La gran batalla de clases de la Comuna de París había finalizado en 1871. Mientras la burguesía saciaba su sed de venganza reaccionaria contra los comuneros, el socialismo científico y el comunismo se extendían por Europa, Estados Unidos y Australia, con paso de triunfo sobre las tendencias utópicas, pequeñoburguesas y reaccionarias del socialismo. Ese impulso del pensamiento científico se reforzó con el impulso de la experiencia directa de la Comuna, haciendo que los obreros en cada país iniciaran en serio la construcción de su partido para expresarse y actuar como clase independiente y consciente.
Tal vez Alemania había sido el único país donde el movimiento político de la clase obrera copó desde un principio el ámbito nacional, obteniendo en 1864 el primer triunfo electoral, logrando 9 actas en el Reichstag, de las cuales 3 les correspondía a la tendencia lassalleana y 6 a los eisenachanos. Eran estas las dos grandes corrientes del movimiento obrero alemán: la primera influida por Fernando Lassalle, un publicista pequeñoburgués de visión sectaria e impulsor del camino reformista para resolver los problemas de los obreros; la segunda, configurada desde el Congreso de Eisenach reunido del 7 al 9 de agosto de 1869, con destacados dirigentes obreros como Augusto Bébel y Guillermo Liebknecht, y un Programa fiel a la línea general de la Asociación Internacional de los Trabajadores.
Por insistencia de los lassalleanos, cundió un espíritu unificador del movimiento obrero alemán, precipitándose un Proyecto de Programa elaborado por representantes de ambas tendencias, y sobre el cual, el Congreso de Gotha, celebrado entre el 22 y 25 de mayo de 1875, selló su unificación en el Partido Obrero Socialista de Alemania.
El Proyecto de Programa fue criticado severamente por Marx y Engels días antes del Congreso: en la carta de Engels a Agusto Bebel escrita entre el 18 y 28 de marzo de 1875, en la carta del 5 de mayo dirigida por Marx a W. Bracke, y en el escrito de Marx Glosas Marginales al Programa del Partido Obrero Alemán, estos últimos publicados más tarde, en 1891, bajo el título Crítica del Programa de Gotha con prólogo de Engels. Estos documentos compilan y dan cuenta de un importantísimo episodio de lucha ideológica de los maestros sobre el contenido y la importancia del Programa para la unidad y el éxito del Partido del proletariado en su lucha política contra la burguesía.
En las cartas de Marx y Engels se reconviene a los jefes obreros que, obnubilados por la unificación, habían renunciado a su Programa correcto de Eisenach, pactando una unidad frágil e inservible para la lucha del movimiento obrero. En las Glosas Marginales, también conocidas como la Carta-programa, Marx pulveriza punto por punto, idea por idea, todas las falsificaciones lassalleanas del Programa de la Internacional, en una intransigente defensa de los principios, de la cual Engels en su carta a Bebel, destaca cinco aspectos.
El primero. Demostrando la falsedad de la concepción lassalleana sobre la clase obrera, frente a la cual todas las otras no forman más que una masa reaccionaria que, siendo exacto solo en circunstancias excepcionales, es históricamente falso y una tergiversación de la verdad dicha en el Manifiesto Comunista: «De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, solo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado en cambio, es su producto más peculiar».
El segundo. El Programa de Gotha al convertir en aspiración común de los obreros de todos los países «la fraternización internacional de los pueblos» (consigna de la Liga por la Paz y la Libertad, una organización pacifista de republicanos y liberales pequeñoburgueses), reniega prácticamente y por completo del principio internacionalista del movimiento obrero, reducido por los lassalleanos a un punto de vista nacional estrecho, eludiendo la precisión del Manifiesto Comunista sobre la necesidad del movimiento obrero de organizarse como clase, como partido en su propio país para poder luchar, lo cual le da a su lucha un carácter nacional solo por su forma, no por su contenido que es estrictamente internacionalista, pues obedece a la lucha de una clase cuya situación, intereses y objetivos son materialmente internacionales.
El tercero. El Programa de Gotha en lugar de proponerse «abolir el sistema del trabajo asalariado», habla de «la abolición del sistema del salario» y su «ley de bronce», concepción económica errada de los lassalleanos basada en la teoría de la población malthusiana (también errada), según la cual siempre habrá obreros de sobra, por lo cual, solo pueden recibir en término medio el mínimo del salario, y por tanto —agregan los economistas burgueses— nunca se podrá acabar con la miseria sino solo generalizarla. Por aquella época, ya Marx había demostrado en El Capital que el salario se regula por diversas leyes complejas y flexibles, no de bronce; que la apariencia del salario como el valor -o el precio- del trabajo, era falsa y ocultaba la verdad sobre el salario: el valor -o el precio- de la fuerza de trabajo, dejando en claro que «el obrero asalariado solo está autorizado a trabajar para mantener su propia vida, es decir, a vivir, si trabaja gratis durante cierto tiempo para el capitalista…, que todo el sistema de producción capitalista gira en torno a la prolongación de este trabajo gratuito…, que, por tanto, el sistema de trabajo asalariado es un sistema de esclavitud, una esclavitud que se hace más dura a medida que se desarrollan las fuerzas sociales productivas del trabajo, aunque el obrero esté mejor o peor remunerado».
El cuarto. El Programa de Gotha, al levantar como principal reivindicación social la «ayuda del Estado a las cooperativas de producción» consideradas por la secta lassalleana como la «base de nueva sociedad», renuncia al camino señalado por la Internacional de la transformación revolucionaria de la sociedad mediante la lucha de clases, y no con los empréstitos del Estado. Crea una fantasía sobre las sociedades cooperativas que, dentro del capitalismo, solo valen y le sirven al movimiento obrero si son independientes de la protección de la burguesía, de su Estado y su gobierno. En pocas palabras, en el programa de Gotha, los eisenachanos abandonaron el movimiento de clases, para acoger el movimiento de las sectas pregonado por los lassalleanos.
El quinto. Para rematar, no se mienta para nada la necesidad de los obreros de organizarse en sindicatos que, por su carácter de masas, en palabras de Engels «se trata de la verdadera organización de clase del proletariado, en la que este ventila sus luchas diarias con el capital, en la que se educa y disciplina así mismo».
Haber aceptado el Programa de Gotha, tras el ánimo de unificar el movimiento obrero alemán en un solo partido, en vez de un avance significó un terrible retroceso, porque sumió en la humillación, el eclecticismo, la confusión y la desmoralización a la corriente internacionalista, la más consciente y luchadora; mientras que sirvió para prestigiar y afianzar una corriente no socialista dentro del proletariado. En este caso la unificación fue un éxito efímero, muy costoso para todo el movimiento obrero.
Y si bien por aquella época el socialismo científico triunfante en la batalla teórica estaba apenas calando en la conciencia de los obreros, era inadmisible la aceptación del Proyecto de Programa por parte de los eisenachanos, quienes no tenían nada que aprender de los lassalleanos en el aspecto teórico, el decisivo para el programa. Era inconcebible que en miras a la unificación se hubiese aceptado un Proyecto de Programa desmoralizador para el Partido, pues estaba edificado sobre las concepciones lassalleanas, corriente sectaria que negaba la lucha de clases y erigía en panacea universal la ayuda del Estado.
Los principios económicos y la táctica lassalleanos fueron demolidos teóricamente en la Crítica al Programa de Gotha, surtiendo con lujo de claridad y precisión, la invaluable enseñanza para el movimiento obrero, de jamás conciliar con el oportunismo ni pisotear los principios en aras de juntar fuerzas; pues «en un programa de principios… se coloca ante todo el mundo los jalones por los que se mide el nivel del movimiento del partido», y ante la tan necesaria unidad de los obreros, que por sí misma les satisface y los anima, si no es posible cimentarla sobre un Programa claro y preciso, es preferible solo pactar acuerdos temporales para la acción, antes que sacrificar el porvenir del movimiento.