Por estos días el gobierno ha alertado sobre un quinto pico de contagio por covid-19, en el que nuevamente se evidencian los problemas del sistema de salud que colapsa, no solamente por el coronavirus, sino por todas las enfermedades que padecen las masas trabajadoras producto de su condición de miseria y la salud convertida en un negocio de los grandes monopolios, donde la vida de las personas vale por la cantidad de recursos para pagar una salud de calidad, por lo que la inmensa mayoría, carente de ellos, se convierte en un cliente poco rentable y no importa si medio sobrevive o muere.
El surgimiento de nuevas cepas virales y variantes da la impresión de que la batalla contra las epidemias pareciera no tener fin, pues aparecen nuevas cepas de virus o reaparecen virus y bacterias que se suponía estaban erradicadas, pero nuevamente azotan a poblaciones enteras y, ¡qué curioso! a las más pobres, más vulnerables, como si estos microorganismos hicieran una diferenciación de clases.
Para los obreros conscientes es claro el hecho de que estos problemas tienen un origen común, es por eso que cuando la OMS declaró la pandemia del covid-19 hace ya un poco más de dos años, se dijo expresa y contundentemente: El sistema es la pandemia; indicando que detrás y en la base de la nueva cepa viral y la difícil situación que padece la sociedad, están las condiciones materiales que genera el sistema económico-social capitalista, el verdadero culpable y creador de las condiciones para difundir a escala global los patógenos mortales; un tema que debe ser profundizado y analizado detenidamente, ya que es otra poderosa razón para tirar al traste este caduco, insalubre y agonizante sistema.
Es por eso que publicamos un trabajo elaborado por un camarada, donde se muestra históricamente la evolución de las epidemias y pandemias, y cómo sus causas no tienen explicaciones sobrenaturales o conspiraciones, sino simple y llanamente se explican por las relaciones de producción que adquiere la sociedad y que determinan desde el modo de pensar hasta cómo surgen y se combaten los seres microscópicos que afectan a la humanidad.
Publicaremos en dos entregas este importante aporte, que esperamos sirva para que las masas trabajadoras del campo y la ciudad eleven su consciencia de que el virus del capitalismo debe ser erradicado completamente de la faz de la tierra.
Primera entrega
Determinantes Sociales de la Etiología de Epidemias y Pandemias
En el pasado, desde los orígenes mismos de la civilización, las epidemias han aparecido en los momentos más difíciles de la humanidad: en grandes crisis económicas con sus respectivas hambrunas, en las grandes guerras o en las grandes catástrofes naturales, castigando a la humanidad duramente.
Tras la aparición de la propiedad privada y la lucha de clases, las epidemias recaen en las clases más explotadas y oprimidas, propagándose entre ellas más fácilmente debido a sus condiciones sociales de vulnerabilidad: hacinamiento, desnutrición, nulo o escaso acceso al sistema de salud, etc. Condiciones engendradas ahora por el capitalismo a escala mundial, ya no con el aislamiento propio del mundo esclavista o feudal, conectado entre sí por la velocidad de la marcha del caballo, las bestias de carga y barcos veleros, sino con una interconexión de todo el planeta mucho más rápida, inimaginable para los antiguos, mediante la cadena de la producción social y el mercado cuyo único fin y meta es competir por la ganancia y la acumulación de capital, en un sistema automatizado por la robotización, acelerado por el portentoso desarrollo del transporte aéreo y marítimo, la velocidad de la internet, todo lo cual, dada la anarquía de la producción burguesa, conduce a frecuentes e inevitables crisis de superproducción relativa, haciéndose evidente lo dicho por Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista en 1848:
«Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros».
Es así que, una simple partícula viral se convirtió en pandemia en pocos meses, un conjuro que puso en jaque la producción y normalidad del sistema capitalista mundial, una potencia infernal a la cual medio se “controló”, pues este sistema no está diseñado para defender la salubridad pública ni acabar enfermedades ni plagas, sino para acumular capital.
En los modos de producción pre-capitalistas las crisis sobrevenían por escasez, sequías, falta de recursos o la destrucción de cultivos. Hoy con el alto grado de desarrollo de la gran industria a escala mundial, con la respectiva participación de cada vez más amplios sectores de la sociedad en dicho proceso, el planeta ha sido transformado en una fábrica con sus epicentros , donde las llamadas “periferias” sirven además de proveedoras de fuerza de trabajo barata para la extracción de recursos y materias primas con altas formas de desarrollo de producción, cuyos recursos solicitados a un ritmo frenético por la gran industria, llevan a la destrucción del planeta y la ruptura cada vez más acentuada del equilibrio entre el hombre y la naturaleza, a un ritmo que está poniendo en peligro la vida misma en el planeta.
Las causas de las crisis económicas bajo el capitalismo no obedecen a la escasez o falta de recursos, sino a la anarquía en la producción que desemboca en la superproducción relativa de mercancías:
«Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de barbarie momentánea: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa y de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones que constituyen un obstáculo para su desarrollo…» (Manifiesto del Partido Comunista).
Pese a la producción exorbitante de riquezas y de mercancías, y que la humanidad ya produce todo lo necesario para satisfacer sus necesidades básicas, es la explotación capitalista la que condena a la miseria y la pobreza a la inmensa mayoría de la población mundial, una situación que se hace más visible en situaciones graves y críticas como en la presente pandemia.
Un Recorrido por la Grandes Epidemias en la Historia
Epidemias en la Esclavitud
La Peste de Atenas
Una de las epidemias más conocidas en la antigua Grecia fue la que azotó Atenas en el Siglo V (antes de nuestra era —a. n. e.) cuando la Polis, una de las ciudades más prósperas y desarrolladas de la península, era a la vez cuna del desarrollo de la filosofía clásica griega, cantera de grandes pensadores como Sócrates, Aristóteles o Platón, y a la vez, centro del desarrollo comercial y mercantil. Atenas era además la ciudad que comandaba la Liga de Delos, una especie de alianza militar y comercial entre varias ciudades-Estado griegas que luchaban por la hegemonía del Mediterráneo contra la Liga rival comandada por Esparta.
Atenas, tras levantarse entre las ruinas de la destrucción por la invasión persa, con la victoria en las Guerras Médicas pudo recuperarse rápidamente, aprovechando para enfrascarse en una nueva guerra contra Esparta, cuando no habían ni transcurrido 50 años de la derrota persa. Para el año 430 a. n. e., Esparta había invadido el Ática, saqueando y destruyendo ciudades y campos, masacrando y generando desplazamientos masivos de personas que llegaban a las murallas de Atenas en busca de ayuda. Dentro de los márgenes de la “democracia” en Atenas existían 30 mil “ciudadanos” con derechos; entre aquellos que se consideraban ciudadanos, la mayoría eran pequeños comerciantes, artesanos y campesinos, la otra parte minoritaria la constituían los grandes esclavistas, dueños de tierras, de minas, de barcos mercantes, etc.; pero como tal, esa cifra era una minúscula parte comparada con la otra porción de habitantes, los esclavos, quienes no eran considerados “personas” sino animales, cuyo número rondaba cerca de los 500 mil, vivían en condiciones paupérrimas, hacinados y muchas veces mal alimentados, condiciones perfectas para la rápida proliferación de epidemias.
La guerra agudizó el fenómeno, ya que quienes huían de ella, agravaron la situación superpoblando aún más la Polis. Pericles, el jefe político del Estado, impuso la política de tierra arrasada para desgastar a los espartanos en la guerra, quemando los campos y dejándolos inhabitables; una táctica de doble filo, pues ayudó a frenar el avance enemigo, pero empeoró la situación económica y alimentaria dentro de la ciudad, sobre la cual recayó la peste, un enemigo microscópico más mortal que la fuerza espartana.
Algunos relatos dicen que la mortífera peste llegó al puerto de Pireo oculta en los barcos mercantes provenientes de Egipto y que generó tres brotes fulminantes. El primero en el verano de 430 a. n. e., el segundo al verano siguiente, para de nuevo reaparecer en el invierno de 427 a. n. e. Aún no se sabe exactamente cuál fue la peste que arrasó Atenas, pero los historiadores médicos apuntan que pudo haber sido peste bubónica, escarlatina, tifus, o ébola. Se estima que tuvo una tasa de mortalidad del 30%, la mayoría de sus víctimas fueron esclavos y desplazados de la guerra.
La peste fue un enemigo que desbarató todas las maniobras del Estado, incluso los grandes esfuerzos de Hipócrates —el padre de la medicina— con fumigaciones que mostraron efectividad, pero fueron un esfuerzo inútil para frenar la epidemia. Los muertos se apilaron en las calles y templos, configurándose una escena que demostró la crisis política, económica y social de la Polis. La incapacidad del Estado esclavista fue total para salvar a la mayoría de su población. La “democracia” con que se ungió Atenas siempre demostró ser el derecho para esclavizar y vivir del trabajo ajeno; los esclavistas preferían ver morir a sus esclavos por la peste antes que liberarlos y solucionar el problema de hacinamiento de la ciudad. Muchos concuerdan en que la peste marcó el ocaso de la Polis griega en el mundo antiguo, ya que bastarían pocos años para que cayera en poder de Esparta y luego en manos de los macedonios.
Las Plagas y Pestes Romanas
La antigua Roma fue asolada por muchas epidemias y plagas a lo largo de su historia, basta con recordar y analizar las dos más grandes: la plaga de Antonina en el año 166 y la peste Cipriana de los años 249 y 262.
Si bien el sistema esclavista generaba las condiciones perfectas para la proliferación e intensificación de epidemias a nivel local, tales como ciudades hacinadas e insalubres, desnutrición de parte de la población, especialmente la de su clase trabajadora y esclava, ahora Roma le añadía un ingrediente más a la receta, con movilización de grandes ejércitos embarcados en campañas que duraban varios años, con el objetivo de conquistar y esclavizar el mundo antiguo.
En tales campañas se aplicaban asedios a ciudades enemigas, obligando al hacinamiento de ambos ejércitos, tanto del invasor en ciudades elaboradas con tiendas de campaña como del ejército sitiado tras las murallas que lo resguardaban del enemigo. En los asedios el ejército romano buscaba doblegar por el hambre, la sed y las enfermedades, valiéndose de un sinfín de tácticas atroces y degradantes como el envenenamiento del agua, catapultar cadáveres a la ciudad sitiada para favorecer la proliferación de pestes, provocar incendios, etc., condenando a los sitiados a una muerte lenta. Circunstancias que sirvieron de caldo de cultivo para originar muchas de las epidemias que asolaron a Roma, ya que cuando sus ejércitos retornaban para “celebrar” las victorias, lo hacían trayendo consigo pestes y plagas.
Tal fue el origen de la plaga Antonina, ocurrida en el año 166, cuando el ejército romano tras 5 años de lucha en el Oriente, había logrado derrotar al Imperio de Partía; la victoria inundó de júbilo y entusiasmo al Estado romano pues desde los tiempos de Trajano, no se obtenía una victoria igual; a la llegada de las legiones se organizaron festines, pero el júbilo duró poco, pues las tropas ya traían la plaga oculta en sus cuerpos. Se sabe que la epidemia fue muy grave y tuvo un gran impacto en la sociedad romana, y a pesar de que hoy aún se desconocen los datos exactos de la tasa de mortalidad de aquella epidemia, por referencias históricas se dice que en el año 189 la plaga ya se había diseminado a las provincias romanas y morían cientos de personas por día en Roma; incluso en la columna erigida a Marco Aurelio, en uno de sus relieves se pueden apreciar los cadáveres apilados en las calles, una escena dedicada a recordar la plaga. El hecho de que no existan datos exactos o referencias claras de los “estatistas romanos”, demuestra que tan “en serio” actuó el Estado para frenar la epidemia. Hoy los historiadores concuerdan en que esa plaga pudo haber sido provocada por sarampión o viruela.
Al contrario, la peste Cipriana del 249 al 262 fue detallada por el escritor Cipriano, a la cual se le llamó así en su honor. Cipriano fue un obispo cristiano de la ciudad de Cartago, y gracias a sus referencias se sabe que durante el pico de la epidemia llegaron a morir entre 5 mil a 6 mil personas diarias en Roma y que la peste fue causada por un brote de viruela, acompañada por uno de gripe. Los efectos fueron devastadores para la sociedad romana, especialmente para sus esclavos hacinados, ya que allí se diseminó más fácilmente. El comercio y la vida cotidiana fueron trastornados y paralizados, al igual que el ejército, el cual sufrió los reveses de la epidemia al perder muchos hombres que caían enfermos y morían. Para aquel tiempo ya la debacle moral de la sociedad romana había comenzado, los cristianos representaban a su vez la nueva moral que comenzaba a arraigarse en el pueblo y que años después se transformaría en un gran movimiento para luchar contra el imperio romano, siendo además la base para construir el futuro sistema feudal.
La Gran Epidemia en el Sistema Feudal
La caída del imperio romano en el siglo V fue a la vez el fin del sistema esclavista en Europa; la vieja sociedad se vio reemplazada por una nueva, acorde con el desarrollo de las fuerzas productivas que la antigua sociedad traía en su seno; el sistema feudal transformó la moral y pulverizó la forma como estaba organizada la vieja sociedad. Los esclavos fueron “liberados” para convertirse en siervos de los señores feudales y de la nobleza, cambiando la forma de explotación entre los hombres, siendo ahora el centro de la economía la tierra y la explotación feudal de los siervos de la gleba. Tal transformación obligó a un despoblamiento de las antiguas ciudades y su desplazamiento hacia el campo, hecho que duró algunos siglos mientras el mismo desarrollo de las fuerzas productivas, del comercio y del crecimiento demográfico en Europa, llevaron nuevamente al repoblamiento de las ciudades. El auge de las nuevas fuerzas sociales en el seno de la sociedad feudal, incrementó el peso y actividad de los artesanos y comerciantes.
El desarrollo de las fuerzas productivas trajo consigo trasformaciones en las técnicas de navegación y en los navíos, lo que permitió navegar más rápido y a distancias más lejanas, favoreciendo el transporte de mercancías. El crecimiento demográfico en las ciudades fue suplido por nuevas técnicas agrícolas y la deforestación de bosques para el ganado y la agricultura, con el agravante de que no todas las tierras eran aptas y fértiles para la producción, generando la incapacidad de suplir las necesidades alimenticias y una tendencia a la malnutrición en gran parte de la población. Ya para el siglo XIV, se cuentan tres generaciones alimentadas en esas condiciones propias de la crisis agrícola feudal.
Mientras el avance de nuevas fuerzas sociales y productivas aceleraba la interacción y expansión cultural y comercial, las ciencias fueron estancadas por el oscurantismo de los papas y nobles, cuyo dominio ideológico sobre Europa era incuestionable. En la antigüedad los sabios griegos habían dado los primeros pasos en la dirección del saber científico, sentando las bases de todas las ciencias modernas; en medicina, por ejemplo, hicieron algunas especulaciones brillantes sobre el origen de las enfermedades, apuntando en malos hábitos o en el aire o agua contaminada; es decir, buscaron el origen de las enfermedades en la sociedad misma y en el medio ambiente, especulaciones interesantes ya que pese a todas sus limitaciones históricas fueron un buen comienzo. El oscurantismo religioso en cambio, borró y quemó mucha de esa información, destruyendo libros y bibliotecas enteras; en su lugar profesaba que las enfermedades y plagas eran obra del “merecido castigo divino”, u “obras del diablo” o de complots de judíos; tal atadura de las ciencias a las creencias religiosas, favoreció enormemente la proliferación de la primera pandemia en la historia humana, surgida en el siglo XIV, en el que además fue excepcionalmente novedosa la ruta de la seda, usada para su comercialización desde el Medio Oriente, un vínculo que aceleró la economía pero también la velocidad del contagio de las enfermedades y epidemias.
La peste negra o muerte negra asoló a Europa y una parte de Asia en el siglo XIV, alcanzando su punto máximo entre los años 1347 y 1353. Es imposible saber el número de fallecidos, pero estimaciones señalan que se generaron 25 millones de decesos solo en Europa. Existe además un acuerdo mayoritario entre los historiadores para asegurar que ésta se inició en Asia y fue traída a Europa entre los cargamentos de las rutas comerciales; la peste se transportó junto a la seda, oculta en las diminutas pulgas de la rata. El debate científico hoy ronda sobre si la bacteria que causó tal epidemia fue una variante de Yersinia Pestis o de alguna otra bacteria similar como la que genera el carbunco. La mayoría apunta como culpable a la primera de ellas.
El control natural de las poblaciones de roedores lo constituían los gatos, pero por el sesgo religioso estos fueron asociados con la brujería, conllevando a la eliminación en masa de los felinos en Europa. Las insalubres ciudades feudales se infestaron con millones de roedores, el vector transmisor de la pulga.
Los pobladores asiáticos habían aprendido a predecir las epidemias de esta peste al advertir la muerte masiva de roedores en las calles, ello obedecía a que las pulgas infectadas mataban a sus huéspedes y sin tener más con que alimentarse, pasaban a alimentarse de los humanos y así sabían que se avecinaba la enfermedad, temida por su alta tasa de morbilidad y mortalidad. Los asiáticos sabían esto y tomaban las acciones necesarias al respecto; es más, ni en China ni en India la enfermedad generó epidemias en el siglo XIV, pero sí en la católica Europa, donde los Papas habían convertido la religión en el principal factor para ayudar a diseminar la enfermedad, acompañado de la insalubridad propia de las ciudades.
La pandemia con un ritmo de expansión de entre 2 y 8 km por día, llegó primero a la ciudad de Mesina, luego a Florencia —donde solo sobrevivió una quinta parte de la población— para luego pasar al resto de Europa, en donde tuvo un desarrollo desigual, afectando unas poblaciones más que otras; hecho que puede explicarse por la existencia a gran escala de roedores, por ejemplo, en las ciudades alemanas de Hamburgo, Colonia y Bremen murió gran parte de la población, mientras que en el este del país apenas se registró la peste.
La gente comenzó a asociar las telas con la peste, pues las pulgas permanecían en ellas, así que comenzaron a quemar las ropas de los muertos y de los extranjeros; igualmente las profesiones en contacto con ratas fueron diezmadas, como carniceros, molineros y panaderos, mientras que las profesiones que las repelían apenas fueron afectadas, como toneleros, pastores o aceiteros. El pueblo hizo frente a la pandemia, mientras la iglesia culpó a los judíos, alegando que ellos habían envenenado el agua y mantenían complots secretos, y dirigió pogromos para masacrarlos; la Iglesia católica es la responsable de la primera eliminación de judíos a gran escala.
La gran pandemia demostró la completa ineptitud de la iglesia y de la nobleza para dirigir la sociedad, pues solo buscaba resguardar su poder y riqueza erigida sobre la servidumbre de millones de campesinos en Europa. El despertar de una nueva conciencia trajo consigo un gran movimiento cultural que se conocería como El Renacimiento, impulsado por la nueva burguesía revolucionaria que buscaba quitar el velo religioso del dominio de la sociedad, igualmente necesitaba hacer corresponder las ciencias con el impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas para que estas ayudaran a potenciarla.