«Carne de yugo, ha nacido/ más humillado que bello,/ con el cuello perseguido/ por el yugo para el cuello./ Nace, como la herramienta,/ a los golpes destinado,/ de una tierra descontenta/ y un insatisfecho arado».
Con estos versos, el camarada Miguel Hernández arranca el poema «El niño yuntero», escrito por allá en 1937, cuando en medio de la Guerra Civil Española el poeta cabrero publicó su bello y combativo poemario «Viento del pueblo».
Triste y rabiosamente, «El niño yuntero» reflejó las duras circunstancias de la vida rural en la España de aquel tiempo, y hoy sigue expresando la explotación y el dolor de las infancias y las juventudes campesinas en un país como Colombia, así lo demuestra el Capítulo Colombia del «Informe del Secretario General de Naciones Unidas sobre niñez y conflictos armados 2023».
Las escalofriantes cifras de 2023 en cuanto a reclutamiento forzado, asesinato y mutilación, violencia sexual, secuestros, denegación de acceso humanitario, ataques a escuelas y hospitales y presencia de artefactos explosivos muestran un incremento del 49 % de las atroces violaciones graves contra niños, niñas y adolescentes, en comparación con 2022; además, el número de municipios afectados por graves violaciones pasó de 75 en 2022 a 110 en 2023.
Según Unicef, en 2023 se alcanzaron 433 casos verificados de violaciones graves contra niños, niñas y adolescentes; ¡433 casos!, y eso teniendo en cuenta que hay un subregistro en las cifras debido a las restricciones de acceso, a la desconfianza hacia las instituciones del Estado burgués y a que la violencia que se vive en los territorios impide que las comunidades denuncien por temor a represalias.
Las cifras de este informe destacan la magnitud del sufrimiento infantil y juvenil en Colombia y nos recuerdan los versos de Hernández: «Me duele este niño hambriento / como una grandiosa espina, / y su vivir ceniciento / revuelve mi alma de encina»; unos versos que se constituyen en un grito de auxilio y una llamada urgente a forjar la alianza obrero-campesina para responder a la violencia reaccionaria de los de arriba con la violencia revolucionaria de los de abajo.
De los niños, niñas y adolescentes víctimas de reclutamiento forzado, asesinato y mutilación, violencia sexual, secuestros y denegación de acceso humanitario, ataques a escuelas y hospitales el 34 % son mujeres y el 59 % son indígenas y afrocolombianos; lo que evidencia la discriminación y el racismo arraigados en el sistema capitalista imperialista que históricamente ha marginado estas comunidades y hoy las hace padecer las consecuencias de la atroz guerra contra el pueblo.
El 74 % de las violaciones graves ocurrieron en las zonas fronterizas con Venezuela (Arauca y Norte de Santander) y los departamentos de la Costa Pacífica (Cauca, Chocó, Nariño y Valle del Cauca), siendo el Cauca el departamento más afectado, pues concentra el 27 % de las violaciones graves.
Para la clase obrera colombiana este informe subraya la urgente necesidad de acabar con la guerra reaccionaria, impuesta por militares, paramilitares y guerrilleros al servicio de los grandes monopolios interesados en superexplotar millones de hectáreas de tierra con minería, agroindustria y cultivos de coca, marihuana y amapola, los cuales continúan enriqueciendo a unos pocos holgazanes, nacionales y extranjeros, a costa del sufrimiento de millones de campesinos, incluidos los más pequeños.
Dado que la raíz de esta guerra reaccionaria está en la lucha por la renta extraordinaria que brindan estos negocios, es claro que la solución no vendrá de los representantes de la burguesía y el imperialismo ni del reformismo y su «Paz Total», sino de la lucha directa y organizada de los de abajo: los trabajadores del campo y la ciudad.
Los obreros revolucionarios de hoy nos volvemos a plantar ante las preguntas y las respuestas que hiciese el camarada Hernández en los oscuros tiempos de la España invadida: «¿Quién salvará a este chiquillo/ menor que un grano de avena?/ ¿De dónde saldrá el martillo/ verdugo de esta cadena?/ Que salga del corazón/ de los hombres jornaleros,/ que antes de ser hombres son/ y han sido niños yunteros».
Así pues, ya es hora de que el pueblo trabajador se organice, se prepare y se atreva a responder con violencia revolucionaria a la violencia reaccionaria garantizada por el viejo poder de los explotadores que debe ser derribado para construir un futuro mejor para las infancias y las juventudes campesinas y proletarias.
Si realmente queremos una sociedad en la que las infancias y las juventudes campesinas vivan en paz, hay que abrir la brecha con la preparación y la organización del pueblo dispuesto a enfrentar la violencia reaccionaria con violencia revolucionaria, de allí que sea imperativo que las guardias y las milicias populares se generalicen para proteger a nuestras comunidades y nuestros territorios, y que la huelga, el paro y los bloqueos resurjan para frenar los monstruosos planes de las clases dominantes.
La lucha abierta y decidida de hoy abona el camino para que los obreros y los campesinos construyan la Dictadura Proletaria, y a través de un Estado obrero y campesino garantizar la paz para sus infancias y juventudes, y para todo el pueblo trabajador.