En este mes de octubre el proletariado revolucionario celebra los 108 años del triunfo de la Revolución Bolchevique en Rusia y los 76 años de la instauración de la República Popular China. Una ocasión para seguir asimilando sus enseñanzas e iluminar su camino en medio de la profunda crisis del capitalismo imperialista, cuyo avanzado estado de agonía y descomposición amenaza la existencia de la sociedad mundial y la continuidad de la vida en el planeta, obligando al proletariado y a los pueblos del mundo a levantarse en rebeliones, a tomar las armas para resistir sus agresiones y a buscar una salida hacia adelante ante la barbarie.
Y es justamente en estos tiempos turbulentos cuando el proletariado necesita propagar con más fuerza la necesidad y vigencia de la Revolución Proletaria Mundial, así como exaltar el camino de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia y del triunfo de revolución en China en octubre de 1949. Hechos históricos que demostraron cómo en países atrasados y oprimidos era posible la revolución si los proletarios contaban con la correcta dirección de su Partido Comunista; un partido obrero de vanguardia, firme en los principios, revolucionario e intrépido, capaz de dirigir su clase y a los aliados campesinos a tomar el cielo por asalto, indicando a los pueblos del mundo el camino a seguir para derrotar al imperialismo y sus lacayos, atreviéndose a avanzar en la construcción del socialismo.
Contrariando la alharaca de los imperialistas y sus acólitos sobre el supuesto fracaso del socialismo, su superioridad fue demostrada en el poderoso crecimiento de la economía y el desarrollo incesante de la ciencia y la técnica aplicados a la producción; esto permitió el crecimiento de los bienes materiales en beneficio de toda la sociedad y no de una minoría explotadora. La planificación de la economía reemplazó la anarquía de la salvaje competencia capitalista, erradicando las crisis y garantizando trabajo para todas las personas.
En unas cuantas décadas la Unión Soviética y China dejaron de ser países atrasados, azotados por las hambrunas y las calamidades naturales; acabaron con el hambre, erradicaron el analfabetismo y electrificaron el campo; elevaron el nivel de vida del pueblo al suprimir el analfabetismo, garantizar la salubridad pública universal y gratuita, aumentar la esperanza de vida y reducir la mortalidad infantil.
El socialismo no fracasó como pregonan los defensores de la esclavitud asalariada. El proletariado fue derrotado en Rusia en 1956 y en China en 1976, cuando fue usurpado el poder de los trabajadores por la nueva burguesía disfrazada de comunista, que restauró el capitalismo en esos que fueron bastiones y ejemplo del proletariado y los pueblos del mundo. Sin embargo, esas derrotas temporales del proletariado también han dejado grandes y profundas enseñanzas que la clase obrera debe asimilar, sobre todo, para no cometer los mismos errores.
Hoy Rusia y China son centros de poder imperialista que explotan a los proletarios, oprimen y saquean otros pueblos y se disputan con los imperialistas de Estados Unidos, Europa y Japón el dominio mundial, preparándose para una nueva guerra mundial que debe ser impedida por la revolución o transformada en guerra civil contra los explotadores.
Por eso justamente, en medio de la creciente oleada revolucionaria alrededor del mundo, contra la explotación mundial capitalista, contra la agresión a los pueblos y el genocidio del pueblo palestino, contra los preparativos de guerra imperialista, es pertinente que el proletariado asimile la valiosa experiencia de los avances de las revoluciones en Rusia y China, para cumplir su misión histórica de emanciparse y emancipar a toda la humanidad del yugo de la opresión y la explotación.
En Rusia y China quedó claro que la lucha de clases continúa una vez conquistado el poder por la clase obrera; que no se puede abandonar el camino de establecer el nuevo tipo de Estado, donde los obreros y campesinos lo gobiernen todo, sustentando su poder con las armas en la mano, acabando para siempre con la burocracia privilegiada y reemplazando el ejército permanente por el pueblo en armas, y forjando las nuevas instituciones legislativas y ejecutivas al mismo tiempo, que hagan cada vez menor la separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, entre el campo y la ciudad, entre la agricultura y la industria… en fin, que hagan cada vez menos necesaria esa máquina especial llamada Estado. La renuncia al sistema de los Soviets en la URSS y de la iniciativa obrera en la Comuna de Shanghái en China confirman que abandonar el camino de la Comuna de París conduce a la restauración capitalista.
Igualmente, la experiencia histórica demuestra la necesidad de la unidad internacional de la clase obrera y de la Internacional Comunista para organizar y dirigir el ejército mundial de los proletarios. Idea que se abandonó erróneamente y que contribuyó a la derrota del proletariado en los distintos países.
Ahora, cuando el capitalismo imperialista agoniza, cuando el proletariado y los pueblos del mundo se levantan contra la barbarie, cuando los remendones reformistas demuestran una vez más su fracaso… se hace más que nunca necesaria la unidad de los trabajadores, el Partido de la clase obrera en cada país y es urgente la nueva Internacional Comunista.
La esperanza de la humanidad, no se encuentra en los foros de los imperialistas y sus lacayos de los países oprimidos, ni en las propuestas que promueven los reformistas de humanizar el capitalismo, sino en unir y organizar las fuerzas mundiales de la clase obrera, la más revolucionaria de esta época, única clase capaz de atraer a todos los explotados y oprimidos a la lucha decisiva por hacer avanzar la sociedad llevando a la victoria la Revolución Proletaria Mundial.
Ahora más que nunca, resuenan las frases célebres con que culmina el Manifiesto Comunista, escrito por Marx y Engels en 1847:
Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Declaran abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia de todo orden social existente. Que las clases dominantes tiemblen ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.




