Hoy el magisterio colombiano enfrenta una serie de ataques infundados y malintencionados que buscan desprestigiar nuestra labor. Quieren hacer creer que los docentes son el problema, pero la realidad es muy distinta:
En primer lugar, algunos dicen que los maestros debemos ser evaluados y despedidos si los resultados del alumnado no son satisfactorios. ¡El magisterio no le teme a la evaluación! Pero no aceptamos ser evaluados con pruebas estandarizadas que ignoran las múltiples dimensiones que afectan la calidad educativa.
La educación no depende solo del maestro en el aula. Se necesita que el sistema de salud funcione, que los estudiantes reciban la atención que requieren cuando son remitidos por problemas fisiológicos o mentales. ¿Cómo pueden mejorar nuestros resultados si los estudiantes no tienen acceso efectivo a la salud, si sus familias viven en condiciones de pobreza extrema, si sus padres están súperexplotados laboralmente y no pueden estar presentes en sus vidas?
¡Ya estamos sometidos a evaluaciones constantes desde el momento en que ingresamos al sistema educativo hasta que logramos ascender al último nivel y subnivel del escalafón! Cada año, los docentes del estatuto 1278 somos evaluados en nuestra planificación, nuestras estrategias pedagógicas, y nuestra capacidad para enfrentar las barreras que encuentran nuestros estudiantes, especialmente en salud física y mental. Nos exigen planificar, enseñar eficazmente, y emprender acciones intersectoriales para superar las dificultades de nuestros estudiantes. ¡Esto no es nuevo para nosotros!
Los docentes 1278 somos evaluados desde el principio, con pruebas rigurosas que muchos ingenieros y otros profesionales no logran superar. ¡Cada cinco años, alrededor de 2000 personas se inscriben para presentar el examen del concurso y aspirar a una plaza en municipio, y solo 200 logran pasar!
Y si queremos ascender, ¡otra evaluación más! Aunque tengamos títulos de universidades públicas, debemos presentar el título de especialización, maestría o doctorado, demostrar nuestra experiencia y pasar el examen de ascenso.
¡Basta ya de discursos vacíos y ataques infundados! Estamos enfrentando evaluaciones constantes, trabajando incansablemente, mientras los verdaderos problemas de la educación, como la falta de apoyo y recursos, son ignorados.
Se nos acusa de tener jornadas escolares cortas y muchas vacaciones. ¡Qué mentira más descarada! La jornada única nos obliga a trabajar desde las 7 de la mañana hasta la 1 o las 2 de la tarde; sin tiempo para descansar ni planificar adecuadamente las clases, sin tiempo para prestar atención a los padres de familia.
Nos dicen que tenemos muchas vacaciones, pero la realidad es que algunos trabajadores del Estado tienen más días libres. En algunas universidades, por ejemplo, sus empleados pueden disfrutar de hasta 70 días de vacaciones al año. ¿Dónde está el «privilegio» de los maestros del que tanto hablan?
Las semanas institucionales, que deberían ser la oportunidad perfecta para nuestro desarrollo profesional, son secuestradas por las secretarías de educación. En lugar de formarnos adecuadamente, las llenan de capacitaciones inútiles que solo sirven para engordar los bolsillos de sus amigos, quienes cobran un dineral sin aportar nada significativo a nuestra labor educativa.
En las aulas, los maestros nos enfrentamos a una avalancha de problemas complejos, atendiendo a niños y jóvenes con múltiples dificultades, y lo hacemos sin el apoyo adecuado de padres agobiados por la superexplotación. ¡Y como si no fuera suficiente, tampoco contamos con el respaldo de personal especializado como psicólogos y educadores especiales! Las secretarías de educación, que hipócritamente exigen que los docentes del régimen 2277 se retiren para «generar empleo», no son capaces de crear los puestos de trabajo necesarios contratando al personal especializado que nuestras escuelas y colegios tanto necesitan.
Dicen que nos quedamos en el sistema hasta los 70 años, que no nos sacan ni cuando nos pensionamos. ¡Otra mentira! Solo los del régimen 2277, que ya son pocos, tienen esa posibilidad. El verdadero problema del desempleo en nuestro sector no somos nosotros, sino la falta de voluntad para reducir el número de estudiantes por aula. Si mejoraran las relaciones técnicas, no solo se elevaría la calidad educativa, sino que también se generaría más empleo para nuevos docentes y otros profesionales de la educación.
Nos acusan de tener múltiples sueldos, de ser privilegiados. ¡Basta ya de mentiras! La gran mayoría de los docentes mayores no tienen pensión gracia, solo la tienen quienes estaban trabajando antes del 31 de diciembre de 1980, es decir que todos los que entraron a partir de 1981 perdieron ese derecho. Los que entraron después del 80 tienen, si a mucho, un sueldo y una pensión. Los del régimen 1278, que son la mayoría de los nuevos docentes, no tienen ni tendrán ese beneficio.
No nos dejemos engañar por estas mentiras. La lucha magisterial es justa y necesaria. No nos oponemos a ser evaluados, pero exigimos condiciones dignas para nuestros estudiantes y para nosotros. Luchamos por una educación de calidad, porque entendemos que educar al pueblo es un acto revolucionario. A todos nuestros colegas les decimos: ¡Exíjanse para que nuestra labor sea realmente servir al pueblo! Debemos servir con compromiso, con excelencia, pero también con condiciones que nos permitan hacerlo.
Maestras y maestros, sigamos adelante con firmeza y determinación. ¡Adelante, por la dignidad y el futuro de nuestra educación! ¡Viva la justa lucha de los maestros!