El 5 y el 6 de diciembre de 1928, Colombia fue testigo de uno de los episodios más trágicos y significativos en la historia del movimiento obrero: la Masacre de las Bananeras. Este evento, que dejó una huella imborrable en la memoria colectiva del país, se conmemora cada año, recordando la lucha y el sacrificio de aquellos que se alzaron por sus derechos ante la burguesía y el imperialismo.
Gabriel García Márquez, en su obra maestra «Cien Años de Soledad», retrató este suceso a través del personaje de José Arcadio Buendía, quien vivió en carne propia las consecuencias de la represión. En sus palabras, se evoca la magnitud de la huelga: «…la huelga más grande estalló, los cultivos quedaron a medias, la fruta que pasó en las cepas y los trenes de 120 vagones se pararon en los ramales. Los obreros occisos desbordaron los pueblos, la calle de los turcos reverberó en un sábado de medio día, y en el salón de billares del hotel de Jacob hubo que establecer turnos de 24 horas. Allí estaba José Arcadio Segundo, el día en que se anunció que el ejército había sido encargado de reestablecer el orden público. Aunque no era hombre de presagios, la noticia fue para él como un anuncio de la muerte, que había esperado desde la mañana distante en que el coronel Gerineldo Marqués le permitió ver un fusilamiento…»
La United Fruit Company, una poderosa empresa estadounidense, se estableció en la región del Magdalena en 1898. Para 1928, los obreros de las bananeras habían presentado un pliego de peticiones que exigía mejores condiciones laborales, ya que las existentes eran inhumanas. Sin embargo, la compañía desoyó estas demandas, dejando en el aire promesas incumplidas. Esta falta de respuesta llevó a los trabajadores a organizarse y lanzarse a la huelga en noviembre de 1928, una huelga temida por el imperialismo. Entre sus demandas, destacaba el reconocimiento de su condición de trabajadores, ya que eran tratados como simples animales. Los obreros no estaban contratados directamente por la empresa, sino a través de intermediarios, y su salario era pagado en vales canjeables únicamente en los almacenes de la compañía.
Frente a esta situación, la United Fruit Company, temerosa de que la producción se detuviera, optó por imponer el régimen de terror en la región de la mano de políticos y militares sirvientes del Estado y arrodillados a los yanquis. El 5 de diciembre, tras enviar una comisión para «conciliar» con los trabajadores, el gobierno declaró el estado de sitio. Esa misma noche, bajo el mando del coronel Carlos Cortés Vargas y después de emborracharse con altos mandos de la Compañía, en un acto de barbarie, las fuerzas armadas abrieron fuego contra la huelga pacífica, asesinando a hombres, mujeres y niños dejando un saldo trágico y un profundo dolor en el pueblo de Ciénaga.
Hasta el líder liberal Jorge Eliecer Gaitán tuvo que reconocer esta masacre como un acto de obediencia ante el capital extranjero, en 1929, durante un debate en el Congreso:
«El gobierno tiene para los colombianos la metralla homicida y una temblorosa rodilla en tierra ante el oro americano.»
La Masacre de las Bananeras, a pesar de ser un doloroso y sangriento suceso que marcó el nacimiento de la Clase Obrera en Colombia, es un hecho que nos ofrece valiosas enseñanzas. En primer lugar, resalta la importancia de la paralización de la producción como herramienta de lucha. No hay mayor temor para la burguesía que ver amenazados sus intereses económicos. Este hecho subraya la necesidad de una preparación meticulosa y una organización sólida para llevar a cabo una huelga generalizada, un Paro Nacional de la Producción.
Además, este acontecimiento nos invita a confiar en nuestra clase y en nuestras propias fuerzas, a reconocer al Estado como instrumento de opresión de las clases dominantes. Mientras el Estado continúe defendiendo los intereses de la burguesía y el imperialismo, no se puede esperar justicia ni protección para los trabajadores y no hay que confiar en este y sus instituciones.
Otra lección crucial es la importancia de la organización y la dirección en la lucha obrera. La lucha espontánea puede encender la chispa de la resistencia, pero es fundamental que sea guiada por una estrategia clara y unificada, por un programa revolucionario. La elevación de la lucha de resistencia a la necesaria lucha política es una de las tareas más importantes que nos plantea la experiencia de la Huelga de Las Bananeras, así como el desarrollo del movimiento obrero hasta nuestros días. La construcción de una dirección política revolucionaria, el Partido del Proletariado que, como su vanguardia, escuche a los trabajadores, comprender sus necesidades, dirija sus luchas y desate todo su potencial hacia la victoria. Esto es esencial para evitar repetir los errores del pasado.
En conclusión, la Masacre de las Bananeras no debe ser solo es un recordatorio del sacrificio de miles de trabajadores, sino también una llamado a la acción para las generaciones presentes y futuras. La historia nos enseña que la lucha por los derechos laborales es un camino lleno de desafíos y que la lucha no solo es contra los patrones, sino contra el Estado, la burguesía nacional y el imperialismo. Recordar estos hechos es rendir homenaje a quienes dieron su vida por un futuro mejor y reafirmar nuestro compromiso con la transformación de la sociedad.