no entender que la situación de opresión y subordinación de las mujeres está vinculada a la estructura económica, social y política, es decir, al capitalismo imperialista, solo concibe buscar soluciones dentro del propio sistema; soluciones que no pueden ir más allá de algunas conquistas meramente jurídicas, formales que siempre terminarán beneficiando a un pequeño sector de las mujeres de las clases dominantes y de la pequeña burguesía sin resolver el problema de la liberación de la mujer. Una lucha que no puede tener éxito si se mantiene aislada de la lucha para derrocar al sistema imperialista, por cuanto la verdadera igualdad entre hombres y mujeres solo puede alcanzarse en el proceso de la transformación socialista y el establecimiento del comunismo en todo el orbe.
Ahora, cuando el sistema imperialista mundial agoniza en medio de la más aguda crisis en su historia (económica, social, sanitaria, ambiental y política), se ensaña especialmente contra las mujeres trabajadoras, sobre quienes descarga los peores horrores, convirtiendo el problema de la mujer en un asunto social de vida o muerte: a la desigualdad y opresión históricas, se suman y acrecientan el acoso y la perversión machistas, la mercantilización, el maltrato físico, la violación, la mutilación, el asesinato…
Es por ello determinante que las mujeres, siguiendo el ejemplo de sus antecesoras, se lancen a luchar con toda firmeza por sus derechos y por sus propias reivindicaciones, que deben conquistarse uniendo su lucha a la de todo el pueblo. No cayendo en la trampa de las ilusiones politiqueras que hoy se venden en el mercado del circo electoral, porque de ese camino y del putrefacto Estado al servicio de los explotadores, jamás se ha generado algún cambio importante, pues el gobierno es la junta que administra los negocios comunes de los capitalistas y para ellos es vital que la mujer siga siendo la bestia de carga en el trabajo y el hogar, y un apéndice del hombre.
Los horrores a que son sometidos en la actualidad el proletariado y los pueblos del mundo, especialmente las mujeres trabajadoras, obliga a mujeres y hombres de la clase obrera y demás trabajadores a luchar unidos contra el sistema capitalista, pero además se necesita crear el movimiento femenino proletario para animar a las mujeres a la lucha y desatar su rebeldía, haciendo valer su fuerza poderosa, sin la cual la humanidad seguirá sometida en el oprobio y sumida en el oscurantismo.
Los comunistas son los únicos enemigos a muerte de toda forma de explotación y de opresión; por ello se empeñan en que en sus organizaciones y demás organizaciones proletarias y de masas se les brinde realmente a las mujeres las condiciones para participar libremente y destacarse como dirigentes, combatiendo el machismo por cuanto es parte de la ideología que ayuda a sostener esta podrida sociedad, la cual no le sirve ni a las mujeres ni a los hombres de la clase obrera.
Las compañeras que desean sinceramente cambiar el mundo de raíz y no solo maquillar la terrible situación, tienen un lugar especial en las filas de los comunistas, que ahora se proponen dar un paso adelante en la construcción del Partido que de verdad represente y defienda los intereses del proletariado. El único partido donde encontrarán la libertad y donde podrán desplegar a plenitud su iniciativa creadora, hacer valer su inteligencia y realidad sus deseos de igualdad. Solo allí podrán emular el ejemplo de Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, Inés Armand, Nadia Krupskaia, Chiang Ching y otras grandes dirigentes del proletariado internacional.