La mujer es revictimizada en las mazmorras del Estado

La mujer es revictimizada en las mazmorras del Estado 1

Pronto llegará la fecha para conmemorar el día de la No Violencia Contra la Mujer (25 de noviembre); eso puede indicar que hay en el mundo un enorme movimiento de fuerzas que repudian fervientemente cualquier forma de maltrato contra el sexo femenino, pero también puede llevar a pensar que hay tal magnitud de maltrato contra las mujeres, que ha merecido un día de llamado mundial para condenar esta práctica cotidiana y brutal contra Las mujeres que llevan sobre sus hombros la mitad del cielo

Podríamos dirigir nuestra atención a Qatar donde cientos de voces han declarado su rechazo a la celebración del mundial en este país donde la discriminación a la mujer es horrenda, o a Egipto, donde por estos días se realiza la COP27 mientras millones de mujeres son las principales víctimas de las violaciones de “derechos humanos”.

Pero el ojo queremos dirigirlo hacia otra realidad, que cobija no solo a esos países claramente maltratadores, sino a aquellos que se ufanan de ser ejemplo de democracia y defensa de los derechos de las mujeres, pero que en realidad son incapaces de brindar a la mujer, reales condiciones de igualdad y liberación.

Una arista de esa situación, se vive en las cárceles. Un informe reciente de la organización WOLA (https://www.wola.org/es/analisis/mas-mujeres-encarceladas-no-hace-mundo-mas-seguro/), dedicada a la investigación de los “derechos humanos”, registró que el número de niñas y mujeres encarceladas desde el año 2000 ha aumentado en un 60%, mientras que la cifra en los hombres llega al 22%. Estados Unidos encabeza la lista mundial con más de 210 mil mujeres tras las rejas. En Suramérica, Colombia ocupa el vergonzoso segundo lugar con más mujeres privadas de la libertad (6.746), luego de Brasil.

A primera vista se puede llegar a la conclusión de que semejante segundo lugar puede adjudicarse a la efectividad de las fuerzas de seguridad y el orden, pero si vamos a la raíz de problema, veremos que la inmensa mayoría de las mujeres privadas de la libertad, lo están por su condición de vulnerabilidad; así lo testimonia el mismo informe de la investigación cuando expresa que:

En la mayoría de los países latinoamericanos, los delitos relacionados con las drogas son la principal causa de encarcelamiento femenino y el porcentaje de mujeres encarceladas por estos delitos es casi siempre mayor que el de los hombres. Además, los perfiles de las mujeres que se encuentran entre rejas son muy similares: la mayoría son madres, en su mayoría cabeza de familia, que provienen de situaciones de vulnerabilidad. En definitiva, buscan poner comida en la mesa para sus familias.

Ante una sociedad enferma y carcomida por el apetito insaciable de ganancia y poder, una gran parte del sexo femenino es ahogado por la desesperación de buscar sustento para sus hijos, siendo empujadas a un agujero peor, ser objeto de narcotraficantes y proxenetas, hasta llegar a las mazmorras creadas por los dueños del poder del Estado y ser victimizadas por enésima vez, ahora como vulgares delincuentes y amenaza para la sociedad.

La tragedia se multiplica, las cárceles en el capitalismo no están hechas para resocializar a los detenidos, sino para castigar y en la mayoría de los casos profundizar su descomposición. Así lo testimonia Coletta Youngers una de las dirigentes de Wola quien tuvo la oportunidad de visitar la cárcel El Buen Pastor de la ciudad de Bogotá:

Recientemente tuve la oportunidad de visitar la cárcel de mujeres en Bogotá, Colombia, más conocida como “El Buen Pastor”, donde pude entrar en dos patios, conocer las celdas y hablar libremente con las mujeres que allí se encuentran. Lo primero que se nota al entrar al patio es la ropa mojada que cuelga por todas partes, lo que se suma a un clima ya húmedo. El moho está tan extendido en las paredes y en los techos, que me pregunto, qué daño está haciendo a los pulmones de estas mujeres. Sólo hay agua en el primero de los tres pisos que componen este bloque. Los baños son pésimos, con tuberías y asientos de inodoro rotos.

Las mujeres con las que hablé se quejaron de la falta de acceso a productos de primera necesidad. Me dijeron que cada mujer sólo recibe dos rollos de papel higiénico, un desodorante, un cepillo de dientes y pasta, una maquinilla de afeitar y una pastilla de jabón una vez cada tres meses. Me mostraron los recibos que ilustran el costo exorbitante de los artículos básicos que se pueden comprar dentro de la cárcel, que además la cárcel cobra un impuesto del 19 por ciento por su compra. Las tarifas para utilizar los teléfonos también son extremadamente altas, si es que se puede encontrar uno que funcione. Todos se quejan de que no hay suficiente comida y que es asquerosa. Es posible que ese día recibieran mejor comida de lo normal dada la delegación que estaba de visita; sin embargo, la “carne”, que me describieron como un “producto comprimido”, era realmente repugnante.

La sociedad que se levanta sobre la explotación y opresión y que todo lo convierte en mercancía que se compra y se vende, no tiene posibilidad alguna de devolverle a la mujer la igualdad que perdió desde cuando surgió la propiedad privada y con ello la explotación. Por eso, es práctica cotidiana la cosificación de la mujer, condición a la que son sometidas solo por el hecho de ser mujeres y servir para vender o persuadir para el ejercicio de “comprar”; al punto que se vende su imagen, se utiliza su condición para traficar, y se exprime su propio cuerpo para convertirla en mercancía.

Hay que luchar contra todo tipo de violencia contra la mujer, no existe absolutamente nada que justifique ningún tipo de agresión, ni abierta ni sutil contra la mujer. Y sobre todo, luchar abnegadamente, hombres y mujeres, por destruir la base sobre la que se levanta toda la obtusa y absurda opresión sobre el sexo femenino: Hay que destruir el capitalismo y para ello se necesita la fuerza poderosa del fermento femenino en las filas de la revolución.

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