Nuevamente iba hacia el trabajo, con actividades preparadas y el paso ligero para llegar a tiempo y estar listo antes de que mis estudiantes estuvieran en el salón. Mientras caminaba recordé que antes debía hablar con algunos padres, entregar las evaluaciones en coordinación, solicitar las fotocopias y preparar los equipos para el video que veríamos ese día.
Me fui acercando, las madres caminaban rápidamente para estar a tiempo en el momento de abrir las puertas del colegio; en el camino algunos saludos de padres de familia conocidos, de estudiantes que en otros años eran apenas mis pequeños de primaria, de colegas también aligerando el paso para llegar a tiempo.
Solo recuerdo que la puerta del colegio se abrió, pero no pude entrar… aquel presentimiento que desde hacía meses me perseguía se materializaba en medio de toda la normalidad de cada mañana. Así es, motorizados, desconocidos, asesinos a sueldo hacían realidad las amenazas recibidas; hoy era mi turno, como lo había sido el de varios de mis compañeros en diferentes regiones del país.
Vi las caras de mis estudiantes, de mis compañeros, de los padres de familia, de los guardas de seguridad del colegio… y de pronto un gran silencio donde pude pensar con más claridad, pero ¿por qué a mí? ¿Cuál es mi delito? Participé en paros y marchas para defender la educación de mi pueblo, algo apenas normal cuando desde que decidí mi profesión juré defender este derecho, respetar y defender a los hijos del pueblo, ayudar a formar a estos niños amándolos como si fueran propios. Enseñé a mis estudiantes a ser críticos, a no comer entero, a entender que mientras unos gozan de privilegios, otros aguantan hambre y que eso no está bien, que debía cambiar. Expliqué a los padres porqué íbamos a paros y como debíamos unirnos para luchar por la educación de nuestros hijos… acaso ¿Ese era mi delito?
Volvió el ruido, los gritos, las caras de angustia… pensé en mi familia, en que dejaría a mis hijos solos, en ¿quién daría las clases a mis estudiantes hoy? Sentí algo de desespero por todos estos pensamientos, pero como siempre, me tranquilizó la fuerza de mi pueblo, no es la primera vez que enfrentamos esta violencia —pensé— y siempre el pueblo, siempre ha sabido cómo responder e impedir el ataque de los que tienen el poder hacia los que no aceptamos sus designios.
Así la calma fue llegando, llegaba a mi recuerdo un rock que me gustaba por su carácter libertario “…quien grita sin miedo entrega sus alas al vuelo y vuela tan lejos, es ave real llanto y fuego… y vuela y vuela no importa la ira del viento” en ese momento me embargó una gran felicidad al pensar en la lucha de los desposeídos que estaban firmes en sus puestos de combate para denunciar y enfrentar el terror que impone el Estado de los poderosos con todas sus fuerzas militares y paramilitares; finalmente sentí que ese odio de clase, esas ganas de lucha podía transmitirlas a quienes me observaban, entendí que no había sido en vano mi lucha y que “el pueblo no se rinde carajo”.
Soy Juan de Jesús, Evelia, Frank Darío, Dalmayro, Holman, Yaneth, Jhoana; soy los cientos de docentes amenazados en este año, soy los miles de maestros asesinados por las balas del Estado a quien poco le agradan los que pensamos distinto, con orgullo y valentía aboné el terreno de la lucha y no me importa que cueste la vida, la semilla está sembrada y la cosecha ya no puede detenerse.
Docente de base.