Es de conocimiento del movimiento obrero que cada nuevo viraje de la burguesía ocasiona también un viraje en la actitud de los partidos reformistas y oportunistas, Colombia no escapa a esta verdad universal de la lucha de la clase obrera por su emancipación.
De la guerra total instrumentada por el régimen paramilitar de Uribe Vélez (no para derrotar a las FARC y demás grupos guerrilleros como pregonó, sino para atizar el pillaje como atestiguan los datos de desplazamiento disparados en los 8 años del régimen terrorista) la burguesía colombiana dio un viraje hacia la paz, cuyo objetivo no es poner fin a la guerra contra el pueblo sino legalizar el despojo ocasionado en 30 años de guerra reaccionaria, para darle un nuevo impulso al desarrollo del capitalismo en el campo. Desarmar las guerrillas es una necesidad para las clases dominantes y el imperialismo, urgidos de invertir sus capitales ávidos de la ganancia extraordinaria que arrojan las tierras usurpadas.
En el escenario internacional, los imperialistas necesitan ordenar los negocios en los países que dominan como parte de los preparativos para una nueva guerra imperialista por un nuevo reparto del mundo ya repartido. Los imperialistas estadounidenses necesitan su patio trasero en paz para la disputa con sus competidores rusos y chinos que ya se han abierto camino en los países latinoamericanos.
El viraje de la burguesía y el imperialismo de la guerra total a la paz, ocasiona igualmente un viraje en las filas de los partidos reformistas que se dicen amigos del pueblo, así como de los partidos oportunistas que se dicen representantes de la clase obrera. El reflejo de ese viraje son las vacilaciones, la disgregación y la dispersión en el movimiento revolucionario: de la oposición al régimen de Uribe todos los partidos reformistas y oportunistas pasaron a la colaboración más pusilánime con el gobierno de Santos al que ayudaron a reelegir. Los oportunistas pasaron además de la defensa de la lucha a la prédica de la paz social; de aceptar verdades elementales como la violencia partera de la historia y de diferenciar entre las guerras injustas y justas pasaron vergonzosamente a condenar toda violencia y toda guerra.
Este servilismo a los enemigos del pueblo colombiano, esta actitud de prosternación a los imperialistas los llevó a esconder el contenido esencial del acuerdo de La Habana, a sumarse al engaño de los reaccionarios de presentarlo como el fin de la guerra y a arrastrarse al gobierno en la campaña por el SÍ. El resultado del Plebiscito con la mayor abstención en los últimos 22 años, y el empate de las campañas de las clases dominantes que pretendieron dividir al pueblo entre el SÍ y el NO, afianzan el colaboracionismo del reformismo y el oportunismo con el gobierno de Santos.
Los jefes del falso Partido Comunista Colombiano, la Unión Patriótica, Marcha Patriótica y otros movimientos afines agrupados en el Frente Amplio Por la Paz, desde el comienzo mostraron irrestricto apoyo al gobierno de Santos que contribuyeron a reelegir, limitándose a criticar una que otra medida, uno que otro desafuero o declaración salida de tono, así como su falta de entereza para separarse claramente del uribismo, a pesar de la persecución, el encarcelamiento y asesinato sistemático de sus activistas y militantes. Ahora ante el fracaso del SÍ en el Plebiscito se proponen, según el periódico Voz, «Promover la movilización social y popular en defensa de la paz, por la democracia y la justicia social y en apoyo del Acuerdo Final para la Construcción de una paz estable y duradera… En la perspectiva la Asamblea Nacional Constituyente». Es decir, persistir en poner el movimiento y la lucha de las masas al servicio de las clases dominantes y el imperialismo.
El senador Robledo del MOIR, no solo condenó a los campesinos que se armaron a principios de los años 60 para no dejarse asesinar por las bombas y la metralla pacificadoras del Frente Nacional en Marquetalia; no solo se arrastró servil a la campaña de Santos por el SÍ; sino que además, ahora ante el empate, llamó a Santos y Uribe a la unidad proponiéndoles un nuevo pacto o frente nacional: «Tienen entonces ustedes el deber y la gran responsabilidad de ponerse de acuerdo», les dijo. Sus declaraciones sobre la oposición al gobierno son mera tapadera de su compromiso con la reacción.
Otra variante del reformismo influenciada por el revisionismo, caso de los jefes del falso Partido Comunista (ml) y el MODEP, respaldó la campaña por el SÍ, solo que trató de diferenciarse proponiendo también una «Asamblea Nacional Constituyente Popular» y su respuesta frente al triunfo del NO, es la defensa del acuerdo de La Habana y «Mantener la agenda de movilización social en torno a los efectos de las políticas económicas y sociales regresivas del gobierno de Santos en materia tributaria, pensional, de salud, laboral, de carestía, entre otras, con miras a avanzar en procesos de unidad por un nuevo proyecto nacional de transformación democrática». En otras palabras, amarrar la movilización social al servicio de la paz de los ricos y sembrar ilusiones en que una nueva Asamblea Constituyente podrá cambiar la situación del pueblo; un esperpento que, así se pinte de popular, democrática y revolucionaria, solo puede ser burguesa y reaccionaria mientras se mantenga en pie el Estado burgués, terrateniente y pro-imperialista.
Los jefes del partido trotskista PST como siempre, se pusieron a medio camino entre el proletariado y la burguesía, con propuestas «novedosas» e «inteligentes» que terminan sirviendo igualmente a las clases reaccionarias y al imperialismo: ante el plebiscito creyeron ponerse por encima del SÍ y el NO llamando a votar y escribir «constituyente» en el tarjetón, haciéndoles el favor a los ricos de sembrar confianza en el camino de las urnas y el voto universal, el instrumento por excelencia para maquillar la dictadura de los capitalistas contra el pueblo, una actitud servil e injustificada por cuanto en el plebiscito solo eran válidos los votos por el no y el sí. Ahora, a pesar del rotundo rechazo del pueblo con la abstención, persisten en ilusionarlo en las instituciones de la dictadura burguesa oponiendo al pacto nacional de los explotadores promovido por Robledo y el MOIR, una «asamblea Constituyente, amplia, libre, democrática y soberana»; es decir, más de lo mismo para auxiliar a la burguesía y darle oxígeno al viejo y podrido Estado de los explotadores. Y ahí no termina ese servilismo, hablan de lucha, de paro nacional para impedir la imposición del pacto nacional, pero a sabiendas del papel que cumplen los jefes vendeobreros de las centrales sindicales no cesan en llamarlos a encabezar la lucha, esperanzando a las bases en los representantes de la burguesía en el seno de las organizaciones obreras y sociales.
Por su parte, los jefes vendeobreros de las centrales sindicales y el Comando Nacional Unitario dirigidos por los partidos reformistas y oportunistas no solo se sumaron al engaño de los explotadores, prestándose para dividir a los asalariados en el plebiscito; ahora en su última declaración proclaman seguir «desarrollando acciones y actividades y movilización social y política para reclamar el cese del conflicto armado en Colombia y a eso seguiremos dedicando nuestros esfuerzos». Y para apaciguar la indignación de los asalariados que a diario se levantan contra los patrones y el Estado, en abierta oposición a sus traiciones, siguen haciendo demagogia amenazando con «acciones encaminadas a respaldar los conflictos sociales y laborales y una respuesta nacional a las medidas regresivas que el gobierno plantee…» En resumidas cuentas: respaldo al gobierno criminal, desmovilizando al pueblo y apaciguando su lucha para garantizar la estabilidad que necesitan los capitalistas mientras resuelven sus diferencias.
Así, esa amplia gama de partidos y movimientos reformistas y oportunistas se han puesto de furgón de cola del imperialismo, la burguesía y los terratenientes, enemigos centenarios del pueblo colombiano. Todos se han convertido en cómplices del acuerdo de La Habana, que no restituirá la tierra a los desplazados, ni reparará las víctimas, ni traerá la paz. Todos están sirviendo de instrumento para desarmar ideológicamente a las masas populares frente a la necesidad de rebelarse y alzarse en armas contra sus enemigos. Todos prestan el gran servicio de esparcir ilusiones en que al viejo Estado de los explotadores, la máquina de ejecución de su dictadura es posible ponerla al servicio del pueblo. Todos cumplen su papel de enfermeros de un sistema moribundo que debe ser sepultado con la revolución.
Y esa claudicación ante las clases dominantes y la reacción por parte de los reformistas, esa abjuración de las verdades elementales del socialismo científico por parte del oportunismo, exigen del proletariado revolucionario una lucha resuelta y tenaz en defensa de los fundamentos de su doctrina. Los nuevos destacamentos del pueblo que despiertan a la vida política empujados por la disputa entre sus enemigos necesitan del marxismo para formular sus tareas; deben asimilarlo para orientarse con independencia de sus enemigos y sus falsos amigos reformistas y oportunistas. Así mismo, el proletariado y las masas que se lanzan a lucha espoleados por el ahondamiento de la crisis económica y el agravamiento de la crisis social, que pone en evidencia el antagonismo de las contradicciones sociales y deja en cueros la falsedad de la paz de los ricos, exigen de los revolucionarios tomar la iniciativa para disputarles la dirección del movimiento a los reformistas y llevar a las masas a las posiciones revolucionarias.
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