CHILE: La nueva Constitución será letra muerta, el pueblo seguirá en pie de lucha

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Uno de los mayores argumentos de quienes levantan con vehemencia el triunfo del Plebiscito en Chile, tiene que ver con los enormes problemas que tiene la Constitución chilena. Y tienen razón, es una carta podrida desde su nacimiento, pues fue promulgada en 1980 durante el régimen militar del asesino Augusto Pinochet; y eso ya le da un sello de nacimiento totalmente ilegítimo y despreciable, para cualquier país que pretenda mostrarse con una careta medianamente democrática. Y claro, por su contenido también es un adefesio de Constitución, con reconocida directriz dictatorial desde su misma redacción, así lo calificó en 1979 uno de los abogados encargados de su redacción: “Si llegan a gobernar los adversarios, que se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría”.

Pero Pinochet gobernó hasta 1990. Hace más de 30 años que supuestamente se pasó, a los que pomposamente llaman los apologistas del sistema: gobiernos democráticos. Y lo único que han hecho con este esperpento histórico es maquillarla con una que otra reforma. Ni a los gobiernos de la supuesta izquierda les dio la gana de quitar ese adefesio de encima. ¿Por qué? Porque al final de cuentas eso no decide nada importante para el camino que toman las políticas económicas, y sociales en un país.

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El ejemplo con la alharaca de la novísima Constitución de 1991 en Colombia es prueba viviente de ello; en la letra, se superó en años luz a la retardataria Constitución de 1886; ¿pero algo ha cambiado en lo fundamental para el pueblo colombiano?… ¡Canallada sería decir que sí!. No existe absolutamente nada en favor de las masas que haya sido logrado gracias a ella. Ni salud, ni educación, ni vivienda, ni derecho a la vida, ni trabajo, ni comida; la Constitución del 91 en Colombia, como la que harán en Chile después del plebiscito, será solo eso: letra muerta con la que los ricos encubren las peores perversidades contra el pueblo trabajador.

El Plebiscito en Chile es en realidad un acuerdo entre el gobierno de Sebastián Piñera con los reformistas para aplacar la rebeldía popular, es un baldado de agua helada con el que pretenden apagar la llama de la lucha revolucionaria de las masas, quienes con gallardía se han tomado nuevamente las calles, para enfrentar a sus enemigos representados en el aparato del Estado.

Abogados, intelectuales de la pequeña burguesía, políticos de las más retardatarias tendencias de derecha, y falsos revolucionarios, todos han hecho una sola cadena con la burguesía chilena y con todos los pelafustanes defensores de la sacrosanta democracia burguesa, para aplaudir el triunfo del plebiscito. Una vez más el camino reformista, el que se contenta con bombones de trapo y se arrastra para lamer lo que cae bajo la mesa de las comilonas de la burguesía, se enfrenta con el camino revolucionario, con el de las masas que piden a gritos cambios y no simples promesas, el camino del pueblo que se despierta con fuerza para obligar al Estado, con la huelga política, a echar atrás las medidas reaccionarias y decretar de inmediato cambios que resuelvan el sufrimiento de las masas, medidas que la población exige y necesita ya, de inmediato, y que no les van a envolatar con disquisiciones de jurisconsultos, que viven de adobar las inertes letras de la Constitución.

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Ahora bien, ¿fue en realidad una “abrumadora mayoría la que en Chile dijo SI al plebiscito? Veámoslo en cifras. Chile tiene 19,458.310 habitantes; de ellos los aptos para votar son 14.915.241. El número de votantes en el plebiscito fue de 6.400.000 aproximadamente, de los cuales votaron por el SI, el 78,27%. Pues bien, la primera cifra que llama la atención es que en el plebiscito solo participó el 43% de las personas aptas para votar, es decir, a pesar del odio que el pueblo chileno le tiene a la burguesía, y el desprecio generalizado que hay contra Pinochet y todo lo que se los recuerde, como la Constitución; el 57% de los chilenos sabe que en las urnas no se resolverá nada de nada. El camino electoral está tan desprestigiado entre los chilenos, que por más bombos y platillos y con toda la maquinaria que movieron para llevarlos a las urnas; la mayoría de las masas dijeron: Elecciones NO, lucha revolucionaria SI. De ahí, el “pomposo” 78,27% con el que ganó el SI, ya deja un enorme sinsabor para los defensores del camino parlamentario.

Y de una vez para quienes salen con el argumento de que los que no participaron, luego no se vayan a quejar; pues el pueblo chileno es contundente, su participación en política se refrenda es en las calles, no en las urnas. Es allá donde se conquistas libertades y derechos, y es en la calle donde se defienden.

Chile es hoy, un referente para el movimiento obrero y para la lucha de los pueblos contra la explotación y la opresión capitalista. Desde octubre de 2019 marcó un punto alto en el levantamiento de la población contra las medidas del gobierno, y mostró el derrotero de la huelga política como el mejor camino para doblegar a la arrogante burguesía y su Estado, y obligarlo a retroceder en sus infamias contra la población. Y hoy en medio de la pandemia, conmemorando un año de los levantamientos, se lanzó nuevamente a las calles a retomar con más fuerza el camino de la lucha. Sueñan los apagafuegos de la lucha, que quieren aplacar esta rebeldía con un vulgar plebiscito, las masas chilenas tienen en su historia un legado que sabrán honrar con la continuidad en el camino de la lucha revolucionaria; que los jurisconsultos se sienten a manteles durante un año, o el tiempo que quieran para plasmar en letra muerta lo que las masas conquistarán con la Huelga.

Que los partidos de la pequeña burguesía se abracen con los reaccionarios para seguirle poniendo emplastos a la moribunda sociedad burguesa; los comunistas y todos los auténticos revolucionarios seguirán en su trabajo de hormiga para empujar la fuerza revolucionaria de las masas, avanzando en medio de la lucha por dirigirlas, en la conquista de sus banderas inmediatas, y en medio de esa lucha construir un fuerte Partido revolucionario de la clase obrera que será el faro que alumbre, las batallas de hoy y las que están por venir en ese camino ininterrumpido hacia la revolución de toda la sociedad, aquella que pondrá todo el mundo actual como debe ser, con el poder armado de obreros y campesinos para retomar el camino de la construcción de la sociedad donde se cumpla: de cada quien su capacidad, a cada quien según su necesidad.

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