Millares de jóvenes provenientes de los cinco continentes, representantes de movimientos ecológicos, pueblos indígenas, sindicatos, estudiantes, científicos, feministas, organizaciones sociales, revolucionarios, etc., se encontraron en Glasgow Escocia para exigirles a los dueños del gran capital ponerle freno a la devastación de la naturaleza, para disminuir los riesgos de un colapso ambiental inevitable, pero la respuesta de la COP26, como en anteriores cumbres, ya estaba predispuesta en la mesa.
Las manifestantes en Glasgow dijeron que la COP26 fue el encuentro más mentiroso, hipócrita y discriminatorio. Las exigencias y justificaciones contemplaban la eliminación del petróleo, gas y carbón que dan origen y aceleran la crisis climática, pero la conclusión final por parte de los potentados económicos fue la reducción al 2030 de las cantidades, lo que se aleja de mantener el umbral del aumento de la temperatura de 1,5 grados centígrados, según el acuerdo de París 2015; las consecuencias inmediatas de los caprichos de las potencias se verán materializadas de inmediato en el aumento de catástrofes indescriptibles ya anunciadas de antemano.
De esta cumbre no podía esperarse algo distinto a la defensa de los intereses económicos y políticos de los países imperialistas, toda vez que el sistema capitalista solo puede existir a condición de la destrucción del hombre y la naturaleza; para poder existir necesita crecer de manera continua, su voracidad no tiene límites, pero su economía no logra encontrar acomodo, ni la satisfacción en las ganancias esperadas por los ricos, ni en el consumo inducido para generar la mayor ganancia a las corporaciones… El capitalismo imperialista no reconoce al medio ambiente como un lugar donde los seres humanos pueden vivir y permanecer en armonía con las otras especies, porque considera la naturaleza como el reino de su exclusiva propiedad para ser saqueado a su liberalidad en un proceso de creciente de superexplotación.
Las élites dominantes no se detendrán por voluntad propia hasta agotar todas las reservas fósiles, causantes de las dos terceras partes de las emisiones de dióxido de carbono (CO2); ni cesarán en la desenfrenada destrucción de los bosques, selvas y fuentes hídricas, deforestación que va de la mano con el despojo y el desplazamiento de las comunidades y la imposición de la agroindustria, principal causante de las emisiones de metano y aportante del 23% de los gases de efecto invernadero.
En Glasgow, todos los gobernantes hablaron de energías limpias y de reducir el consumo de combustibles fósiles; sin embargo, de allí salió claro que planean producir de aquí al 2030 más del doble de la cantidad que están produciendo en la actualidad; planes y proyecciones que conducirían a aproximadamente un 240% más de carbón, un 57% más de petróleo y un 71% más de gas en 2030 en contravía de limitar el calentamiento global a 1,5 °C(1). Y no otra casa podría esperarse porque detrás de los gobernantes, están los grandes monopolios imperialistas.
Igual sucede con la deforestación. Mientras que los países imperialistas de América y Europa están aumentando su cubierta forestal, el sudeste asiático, el África subsahariana y América Latina siguen perdiendo tierras forestales a un ritmo alarmante. De 2010-2020, África tuvo la mayor tasa anual de pérdida neta de bosques, con 3,9 millones de hectáreas por año, seguida de América del Sur, con 2,6 millones de hectáreas(2).
Las compañías imperialistas no solo se han apoderado de millones de hectáreas de tierra de los países oprimidos la mayoría en África, sino que han trasladado la producción transgénica a ellos, como en el caso de Argentina, Uruguay, Brasil y Bolivia con los cultivos de soja, palma de aceite, maíz, caña de azúcar, etc., siendo además utilizados como biocombustibles el maíz y la caña de azúcar.
Las grandes compañías imperialistas se expanden sin límite, mutan y se fusionan hasta convertirse en verdaderos colosos del agro-negocio al punto que hoy apenas un puñado de empresas maneja el mercado mundial de semillas y agrotóxicos; entre tanto las superficies son fumigadas con mil millones (1.000.000.000) de litros de agrotóxicos al año siendo el más utilizado el glifosato; hoy estos pesticidas permanecen en el aire, la tierra el agua, los alimentos y la sangre causando cáncer, abortos y malformaciones genéticas(3).
No bastan los llamados de la juventud y los ecologistas para saciar la sed de ganancia de los grandes monopolios imperialistas y sus lacayos de los países oprimidos, la lucha en defensa de la naturaleza debe trascender a la Revolución Proletaria Mundial que cambie el actual modo de producción capitalista con sus formas de consumo y de vida que solo apuntala a un puñado de magnates en el mundo y que ha llevado el planeta al límite. El futuro de la humanidad depende de colocar el freno a la destrucción de la naturaleza y ello solo es posible con la revolución que acabe con la propiedad privada y la explotación asalariada, todo lo demás es una ilusión.
Referencias: