III. Los Resultados Prácticos del Socialismo del Siglo XXI
Dictadura Burguesa disfrazada de Democracia de Popular:
Dando continuidad a la polémica con Dieterich y los “Socialistas del Siglo XXI”, en esta entrega analizaremos a qué ha conducido la «democracia participativa», proclamada como la panacea para superar la «odiosa» Dictadura del Proletariado defendida por el marxismo revolucionario.
Y aun cuando los hechos cantan y los sucesos de los últimos días dejan en cueros los gobiernos progresistas y seguidores del «Socialismo del Siglo XXI» en Suramérica, tales como las declaraciones amenazantes de Correa de encarcelar a las víctimas del terremoto que se atrevieran a reclamar en Ecuador, o la represión y el enfrentamiento de las masas en Venezuela, o la represión a los movimientos sociales en Brasil… hechos que si bien son aprovechados por la burguesía pro-imperialista yanqui para desestabilizar esos gobiernos, y por el imperialismo y la reacción en general para desprestigiar el socialismo, confirman nuestra aseveración de que la tal «democracia participativa» de Dieterich es solo una tapadera de la dictadura burguesa disfrazada de democracia popular.
Pero esta también es una magnífica condición que nos permite insistir en que el «Socialismo del Siglo XXI» nada tiene en común con el comunismo revolucionario y por qué, a pesar de las calumnias de Dieterich y de la burguesía, la Dictadura del Proletariado sigue siendo la más amplia democracia posible y la forma de Estado necesaria para alcanzar la liberación de los trabajadores.
Ya vimos en la primera entrega de esta serie que Dieterich, así como justifica la explotación asalariada, también reconoce la democracia burguesa, el «Estado social de derecho», como la mejor forma política para «avanzar la convivencia pacífica hacia una sociedad más justa. Por lo tanto, la conclusión es lógica: los derechos democrático-formales son una condición imprescindible y necesaria, pero no suficiente, para la sociedad democrática del futuro; no deben sustituirse, sino ampliarse hacia los derechos sociales participativos…»
Dictadura burguesa que generaría milagrosamente «una nueva autoridad pública que priorizará los intereses generales y que, al perder sus funciones de clase pierde su identidad represiva. La noción de representatividad de los gobernantes que en la plutocracia burguesa es esencialmente demagógica, recobrará entonces su auténtico sentido político, en las funciones públicas que requieren de la representación.» Palabrería huera que muestra su real aplicación en Venezuela, Ecuador y Brasil por estos días.
En necesario recordar que Dieterich, aun cuando reconoce el carácter de clase del Estado burgués, no acepta la necesidad de demoler esa vieja máquina burocrático militar, reduciendo el problema a la «ampliación» de la democracia (formal, mutilada y mentirosa bajo el capitalismo) que según él puede hacerse echando mano de los computadores: «La tecnología operativa para estos ejercicios de democracia participativa no presenta mayores problemas: se resuelve con el Internet. Se coloca en cada manzana una computadora y los ciudadanos que no disponen de una propia, van a ‘votar’ en la de uso colectivo. En las elecciones presidenciales en Brasil en 1998 ya se utilizó este sistema de ‘urna electrónica’». Así, por arte de magia, desaparece el problema del Poder real: del poder económico de los explotadores, que es amparado por el Poder de las armas y defendido por la burocracia estatal.
Esa fe supersticiosa en el Estado de los explotadores, esa creencia necia de que el Estado es imparcial y se encuentra por encima de las clases, fue denunciada como reaccionaria desde los tiempos de Marx y Engels en lucha contra la bazofia del socialismo utópico burgués y en las filas del movimiento obrero contra Ferdinand Lassalle que pretendía alcanzar el socialismo desde la gestión del aparato estatal burgués; prosiguió en tiempos de la II Internacional contra el revisionismo de Bernstein y Kautsky partidarios de ir pasando gradualmente el poder al proletariado, de «conquistar el Poder del Estado ganando la mayoría en el parlamento y hacer del parlamento el dueño del gobierno»; fue motivo de escisión en los años 60 entre marxistas leninistas y revisionistas jruchevistas (en particular, sobre la «transición pacífica» al socialismo y el «Estado de todo el pueblo») y ha tenido continuidad hasta nuestros días, siendo la más reciente, la lucha contra la renuncia de los revisionistas en Nepal a destruir el Estado de los explotadores, traicionando con ello la guerra popular, canjeada por puestos en el aparato burgués de dominación. Esa lucha ha acompañado al movimiento obrero a lo largo de la historia porque el problema del poder del Estado es justamente el problema central de toda revolución verdadera.
Dieterich no desconoce esa historia, sin embargo, retoma en su «Socialismo del Siglo XXI» las viejas recetas de los utópicos burgueses del Siglo XIX y de los revisionistas, desechadas por inservibles para los pueblos pero sí muy útiles a los interesados en prolongar la agonía del imperialismo, pues la república democrática es la mejor envoltura política bajo las relaciones de explotación capitalista.
Por eso no es casual el resultado de sus recetas en Venezuela, Ecuador y Bolivia donde gobiernan los «socialistas del Siglo XXI» y que someramente trataremos a continuación, dadas las limitaciones de este medio:
El Estado en Venezuela, Ecuador y Bolivia, así se le disfrace de socialista, de bolivariano, de soberano e independiente, de unitario, de intercultural, de plurinacional… sigue siendo, como lo era antes, una máquina burocrático militar para defender los privilegios de los imperialistas, la burguesía y los terratenientes, y para aplastar al pueblo.
La democracia y el «Estado social de derecho» defendido por Dieterich y sus pupilos, sigue siendo democracia para las viejas clases explotadoras y dictadura contra las clases trabajadoras. Democracia real para quienes tienen el poder real (el económico y el militar) y una dictadura real para los explotados y oprimidos, excluidos del poder, aplastados por la bota militar cuando reclaman, perseguidos por denunciar las mentiras y encarcelados por luchar por la verdadera revolución.
Como botón de muestra cabe recordar dos hechos emblemáticos y dicientes que muestran cómo funciona la dictadura de los explotadores en los países del «Socialismo del Siglo XXI»: en el 2011 fue encarcelado y sentenciado a siete años de prisión el dirigente obrero Rubén González de Sintraferrominera y miembro del partido de gobierno, por el delito de apoyar la huelga de los obreros que exigían sus derechos en esa empresa mixta, donde el capital imperialista chino es socio del Estado (Ver). En el portal Aporrea, defensor a ultranza del gobierno bolivariano de Venezuela se denunciaba en noviembre de 2014: «La matanza selectiva en Barinas comenzó hace cuatro años con el asesinato del dirigente sindical Tomás Rangél y desde ahí no han parado de caer otros dirigentes sindicales, campesinos y de diferentes ámbitos, que podrían contarse por ‘centenares’ y que son tomados como ‘ajustes de cuentas’, ‘enfrentamientos’ y otras denominaciones con las que el Estado termina encubriendo el fondo del asunto que es el exterminio de luchadores sociales y revolucionarios. Empresas, terratenientes y grupos paramilitares o delictivos, parecieran haber secuestrado todos los poderes públicos en Barinas, generando un verdadero Estado Paralelo en manos de sectores económicos, terratenientes, un sistema judicial corrupto y cuerpos policiales al servicio de todos ellos, ante la impotencia lastimosa de las autoridades regionales y locales.» (Ver). Saque el lector sus propias conclusiones.
En cuanto a la forma de ese viejo Estado sigue siendo la misma: una burocracia que cabalga sobre el pueblo, con funcionarios privilegiados y con instituciones separadas del pueblo y opuestas a él, respaldadas y sustentadas por ejércitos profesionales. Como en todos los Estados burgueses, en los países del «Socialismo del Siglo XXI», el Estado sigue siendo un parásito adherido a la sociedad que amenaza con asfixiarla.
Con el pretexto de atender los problemas sociales no atendidos por administraciones anteriores, en los gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia fueron creados una gran cantidad de entes que agravan los problemas de la propia administración de los gobiernos «socialistas». Tomemos Venezuela por ejemplo:
En julio del 2014, el portal NTN24 anunció: «Venezuela rompió el record mundial con la mayor cantidad de ministerios», 32 superando a Burkina Faso en África con 31. Aquí se puede observar la incoherencia de los pupilos de Dieterich, Chávez en 1999, cuando firmó la Ley Orgánica Administrativa Central, anunció que reduciría el aparato a 14 Ministerios y por el contrario los aumentó, Maduro prosiguió aumentando todavía más el número; además de la demagogia, se pone de presente que en los tales países del «Socialismo del Siglo XXI» la burocracia estatal privilegiada y divorciada del pueblo, crece con mayor celeridad que en los estados gobernados por los conservadores y liberales; de hecho, los funcionarios del Estado en Venezuela, según el propio Instituto Nacional de Estadística – INE, aumentaron de casi 1 millón 400 mil en el año 2002 a cerca 2 millones y medio en el 2012; es decir, un crecimiento de 310 nuevos burócratas por día durante 10 años.
En el 2004, la sola Administración Nacional Descentralizada estaba conformada por 589 entes en la siguiente situación: «1 en proceso de privatización… 40 en etapa preoperacional, 15 en reorganización administrativa, 49 en proceso de liquidación, 43 inactivos, y los 438 restantes, activos…» (Ver Leila Castillo Star, Potencialidades de la Descentralización Fiscal en Venezuela) con el agravante de que la proliferación de tales entes, que aparecen como institutos autónomos bajo figuras jurídicas como fundaciones privadas, sociedades mercantiles y asociaciones civiles, no solo aumentan la burocracia y los privilegios de sus funcionarios, sino que además dan pie para agigantar la corrupción propia de todos los estados burgueses al carecer de control estatal directo, por no mencionar siquiera la ausencia total de control popular.
Se puede advertir entonces que no es el pueblo quien está decidiendo, administrando y controlando el Estado, sino una pesada costra de burócratas que vive de los trabajadores. Y deja ver además que la línea de Dieterich y su falso socialismo no solo es inservible para acabar con los viejos vicios del aparato burgués de dominación sino que los refuerza y alimenta.
Los gobiernos de los países del «Socialismo del Siglo XXI», a pesar de la verborrea de Dieterich son idénticos a cualquier gobierno burgués, en cualquier parte del mundo y sus propias palabras respecto a la democracia burguesa sirven para demostrar, tanto su candidez al creer todavía que son «elegidos para servir al pueblo, como la descripción de sus pupilos: «En la realidad, los parlamentarios y senadores no representan a aquellos que les dieron el mandato, sino que los sustituyen. Elegidos para servir al pueblo, sólo sirven a dos amos: a las elites y a sus propios intereses. Con frecuencia, la representatividad de los gobiernos ni siquiera cubre el aspecto formal.»
La creencia de que el Estado se encuentra por encima de las clases, no les permite a los utópicos reconocer que el Gobierno burgués, independiente de la forma que adquiera, o de los individuos que lo conformen, no puede ser más que administrador de los negocios comunes de la burguesía y ejecutor de su dictadura de clase; donde el «libre juego democrático» es un engaño porque las masas están divorciadas y separadas del poder y el «sacrosanto» sufragio universal, así se instale una computadora en cada cuadra como propone Dieterich, no es más que el «derecho» que se le otorga al pueblo de «elegir» qué miembros de las clases explotadoras lo aplastarán. El de Dieterich es un engaño que sirve directamente a preservar el aparato que garantiza la sobrevivencia de un sistema parasitario y agónico; un aparato también decadente que a diario muestra su putrefacción como se observa en los «Panamá Papers» y en los escándalos permanentes de corrupción, de los que no escapan los gobernantes «progresistas» y «Socialistas del Siglo XXI».
Para el comunismo la conquista del poder por el proletariado no es una conquista «pacífica», facilitada por la máquina estatal burguesa mediante la obtención de la mayoría parlamentaria. Si la burguesía emplea todos los medios de violencia y de terror para conservar y consolidar su propiedad y su dominación política, no puede ceder el sitio histórico que ocupa y sus privilegios sin una lucha encarnizada y desesperada; por eso la violencia burguesa organizada como poder estatal, sólo puede ser destruida mediante la violencia revolucionaria del proletariado y las masas populares.
De ahí la necesidad de destruir el viejo aparato estatal y reemplazarlo por uno nuevo: la Dictadura del Proletariado; las más amplia democracia posible para alcanzar la liberación de las masas esclavizadas y embrutecidas; para alcanzar, según Marx, la «superación de las diferencias de clase en general, para la superación de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la superación de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales.» (Marx, la Lucha de Clases en Francia del 1848 a 1850).
La Dictadura del Proletariado, a diferencia de la falsa democracia burguesa, tiene como elemento esencial el hecho de que la «fuente del poder procede de la iniciativa directa de las masas desde abajo; en la sustitución de la policía y el ejército –instituciones hasta ahora apartadas de las masas y contrapuestas a ellas–, por el armamento general del pueblo; en la sustitución de la burocracia por funcionarios elegibles y removibles por las masas, y remunerados con salarios de obrero.» Como se afirma en el Programa para la Revolución en Colombia de la Unión Obrera Comunista (mlm) recogiendo el legado de la experiencia de la Comuna de París, de los Soviets en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y de la Gran Revolución Cultural Proletaria en China.
Experiencia que Dieterich y el «Socialismo del Siglo XXI» tergiversa o desconoce interesadamente, mintiendo desvergonzadamente y adjudicándole al socialismo proletario el burocratismo impuesto por la nueva burguesía en Rusia y China.
En el socialismo realmente existente, mientras los obreros tuvieron el poder en Rusia y China, fue un común denominador el derecho de elección de los delegados y de retirarles el mandato en cualquier momento, la unión de los poderes ejecutivos y legislativos, las elecciones según el principio de producción —de las fábricas, talleres, cooperativas, etc.— y no según el principio territorial, garantizando a las grandes masas el ejercicio del Poder sin intermediarios, la participación sistemática, constante y activa en la vida económica, política, militar y cultural, y, como consecuencia, estableciendo una diferencia esencial entre la república parlamentaria burguesa y la Dictadura del Proletariado. No solo desde el punto de vista de la más amplia democracia jamás conocida, sino desde el punto de vista de la superación de la burocracia separada del pueblo y opuesta a él, además de demostrar prácticamente que el nuevo Estado resulta miles de veces más barato —al acabar con los privilegios de los funcionarios igualando sus ingresos a los del obrero común—, por no hablar de que ésta es la única forma de acabar con la corrupción.
La experiencia de la construcción del socialismo realmente existente, enseña que la sociedad socialista cubre una etapa histórica muy larga, y que en ésta, se desarrolla desde el principio hasta el fin la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. Ya Lenin advertía en 1918 que: «Mientras esta época histórica no finalice, los explotadores siguen inevitablemente abrigando esperanzas de restauración, esperanzas que se convierten en tentativas de restauración». (La revolución proletaria y el renegado Kautsky).
Dieterich y los «socialistas del Siglo XXI» evaden interesadamente el problema y las causas de la derrota del proletariado en los países socialistas, evaden la conclusión del marxismo revolucionario en cuanto a que la instauración del nuevo Estado de los obreros y campesinos no es más que el comienzo de la revolución, y no su coronamiento y que la necesidad de llevar hasta el fin la revolución socialista en los frentes económico, político e ideológico exige continuar la revolución bajo la Dictadura del Proletariado a través de revoluciones culturales. Una evasión interesada para poder darle sustento a sus «genialidades».
Aprendiendo de la experiencia de la derrota del proletariado en Rusia, los comunistas en China descubrieron la forma de darle continuidad a la revolución bajo el socialismo y la Dictadura del Proletariado, desatando la Gran Revolución Cultural Proletaria, de la cual los comunistas de todos los países celebran por estos días el 50 Aniversario de su lanzamiento, y que representa un movimiento revolucionario sin precedentes cuyo objetivo era llevar la construcción del socialismo hasta el final, impedir la conquista del poder por los revisionistas (la nueva burguesía) y la restauración capitalista. Experiencia a la que Dieterich nunca se refiere por su compromiso con la nueva burguesía imperialista china.
Es verdad que en la lucha por quién vencerá a quién, el proletariado también fue derrotado en China; sin embargo, contrario a las tergiversaciones que necesita Dieterich para devolverse a la vieja y raída democracia mentirosa de los explotadores, los comunistas siguieron mirando adelante y aprendieron que fueron derrotados porque se abandonó el camino de la Comuna de París, se reversó el proceso de los Soviets en Rusia y se renunció a persistir en el ejemplo de la Comuna de Shanghai.
Es decir, el proletariado revolucionario fue derrotado porque la forma política del nuevo Estado exige funcionarios elegibles y removibles por las masas directamente y con salarios iguales al de un obrero común; poder estatal que descanse y se apoye en las organizaciones de las masas obreras y campesinas armadas, ejecutivas y legislativas al mismo tiempo y esta línea fue abandonada.
Pretender construir el socialismo sin demoler el viejo aparato de dominación de los explotadores y hablar de democracia para los trabajadores es demagogia; hablar de democracia popular sin acabar con la vieja burocracia estatal privilegiada y de democracia de los obreros y campesinos sin que éstos estén armados, sin el armamento general del pueblo, es palabrería huera, una ilusión.