La Erradicación Forzosa es Terrorismo de Estado y Erradicación de Campesinos

La Erradicación Forzosa es Terrorismo de Estado y Erradicación de Campesinos 1

Una espantable letanía se puede hacer con los recientes asesinatos de campesinos a manos del Ejército de Colombia: en el Catatumbo, en el Meta y Antioquia han sido los lugares donde por lo menos se conocen varios casos de asesinato, ocurridos casi siempre después de operaciones militares para la erradicación de cultivos ilícitos. En dichos operativos se puede observar el ejercicio bélico en los tiempos del gobierno del matarife: ataque planificado y coordinado mediante uso de la violencia abierta para lograr el aplastamiento de la resistencia campesina, valiéndose del uso de todas las armas y la logística como si se tratara de un ejército enemigo fuertemente armado.

El asesinato selectivo o indiscriminado con el fin de sembrar terror en el campo, se usa abiertamente para generar el desplazamiento y la expropiación de las tierras, para luego, con su consabida manipulación mediática, presentar las bajas como legítimas en “operaciones legales” contra grupos supuestamente ilegales.

La satanización de los empobrecidos y arruinados campesinos, que se ven obligados a alquilarse para sembrar cultivos ilícitos y evitar perecer por la ruina y el hambre, juega un importante papel en la propaganda del régimen mafioso, quien pretende allanar el terreno para legitimar el terrorismo de Estado o hacerlo invisible o insensible; para las amplias masas populares ha quedado completamente demostrado como el Ejército en la actual guerra de los psicotrópicos maniobra en favor del “Clan del Golfo” o de las “AGC”, tal y como ocurre en Antioquia donde existe esta alianza para acabar con los Caparros, o la alianza del Clan del Golfo y el Ejército para acabar con las disidencias de las FARC, el ELN y otros grupos vinculados al negocio en las poblaciones que colindan en el río Atrato en el Chocó.

Los reiterados escándalos públicos de mafiosos que aportaron a la campaña de la elección del títere Duque, han ayudado a esclarecer la catadura mafiosa del régimen y al respecto ya no existe duda alguna sobre el papel de las “AGC” como un apéndice del Ejército. Tal es el motivo del por qué se presentan operaciones militares para la erradicación de cultivos ilícitos solo en zonas de disputa, zonas donde aún no tienen el control o influencia completa las “AGC”, una lucha en donde los demás grupos mafiosos y guerrilleros buscan alianzas entre sí para hacerle frente y disputar el control.

Tal es la esencia de la agudización de la guerra, después de la salida de las FARC del tablero de operaciones, una enmarañada guerra de intereses privados y mafiosos que es catapultada por las ganancias, o renta extraordinaria que deja el negocio de la hoja de coca y marihuana. En dicha guerra no hay grupos libertadores, pues lo que queda de las guerrillas desde los años 80 para acá, se han convertido en otro azote más para los campesinos pobres, atrapados en un enmarañado duelo en donde fácilmente caen por el fuego cruzado, pagando con sus vidas, o la pérdida de sus tierras y desplazamiento, o en una cárcel. Una guerra injusta y que le es ajena a sus intereses.

El campo colombiano hoy se encuentra completamente arruinado, la producción agrícola destinada para el consumo en las grandes ciudades no deja sino pérdidas para los campesinos; son víctimas además de la competencia frenética del sistema capitalista que prefiere importar más del 60% de los productos agrícolas de otros países; no hay condiciones para competir en los mercados, ni vías para sacar los productos, ni subsidios de parte del gobierno, y cuando se destinan son robados por las tramas de la corruptela. Tampoco es mejor la suerte de los campesinos que venden sus productos agrícolas a los comerciantes ricos y grandes emporios comerciales, pues estos los estafan y les compran sus productos a precios miserables, con altísimas exigencias de calidad, para venderlos en las grandes ciudades a altos costos, son otro azote que los campesinos han denominado como los “intermediarios”. Por estas razones los campesinos pierden sus cosechas y los pobres del campo se ven constantemente arruinados y asediados por el hambre y la miseria ocasionada por el sistema capitalista.

La hoja de coca aparece entonces como un alivio temporal para los pobres del campo, hoy un jornal en la cosecha de café se cotiza entre 25 a 30 mil pesos diarios -un jornal ganado bajo durísimas condiciones- mientras que en la cosecha de coca se puede cotizar un estimado de 80 mil pesos diarios. Al campesino pobre la hoja de coca le permite no morirse de hambre y solventar algunas necesidades materiales, pero jamás llegará a hacerse rico por esa vía, ya que debe pagar “impuestos o vacunas” y recibe en pago una mínima parte de lo que el producto vale en el mercado; el precio de un kilo de pasta de coca puede llegar a valer en el campo de 700 a 800 mil pesos, mientras que en las grandes ciudades de Colombia pueden llegar a valer hasta casi 10 veces más y en el exterior su valor crece exponencialmente. Es la mafia la que convierte el oro blanco en verdadero oro, tal es el trasfondo de la doble victimización que sufren los campesinos por parte de la abierta violencia de parte del Ejército con sus asesinatos, una modalidad de terrorismo de Estado con fines mafiosos.

Los campesinos y los proletarios agrícolas están atrapados en un callejón sin salida bajo el sistema capitalista, pues son lanzados a la miseria y al fuego cruzado de la guerra reaccionaria; una terrible realidad que los ha empujado a la lucha a través de paros agrarios, como los que años atrás sacudieron el país, lucha que hoy continúan contra el Ejército para evitar la erradicación de sus cosechas “ilegales”; lucha valientemente librada en otras zonas en contra del Estado y la mafia para la sustitución de cultivos ilícitos, o la lucha por la recuperación de sus tierras expropiadas a sangre y fuego.

Muchas vidas de dirigentes campesinos e indígenas se han perdido por el sucio accionar de parte del Estado y su terrorismo, o de parte de las mesnadas paramilitares y mafiosas, una razón para enfrentar la violencia reaccionaria con la necesaria y debida violencia popular, una base que obliga a generalizar e intensificar la lucha, pues la dura crisis social que ha desatado la pandemia, recae pesadamente en nuestros campesinos, situación agravada por la guerra reaccionaria.

Para luchar se debe aprender del pasado, y no existe mejor fuerza que la unión de los oprimidos, el campesinado debe estrechar sus vínculos con los obreros agrícolas; y como un sola fuerza, con los proletarios de las ciudades y pequeños comerciantes, deben guiarse y conducirse independientemente del Estado y los grupos mafiosos; sus dirigentes deben ayudar a edificar el auténtico partido de los obreros, que es el dispositivo estratégico para acabar el problema de raíz, destruyendo al mafioso y podrido Estado para edificar sobre sus cenizas otra sociedad basada en la libre cooperación económica; una sociedad defendida por el armamento general del pueblo y administrada por un Estado de obreros y campesinos. En tal Estado no hay lugar para las estafas ni trucos sucios, ni mucho menos para los parásitos, mafiosos y ricos.

Además porque el Estado de obreros y campesinos entregará una parte de la tierra de la Nación en usufructo a los campesinos medios y campesinos pobres, eliminará todas las deudas agrarias y el sistema de hipotecas, ayudará con semillas, insumos y maquinaria para garantizar la comida de toda la población y luchará por afianzar la alianza y cooperación entre los trabajadores del campo y la ciudad para ir eliminando la brecha económica y social que el capitalismo ha mantenido entre el campo y la ciudad.

Tal es el reino del trabajo en la tierra a que aspiran los obreros conscientes y los comunistas Marxistas Leninistas Maoístas, el camino por el que deben soñar y luchar los campesinos y proletarios agrícolas en Colombia.

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