Sonreíd a la memoria y el legado del poeta cabrero Miguel Hernández

Sonreíd a la memoria y el legado del poeta cabrero Miguel Hernández 1

De entre los tantos artistas que han dejado honda huella en los corazones altivos de los trabajadores del mundo se encuentra Miguel Hernández. Un campesino español que se hacía poeta contra todas aquellas condiciones de su tiempo, que lo conducían habitar y venerar cúpulas y cálices pero que supo librarse de aquello que nublaba su mirada del mundo. Asumió la dirección de sus pasos hacia el más alto de los propósitos para hacerse poeta del pueblo y soldado del comunismo.

Nacido en Orihuela, el 30 de octubre de 1910 con una infancia de campesino pobre, algunos años de educación en colegio católico y un voraz apetito lector se inició como poeta de romances y auto sacramentales. No obstante, con los aires del fascismo avivando la llama de los cirios en España el poeta cabrero se distancia de ese camino y se lanza al bando republicano y a la militancia revolucionaria a sus 26 años.

En el verano de 1936 se afilió al Partido Comunista de España y desde comienzos de 1937 asumió como comisario político militar. Hernández hizo parte del 5.º Regimiento, ejerciendo de comisario político y pasó a otras unidades en los frentes de la batalla de Teruel, Andalucía y Extremadura.

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Durante la guerra civil la vida del poeta corre vertiginosamente, se extiende su poesía y su teatro más comprometido con el pueblo, asiste al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura celebrado en Madrid y Valencia, conoce a otros tantos poetas entre ellos al peruano César Vallejo. Viaja en 1937 en representación del gobierno de la república a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y vuelve a España a seguir su labor de soldado y poeta militante.

Nacen también en este tiempo sus dos hijos Manuel Ramón y Manuel Miguel. El primero muere a los pocos meses de nacido y le dedica el poema Hijo de la luz y de la sombra y otros recogidos en el Cancionero y romancero de ausencias. Al segundo hijo dedicó Nanas de la cebolla.

Terminada la guerra civil en 1939 es detenido intentando pasar la frontera con Portugal, a partir de aquí el poeta vivió un final de pasión y tortura; de prisión en prisión; juzgado y condenado a muerte, luego conmutada la pena a treinta años. Desde la cárcel de Huelva lo trasladaron a Sevilla, luego de una libertad temporal en Orihuela, es llevado a la prisión de la plaza del Conde de Toreno, en Madrid; de allí a la prisión de Palencia, a la cárcel de Yeserías, al penal de Ocaña y finalmente al Reformatorio de Adultos de Alicante donde enfermó: padeció primero bronquitis y luego tifus, que se le complicó con tuberculosis.

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Miguel Hernández murió en una prisión de la Dictadura Franquista, falleció en la enfermería de la prisión alicantina a las 5:32 de la mañana del 28 de marzo de 1942, con tan sólo treinta y un años de edad. Para este aniversario 81 de su muerte invitamos a los obreros a conocer su poesía y a los poetas a sumar su voz y pluma a la labor de la construcción del partido y el socialismo. Compartimos con alegría el grandioso poema Sonreídme con el que Miguel Hernández rompe con la reaccionaria ideología que lo contenía y se lanza a los brazos del pueblo y a la lucha revolucionaria.

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Sonreídme

Vengo muy satisfecho de librarme
de la serpiente de las múltiples cúpulas,
la serpiente escamada de casullas y cálices:
su cola puso acíbar en mi boca, sus anillos verdugos
reprimieron y malaventuraron la nudosa sangre de mi corazón.
Vengo muy dolorido de aquel infierno de incensarios locos, de aquella boba gloria: sonreídme.

Sonreídme, que voy
a donde estáis vosotros los de siempre,
los que cubrís de espigas y racimos la boca del que nos escupe,
los que conmigo en surcos, andamios, fraguas, hornos,
os arrancáis la corona del sudor a diario.

Me libré de los templos: sonreídme,
donde me consumía con tristeza de lámpara
encerrado en el poco aire de los sagrarios.
Salté al monte de donde procedo,
a las viñas donde halla tanta hermana mi sangre,
a vuestra compañía de relativo barro.

Agrupo mi hambre, mis penas y estas cicatrices
que llevo de tratar piedras y hachas
a vuestras hambres, vuestras penas y vuestra herrada carne,
porque para calmar nuestra desesperación de toros castigados
habremos de agruparnos oceánicamente.

Nubes tempestuosas de herramientas
para un cielo de manos vengativas
no es preciso. Ya relampaguean
las hachas y las hoces con su metal crispado,
ya truenan los martillos y los mazos
sobre los pensamientos de los que nos han hecho
burros de carga y bueyes de labor.

Salta el capitalista de su cochino lujo,
huyen los arzobispos de sus mitras obscenas,
los notarios y los registradores de la propiedad
caen aplastados bajo furiosos protocolos,
los curas se deciden a ser hombres
y abierta ya la jaula donde actúa de león
queda el oro en la más espantosa miseria.

En vuestros puños quiero ver rayos contrayéndose,
quiero ver a la cólera tirándoos de las cejas,
la cólera me nubla todas las cosas dentro del corazón
sintiendo el martillazo del hambre en el ombligo,
viendo a mi hermana helarse mientras lava la ropa,
viendo a mi madre siempre en ayuno forzoso,
viéndonos en este estado capaz de impacientar
a los mismos corderos que jamás se impacientan.

Habrá que ver la tierra estercolada
con las injustas sangres,
habrá que ver la media vuelta fiera de la hoz ajustándose a las nucas,

habrá que verlo todo notablemente impasibles,
habrá que hacerlo todo sufriendo un poco menos de lo que ahora sufrimos bajo el hambre,

que nos hace alargar las inocentes manos animales
hacia el robo y el crimen salvadores.

Miguel Hernández

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