CARLOS MARX: HISTORIA DE SU VIDA (XXX)

CARLOS MARX: HISTORIA DE SU VIDA (XXX) 1
Esta semana hacemos entrega de la cuarta parte del Capítulo X de la Biografía de Carlos Marx. Mehring dedica esta parte a un breve episodio de discusiones entre los amigos, motivadas por las calumnias del reaccionario Vogt contra Marx. La discusión contra el señor Vogt es el tema de la próxima entrega.

CAPÍTULO X

CONMOCIONES DINÁSTICAS

4. ENTREACTO

A fin de año, Vogt publicó un panfleto titulado: «Mi proceso contra la Gaceta general«, que contenía la reseña taquigráfica del proceso y una serie de declaraciones y otros documentos que se difundieron con ocasión de aquel litigio, todos completos y en su tono literal.

Pero entre estos figuraba también la transcripción in extenso de aquella acusación que acerca de la «cuadrilla de incendiarios» publicara Vogt en el Correo comercial de Biel. En este artículo se presentaba a Marx como jefe de una banda de estafadores, que vivía de comprometer a «gente dentro de la patria» para obligarla a comprarse con dinero el silencio de aquellos facinerosos. «No una —decía literalmente el artículo—, sino cientos de cartas ha escrito este hombre a Alemania amenazando descaradamente con denunciar la intervención del interesado en tal o cual acto de la revolución, si antes de una determinada fecha no se recibía una suma concreta en la dirección indicada». Era la calumnia más dura, aunque no la única ni mucho menos, que Vogt publicaba contra Marx. Pero, por falso que fuera aquel relato, venía salpicado con una serie de hechos medio verdaderos y medio inventados, tomados de la historia de la emigración, que daban al artículo visos de haber sido escrito por una persona bien informada, y hacía falta un conocimiento muy exacto de los detalles, que el buen burgués alemán estaba muy lejos de tener, para no dejarse engañar.

Se entiende, entonces, por qué aquel panfleto tuvo una tanta resonancia y fue aclamado, con gran entusiasmo, por la prensa liberal principalmente de Alemania. La Gaceta nacional publicó dos largos artículos editoriales comentándolo, que, cuando a fines de enero llegaron a Londres, causaron una gran indignación en la casa de Marx disgustando profundamente a su mujer. Como en Londres no era posible conseguir el panfleto, Marx se apuró a dirigirse a Freiligrath preguntándole si su «amigo» no le había mandado un ejemplar. Freiligrath, muy molesto, contestó diciendo que ni Vogt era su «amigo», ni poseía ningún ejemplar del panfleto.

Marx comprendió desde el primer momento que era necesario contestar a aquellas acusaciones, si bien no era un hombre presto a salir al cruce de injurias tan burdas; opinaba que la prensa estaba en todo su derecho de ofender a los escritores, los políticos, los comediantes y demás personajes públicos. Antes de que llegara a Londres el panfleto de Vogt, Marx tomó la decisión de querellar a la Gaceta nacional. En ésta se lo acusaba de toda una serie de actos criminales deshonrosos ante un público que, propenso como era de por sí, con sus prejuicios partidistas, a creer las mayores monstruosidades, carecía del menor indicio para juzgar personalmente la conducta de un hombre que llevaba once años ausente de Alemania. No solo por razones políticas, sino por los cuidados que debía a su mujer y a sus hijos, se creía obligado a llevar ante los tribunales las acusaciones de la Caceta nacional que atentaban contra su honor, reservándose la respuesta a Vogt para la vía literaria.

Lo primero que hizo fue saldar cuentas con Blind, de quien seguía creyendo que tenía en el bolsillo las pruebas contra Vogt, aunque no se decidiera a sacarlas por esta consideración personal que todo demócrata ordinario guarda, a fin de cuentas, con otro demócrata vulgar como él. Es probable que Marx se equivocara en esto y que estuviese más acertado Engels, al pensar que Blind no poseía prueba alguna en la que basar las acusaciones concretas de corrupción que había hecho contra Vogt, para refugiarse en la negativa cuando vio que la cosa iba en serio y hundirse cada vez más en el barro. El 4 de febrero, Marx dirigió al redactor de la Free Press una circular, redactada en inglés, en la que afirmaba públicamente que la declaración de Blind, Wiehe y Hollinger, según la cual la hoja anónima contra Vogt no se había copiado en la imprenta del último de los tres, era una mentira infame, calificando a Carlos Blind de infame y mentiroso, e invitándolo a que fuera ante un tribunal inglés a reclamar si se creía injuriado por estos calificativos. Pero Blind prefirió la prudencia y trató de escapar publicando en la Gaceta general un largo comunicado en el que se pronunciaba durísimamente contra Vogt; en él, volvía a hablar de sus corruptelas, aunque seguía negando la autoridad de la hoja.

Pero Marx no se conformó. Se las arregló para llevar ante los tribunales de policía al cajista Wiehe, obligándolo a jurar —es decir, exponiéndolo, si faltaba a la verdad, a todas las consecuencias penales del perjurio—, en vista de lo cual Wiehe corroboró que, en efecto, él mismo había ajustado en la imprenta de Hollinger la hoja para reproducirla en El Pueblo, habiendo visto en las galeras varias erratas corregidas a mano por Blind; declaró, además, que el testimonio anterior, contrario a la verdad, le había sido arrancado por Hollinger y Blind, por el primero mediante promesas de dinero, y por el segundo con promesas de retribuciones futuras. Con esto, Blind quedaba bajo el peso de la ley inglesa, y Ernesto Jones se mostró dispuesto a gestionar inmediatamente, en base al juramento de Wiehe, una orden de prisión contra Blind, pero añadiendo que, una vez presentada la denuncia, no podría revocarse, por corresponder a la vía criminal; él mismo se expondría a una pena, como abogado, si luego intentara llegar a un acuerdo.

Marx, por deferencia con la familia de Blind, no quería ir tan a fondo. Se limitó a mandarle a Luis Blanc, amigo de Blind, la declaración jurada de Wiehe, con una carta en la que le decía que deploraría, no por Blind, que se lo merecía con creces, sino por su familia, verse obligado a entablar una denuncia criminal contra él. La carta dio resultado. El 15 de febrero de 1860 apareció en el Daily Telegraph, que había reproducido hacía poco las calumnias de la Gaceta nacional, una noticia en la que un tal Schaible, que se decía amigo íntimo de Blind, se declaraba autor de la hoja. A pesar de que la maniobra no podía ser más burda, Marx no quiso ya insistir, ya que con aquello quedaba exento de toda responsabilidad, en lo que al contenido de la hoja se refería.

Antes de proceder contra Vogt, procuró reconciliarse con Freiligrath, a quien le envió copia de la circular contra Blind y de la declaración jurada de Wiehe, sin recibir respuesta. Volvió a dirigirse a él por última vez exponiéndole la importancia que había cobrado el caso Vogt para la reivindicación histórica del partido y para su posición ulterior en Alemania. En esta carta, se esforzaba por disipar cualquier resentimiento que Freiligrath pudiera albergar contra él; «si alguna vez te he ofendido —le escribía—, estoy dispuesto a confesar mi falta en cuanto me lo pidas. Nada de lo humano me es ajeno». Le decía, también, que entendía perfectamente que, en su situación actual, la cuestión le resultara desagradable, pero que ya comprendería que era completamente imposible mantener su nombre al margen del conflicto. «Teniendo como tenemos ambos la consciencia de que, cada cual a su manera, posponiendo todo interés particular y por los motivos más puros, nos hemos pasado años y años levantando la bandera de la clase la plus laborieuse et la plus misérable por encima de las cabezas de los filisteos, me parecería que cometeríamos un pecado mezquino con la historia si nos dejáramos llevar por pequeñeces —reductibles todas a equívocos— a una ruptura». La carta terminaba con el testimonio de la más sincera amistad.

Freiligrath tomó la mano que se le tendía, pero no con toda la cordialidad con la que aquel hombre «duro de corazón» se la ofrecía. Le decía que seguiría siendo fiel a la clase la plus laborieuse et la plus misérable, como siempre había sido, y que seguiría teniendo con Marx la misma lealtad que le debía como amigo y compañero. Pero añadía: «Durante estos siete años (desde que se disolvió la Liga Comunista), he estado alejado del partido, ausente de sus asambleas, ignorante de sus acuerdos y de sus actos. De hecho, mis relaciones con el partido hacía mucho tiempo que estaban rotas; ninguno de nosotros ignoraba esto; era una especie de acuerdo tácito. Y solo puedo decirte que esta situación me era bastante cómoda. Yo, como todo poeta, necesito, por naturaleza, la libertad. El partido es una jaula y canta uno mejor, incluso para el partido, afuera que adentro. Yo fui poeta del proletariado y de la revolución antes de pertenecer a la Liga y a la redacción de la Nueva gaceta del Rin. En el futuro, entonces, prefiero seguir moviéndome libremente, disponiendo de mi persona sin tener que rendirle cuentas a nadie». En estas palabras, se expresa nuevamente la vieja aversión de Freiligrath hacia las miserias de la agitación política, y esta aversión le hace, incluso, ver cosas que jamás existieron: aquellas asambleas del partido, de las que él había estado ausente, aquellos acuerdos tomados y aquellos discursos pronunciados sin que él los conociera, no eran más que una quimera suya.

A esto se refirió Marx al contestarle, y, después de disipar una vez más todos los malentendidos que podía haber entre ellos, le decía, en esta misma carta, citando una de las frases preferidas de Freiligrath: «Los filisteos están sobre nosotros, siempre será un mejor eslogan para nosotros que estar entre los filisteos. Ya te he expuesto, sincera y francamente, mi opinión, y espero que la compartas en lo sustancial. He procurado, además, aclarar la confusión de que cuando hablaba de partido me refería a una organización muerta hace ocho años o a la redacción de un periodo extinguido hace doce. No. Yo siempre he entendido por partido al partido, en el gran sentido histórico de esta palabra». Era esta una frase tan exacta como conciliadora, debido a que, enfocados en un gran sentido histórico, ambos hombres formaban una unidad, a pesar de todos los malentendidos. Y la frase honraba a Marx tanto más cuanto que, después de aquellos ataques viles que Vogt le había dirigido, no hubiera sido mucho pedir que Freiligrath hubiese destruido públicamente toda imagen de entendimiento o amistad con el calumniador. Pero Freiligrath se limitó a reanudar el intercambio amistoso con Marx; por lo demás, se obstinó en su retraimiento. Marx, por su parte, procuró facilitárselo no volviendo a mezclar su nombre en aquel asunto más que en los casos estrictamente necesarios.

Un curso distinto tomó la tensión que se produjo entre Marx y Lassalle por el mismo episodio. Marx le había escrito a Lassalle por última vez en noviembre del año anterior, a propósito de su polémica italiana, en términos bastante “groseros”, como él mismo confesaba. Como Lassalle no había contestado a su carta, entendió que se había sentido ofendido. Pero después de los ataques de la Gaceta nacional, extrañaba, como se comprende, una buena relación con Berlín, y le pidió a Engels que tratara de arreglar el problema con Lassalle, debido a que éste era “un compañero de primera clase”, comparado con los demás. Marx se refiere indirectamente, aquí, al caso de un abogado prusiano llamado Fischel, que se le había presentado como urquhartista y ofrecido su conexión con la prensa alemana. Lassalle se había negado a entablar ningún tipo de diálogo con este «compañero ignorante e incapaz», pues, cualquiera que la conducta de este hombre —que poco después tendría un accidente fatal, en Londres— hubiera sido, en Alemania figuraba en la guardia literaria de corps del Duque de Coburgo, cuya fama era —y más que merecida— muy mala.

Pero antes de que Engels tuviera tiempo de dirigirse a Lassalle, éste le escribió directamente a Marx, excusando su largo silencio por falta de tiempo y pidiéndole encarecidamente que hiciera algo en aquel «asunto inimaginablemente fatal» de Vogt, dado que estaba tomando una gran resonancia y publicidad; en los que conocían a Marx, los ataques de Vogt no podían hacer ninguna mella, pero sí, en cambio, podían perjudicarlo mucho en la imagen de quienes no lo conocían, porque lo cierto era que estaban formulados muy hábilmente, a base de verdades a medias, y hacía falta un ojo bastante entrenado para no tragárselo todo al píe de la letra. Lassalle hacía resaltar sobre todo dos puntos. El primero era que Marx no estaba del todo limpio de culpa, debido a que le había dado crédito, sin prueba alguna, a un mentiroso tan descalificado como había resultado ser Blind, recogiendo de sus labios las más fuertes acusaciones; y si no tenía ninguna otra prueba no tendría más remedio que iniciar su defensa reiterando la acusación de deshonestidad formulada contra Vogt. Lassalle reconocía que hacía falta una gran mesura y autodisciplina para hacer justicia con quien había sido culpable de las más bestiales e infundadas calumnias contra él, pero Marx —añadía— no tenía más remedio que dar esta prueba de buena fe, si no quería condenar a la ineficacia desde el primer momento a su defensa. Otro de los puntos que resaltaba Lassalle, con la mayor indignación, era la colaboración de Liebknecht en un periódico tan reaccionario como la Gaceta general, ya que causaría en el público una explosión de asombro e indignación contra el partido.

Marx no había recibido todavía el panfleto de Vogt cuando se encontró con esta carta, y no podía, naturalmente, dar cuenta claramente de la cuestión. Pero se entiende fácilmente que no le hiciera ninguna gracia aquella sugerencia de empezar reconociendo la honorabilidad de Vogt, de cuyos manejos bonapartistas tenía él testimonios un poco más sólidos que el de Blind. Tampoco podía estar conforme con aquel juicio tan severo en relación con la colaboración de Liebknecht en la Gaceta general de Augsburgo. No podía decirse que él simpatizara mucho con este periódico, con el que había tenido fuertes polémicas en la época de las dos gacetas del Rin; pero, pese a su carácter contrarrevolucionario, era cierto que en relación con la política exterior daba una honrosa recepción a las miradas más diversas. En esto, siempre una excepción en la prensa alemana.

Marx contestó malhumorado, diciendo que la Gaceta general no era peor, a sus ojos, que la Gaceta popular, que querellaría a la Gaceta nacional y escribiría contra Vogt, pero haciendo saber en el prólogo que no le preocupaba el juicio del público alemán. Lassalle tomó demasiado al pie de la letra estas palabras, escritas en un momento de indignación, y replicó que no se explicaba que pudieran equipararse un periódico democrático vulgar como la Gaceta popular y el «periódico más escandaloso y desprestigiado de Alemania». Volviendo al fondo de la cuestión, le aconsejaba que no fuera a los tribunales a querellar al periódico, al menos antes de refutar los ataques de Vogt. Y terminaba expresando que confiaba en que Marx no sacara por aquella carta la conclusión de que había querido molestarlo, sino la certeza de su «amistad sincera y cordial».

Pero Lassalle se equivocaba. Marx, al recibir esta carta, le escribió a Engels en un tono fortísimo, y en su respuesta a Lassalle se refería a las «acusaciones oficiales» que Lewy había trasladado en su momento a Londres contra él. Lo hacía, claro está, para justificar de este modo su anterior falta de confianza, pretendiendo mostrar que aquellas «acusaciones oficiales» y otras calumnias del mismo estilo contra Lassalle no le habían hecho perder la cabeza. Pero, dado el calibre de las denuncias, Lassalle no podía ver ningún mérito especial en el hecho de no hacerles caso, y se vengó de una manera digna de él: con un relato tan hermoso como convincente de los sacrificios y la lealtad a la causa que había demostrado a los obreros del Rin en los días de la más desenfrenada reacción.

Marx no trató a Lassalle como había tratado a Freiligrath, y la respuesta de Lassalle era diferente. Él le dio a Marx el mejor consejo que podría haberle dado, y no permitió que su voluntad de ayudar a su amigo se viera afectada por el hecho de que el consejo fuera ignorado.

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