Después de haber patrocinado por décadas la guerra, la clase zángana y explotadora siembra esperanzas en torno a la paz, pero una vez caído su telón, con la profundidad de la crisis económica y la corrupción de sus instituciones, son los jefes guerrilleros, los liberales, reformistas y oportunistas, quienes mantienen el discurso de que ese es el camino para garantizar el futuro de la sociedad colombiana.
Alfredo Molano, columnista de El Espectador y premio nacional de periodismo, es un buen ejemplo de la postura de un sector de la intelectualidad socialdemócrata que acalla la putrefacción de todo el Estado, el carácter reaccionario las clases dominantes y la falaz democracia que proclaman para encubrir la infame dictadura que ejercen contra el pueblo.
El proletariado revolucionario por su carencia de organización política de vanguardia no puede responder a toda la basura que genera la intelectualidad burguesa y pequeñoburguesa, pero es necesario contestar a falaces soluciones que proponen conocidos personajes como Molano.
¿Fue la «extrema derecha» quien saboteó los procesos de paz anteriores y el actual con las FARC?
Según este señor, no es la institución estatal en su conjunto, sino los «extremistas» de derecha los culpables del genocidio del pueblo colombiano a lo largo de toda la dominación de clase de los capitalistas. Cosa esta más falsa, pues desde los más liberales y hasta socialdemócratas, cuando han participado en el gobierno y en las instituciones represivas, actuaron con el mismo rigor y hasta más brutalmente que cualquier gobernante de derecha, como es el caso por ejemplo del liberal Santos como Ministro de Defensa, o de Uribe de esa misma filiación partidaria; y aunque en menor medida el mismo «Progresista» Petro durante su mandato, donde vinculado a la Unidad Nacional burguesa del gobierno, en el Paro Campesino de 2013, defendió a bala el poder de los ricos, dejando como saldo de la represión que autorizó, jóvenes de las barriadas de Bogotá, muertos, encarcelados y heridos. Así mismo se comportó en las intervenciones ordenadas para defender los intereses monopolistas en Transmilenio contra los bloqueos, donde participaban grupos de la llamada izquierda democrática como el MOIR, enviándoles policías dotados de pistolas de asalto a las estaciones, para contener gente desarmada. También lo hizo con los activistas que protegían el humedal de la Conejera en Suba, oponiéndose a la construcción de una urbanización en una reserva natural, pero Petro no dudó en mandarles el Esmad, pues además se trataba del interés económico de sus familiares en este proyecto destructor de la naturaleza.
Remitámonos a un periodo más largo, donde la llamada democracia en Colombia, bajo la máscara del reconocimiento de los derechos constitucionales, ha matado a más campesinos, obreros, activistas y estudiantes que en todos los países juntos del cono sur, donde se padecieron dictaduras militares en el siglo pasado. Definitivamente el Estado colombiano está bien aceitado como aparato represivo para garantizar los intereses capitalistas. Sembrar esperanzas en que los reformistas y liberales, o los jefes de las FARC, lo domesticarán como una institución neutral para garantizar las libertades y derechos de los oprimidos, es desconocer que esta es una institución asesina y enemiga del pueblo por naturaleza, donde no son unas cuantas «manzanas podridas» las que se tiran la tal «democracia», sino que toda esta organización está hecha para someter con la fuerza a la inmensa mayoría del pueblo, a la dictadura de clase de los ricos.
Es falso también que sea el imperialismo, por intermedio de la ONU quien pueda garantizar la no repetición del genocidio de los militantes de las FARC por estos días. Las cifras de muertos y amenazados hablan por sí mismas en lo que va de las negociaciones, donde solo del Partido Marcha Patriótica, ya superaron el centenar de ejecutados. Es el imperialismo, principalmente yanqui, el patrocinador del Plan Colombia en medio del cual se hizo la fosa común más grande y atroz del continente, hallada detrás del Batallón Militar en la Macarena, con 2000 cadáveres de desaparecidos por la Fuerza Omega del Ejército. ¿Por qué se le olvida esto a Molano?
¿Están más seguros los miembros de las FARC haciendo política sin armas que con armas?
Así lo será quizá para los jefes de este grupo guerrillero, libres ahora de los bombardeos a campo abierto, con escolta permanente en las ciudades y lujosos condominios, pero la base guerrillera estará expuesta e indefensa ante la dictadura de clase que les apunta directamente con sus fusiles y les rodea con todo su arsenal en zonas desprotegidas.
¿Los cercos de la paz burguesa son más peligrosos que los de la guerra reaccionaria en que participaban las FARC?
Aquí coincidimos con Molano. Evidentemente, la política burguesa es más peligrosa que los fusiles. Por lo menos los guerrilleros sabían en el monte de dónde venían los ataques y estaban alerta del enemigo, pero una vez amnistiados, las balas llegarán envueltas en los celofanes de la falsa paz y la mutilada democracia; los proyectiles vendrán almibarados con los compromisos de los jefes guerrilleros con el establecimiento convertidos en ejecutores de la dictadura de los explotadores; la muerte de los militantes de base llegará de manos de las «fuerzas oscuras» resguardadas en los cuarteles… y quienes se salven, serán las víctimas de las inexorables leyes del desarrollo capitalista que condena a los trabajadores a soportar cada vez más superexplotación, desempleo y miseria general.
¿Puede el Estado apoyando al pequeño productor colono y cultivador actual de coca, resolver el problema de las contradicciones en el campo colombiano?
Es precisamente el capitalismo en el campo el causante de la crisis permanente de la agricultura. El impulso de la producción agrícola, ya se sabe que es a costa de devorar la naturaleza y superexplotar a los trabajadores. Por demás, ¿cambiará la concentración de la tierra en Colombia con el acuerdo de paz? De ninguna manera, como tampoco la situación de quienes emigrarán a las nuevas zonas agroindustrias. Los no más de 2300 propietarios de la mayoría de la tierra en Colombia seguirán siendo dueños expropiadores, mientras la mayoría de los 5 millones de campesinos seguirán siendo pobres y trabajadores despojados.
¿Cuál es la opinión del proletariado revolucionario respecto a que Santos haya metido a los militares en las negociaciones con las FARC y les haya garantizado no reducirles el presupuesto si la guerra termina?
Para los pequeñoburgueses como Molano, esto es un acierto y garantiza que los militares tras las sombras no asesinen selectivamente a los dirigentes guerrilleros. Para el proletariado esto no es más que un acuerdo temporal, que como ya se ve, no acoge ni a todos los militares, ni mucho menos a todas las facciones burguesas que se disputan como hienas los millones de hectáreas despojadas en la guerra. El Mensaje es claro para quien quiera verlo: mantener el pie de fuerza y el presupuesto militar no es para garantizar la paz, sino para darle continuidad a la guerra contra el pueblo. De ahí que sea una verdad aquello de que la paz de los ricos es guerra contra el pueblo.
¿Una intervención moderada del Estado en la guerra por la renta extraordinaria de la tierra menguará la guerra en Colombia?
En primera instancia, el Estado está para defender los intereses monopolistas; en segunda, mientras la producción de coca o la explotación del subsuelo sea más rentable, allí migraran cada vez más los capitales a disputarse a muerte esa ganancia. Por ello la intervención política no acabará con la guerra, mientras persista esa alta cuota de ganancia generada por la explotación del biodiverso campo colombiano. Por consiguiente, acabar con la guerra no depende de «la política de erradicación, sustitución y compensación que elija el gobierno», como lo afirma el periodista Molano. Por demás, el Estado colombiano no está diseñado para defender el interés del pequeño propietario y sus microempresas, sino para garantizar los intereses del imperialismo, la burguesía y los terratenientes. Cree ingenuamente la pequeña burguesía que la proclamación de los derechos civiles, humanos y de justicia están por encima de las diferencias de clase y el poder político y económico de los capitalistas. Los derechos políticos y sociales reconocidos en la actual sociedad burguesa, son una tapadera para encubrir la verdadera dictadura que ejerce la minoría explotadora sobre la inmensa mayoría despojada.
El periodista Molano, como gran parte de intelectuales burgueses y pequeño burgueses, son campeones de la denuncia contra las lacras sociales, la opresión y el dominio de la minoría parásita explotadora, pero no quieren reconocer que tales fenómenos obedecen al actual orden de cosas, que solo puede cambiarse acabando con la sociedad burguesa desde sus cimientos, lo cual solo es posible con una verdadera revolución proletaria. Mientras la propiedad privada y la explotación asalariada permanezcan, será imposible acabar con los males que aquejan a la sociedad.
La igualdad jurídica de los ciudadanos ante la ley que tanto proclaman como conquista los constitucionalistas y demás áulicos de la academia burguesa, es un taparrabos que no puede ocultar la situación real de la sociedad, donde en un antagonismo sin igual, poseedores y desposeídos, opresores y oprimidos luchan a muerte por sus intereses. Por esto intelectuales como Molano, preferirán, mientras vivan reconocidos y amancebados por el capital, denigrar de la Dictadura del Proletariado como asunto del pasado e inaplicable, mientras se hacen los de la oreja mocha frente a las reales soluciones que requiere la lucha por la libertad y la vida misma en esta sociedad.