“El que escruta elige” dijo el cura Camilo Torres en 1965 al referirse a la farsa que cada cuatro años montaban las clases dominantes para decidir quiénes aplastarían al pueblo desde el congreso y la presidencia. Los hechos eran evidentes: quien contaba los votos decidía el ganador. Por eso decidió no participar en el circo sino que propuso la “abstención activa, beligerante y revolucionaria”.
Desde esa época a estos días las clases dominantes se han esforzado por darle apariencia democrática a la dictadura de los grandes monopolios. Como producto de los “acuerdos de paz” firmados con las guerrillas de la democracia pequeñoburguesa (M-19, Quintín Lame, EPL, PRT y sectores del ELN) hicieron la Constitución del 91 para garantizar el “libre juego democrático” y la “transparencia” de las instituciones. Todo esto fue pintado como un sueño de hadas y Colombia se convirtió en el “país de las maravillas”.
Aquella fue una constitución burguesa y reaccionaria firmada por las clases poseedoras, donde el festín fue consumado, sacrificando al pueblo con la imposición de la legislación antiobrera y antipopular que no ha cesado desde entonces, y que los “maravillados”, cómplices en tan ruin tarea, llaman neoliberalismo. A la vez, ese engendro del 91 no ha podido disimular siquiera la podredumbre de todas las instituciones del Estado que todos prometen moralizar, insistiendo en el cuento de hadas. Igualmente, la tan “maravillosa” Constitución no ha podido ocultar que la farsa electoral sigue siendo un mecanismo para decidir cada cuatro años qué miembros de las clases dominantes han de aplastar al pueblo desde el parlamento, alcaldías, gobernaciones y presidencia.
Ahora mismo, quienes aplastan al pueblo, discuten la propuesta de Reforma al Código Electoral presentada por el gobierno mafioso con mensaje de urgencia. Una reforma que además de modernizar el aparataje de la farsa, aumentar la burocracia y por ende la corrupción, legaliza el fraude revelando aún más claramente la sentencia del cura Camilo Torres ―“el que escruta elige”― al dejar en manos del presidente y sus amigos el nombramiento de los funcionarios de la Registraduría, encargada de orquestar la farsa.
La Reforma al Código Electoral en el país de las maravillas es una necesidad de las clases dominantes, por cuanto el sufragio universal y la farsa que le acompaña, son en el capitalismo un arma de dominación de la burguesía. Por eso todos están de acuerdo en su necesidad, incluidos por supuesto los viejos oportunistas de todos los colores y los demócratas pequeñoburgueses, que todavía abrigan el sueño reaccionario de construir un Estado por encima de las clases y al servicio de todos los ciudadanos, y para quienes no han sido suficientes 30 años de la nueva constitución que sigue garantizando los privilegios de los explotadores.
Una “maravillosa” constitución que arma al Estado para cumplir su papel como instrumento de dominación de los explotadores apoyándose en la represión sistemática de la mayoría de los explotados, en la crueldad extraordinaria de sus funcionarios banales y corruptos, en la represión bestial de sus perros guardianes sobre los inconformes, en los mares de sangre de las masas y dirigentes obreros, campesinos, populares y políticos que se oponen a la voracidad de los opulentos.
Esa ha sido la maravillosa Constitución del 91 para el pueblo, y no podía ser de otra forma porque es justamente a través de esos medios que avanza la explotación capitalista y la esclavitud asalariada. Una verdad sencilla y desnuda que oportunistas y pequeñoburgueses armados y desarmados no pueden entender por su fe supersticiosa en el Estado y en su sueño utópico del país de las maravillas, a pesar de que a diario caen militantes de sus filas por las balas de los enemigos del pueblo.
Para el proletariado revolucionario, la nueva Reforma al Código Electoral no tiene ninguna importancia, salvo porque pone manifiesto las contradicciones por arriba y muestra la debilidad de la élite gobernante; porque la reforma no va cambiar nada en la medida en que la dictadura del capital y los monopolios ejercen su poder omnímodo “de un modo tan seguro, tan firme, que ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la república democrática burguesa, hace vacilar este Poder”, como diría Lenin.
De ahí que la tarea de los comunistas, no es sembrar ilusiones en reformar el aparato que legaliza la farsa electoral, ni de terciar a favor de reaccionarios que también se oponen a la reforma como Vargas Lleras que la calificó de adefesio, sino advertir al pueblo trabajador sobre la necesidad de prepararse para destruir con la violencia revolucionaria todo el aparato de dominación de la burguesía, con todo su ejército de funcionarios burócratas, con todos sus jueces, curas y pastores, con todas sus fuerzas militares y paramilitares, para construir sobre sus ruinas el nuevo de Estado de obreros y campesinos.
Un nuevo Estado donde todos los funcionarios sean elegibles y removibles en cualquier momento, y no devenguen más de lo que gana un obrero común. Un nuevo tipo de Estado que acabe con los parlanchines politiqueros creando instituciones cuyas funciones sean legislativas y ejecutivas al mismo tiempo. Un nuevo Estado barato sin burocracia privilegiada y corrupta, además sometida a la supervisión del pueblo armado el cual reemplazará al ejército permanente y todas las fuerzas represivas. No será el país de las maravillas tampoco, pero ¡Sí será la verdadera democracia para el pueblo!