A propósito de la masacre en la Estación Policial de Soacha
“¡Dejen que se quemen esas ratas!”, gritaban con odio los cerdos de la Policía Nacional mientras ardía el fuego en una celda de la Estación de Policía de San Mateo en Soacha, Cundinamarca, atestada de detenidos y que dejó como saldo 9 personas muertas por la asfixia o calcinadas por las llamas que no fueron apagadas por los agentes, que tampoco quisieron abrir la reja para dejar salir a los detenidos y evitar así la masacre que finalmente sucedió.
El 4 de septiembre, 5 días antes de la masacre policial contra 14 personas en Bogotá, llegaron antes de mediodía los familiares de los detenidos a dicha Estación para visitarlos y dejarles alimentos y otros artículos personales. Comida y elementos que los policías robaban y tiraban al piso como denunció uno de los familiares de los hombres asesinados: “Les pegaban, los dejaban sin comer, les quitaban los implementos de aseo y a veces les botaban la comida que llevábamos”. Pasaban las horas y no dejaban ingresar a los amigos y familiares a ver a los presos, y a las dos de la tarde les dicen que no hay visitas, por lo que los detenidos empezaron a hacer un motín y los familiares a protestar. En medio de la efervescencia del momento se inició el fuego en la celda, el cual fue avivado cuando uno de los policías pateó un elemento inflamable hacia el interior donde se encontraban los detenidos, lo cual quedó demostrado con los resultados de la autopsia de uno de los asesinados, la cual decía que el cadáver tenía un “trauma térmico por combustión de gasolina”.
Los familiares que intentaron ayudar a apagar el fuego desde afuera con mangueras que traían de negocios aledaños y con extintores que prestaron dueños de algunos vehículos, fueron golpeados y les rosearon gas pimienta en los ojos. A pesar de que había más de 20 agentes de policía, ¡ninguno movió un dedo para apagar el fuego o evacuar a los detenidos! Por culpa de dicha institución opresora, que hace parte del pilar central sobre el que descansa el poder del Estado burgués-terrateniente, fueron asesinados 9 hombres ante la mirada impotente de sus familiares y amigos. Sin embargo, el calvario de estas personas había empezado días atrás, cuando eran alimentados con una comida diaria y podrida, en medio de torturas, improperios y violación de sus derechos más elementales como las visitas o llamadas a las que tienen derecho los detenidos.
Y ahora, después de asesinar a estas personas, continúa la violencia con amenazas de muerte contra los familiares y testigos de este abominable hecho, a la par que el Ministro de Defensa y otros representantes de la reacción salen a vociferar que se está intentando desprestigiar la institución. Ahí están pintados los representantes del régimen: ¡Además de asesinos, cínicos! ¡Nadie tiene que esforzarse para desprestigiar una institución podrida, corrupta y criminal como lo están todas las instituciones del Estado burgués!
Bajo este sistema las cárceles y estaciones de policía son centros de corrupción, tortura y muerte para los presos del pueblo. No escapan a la lógica del capital bajo la cual el que tenga poder adquisitivo posee lujos y privilegios como permisos, celulares y videojuegos entre otros. Ante las lacras del capitalismo que corrompe o empuja a un sector de la sociedad a robar, asesinar, estafar y demás, el sistema solo ofrece campos de concentración en los cuales no se brindan soluciones para regenerar a los delincuentes, porque simplemente este podrido Estado no le interesa hacerlo, ya que, finalmente las cárceles en su mayoría están sobrepobladas con elementos del pueblo que cayeron en desgracia. Por eso no les importa cometer crímenes de Estado como este contra la población carcelaria, ni violar los más elementales derechos de los presidiarios.
No hay que hacerse ilusiones en que con los debates en el parlamento o en sentencias de las Cortes se solucionará el problema carcelario o cesará la actuación criminal de las fuerzas policiales. Este Estado solo entiende el lenguaje de los hechos de la movilización, de la huelga, del bloqueo y de la violencia revolucionaria para detener los atropellos contra las masas. Los oprimidos por el sistema capitalista, deben unir esfuerzos para concretar el Paro General Indefinido que conquiste mejores condiciones para contener la lumpenización de la sociedad, derechos políticos y mejoras en la situación de los detenidos que se encuentran en estaciones y cárceles del país.
Solo por medio de la lucha directa de masas se podrán detener las masacres cometidas por las fuerzas represivas del Estado de los ricos. Es necesario detener la violencia estatal oponiendo la lucha revolucionaria como parte de los preparativos del pueblo para destruir con la violencia revolucionaria de las masas el Estado burgués-terrateniente. Se hace cada vez más necesaria la conformación de milicias populares que neutralicen los ataques policiales contra el pueblo y que den de baja a los elementos que atenten directamente contra el pueblo.
Sin embargo, es necesario ir más allá. No basta con resistir, es necesario detener de raíz la violencia sistemática del Estado contra el pueblo destruyendo este podrido Estado y sobre sus ruinas construir el Estado socialista, bajo el cual las cárceles servirán para reeducar a los elementos de la sociedad que atenten contra el pueblo o contra el poder obrero-campesino, por medio del trabajo intenso y del estudio permanente de la realidad, del marxismo y de la ciencia. Bajo el socialismo, las terribles masacres policiales serán cosa del pasado, serán parte de una pesadilla llamada capitalismo. Las fuerzas policiales asesinas desaparecerán para ser reemplazadas por el pueblo armado y quienes hayan cometido crímenes contra el pueblo desarmado pagarán: serán condenados por tribunales populares que sabrán imponer la pena que se merecen. En las manos del pueblo está hacer justicia y acabar con el asesinato y el cinismo.