editorial

25N Construir la Organización Revolucionaria de las Mujeres

El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, una fecha que nació de la lucha de las mujeres latinoamericanas antes de ser adoptada por los organismos internacionales. Su origen se remonta al brutal asesinato de las hermanas Mirabal —Patria, Minerva y María Teresa—, tres activistas revolucionarias que enfrentaron la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana. El 25 de noviembre de 1960, tras ser secuestradas, golpeadas y estranguladas por órdenes del régimen, sus cuerpos fueron abandonados dentro de un vehículo para simular un accidente. A partir de entonces, “Las Mariposas”, como eran conocidas, se convirtieron en símbolo de resistencia frente a la opresión, la dictadura y la violencia contra las mujeres.

En 1981, durante el Congreso de Mujeres Latinoamericanas y del Caribe en Bogotá, la fecha fue proclamada como el Día de la No Violencia Contra la Mujer. En 1993, la Organización de Naciones Unidas la adoptó como parte de la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, y en 1999 la reconoció como fecha internacional. Sin embargo, esta institucionalización no debe ocultar que fue el movimiento de mujeres, y no la ONU, quien gestó la conmemoración.

Desde su nacimiento, el 25N se ha consolidado como una jornada de denuncia, movilización y rebeldía. Cada año organizaciones de mujeres y colectivos sociales salen a las calles para visibilizar las múltiples formas de violencia que enfrentan las mujeres en sus hogares, sus trabajos, en las calles y bajo la represión estatal. Pero también para reivindicar el carácter político de la lucha femenina, que no puede reducirse a una disputa de género aislada de la lucha de clases, sino que está profundamente ligada a la estructura económica y social que reproduce la explotación y la desigualdad.

Aunque cada 25N crece la movilización, las cifras revelan que la violencia contra las mujeres no solo persiste, sino que se agrava mucho más en el capitalismo moribundo. En Colombia, según la Defensoría del Pueblo, entre el 1 de enero y el 2 de abril de 2025 se registraron 123 feminicidios y 79 tentativas de homicidio por razón de género. La Fiscalía de Colombia indica que en 2025, de las “noticias criminales” por feminicidio (234 casos), 134 están en indagación preliminar, 47 en investigación formal, 44 en juicio, y solo 4 han alcanzado ejecución de pena, es decir impunidad total. Según el Observatorio de Feminicidios Colombia, se reportaron 342 feminicidios para inicios de 2025 hasta abril- mayo. En otro “conteo” algunas fuentes reportan 427 feminicidios en el primer semestre de 2025. Son cifras alarmantes y en crecimiento, pero lo más terrible es que de acuerdo con reportes de medios y organizaciones como la Red Nacional de Mujeres, el 78% de los feminicidios quedan sin resolverse.

Ahora, si se habla de otras cifras de violencia, la Defensoría reporta que en los primeros tres meses de 2025 hubo más de 5.300 casos de violencia intrafamiliar que afectaron a mujeres. También, en ese mismo periodo, se denunciaron 3.804 delitos sexuales contra mujeres, donde las víctimas fueron principalmente niñas y adolescentes. Según la Secretaría Distrital de la Mujer de Bogotá, entre enero y febrero de 2025 se hicieron 27.385 atenciones a mujeres, de las cuales 20.835 (76%) estaban relacionadas con violencia.

Y estas condiciones se agravan en contextos de guerra, ocupación militar o crisis humanitaria. El caso de Palestina es un ejemplo estremecedor, donde más del 70% de las víctimas del genocidio sionista israelí son mujeres y niños. Las mujeres en zonas de conflicto son usadas como botín de guerra, desplazadas, sometidas al hambre y la miseria, o forzadas a sobrevivir sin sus familias. Estos hechos confirman que la violencia contra la mujer no es un fenómeno aislado, sino una manifestación extrema de un sistema económico y político que se sostiene también gracias a ello.

¡Pero cuidado! La violencia contra la mujer no se expresa solo en golpes, amenazas o feminicidios; también toma la forma silenciosa y cotidiana de la explotación capitalista. En Colombia, por ejemplo, las mujeres ganan en promedio 13% menos que los hombres por el mismo trabajo según el DANE, y la tasa de informalidad femenina supera el 55%, obligando a millones de mujeres a aceptar empleos precarios, mal pagos y sin protección laboral. A esto se suma que el trabajo doméstico y de cuidado (que se constituye en esclavitud doméstica) indispensable para reproducir la fuerza de trabajo que el capital necesita, recae en un 76% sobre las mujeres, quienes destinan en promedio 7 horas diarias a estas tareas, mientras los hombres apenas superan las 3 horas. Traducido a valor económico, ese trabajo gratuito equivale a cerca del 20% del PIB nacional, riqueza que las mujeres producen sin recibir un solo peso.

Todo esto se agrava por el hecho de que el salario mínimo en Colombia no cubre la canasta básica, obligando a varios miembros de la familia a trabajar y descargando sobre las mujeres el trabajo del hogar: una situación de doble explotación y doble opresión.

Frente a esta realidad, no bastan las acciones y reformas legales o cambios simbólicos, como tampoco se corresponden las posiciones que profundizan la división entre mujeres y hombres del pueblo, porque la violencia contra la mujer tiene su causa en la propiedad privada, en la existencia de clases sociales y en un Estado que por su naturaleza de clase burguesa, no puede proteger a las mujeres, porque su función es garantizar la explotación capitalista y defender los privilegios de las clases dominantes.

Por ello, la lucha contra la violencia hacia las mujeres debe ser parte de una lucha revolucionaria más amplia. La emancipación de la mujer no se logrará sin la transformación radical del sistema que genera la pobreza, la desigualdad, la superexplotación laboral y la mercantilización de los cuerpos. En este sentido, los comunistas apoyamos la construcción de un Movimiento Femenino Revolucionario (MFR) que organice a las mujeres obreras, campesinas, jóvenes y estudiantes alrededor de una plataforma de lucha que conquiste esa fuerza poderosa para la revolución.

Una plataforma que reconozca que la raíz de la opresión está en el capitalismo imperialista y en la ideología burguesa que concibe a las mujeres como propiedad; que promueva la unidad de mujeres y hombres del pueblo contra el enemigo común: el Estado burgués y las clases explotadoras dominantes; que enfrente la violencia machista, pero vinculándola a la lucha de clases y no como una contradicción aislada entre géneros; forme comités de mujeres capaces de actuar ante casos de violencia, acoso laboral, falta de oportunidades o superexplotación; eduque a hombres y mujeres en nuevas relaciones basadas en la igualdad, la solidaridad y la dignidad humana, y prepare a las mujeres para ser dirigentes, militantes y constructoras de una nueva sociedad.

Este 25N debe ser un día de memoria, pero también de acción y organización. Un día para denunciar, rebelarse y para avanzar en la construcción de un MFR que haga de la lucha por la emancipación de la mujer parte fundamental de la lucha por la emancipación de la clase obrera.

Comité Ejecutivo – Unión Obrera Comunista (mlm)

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