El infame atentado en el Centro Comercial Andino que dejó tres personas muertas y nueve heridas, ocasionó gran conmoción por cuanto se presentó justamente en medio de la entrega oficial de las armas de las FARC a la ONU. Mientras se especulaba sobre los posibles autores del atentado, salvo contadas excepciones, los medios exigieron aumentar las medidas represivas y resultados inmediatos, generando una cacería de brujas que terminó con la condena pública —antes de ser procesados— de varios jóvenes acusados de pertenecer al Movimiento Revolucionario del Pueblo – MRP, al que le atribuyen los hechos. Gentes como León Valencia, arrepentidos y ahora fieles sirvientes de las clases dominantes, si bien argumentaron que puede tratarse de la extrema derecha opuesta a los acuerdos de paz, se quejaron de las medidas rutinarias y exigieron que de tratarse de una disidencia de la guerrilla la «acción tendría que ser rápida, envolvente, antes de que cojan vuelo, antes de que se consoliden y se extiendan…» un peligro que «las guerrillas mismas, en tránsito a la vida civil, tendrían que ayudar a conjurar.» (Ver Semana). Pero más allá de quienes sean los responsables, el hecho es que los directos beneficiados con el atentado al Centro Andino son las fuerzas más cavernarias de la sociedad colombiana.
Por razones distintas a las que argumentan los enemigos del pueblo y los loros cagatintas al servicio del capital, el proletariado revolucionario rechaza el terrorismo sistemático individual o de pequeños grupos, así sean revolucionarios, porque las acciones terroristas son inútiles cuando no hacen parte de una verdadera guerra de las masas, y en las actuales condiciones no contribuyen a preparar las fuerzas del pueblo para la revolución, lo desvían de su lucha, siembran falsas esperanzas en supuestos salvadores, malgastan las fuerzas y desorganizan el movimiento obrero, a la vez que sirven para justificar las medidas reaccionarias de las clases dominantes interesadas en aplastar todo intento de rebeldía de las masas populares. Con mayor razón rechaza el atentado en el Centro Andino por tratarse de un acto dirigido contra personas que no son responsables de los asuntos económicos, políticos y militares que mantienen enfrentadas en la actualidad a las facciones de las clases dominantes y a éstas con el pueblo. Un acto criminal que no tiene nada de revolucionario y pareciera la obra de la facción más reaccionaria de la burguesía.
Igualmente, los comunistas rechazan la cacería de brujas, la estigmatización, el escarnio y el juicio público contra los jóvenes usados como chivos expiatorios para encubrir los verdaderos responsables. Las clases dominantes y los apologistas de la explotación asalariada no están juzgando el crimen, no montaron un juicio contra los implicados en el atentado, sino que están tratando de sembrar un precedente y enviar un mensaje contundente: nadie puede oponerse a sus planes de pacificación, toda idea o acto de rebelión serán aplastados.
Los comunistas revolucionarios opuestos al engaño de la «paz social» de los explotadores reconocen que la lucha de clases, la guerra de clases, como fenómeno objetivo producto de las desigualdades sociales hace imposible la paz entre ricos y pobres, entre explotados y explotadores, entre oprimidos y opresores. Los proletarios conscientes, proclaman que contra el orden de explotación, opresión y saqueo de los burgueses, terratenientes e imperialistas la rebelión se justifica. Trabajan y hacen sus mayores esfuerzos por dotar a la clase obrera de su Partido de combate y por preparar al pueblo, para que mediante la violencia revolucionaria de las masas, mediante la Guerra Popular, destrone a los ricos holgazanes, destruya el viejo Estado burgués al servicio de los explotadores para sustituirlo por el Estado de los obreros y campesinos; una nueva forma de Estado sustentado en el pueblo armado capaz de expropiar a los actuales expropiadores y de organizar la construcción de la sociedad socialista como primera etapa del comunismo, único sistema social que puede alcanzar la verdadera paz cuando sean abolidas la propiedad privada y las diferencias de clases, causantes de las guerras.