Marcelo Pecci, fue el fiscal “antimafia” paraguayo asesinado en una exclusiva playa de Barú, Colombia, mientras se encontraba de viaje con su esposa. De inmediato, tanto los medios de comunicación prepago afines al sistema, como diferentes representantes del régimen narco uribista, pusieron el grito en el cielo y rechazaron el hecho. Semblanzas sobre su vida, homenajes, notas sentimentales sobre la relación que tenía con su esposa quien se encuentra embarazada; una millonaria recompensa de $2000 millones, retratos hablados del responsable.
Esto demuestra que incluso los muertos tienen sello de clase, pues poco o nada han dicho esos mismos medios de comunicación de la burguesía para reclamar celeridad en las investigaciones, para exigir justicia y reparación para los familiares de los miles de jóvenes asesinados en ejecuciones extrajudiciales por el Estado asesino, en cabeza principalmente del régimen mafioso de Uribe; silencio cómplice de esos mismos medios -cuando no la condena- a las decenas de hombres y mujeres que participaron en el Paro Nacional del 28 de abril de hace un poco más de un año y que fueron asesinados por el Estado; cuando asesinan a un dirigente social, el régimen sale a decir que eran “buenos muertos”, que “no estarían recogiendo café”, y así, justifican el asesinato selectivo de luchadores populares que en diferentes partes del país reclaman tierras, derechos sindicales o estudiantiles, entre otras exigencias populares.
El proletariado revolucionario no espera nada de sus verdugos ni de los cagatintas del régimen. Ese es el carácter de clase de ese podrido Estado, de sus instituciones y los medios de comunicación que ponen a su servicio los dueños del capital. La burguesía tiene sus muertos y el proletariado los suyos. Mientras ellos lloran a un funcionario del Estado de los explotadores paraguayos, las masas populares luchan por conquistar la justicia popular para sus muertos, por conquistar la verdad para sus familias. Es menester de los obreros y campesinos organizar, donde no las haya, las Guardias y Milicias Populares para garantizar la seguridad de sus dirigentes populares, de sus jefes que movilizan al pueblo para defender y conquistar más derechos y reivindicaciones.
El pueblo sigue luchando hasta siempre y si es necesario, hasta la muerte, como se agita combativamente en las manifestaciones. La venganza del pueblo será la Revolución, el castigo para los verdugos será ponerlos a trabajar para poder comer, y para algunos de ellos que actúan como carniceros del pueblo, inevitablemente deberán pagar con sus vidas todo el irreparable daño que le causaron a las masas populares.
Minimizar al máximo la cuota de sangre y vidas que ponen las masas populares depende del grado de unidad u organización política que la clase obrera logre construir y consolidar, y que se concreta en un Partido político revolucionario que llame, no a concertar y conciliar con sus verdugos, sino, a organizar la Revolución violenta de los oprimidos y explotados contra las clases opresoras y explotadoras, que se ponga a la cabeza de la organización de la rebelión popular de “los de abajo” contra “los de arriba”. Sus muertos no nos duelen, nuestros muertos los vengaremos con la Revolución.