Cali, Juanchito. 4:00am.
En el aire se respiraba una mezcla amorfa de alegría, miedo y ansiedad. A pesar que con obreros de diferentes sindicatos habíamos acordado y organizado semanas antes el bloqueo de la entrada a Cali por Juanchito, en la hora cero fue innegable la zozobra que reinaba en el pensamiento de todos. Ese día fue bastante significativo, no solo era medir nuestras fuerzas con la del Estado, era una prueba práctica de las convicciones, de los discursos revolucionarios, de cómo dirigir un combate, pero, sobre todo, de ser los que romperían el hielo. A algunos la psicología del miedo les ganó y, por eso, no asistieron. Es normal y ya lo teníamos previsto.
Recuerdo la Casa Azul, lugar donde dirigentes obreros nos veníamos reuniendo meses antes con el propósito de conformar una federación sindical revolucionaria, y al lugar le dimos ese nombre, aunque no había rastro del color. Fue en la Casa Azul donde organizamos el 21N, aunque es importante mencionar que el 21N fue producto de toda una labor de discusiones, estudio, propaganda y organización que realizamos entre los sindicalistas revolucionarios y también en la comunidad de Alfonzo López y Puerto Mallarino.
A las 4 am los compañeros obreros empezaban a reportar con fotos su llegada al punto de encuentro, el puente del chontaduro. Según lo acordado, algunos ya habían hecho el recorrido por el sector para informar alguna novedad: y ahí estaban, ejército y policía custodiando el puente. Y ese era nuestro propósito, tomárnoslo.
A las 5 am ya estábamos la mayoría bajo el puente. Un bastión de 50 personas, hombres y mujeres, toda clase obrera. Ver llegar uno a uno llenaba poco a poco la esperanza. Aunque pocos para la envergadura del día, tan firmes y compactos que el miedo, sencillamente, se hizo humo.
Teníamos todo analizado y cuadrado, los garrotes cubiertos por banderas rojas, y en una bodega en el barrio, esperaba el aceite quemado, la gasolina, las botellas, llantas y tachuelas. También teníamos el plan B, la retirada. A las 5:30am, los carretilleros y obreros del transporte de valores, a modo de calentamiento, cerraron con lazos y pancartas la avenida ciudad de Cali, en cada cierre se agitaban consignas y pequeños discursos explicando la necesidad de parar la ciudad y la producción. En la misma hora recibíamos llamadas e informes de otros compañeros comunicando el cierre de las otras entradas a la ciudad, lo que nos llenó más de ánimo para el combate.
El inicio de todo fue violento, no solo el hecho de chocar con la gente del pueblo que alegaba la interrupción de su rutina para ir a su trabajo, sino, con el hostigamiento de la policía, quienes acechaban a la masa beligerante. La idea era protegernos entre todos mientras cerrábamos la entrada y la salida a Cali por Juanchito. Simultáneamente estirábamos lasos, regábamos el aceite quemado y las tachuelas en la vía. Fue impactante ver forcejear las llantas y los bultos de escombros entre los trabajadores y la policía, a quienes les faltó valentía para contener la fuerza obrera. El momento se tornó pesado, hubo golpes a mano limpia con la policía, a quienes les habían ordenado impedir el cierre de la vía. Sin embargo, al ritmo de las consignas y los golpes, los defensores del orden se hicieron a un lado. La chispa ya había empezado a arder, pues la comunidad de Juanchito, al otro lado del puente, ya había bloqueado. Alegremente se veía al fondo subir el humo negro y banderas agitándose. A eso de las 7:00 am el objetivo se había logrado y, la incertidumbre y la tenue sensación de victoria, nos embargaba. Ahora solo era cuestión de resistir.
A las 12 del día había, por lo menos, 2000 personas bloqueando el puente y barricadas a lo largo de casi dos kilómetros. La ciudad entera, para ese momento, ya era un caos. El pueblo se había tomado las calles desde 8 puntos estratégicos de la ciudad, todas las entradas se habían bloqueado. En nuestro caso, de resaltar la participación de la comunidad, principalmente de las mujeres, todas aguerridas, con quienes después de haber reunido casi un millón y medio de pesos y con la solidaridad de tenderos y familias del sector, se montó una cocina móvil en la que se elaboró y repartió por lo menos 500 almuerzos para los luchadores. También fue hermosa la llegada de distintas organizaciones que venían movilizadas dese las entrañas de los barrios populares del distrito, entre ellos los vivienditas, gentes pobres pero luchadores por una vivienda digna para el pueblo. Inolvidable la llegada de los grupos de música del pacifico, todos jóvenes afros del sector, que quienes, con sus tambores, danzas y cánticos, ayudaban a subir la moral de la lucha y rebajar la tensión del día. Ni qué decir de los barristas, quienes extendieron un emblemático trapo negro de 80 metros con la sonada consigna: ¡el pueblo no se rinde carajo! Aunque no fueron necesarios, también importante la participación de paramédicos y abogados, quienes estuvieron pendientes de nuestra integridad.
Ya al final del día la represión fue fuerte, a eso de las 7 pm hubo ataques por parte del Esmad y el ejército para retomar el puente, incluso, desde el Halcón (helicóptero) disparaban gases lacrimógenos sobre las casas y el punto de bloqueo. Los combates duraron hasta las 10 pm. El parte de cero capturas y heridos fue un éxito para todos.
Lo que sí sabíamos, es que esta pequeña gran experiencia dio claridad al camino de la lucha directa, pero también, sobre quiénes eran los amigos y los falsos amigos de los trabajadores.
Un luchador