Son 4 años y 9 meses desde el inicio de la guerra en Siria. En sólo Latinoamérica, los refugiados que huyen de la muerte son cerca de 10 mil, una inmensa cifra, pero pequeña frente a los más de 3 millones de refugiados que deambulan, en su mayoría por Europa, provenientes de esa región. Los muertos sobrepasan los 250 mil y una gran parte de ellos son civiles, en una gran proporción niños y ancianos.
Lo que comenzó como una cadena de protestas a finales de 2010, pidiendo la renuncia del presidente Bashar Al-Asad que está en el poder desde el año 2000, rápidamente se transformó en una guerra civil con poderosos ejércitos que reciben ayuda extranjera para fortalecer su poderío bélico y someter por la fuerza a sus contendores. Al-Asad, siempre ha tenido el apoyo de Rusia, y por ende ha sido una piedra en el zapato para los yanquis y sus aliados, tanto de la Unión Europea, como de la misma región del Medio Oriente. Una postura heredada de su padre, quien fue nombrado presidente mediante un golpe militar a comienzos de la década del 70 del siglo pasado. Los Al-Asad llevan 45 años en el poder del Estado sirio, como una abierta monarquía con careta democrática, respaldada desde siempre por los imperialistas rusos. Una monarquía que se aferra con uñas y dientes al poder como un Estado claramente lacayo, poniendo en evidencia que su independencia es una completa mentira, pues se impone la dominación semicolonial, donde lo que se hace en Siria viene ordenado desde un país imperialista.
El camino que ha recorrido esta guerra ha sido en extremo sangriento, devastador, asesino y criminal contra las masas. Muertos, mutilados, huérfanos, desterrados, hambrientos, ahogados en el Mediterráneo, destechados, enfermos, desempleados, y todas las muchas más lacras producto de una guerra reaccionaria, se han concentrado frenéticamente en ese país donde hay una disputa intestina por el control de una región apetecida por los bloques imperialistas, en este caso liderados por Rusia de un lado y los Estados Unidos del otro.
En Siria se vive una carnicería reaccionaria que no tiene, ni en la forma ni en el contenido, ninguna arista que merezca el apoyo de las masas. Los cerebros de esta disputa son claramente los imperialistas, tanto así que son los representantes rusos y yanquis quienes fanfarronean en los medios de comunicación acerca de sus supuestos esfuerzos para detener la guerra; un claro embuste, pues mientras dan esas declaraciones, descargan en las tierras sirias todo su arsenal para destruir sin compasión el territorio y matar de forma indiscriminada.
Supuestamente, todos están enfrentando a los fundamentalistas del Estado Islámico, pero la realidad es que esta organización recibe el apoyo de los yanquis y europeos de manera «secreta», ya que tienen un acuerdo tácito para derrocar a Al-Asad, el cual, a su vez, es un vil sirviente de los rusos a quienes se ofrece para que este país y su territorio sean una base, puerto económico y militar de la avanzada rusa en la región. Todos esos grupos fundamentalistas, tanto Al Qaeda como el Estado Islámico, han tenido desde su nacimiento vínculos estrechos con los imperialistas, quienes los promueven y arman de acuerdo a su conveniencia, incluso corriendo el riesgo de que se les vuelvan por épocas, opositores furibundos como ha sido costumbre con los fundamentalistas.
En medio de los bloques yanqui y ruso, se encuentran países y organizaciones que tercian de uno u otro lado, caso de Inglaterra, Francia, España, Turquía, Irán, Irak, China, entre otros. En las actuales condiciones, la situación de la contradicción mundial inter-imperialista y el peligro de guerra mundial, es una gran amenaza para la sociedad.
El territorio sirio está completamente desmembrado. Entre gobierno, fuerzas kurdas, Estado Islámico, otros opositores a Al-Asad, se han dividido el país y el pueblo se encuentra literalmente como carne de cañón de todos los bandos. Todos, son copartícipes de una guerra reaccionaria, donde las pocas fuerzas comunistas y revolucionarias que con seguridad hay, tienen la enorme y difícil responsabilidad de convertir esa guerra reaccionaria en una guerra civil revolucionaria. Una guerra que debe poner como objetivo, tanto la expulsión de las fuerzas imperialistas de todos los colores, como la caída del imperio pro-ruso liderado por Al-Asad, destruir todo el podrido Estado existente mediante la Guerra Popular, y organizar a las masas, encabezadas por el proletariado, para echar a andar un plan de reconstrucción de la sociedad siria, apoyándose esencialmente en sus propias fuerzas, recibiendo el apoyo incondicional los pueblos y revolucionarios de todos los países, y poniendo en marcha una estrategia para edificar una nueva sociedad socialista, sostenida con el Estado de Dictadura del Proletariado.
Dicho plan solo puede darse si los comunistas revolucionarios logran dotar a la clase obrera de un fuerte Partido de la clase obrera, que sea la vanguardia y catalizador de todo el descontento y rabia que hoy tiene el pueblo sirio. En esto está la clave del futuro de esa sociedad y por ello también urge la construcción de una nueva Internacional Comunista, que agrupe a las auténticas fuerzas revolucionarias a nivel global y las disponga para el asalto al sistema mundial imperialista.