Las economías de México y Colombia a pesar de su diferencia en tamaño, tienen en común, es ser principalmente basadas en la superexplotación capitalista del trabajo, sin ser países capitalistas independientes pues ambos son países oprimidos por el imperialismo, principalmente el estadounidense. Sus respectivas clases dominantes son al cual más lacayas de los imperialistas, a la vez que socias del gran negocio de la superexplotación de los trabajadores y del saqueo de las riquezas naturales; tienen en su seno poderosas facciones mafiosas cuyo poder económico se asienta en el súper rentable negocio de la cocaína, y por ende, su poder político es tan fuerte que han contado con presidente propio, Peña Nieto y Uribe Vélez respectivamente.
En ambos países la crisis social es asombrosa y con ella la lucha de clases cada vez más antagónica y explosiva. Así como comparten los males sistémicos de la corrupción, la pesada carga del parasitismo estatal y el terrorismo de Estado orquestado entre fuerzas militares y bandas paramilitares auspiciadas por los carteles mafiosos, los terratenientes, los industriales y los amos del capital financiero, también sus respectivos pueblos sufren las consecuencias no solo las directas de esos males —estrangulación económica, despojo, destierro, desapariciones, masacres…— sino también las lacras propias del régimen económico capitalista: hambre, desempleo, delincuencia, prostitución de adultos y menores, aunadas a la discriminación, feminicidios, suicidios de jóvenes y adultos por la angustia de la miseria, trata de personas, sicariato y otras perversiones insufladas por la cultura mafiosa y reaccionaria de la burguesía.
No es por tanto coincidencia que en México y en Colombia, sus pueblos, sus obreros, sus campesinos, sus indígenas, sus explotados, sus oprimidos, ya no quieran soportar más tanto abuso e ignominia por causa de quienes viven de explotar trabajo ajeno, principalmente en su forma actual, mundial y más desarrollada: la esclavización asalariada del trabajo.
En México y en Colombia, las masas trabajadoras están hartas de recibir látigo de sus verdugos explotadores. Allá y aquí se levantan enardecidas, se vuelcan a las calles, se declaran en rebelión contra los opresores, en desacato a sus ordenanzas, en desprecio a sus prédicas y promesas, en disposición a barrerlos de sus cargos gobernantes. Pero por sí mismas, las heroicas masas trabajadoras no pueden descubrir que no basta cambiar a los gobernantes, que ya es necesario cambiar todo el sistema político estatal para poder cambiar de raíz todo el sistema económico capitalista. Son los comunistas revolucionarios quienes deben llevar esa conciencia política a los trabajadores, haciéndoles conocer que las causas profundas de su situación no están arriba en la política, sino abajo en la desigualdad económica de las clases, que no pueden esperar salvación de manos de sus centenarios enemigos, que solo la lucha del pueblo puede salvarlo, que la emancipación de la clase obrera es obra de la propia clase obrera.
Sin embargo esta labor de los comunistas es todavía débil, dispersa, impotente, y lo seguirá siendo mientras en México y en Colombia no se resuelva el problema de organizar un único partido revolucionario del proletariado unido por un único programa revolucionario, pues sin este destacamento de vanguardia no puede cuajar una revolución que destruya violentamente el poder político anticuado de las clases reaccionarias, que asfixian e impiden el desarrollo social.
He ahí, tres condiciones —explotadores encarnizados contra el pueblo, trabajadores hastiados de recibir garrote, revolucionarios débiles y desperdigados— que favorecen a los reformadores del sistema capitalista quienes fácil encuentran apoyo popular, el apoyo de gente confiada en resolver sus problemas con un cambio de gobierno, gente que también será engañada y quedará desencantada de sus «nuevos salvadores», pues como todos los reformadores, pretenden poner fin a los males del capitalismo conservando al mismo tiempo la base de esos males: la explotación asalariada y su instrumento principal, el Estado burgués.
Hoy, Andrés Manuel López Obrador en México y Gustavo Petro en Colombia, personifican a dichos reformadores. Ambos se erigen en prototipos de la «izquierda» que gusta a los capitalistas, una «izquierda» inofensiva para su poder, útil ya sea en la dócil oposición oficial de la «Colombia Humana», o en la dócil Presidencia del Gobierno de «MORENA» en México.
Maestros de Ayotzinapa queman material electoral durante el cierre de la carretera Chilpancingo-Acapulco, en Palo Blanco, el 2 de junio. Pie de foto
López Obrador después de haber sido parte del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido de la Revolución Democrática (PDR), desde hace cuatro años decidió organizar su propio partido, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) que en alianza con otros partidos, obtuvo el 53% de los 89 millones de votantes mexicanos, en unas elecciones que aparte de todas las tramoyas, trampas y fraudes propias de la democracia burguesa, tuvieron tres características especiales: una, 145 asesinatos de políticos durante la campaña, de los cuales 48 fueron candidatos o precandidatos; dos, numerosas acciones de boicot de los sindicatos de maestros y padres de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa y de diversas comunidades indígenas varias de las cuales se declaran «autónomas», con bloqueo de vías, destrucción de oficinas electorales y quema de papelería electoral; y tres, abstención similar a elecciones anteriores, del 37% un índice alto, si se tiene en cuenta que además del presidente, fueron votaciones para 3.406 cargos (500 diputados, 128 senadores, 9 gobernadores, 1.612 alcaldes, y otros 1.156 funcionarios).
Con el ascenso de López Obrador a la Presidencia de México, saltan de júbilo los reformistas y oportunistas de allá y de aquí coreando el «¡sí se pudo derrotar a las maquinarias!», olvidando o eludiendo o silenciando que aunque maquinarias como las del PRI de Peña Nieto fueron debilitadas por su propia corrupción interna y política criminal contra el pueblo, sigue intacta la maquinaria fundamental del sistema político y económico que explota y oprime al pueblo mexicano, y seguirá funcionando ahora aceitada bajo la batuta de un reformador cuya gran masa de seguidores impuso a los capitalistas la obligación de tenerlo en cuenta para la administración general de sus negocios desde el gobierno.
Así como en Colombia Petro juró ante las clases dominantes, salvaguardarles su propiedad privada sobre los medios de producción —léase causa económica profunda de la explotación—, defenderles su sistema capitalista —léase superexplotación de los trabajadores— y preservarles la institucionalidad de su Estado —léase dictadura de los explotadores—, también en México, fue ese el programa fundamental de López Obrador; las demás promesas y remiendos son añadidura que nada pesan para el cambio en la situación de los trabajadores, más cuando son tan falsas y risibles como esta «brillante» perla del nuevo «Presidente de los pobres»: «La corrupción no es un fenómeno cultural sino el resultado de un régimen político en decadencia. Estamos absolutamente seguros de que este mal es la causa principal de la desigualdad social y de la desigualdad económica».
Así que los esperanzados en la «salvación petrista» de los pobres, no necesitan esperar que les llegue la suerte de López Obrador; tendrán seis años para ver en el espejo de México cómo un gobierno curandero de los males capitalistas y blanqueador de sus lacras, dejará a los trabajadores económicamente peor que antes, y políticamente alejados del camino revolucionario, pero obligados a retomarlo y recuperar seis años perdidos en vanas ilusiones.
Desde antes de las elecciones, López Obrador prometió a los capitalistas que «no existirán problemas en el modelo económico para afectar sus negocios y que el país necesitará de la inversión privada para seguir adelante». Y ahora como Presidente electo, ha renovado su parte de tranquilidad al vecino imperialista Trump y a los empresarios mexicanos, posando para la foto abrazado con Alejandro Ramírez presidente del Consejo Mexicano de Negocios.
A los comunistas y revolucionarios de México y Colombia les asiste la obligación común de elevar la conciencia política de las masas trabajadoras sobre las verdaderas causas de la pobreza y la desigualdad social, sobre su papel como hacedoras de la historia, sobre su equivocación de esperar salvadores supremos; la obligación de coadyuvar a su organización y lucha independiente con sus propias banderas y no con banderas ajenas de remendones como Petro o López Obrador.
Los obreros y los pueblos explotados y oprimidos no necesitan migajas pues son quienes producen la riqueza social que se la apropian los capitalistas. Su destino es suprimir revolucionariamente y por la fuerza el carácter privado de la propiedad capitalista, y con ella suprimir el parasitismo de los explotadores. No se trata de curar los males del capitalismo; sino de acabar para siempre ese sistema de la moderna esclavitud asalariada.
¡VIVA LA LUCHA REVOLUCIONARIA DE LOS TRABAJADORES EN MÉXICO, COLOMBIA Y EN TODO EL MUNDO!