En sus albores, la clase obrera oprimida volvió su cólera contra las máquinas; más tarde hizo la Comuna. Entre esas dos etapas hay la misma distancia que la que queda por recorrer entre la revuelta contra «el macho» y la liberación de las mujeres. La mitad del cielo: el movimiento de liberación de las mujeres en China
(Claudie Broyelle)
Se cumplen 74 años de la fundación de la República Popular China (RPCh); el 1° de octubre de 1949, el proletariado chino tomó el poder y proclamó el nacimiento de su propio Estado en el camino socialista. Con el proletariado y los campesinos en el poder se hacía indispensable desarrollar las condiciones para la liberación definitiva de la mujer, para ello, sistemáticamente se construyeron legislaciones y órganos de poder popular que garantizaran los derechos de las mujeres.
Las mujeres chinas sabían que, si no se descubren los obstáculos concretos que hay que destruir, no se podría conquistar la igualdad entre hombres y mujeres. La RPCh demostró que la emancipación de las mujeres no puede alcanzarse sin resolver los obstáculos materiales, y no solamente ideológicos que la mantienen esclavizada.
Para avanzar en la emancipación femenina se fundó, también en 1949, la Federación de Mujeres de China (FMCh), que estaba compuesta por grupos regionales de mujeres que buscaban la libertad y la mejora de la condición de la mujer; para ello fue necesario erradicar el tradicional concepto que se tenía acerca de la supuesta inferioridad femenina y, sobre todo, generar programas y estrategias que acercaron a las mujeres a una igualdad real con los hombres.
La FMCh era dirigida por mujeres: la primera presidenta fue Cia Chang, de igual forma participaron mujeres como Deng Yingchao, Zhang Quinqui, Kang Keqing, todas ellas, veteranas de la Larga Marcha.
Tras la creación de la FMCh, el 1 de mayo de 1950 se promulgó la Ley sobre el Matrimonio, con la que se buscó dejar atrás antiguas costumbres y supersticiones que tradicionalmente habían relegado a la mujer: se prohibieron los matrimonios arreglados y el concubinato; por primera vez se otorgó a las mujeres el derecho al divorcio y a la propiedad; y se buscó, con medidas materiales e ideológicas, conquistar una verdadera liberación de la mujer, para lo que era preciso que se emanciparan del limitado rol que la sociedad capitalista les había entregado, donde solo eran contempladas como esposas y madres, es decir, como cuidadoras y reproductoras de la fuerza de trabajo.
La experiencia de la RPCh demuestra cuán estrecha e inútil es la idea de que la liberación de las mujeres se obtiene del solo hecho de «darles» la igualdad jurídica y económica; puesto que se precisa una transformación de la mujer misma en los planos ideológicos y materiales, no solamente para cambiar la sociedad y hacer la revolución, sino también para transformarse ellas mismas, el juicio que tienen sobre sí y sobre el grupo, una revaluación de los pretendidos «valores» atribuidos a las relaciones que la mujer mantiene con la sociedad, con la familia, con los hombres, con su función de madre y de esposa, así como de trabajadora.
La RPCh demostró cómo todas las ilusiones jurídicas que han marcado los antiguos y los actuales movimientos feministas: el derecho al trabajo, al voto, al divorcio, a estudiar, a utilizar la contracepción… no liberan a la mujer de la esclavitud doméstica ni de la maternidad forzada ni de la dependencia económica respecto al marido. Estas reformas no han liberado a la mujer, pues no han cambiado en nada a la sociedad y le han hecho sentir más cruelmente la opresión.
El movimiento femenino le ha arrancado al capitalismo casi todo lo que el capitalismo podía darle y es demasiado poco, lo que demuestra que las mujeres no tenemos nada que esperar de esta sociedad; todas las opresiones de las que somos víctimas son consecuencias del sistema explotador capitalista y, por lo tanto, no existe otra salida que la revolución.
La China socialista identificó cinco componentes de la opresión a la mujer: el trabajo social en la producción, el trabajo doméstico, los hijos, la familia y la sexualidad; y contra esos cinco componentes se levantó y tomó medidas concretas en pro de la liberación femenina.
Liberación de la mujer de la opresión en el hogar
En el capitalismo existe en una división del trabajo que normalmente excluye a las mujeres de la producción social, para confinarlas al trabajo doméstico; y esto es así porque para poder marchar, la sociedad capitalista necesita de la función maternal. Transformar la condición femenina implica que las mujeres abran la puerta de la casa, que vayan más allá de querer servir a su familia y de no interesarse más que en las pequeñas alegrías y tristezas familiares, para que su horizonte se expanda y quieran servir al pueblo y a su emancipación.
La exclusión de un gran número de mujeres del trabajo social limita el horizonte femenino, la encierra en los insolubles problemas familiares. En China, la vinculación de la mujer a la producción fue un arma para liberarlas, para que las mujeres pudieran servir mejor al pueblo chino y a la revolución mundial. Con la participación de la mujer en la producción social revolucionarizada, las mujeres pudieron acceder a un conocimiento profundo de la sociedad, del que estaban privadas en su hogar.
En la división capitalista entre el trabajo manual e intelectual, las mujeres —en su inmensa mayoría— están del lado del trabajo manual. Y esto las oprime doblemente, no solo porque —como todos los obreros— están privadas del saber, sino también porque, por el hecho de su «secuestro» familiar, están más que nadie privadas de puntos de vista globales, de visión de conjunto.
Transformación del trabajo doméstico
Para conquistar la igualdad entre los sexos, es necesario transformar el trabajo doméstico —que bajo el capitalismo le genera a la mujer una doble jornada de trabajo—, en China esto consistió en socializar ese trabajo, en reagruparlo y en organizarlo por fuera de la estructura familiar. Se colectivizó, ya que se comprendió que no es más que una producción como cualquiera otra y esta colectivización permitió hacer evidente su carácter útil, necesario y reconocerlo socialmente, así se reeducó a los hombres, quienes aprendieron a medirlo realmente y a no despreciarlo.
A diferencia de la primera experiencia que tuvo el proletariado en el poder en Rusia, el socialismo en China no consistió en remunerar mejor las tareas fastidiosas y en hacer que las tomaran a su cargo sólo una parte de los trabajadores; lo que hizo el pueblo chino fue repartirlo lo más ampliamente posible, asumiendo cada uno una pequeña parte, nadie se vio esclavizado. En cuanto al mantenimiento de las casas propiamente dicho, el reclamo de la sociedad China fue que lo que no era «colectivizable» (por ejemplo, el rutinario aseo del hogar) se repartiera equitativamente en el seno de la familia, lo que incluía a los ancianos y los niños.
La distribución del trabajo tuvo en cuenta las diferencias fisiológicas que existen entre los hombres y las mujeres, diferencias que también pueden existir entre los mismos hombres. Pero la fuerza o la debilidad física no era un pretexto para que existiera una diferencia de retribución entre los hombres y las mujeres. Igualmente, se tenía claro que: «No solamente lo que un hombre puede hacer también puede hacerlo una mujer; sino lo que una mujer puede hacer, un hombre puede y debe hacerlo también».
Así pues, del hogar individual se pasó a un hogar colectivo, ya que se crearon nuevas estructuras sociales que remplazaron los diferentes «deberes» de la familia: se organizaron comedores populares, talleres colectivos de trabajo doméstico (reparación de ropa y calzado, carpintería, desarrollo de aparatos que mecanizaran y simplificaran el trabajo doméstico, etc.), se creó una red de sanidad muy descentralizada, se organizaron para efectuar trabajos colectivos que se ofrecían de manera gratuita (los peluqueros, el cine, los transportes).
La familia como esclava de la producción
Por otro lado, en el capitalismo la condición femenina es consecuencia inevitable de una organización social inhumana, que transforma a los hombres en máquinas de producir y a las mujeres en «reparadoras» y productoras de esas máquinas. Puesto que en la sociedad burguesa hay competencia entre las fuerzas de trabajo, ello implica que estas se reproduzcan de manera privada, siendo cada quien responsable de desarrollar todos sus esfuerzos para corresponder lo más posible a lo que el capitalista espera, bajo pena de ser rechazado de la producción.
Por lo anterior, si se quiere una transformación revolucionaria de la familia, es preciso transformar su función social, destruir el interés privado permitirá la creación progresiva de nuevas relaciones entre hombres y mujeres; igualmente, una revolución radical de las relaciones entre padres e hijos.
No se puede liberar a la mujer sin destruir la función misma de la familia en nuestra sociedad; esa función es para las clases oprimidas: producir los futuros trabajadores (hijos), cuidar, nutrir, mantener en condiciones a los actuales trabajadores (maridos), de tal manera que los hijos y los maridos estén acordes para el «consumo» que la burguesía quiera hacer de ellos que no puede ser otra cosa que oprimirlos física, intelectual, moral y políticamente.
En el capitalismo al proletariado, desposeído de todo, no le queda más que ejecutar —en un melancólico aburrimiento y con grandes esfuerzos físicos—, la repetición de operaciones parcelarias, incoherentes, durante el número suficiente de horas para «ganarse la vida». Si el trabajo sirve para «ganarse la vida», no es sorprendente que, en esas condiciones, lo «privado» tome tanta importancia. Así pues, otra función de la familia capitalista es hacer del tiempo libre del trabajador, lo que lo anima a soportar el tiempo de trabajo.
Mientras la fuerza de trabajo siga siendo una mercancía, la familia seguirá siendo necesariamente una pequeña fábrica de «producción de tal mercancía». Es por ello que una revolución que busque la liberación de la mujer debe luchar porque la familia no siga siendo una unidad económica y, por ende, no sea más una base de la opresión femenina. De allí que el único camino para la liberación femenina sea la revolución comunista.
La liberación de la mujer y los hijos
Los comunistas llevamos una lucha sin piedad contra las supersticiones que han oprimido a las mujeres en el pasado; tesis retrogradas, ideas falsas sobre la mujer y sus las cualidades «irremplazables» para educar a los hijos; ideas sobre que las mujeres son demasiado limitadas intelectualmente para aprender un oficio…
La construcción del socialismo en China no podía descuidar esta cuestión, así que el trabajo de la Federación de Mujeres de China consistió en la formación de una nueva mujer para la cual los hijos no fueran ya su principal «razón de ser».
Para ello, era preciso encontrar soluciones colectivas en la cuestión de la crianza y la educación de los niños; transformar el papel que los niños desempeñan en la sociedad y la manera en que la sociedad los toma a su cargo. La estructura que el capitalismo le ha dado a esta cuestión ha conducido al confinamiento de los niños, que sean puestos al margen de la sociedad, en un mundo aparte que se reduce a la escuela y la familia. La RPCh comprendió que las masas debían poder controlar directamente la educación de los niños y, en ciertos aspectos, tomarla ellas mismas a su cargo.
En la RPCh la cuestión de los niños dejó de ser un asunto familiar privado, también se luchó porque no fuera entregado enteramente al terreno de los especialistas. El propósito de esto era evitar que en su «psiquismo» se terminara fijando, para toda la vida, una actitud de eternos menores, sometidos constantemente a la tutela de cuerpos especializados que «saben mejor que ellos» y son «más competentes».
Y todo esto nacía de la concepción de que un movimiento revolucionario que no reconoce la importancia de la liberación de los niños es un movimiento suicida y, finalmente, un movimiento no revolucionario. No ver en los niños más que «el trabajo que dan», más que la dependencia que de ello resulta para las mujeres, es profundamente reaccionario desde un doble punto de vista.
Los comunistas comprendemos que en el camino de la liberación de la mujer es necesario que se creen relaciones de igualdad entre los adultos y los niños, como parte de la edificación del socialismo en las nuevas generaciones. Exigimos la igualdad entre hombres y mujeres, y así mismo luchamos contra la opresión que se mantiene con los niños.
Lo anterior implica comprender el carácter revolucionario de una maternidad voluntaria, que se funde en la emancipación de la mujer, en su igualdad, en su derecho al estudio y a la participación en todas las decisiones políticas. Las nuevas condiciones para la mujer y para una maternidad más consciente en la RPCh garantizaron el aborto libre y prácticamente gratuito; además, se concedía quince días de reposo pagados al 100 %, como cualquiera otra atención médica.
Si bien se garantizaba el aborto libre, se aseguraban de que los riesgos de la esterilidad fueran conocidos por la pareja y se discutía con ellos para ver si sus dificultades podían encontrar soluciones colectivas en torno a los recursos, el alojamiento, los horarios, etc., pero, a fin de cuentas, la decisión les correspondía a las parejas.
El matrimonio burgués
En el capitalismo hay dos componentes principales que hacen del matrimonio una institución reaccionaria: la dependencia económica de la mujer con relación al marido y el estatuto de inferioridad que eso implica. Si como mujeres realmente queremos liberarnos de los mitos de la pasividad, de la mujer objeto sexual, etc., es preciso destruir la dependencia económica que es la que obliga a esa pasividad y a representar ese papel de objeto. De allí que la independencia económica de la mujer sea la primera condición de su libertad, pues en la sociedad burguesa hay tantos factores imperativos que obligan a la pareja a permanecer junta, que el amor se convierte en un simple pretexto.
Comités de mujeres contra la violencia machista
En el capitalismo se reproduce y estimula entre los oprimidos el desprecio de las clases explotadoras por las mujeres; tal como hay que combatir esas ideas en el capitalismo, también hay que seguirlo haciendo en la construcción del socialismo hacia el comunismo.
En el combate a las ideas y las prácticas de opresión heredadas de la ideología burguesa, las mujeres chinas organizaban equipos de vigilancia y cuando encontraban una familia donde se trataba mal a la mujer, iban a verla, a hablarle, a persuadirla de la posibilidad de liberarse de ese yugo. También organizaban reuniones en las que convocaban al marido o al suegro para explicarse públicamente las acusaciones de la mujer o de la nuera; si rehusaba explicarse, no era raro que ellas le pegaran para mostrarle que en adelante las cosas no serían como antes y que no debía ocurrírsele castigar a su mujer ni una sola vez, pues el comité de mujeres permanecía vigilante, listo para intervenir.
A manera de conclusión
Es preciso que comprendamos que las diferentes formas de familia son el producto de sociedades diferentes y están adecuadas a esas sociedades. En la China revolucionaria la evolución de la familia no era considerada como una simple consecuencia de los cambios económicos y sociales, sino también como una condición necesaria para la revolución, en la cual es indispensable valorar plenamente el papel histórico de las mujeres.
Siempre se puede hablar de «revolución en las relaciones sociales», de la «necesaria igualdad de los sexos», del «amor como fundamento del matrimonio libre»; pero cuando la propiedad privada es la base de la producción, esas no son sino palabras huecas. Asimismo, tomar las medidas concretas para permitir a las mujeres llegar a la completa igualdad, implica la desaparición del trabajo doméstico a través de su socialización y de su mecanización, y no solo de una nueva repartición igualitaria entre maridos y mujeres.
Está claro porque no podemos permitir que las aspiraciones revolucionarias de las mujeres sean reducidas por el feminismo burgués a un pequeño catálogo de reivindicaciones jurídicas o presupuestarias. Todas las opresiones de las que somos víctimas las mujeres son consecuencia del capitalismo y, por lo tanto, el único camino a la emancipación femenina es la revolución.
La experiencia de la RPCh debe hacer germinar un gran número de ideas entre las mujeres que estamos deseosas de cambiar el mundo, cambiar nuestra condición social y cambiarnos a sí mismas. Que las insostenibles relaciones de opresión que fundamentan nuestra rebeldía, nos conduzcan por el camino revolucionario para que como mujeres desempeñemos un papel nuevo sobre la tierra, y tengamos la posibilidad de hacer otra cosa distinta que servir al hombre, al marido, al patrón, a un sistema de opresión y explotación…
En una revolución socialista, las mujeres de la clase obrera no tenemos nada más que perder que las cadenas, luchemos por el mundo que tenemos por ganar.