Por internet circula una larga lista de dirigentes campesinos y estudiantiles asesinados o víctimas de atentados en Colombia desde la firma del acuerdo de La Habana entre las Farc y el Estado. Lista que habla por sí misma de que mientras los ricos hablan de paz, el pueblo sigue soportando la guerra, la muerte y el terrorismo de Estado.
Una situación dramática y tenebrosa que obligaría a concluir la equivocación de los jefes guerrilleros al pactar una paz mentirosa con el Estado asesino; sin embargo, lo que dicen los dirigentes del reformismo burgués es que hay que dar la «mano por la paz» y persistir en esa línea suicida, esta vez marchando el 14 de febrero en la Plaza de Bolívar en la ciudad de Bogotá, denunciando los incumplimientos en lo acordado en La Habana, la situación en las Zonas Veredales, los asesinatos de dirigentes sociales y el terrorismo de Estado.
Duro con la «paz» que los muertos los pone el pueblo, pareciera la lógica absurda de esos dirigentes que persisten en la falsa paz, y no es por ignorancia o desconocimiento de la historia. Sergio de Zubiría, profesor del departamento de Filosofía en la Universidad de Los Andes y miembro del Partido Comunista Colombiano, en entrevista realizada por la Revista Arcadia refiriéndose a las lecciones de las anteriores entregas al Estado por parte de las guerrillas aseguró que «los altos mandos [guerrilleros] de alguna manera pueden sobrevivir pero los cuadros medios y bajos quedan en condiciones de desprotección». Y son precisamente estos últimos los que encabezan la lista de asesinados mencionada arriba.
Obreros y campesinos asesinados por unas miserables reformas que dejan intacto el poder económico, político y militar de las clases dominantes y el imperialismo, como atestigua el historiador Luis Bosemberg en entrevista a la revista citada: «las gentes de la oposición civil y democrática quieren impulsar reformas sociales que son, también, compatibles con el sistema, que no son radicales, que pueden representar una mejora en la vida de la mayoría, y un arrastrar más civilizado de las grandes lacras del sistema, cosas razonables, a su manera metas moderadas sino mediocres, que nada tienen que ver con el [comunismo]». Agregando que en particular «Los jefes guerrilleros que discuten y firman en La Habana aspiran más bien a una serie de reformas compatibles con el sistema, al amparo de las cuales puedan terminar su vida, como jefes políticos, viviendo con pensión, con seguridad social, y perdonados por la sociedad, sin mucho tropiezo».
Duro con la «paz» que los muertos los pone el pueblo, pareciera la idea de quienes convocan la movilización mentada, encabezados por Iván Cepeda. Una manifestación que no frenará el desangre de los dirigentes campesinos y populares, porque la paz de los ricos sigue siendo guerra contra los pobres, y frente a la cual los luchadores deben rebelarse retomando el camino de la revolución, aliándose con el movimiento obrero, no con el Estado burgués; por la Guerra Popular, no por la claudicación ante el Estado burgués; por la lucha revolucionaria, no por la conciliación y la falsa paz social.
Los revolucionarios honrados no pueden persistir neciamente en el camino falso, dejándose arrastrar por la corriente de ilusiones pequeño burguesas en la paz de los ricos, en el Estado asesino y en el horroroso sistema capitalista que apesta a descomposición por todos sus poros, al cual ya no le caben más reformas y debe ser derribado con revolución.
El incumplimiento a los acuerdos de La Habana no es un problema de unos cuantos personajes de la «ultra derecha» por un lado y de honestos dirigentes guerrilleros engañados por el otro. Es una misma trama de engaños a las bases guerrilleras, a los desplazados y a todos los oprimidos y explotados, que solo verán con la firma de la falsa paz y la implementación de los acuerdos, más de lo que es la vida bajo este sistema: superexplotación, opresión y muerte para el pueblo; acumulación y concentración de más capital para los ricos.