Las llamadas «casas del terror» o «casas de pique», donde descuartizan a las personas del pueblo, son un abominable instrumento de la dictadura de los ricos. Son un reflejo de la reacción del capital en su decadencia. Es una repugnante arma de opresión para ejercer el terror e imponer la dominación territorial.
En la zona del cartucho en Bogotá existen, a las espaldas del cuartel general de la policía de la capital, para cobrar a los deudores y monopolizar el extraordinario negocio de la droga. También en Buenaventura y son usadas para controlar el territorio por donde llegan las mercancías y sale la droga al exterior.
Colombia era un país productor de droga, pero no un consumidor. Hoy esta esclavitud ha tocado la puerta de todas las clases, con el consabido dominio de las mafias sostenidas también por el poder del Estado. La principal víctima de este negocio son los jóvenes que ponen su vida como parte de pago al microtráfico que mueve más de 300 mil millones de pesos solo en Bogotá.
Para el caso de Medellín, cuna de la industria y como parte de ella, del narcotráfico, el paramilitarismo se extendió con la anuencia de los capitalistas. Las «casas del terror» se convirtieron en monumento de lo que es este sistema: muerte, corrupción, superexplotación y miseria.
Fue la burguesía antioqueña la que se abrió camino para erigir su imperio mediante la expropiación del campesino, el arrinconamiento de los trabajadores en los barrios más miserables y hacinados de la «capital de la montaña»; es la burguesía -industrial, comercial, agraria y mafiosa-, como una misma clase, la que hizo ley el cobro de las deudas con la vida misma de los oprimidos. Es ésta la clase que constituyó el gran negocio monopolizado del narcotráfico que hoy en su «micro negocio» condena a la juventud de Medellín a crueles actos como los descuartizamientos y desapariciones que al final han dejado a unos cuantos zánganos explotadores más ricos que antes, así como intentaron ocultar por años la creciente tasa de homicidios, que cuando más reportaba el gobierno en más de 45.000 desapariciones que contabiliza hasta el momento.
La consolidación del bloque paramilitar Cacique Nutivara, comandado por el genocida «Don Berna», fue la cumbre del terrorismo de Estado en la ciudad, del dominio sobre los desposeídos, del sometimiento a los rebeldes y la garantía de que el boom de los ingresos monopolistas del Grupo Empresarial Antioqueño, entre otros, se sostuviera pese a la crisis económica mundial. Todo ello contó con el servicio directo del Estado, por medio de los altos mandos del ejército y la policía, así como de los alcaldes de turno como Luis Pérez Gutiérrez -cómplice de la operación Orión-, entre otros.
Con la muerte por delante el capital hace los negocios, con la muerte los garantiza, con la muerte próspera. Colombia tiene reportados 100.204 desaparecidos en total en 76 años, según registros de Medicina Legal, pero esta cifra es mucho mayor en realidad. De estos solo el 23% regresó vivo. El gobierno hasta este año reconoce apenas 45,646 desaparecidos. Colombia es una gran fosa común donde miles de cuerpos están enterrados en las cordilleras, depositados en los ríos y en el mar, para edificar un reino de terror que garantizó la gran acumulación y concentración del capital que hay en el país.
La apariencia es que el capitalismo mejoró la calidad de vida y la seguridad de las personas del pueblo, pero ¡eso es falso! El capitalismo es un sistema inhumano y ruin que debe ser enterrado por la fuerza de los obreros y campesinos puestos en pie, guiados por un auténtico Partido de la Clase Obrera y con la fuerza principal de la alianza obrero campesina.
Este sistema monstruoso solo puede ser derrotado con la insurrección de las masas obreras y campesinas pobres, pues es la tendencia del desarrollo objetivo de la lucha de clases en Colombia, y ella es decisiva para el triunfo de la revolución. No hay otra manera de acabar con los males que aquejan a la sociedad actual.
Mientras tanto, el pueblo que resiste esta arremetida de un sistema oprobioso, cercado en sus propios barrios de residencia, al hambre, la miseria, el desempleo, el hacinamiento, las muertes violentas, etc., tiene como único recurso inmediato, la unidad y la lucha de clases. ¡Solo el pueblo salva al pueblo!