Muy al contrario de la alharaca de los politiqueros reformistas en su «cruzada contra la corrupción», sus firmatones y demás esfuerzos por «moralizar» las instituciones del poder burgués, los hechos muestran que el Estado de los ricos no tiene remedio. La propia prensa burguesa tituló «escandalizada» el pasado 9 de enero: «El 80% de encarcelados por ‘carrusel’ ya están en sus casas»; nombrando a personajes como Miguel Nule, Emilio Tapia, Andrés Camacho Casado, Hipólito Moreno y a otros reconocidos ladrones beneficiados por la justicia burguesa.
Así por ejemplo, en diciembre pasado, la justicia de los ricos les dio sus respectivos regalos a tres de los corruptos más grandes de Colombia:
Guido Nule, quien junto con sus primos y su socio Mauricio Galofre, se robaron $65.000 millones en contratos de construcción en Bogotá, fue sentenciado a pagar 19 años de cárcel, pero como la justicia burguesa es tan bondadosa con los delincuentes de «cuello blanco», después de solo pagar siete años en medio de lujos y privilegios carcelarios, fue dejado en libertad condicional. Mauricio Galofre también fue beneficiado con el privilegio de la libertad condicional iniciando el mes de diciembre. Y al delincuente Emilio Tapia, igualmente le concedieron la prisión domiciliaria a partir del 19 de diciembre; siendo este el segundo obsequio recibido por ese forajido, pues en el 2016 le rebajaron de 25 a 17 años de prisión, siendo finalmente condenado a 7 años.
Adicionalmente, en agosto del año pasado salió libre Andrés Jaramillo, expresidente de Conalvías personaje que se robó casi 30 mil millones de pesos del dinero entregado por el IDU a los Nule; adicionalmente, después el grupo de Jaramillo recibió 190.270 millones de pesos «por costos adicionales para la terminación de la obra».
Esa es la justicia de los capitalistas. No es ciega ni imparcial. Favorece directamente los intereses del capital. No importa que los delincuentes hayan atentado contra el bien común y asaltado a toda la sociedad como en este caso. Las clases sociales que tienen el poder económico pueden robar en cantidades astronómicas, pues están tranquilas ante las bondades judiciales y la impunidad rampante que el sistema jurídico les otorga. Bajas condenas cuando las hay y rebajas sobre el poco tiempo al que son condenados; fiestas, televisores, celulares, internet, videojuegos, comida y camas de lujo en las celdas; poca o ninguna obligación de devolver el dinero robado… ese es el negocio que tienen los parásitos sociales de la burguesía: robar en abundancia pagando poco o nada y disfrutar con el botín al «saldar cuentas con la justicia».
Mientras tanto, la otra cara de la moneda es para el pueblo. Bala, gases y cárcel en las peores condiciones por protestar, por exigir las reivindicaciones mínimas que necesitan las masas para sobrevivir. Por eso el proletariado no debe confiar en sus verdugos empotrados en las instituciones «imparciales» del Estado burgués, ni en las mentiras de los politiqueros llamando a moralizar su podrida institucionalidad. Todo lo contrario. Existen todos los motivos para desconfiar del orden implantado por la burguesía porque protege a los corruptos y es violento contra el pueblo. No se le puede pedir más al Estado de los monopolios; ese es su carácter y es imposible e inútil tratar de transformarlo en uno más «justo», más «humano» o «menos corrupto». Es necesario destruir el Estado de los explotadores por medio de la violencia revolucionaria y construir sobre sus ruinas otro muy distinto, en el que la justicia sea ejercida en favor de y por la mayoría de la sociedad trabajadora y garantizada por medio de la fuerza organizada de los obreros y campesinos armados.