En el editorial del 30 de diciembre pasado, El 2018: un año de agudas contradicciones y rebeldía popular, se hizo la siguiente afirmación: «frente a la debilidad de las clases dominantes y el Gobierno, acuden como salvavidas los jefes de los partidos reformistas de la hoy llamada “bancada de la oposición”, esa amalgama de tendencias liberales, socialdemócratas y oportunistas que van desde los verdes, pasan por los multicolores, los de la rosa y los amarillos, hasta llegar a los rojos desteñidos del falso Partido Comunista (mamerto), el Moir y otros movimientos avalados por sus congéneres, falsos marxistas leninistas y renegados marxistas leninistas maoístas».
Se denunció allí lo inservible que son los lastimeros discursos de esa «oposición» en el establo parlamentario, su comportamiento servil ante las clases dominantes, no solo por prestarse para barnizar su brutal dictadura, sino además por desviar la lucha revolucionaria de las masas hacia el camino reformista de las peticiones respetuosas al Gobierno y en respaldo a sus inútiles alegatos, sembrando ilusiones en que la terrible situación del pueblo puede cambiar si se elige a los «buenos» en la próxima farsa electoral.
Algunos compañeros asaltados en su buena fe por esos politiqueros creen que tales afirmaciones son exageradas y siguen creyendo que esa «oposición» sí presta alguna ayuda a la lucha del pueblo, lo cual hace necesario insistir en una consigna que ha tenido acogida en importantes sectores de la clase obrera y el pueblo porque indica con toda nitidez en quien sí se debe confiar: ¡Ni el Estado, ni los Politiqueros, Solo el Pueblo Salva al Pueblo!
Pues bien, los compañeros engañados deben preguntarse ¿por qué personajes de la llamada izquierda como Gustavo Petro, catalogado como «principal opositor» de Duque y del uribismo, terminan congraciándose con el narcotraficante genocida Uribe prometiéndole que «será en esta izquierda, donde la derecha encontrará protección»?
El problema no está en que ese tipo de personajes actúen de mala fe; algunos lo hacen de muy buena fe y creyendo sinceramente en que están «ayudando» al pueblo. Por fortuna para los proletarios y los revolucionarios sinceros, el marxismo brinda una explicación coherente basándose en el análisis de clase, pues solo así, conociendo cuáles son los intereses de cada clase, se puede comprender la actuación política de sus representantes y evitar ser engaños por sus frases, discursos y promesas, como se ha reiterado en este medio.
Ese análisis de clase indica que en la sociedad colombiana las clases fundamentales son los capitalistas (burgueses y terratenientes) propietarios del capital y de las tierras, que viven de la ganancia, el interés y la renta del suelo, y los proletarios propietarios de la fuerza de trabajo, cuya subsistencia depende del salario. Sin embargo, existen otros sectores que se encuentran en la mitad o en transición entre las dos clases fundamentales, siendo asimilados, o bien por el proletariado o bien por la burguesía; a esa categoría pertenecen los pequeños comerciantes, artesanos y campesinos, los altos funcionarios públicos y privados, los empleados profesionales, técnicos y administrativos y otros intelectuales, e incluso unos cuantos burócratas sindicales, quienes siendo asalariados en lo económico, muchos de ellos disfrutan de los privilegios que les otorga la burguesía.
De esos sectores intermedios o transitorios, el más notable por su particular situación económica es la pequeña burguesía o burguesía pequeña, que en el concepto estricto de las clases no es una clase propiamente dicha, pues tiene un carácter económico dual (propietaria y trabajadora al mismo tiempo), lo cual la condena a vivir escindiéndose entre un pequeño sector que se enriquece y se transforma en burguesía explotadora, y la gran masa víctima de una ruina sin fin, constantemente lanzada a engrosar las filas del proletariado.
El marxismo también enseña que las clases se organizan en partidos para luchar por el Poder político; es decir, para hacerse al poder del Estado e imponer sus intereses de clase en la sociedad. En Colombia, los capitalistas se encuentran divididos en muchos partidos pero unidos en el propósito general de defender y mantener sus privilegios. Por tanto, el poder político del Estado se encuentra en manos de la burguesía y los terratenientes, clases socias y lacayas del imperialismo, como máquina de dominación a su servicio. Por eso la democracia burguesa es mutilada por cuanto solo es democracia para las clases económicamente dominantes y dictadura contra las clases trabajadoras, la clase obrera y la pequeña burguesía.
Respecto a la pequeña burguesía, ese sector de la sociedad que no tiene y no puede tener ideología y programa propios, solo puede tomarlos prestados de la burguesía o acoger los del proletariado. Esa condición convierte la pequeña burguesía en una clase oscilante, inestable, vacilante, reaccionaria o revolucionaria.
La clase obrera por su parte no cuenta en la actualidad con su propio Partido independiente que represente y defienda sus intereses inmediatos y futuros; ante esa ausencia, la pequeña burguesía tercia ahora con la burguesía y utiliza su vecindad con el proletariado para irradiar su perniciosa influencia, derivada del interés material de salvarse como propietaria; le infunde ideas que oscurecen las líneas divisorias entre clases y niegan su lucha; lo contamina del embotamiento de intereses de clase que caracteriza su propia existencia; trata de seducir al proletariado en la defensa del presente capitalista y en oposición a la abolición de los dos extremos del sistema: el capital y el trabajo asalariado. Por eso la pequeña burguesía termina convidando al proletariado a buscar la atenuación de tal antagonismo, conciliándolos mediante la institucionalidad democrática burguesa. Esta malsana influencia la transmite a través de sus partidos socialdemócratas y oportunistas o falsos comunistas.
La pequeña burguesía no logra organizarse en un gran partido reformista, por la misma razón económica de fondo, de un sistema que no aguanta reformas. En virtud de su dualidad de clase los programas de sus múltiples pequeños partidos y grupos, más que programas son pliegos lastimeros de respetuosas solicitudes a la burguesía, defensores acérrimos y sumisos de las instituciones democráticas y de los intereses de la burguesía colombiana. En un vano intento por impedir que la lucha de clase avance por el camino de la lucha revolucionaria hacia la supresión de los antagonismos de clase, mediante la destrucción del Estado burgués y la expropiación de los expropiadores capitalistas, partidos y organizaciones pequeñoburgueses se han apelmazado en un acuerdo al que hoy denominan «bancada de la oposición» —antes fue llamada «gran coalición democrática»— persistiendo en la impúdica tarea de limar las asperezas de la dictadura burguesa, para garantizar que prevalezca el Estado burgués de derecho y que siga perenne el sistema de explotación asalariada pero sin imperialistas norteamericanos.
Su programa pequeñoburgués es una banalidad desde el punto de vista del desarrollo económico de la sociedad; pero muy peligroso para el proletariado desde el punto de vista de la lucha política de clases, porque lo conduce a perder el rumbo, a alargar su cadena y su condena a la explotación asalariada. Contra tal amenaza, debe combatir ferozmente el movimiento revolucionario, porque los partidos de la pequeña burguesía lo único que hacen es darle oxígeno al moribundo capitalismo y atravesarse como vacas muertas en el camino de la revolución.
Esa es la razón por la cual las clases parásitas dominantes, aceptan e incluso consienten, aplauden y hasta miman esa llamada «oposición», al punto que es justamente en el Gobierno del títere Duque donde se instaura el «Estatuto de la Oposición»; y aunque algunos alegan que fue producto de las negociaciones del Gobierno Santos con los jefes de las Farc, esa es una verdad a medias, pues el tal Estatuto llevaba 11 intentos y 27 años de propuesto. La verdad completa es que ahora los burgueses y terratenientes proimperialistas, necesitan esa figura para darle barniz democrático a su brutal dictadura de mano dura contra el pueblo, de legalización del despojo, de burla a las víctimas de la guerra reaccionaria, de aplicación de la Agenda Empresarial de los gremios… es decir, de imposición de nuevas y más lesivas reformas y medidas antiobreras y antipopulares para seguir descargando sobre las clases trabajadoras el peso de la crisis económica en que se hunde el capitalismo mundial, y para frenar con la bota militar la creciente rebeldía del pueblo ante sus atropellos.
Pero además los capitalistas también necesitan que los jefes de los partidos de la pequeña burguesía y el oportunismo apelmazados en la «bancada de la oposición» cumplan su función: disuadir a las masas de la lucha revolucionaria y desviar al proletariado de su Revolución Socialista cuyos más sublimes objetivos son destruir todo el poder del capital y abolir la esclavitud asalariada.
Los proletarios y compañeros revolucionarios que ansían un cambio de verdad y están dispuestos a luchar por la transformación profunda de la sociedad, deben comprender que no existen salvadores supremos y que la emancipación de la clase obrera solo puede ser obra de la propia clase obrera. De ahí la necesidad de abandonar sus esperanzas en ser salvados por jefes de otras clases falsos amigos del pueblo, disponiéndose a contribuir con todas sus fuerzas y energías en la construcción de su propio Partido independiente para poder triunfar sobre los enemigos del pueblo, confiando en que el proletariado es la clase más numerosa, más joven, más revolucionaria por carecer de medios de producción, y con mayor porvenir por ser la clase cuya misión histórica es establecer el Socialismo y el Comunismo.
He ahí por qué es justa y correcta la consigna: ¡Ni el Estado, ni los politiqueros, solo el pueblo salva al pueblo!
Comité de Dirección – Unión Obrera Comunista (mlm)
Enero 12 de 2019